Los niños de Palestina por Luis García Montero
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Los niños de Palestina

Como la historia de los seres humanos está llena de tristezas, egoísmos e infamias, bueno es recordar también los ejemplos de dignidad solidaria. Los hay (y muchos). Durante un viaje de trabajo por México, con acuerdos en la UNAM y en la Cámara de Diputados, fue una emoción que el Ateneo Español me invitara a dar una conferencia sobre el exilio. La Secretaría de Estado de Memoria Democrática ha organizado una serie de actos para recordar la llegada del Sinaia a Veracruz. En aquel barco viajaron muchos españoles que necesitaban huir del fascismo y reconstruir su vida después de la derrota de la democracia española en 1939. Como escribió María Zambrano, el golpe militar había fracasado en 1936, pero el autollamado bando nacional no dudó en vender España a Hitler y Mussolini para hacerse con el poder, convirtiendo durante 3 años a la nación de todos en un campo de pruebas militares, horrores y cadáveres. Que en los dos bandos se cometieran barbaridades ya estudiadas por los historiadores no supone que puedan fijarse equidistancias. Sólo un bando fue responsable del golpe de Estado contra la legalidad democrática que desencadenó la tragedia.

En el Sinaia, buque de vapor francés, llegaron a México muchos derrotados con su equipaje de tristezas, miedos e incertidumbres. Pero ser un derrotado, como afirmó entonces Antonio Machado, no significaba haber perdido la guerra desde un punto de vista humano. Frente a la barbarie, la historia necesita ejemplos de dignidad como el que representaron en sus vidas y su compromiso legal con España muchos de los viajeros del Sinaia. Pensar hoy en ellos es recordar también la solidaridad que México ofreció en un momento tan grave, cuando las democracias europeas querían mostrarse neutrales para no molestar a la Alemania nazi. Lo acabamos pagando todos. La solidaridad mexicana fue muy profunda con miles de españoles anónimos. Recordar a intelectuales y escritores como José Gaos, María Zambrano, José Moreno Villa, León Felipe, Max Aub, Luis Cernuda, Adolfo Sánchez Vázquez, Margarita Nelken o Luisa Carnés ayuda a comprender que la hospitalidad es una forma de enriquecimiento mutuo. Los exiliados españoles aportaron a México tanto como recibieron. Que el respeto a los derechos humanos tuviese más valor que el miedo o que una seguridad mal entendida dejó una magnífica herencia social. Esa que ahora recordamos.

La memoria resulta indispensable para comprender el presente. Ese sentimiento tuve al leer en el Ateneo Español y en la Cámara de Diputados un poema que escribí en 2005 dedicado a los niños de Morelia. La solidaridad de México empezó antes de la navegación del Sinaia, cuando el presidente Lázaro Cárdenas y su mujer, Amalia Solórzano, rescataron a 456 niños de los bombardeos que la aviación franquista lanzaba contra las ciudades españolas. Viajaron en 1937 en un barco llamado Mexique y fueron acogidos en Morelia, en dos edificios de la escuela España-México.

Confieso que no puedo ponerme en la cabeza de los que están justificando esta matanza de viejos y viejas, hombres y mujeres, niños y niñas que vemos día a día televisada desde Palestina

Yo conocí esos edificios que sirvieron de albergue y escuela en 2005, cuando Marco Antonio Campos me invitó a participar en el encuentro Poetas del Mundo Latino. Junto al recuerdo de muchos amigos como José Emilio Pacheco, Juan Bañuelos, Hugo Gutiérrez Vega o Juan Gelman, guardo la emoción de haber recorrido la geografía de los llamados niños de Morelia. Emociona todavía la solidaridad de México con una infancia bombardeada. La memoria ayuda a conocer el presente. Y ponerse en el lugar del otro ayuda a reconocerse a uno mismo. De ahí que los derechos humanos sean universales frente a toda identidad, sesgo político o frontera.

Cuando leí esta semana en México mi poema titulado Morelia, cambié la fecha de 2005 que aparece en sus versos por un heptasílabo actualizador: “o 2024”. No pude evitarlo al pensar en los niños asesinados en Palestina. Para comprender las realidades del mundo hay que saber ponerse en la piel y en la cabeza de los otros. Confieso que no puedo ponerme en la cabeza de los que están justificando esta matanza de viejos y viejas, hombres y mujeres, niños y niñas que vemos día a día televisada desde Palestina. Ante la degradación humana, que nos asalta una vez más, conviene recordar otros momentos de humanidad excelente. Celebro la solidaridad que tuvo México con España en las desgraciadas fechas de 1936, 1937, 1938, 1939….  

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