“Una voz discrepante en este nuevo Telón de Acero”

    “Nuestro escritor señala un elemento básico de la oposición ideológica occidental frente a Rusia, y es la ya clásica rusofobia —expresada en todos los ámbitos. Poco se ha mencionado que, desde el inicio de la OME rusa en febrero de 2022, en el «Occidente avanzado, amante de la cultura, las libertades y la inclusividad ecosostenible, resiliente y de género» se despertó un halo fatigoso de rusofobia irracional —que siempre ha dormitado en el panfleto ideológico racista occidental desde el ilustrado S. XVIII”

    José J. Cuevas Muela. Miembro del Instituto Español de Geopolítica (IEG) y codirector del canal de divulgación política e histórica “Discrepantes” (@discrepantes_) en Instagram.

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    Creación otanista del relato.

    Una y otra vez, desde que se iniciase la Operación Militar Especial rusa el 24 de febrero de 2022, los medios de comunicación occidentales han martilleado a la opinión pública hasta deformar los hechos y acontecimientos previos. Esta ha sido la diatriba habitual cuando se trataba de política internacional, siguiendo una línea que cancelaba la realidad por medio de lo que llamamos relato o narrativa. Este es de composición simple, pues sus piezas son unos elementos básicos de fácil comprensión —homologable a un cuento, con un villano, un héroe y unas víctimas—, unos valores mitológicos  ya asentados —como el de democracia y derechos humanos—, un aspecto emotivo-subjetivo —el enfoque de las cámaras hacia las supuestas consecuencias de la acción del villano, obviando el fondo y todo lo que le rodea, con alguna idea como frontispicio de la situación— y el uso continuado de símbolos que remitan constante y directamente a la totalidad del relato construido para que este quede flotando en la memoria de la población durante todo el tiempo necesario.

    Sin embargo, esto guarda unos objetivos políticos, en este caso, en el marco de la política del binomio EEUU-OTAN. Concretamente en la alineación de las poblaciones europeas en la nutrición bélica de una guerra que, si nos retrotraemos unos años, comienza en 2014 con el golpe de Estado del Euromaidán ucraniano contra el gobierno legítimo de Víktor Yanukovich. Un conflicto que ocasionó el inicio de una guerra civil abierta que dura hasta el día de hoy, y cuyos culpables están en los gobiernos occidentales de EEUU y la Unión Europea, con la OTAN como fuerza militar auxiliar. No obstante, como toda historia, tiene un contexto previo, y este es, la política de ocupación militar europea de la OTAN desde 1949 y su reiterada expansión hacia el Este desde la caída de la URSS —a pesar de haber garantizado a Gorbachov en 1990 que si se reunificaba Alemania y se disolvía el Pacto de Varsovia, las tropas otanistas no avanzarían ni una pulgada del territorio correspondiente a la entonces República Federal Alemana. Una expansión que prosiguió en julio de 1997 cuando en la Cumbre de la OTAN en Madrid se invitó a Polonia, República Checa y Hungría al ingreso en la estructura atlantista —a pesar del pacto entre caballeros realizado—, situándose así en las mismísimas fronteras de una potencia regional —aunque debilitada— como Rusia.

    Esta política fue criticada por George Kennan —precursor de la «política de la contención» contra la URSS— en un artículo publicado en el New York Times el 7 de febrero de 1997 llamado “A fateful error” y señalándola como el mayor error geopolítico de EEUU en todo el periodo posterior a la Guerra Fría[1]. No tardó la OTAN en asestar su primer golpe para avanzar hacia la frontera sur de la Federación Rusa —aprovechando la debilidad del país gobernado por Yeltsin—, cuando la noche del 24 de marzo de 1999 —tras previa aprobación interna y unilateral en la estructura atlantista— comenzaron los bombardeos contra Serbia y Montenegro, ordenados por el entonces Secretario General de la OTAN y ministro del PSOE Javier Solana Madariaga —el hombre de Bill Clinton en España— al comandante en jefe Wesley Clark en el marco de la Operación Fuerza Aliada. Estos bombardeos fueron sucesivos y duraron 78 días, causando la friolera de 12.000 muertes, de las cuales entre 2.500 y 3.500 eran víctimas civiles, y de todas ellas, 400 eran niños. Lo más paradigmático es que esta intervención militar simbolizó el primer bombardeo sobre un país europeo desde la IIGM y, para más inri, fue efectuado sin pasar por el Consejo de Seguridad de la ONU —violando con ello el derecho internacional— porque, como dijo Carlos Westendorp, representante de España en la UE, “Rusia lo hubiera impedido con su veto”. Además, implicó la secesión de la provincia serbia de Kosovo —que lo era desde el S. XII— de la unidad territorial, reconocida como nación política independiente en 2008 por buena parte del mundo occidental, entre ellos EEUU y 23 países de la Unión Europea. Se abría así la era de la democracia balística y el imperialismo humanitario o de rostro humano.

    Sobre todo esto, y más, nos explican las trescientas doce páginas del último libro de Pedro Costa Morata, editado por El Viejo Topo en verano de 2023. Su forma de redacción, como él nos cuenta, está purgada de toda espesa explicación academicista —propia de los trabajos fríos de universidad sobre cuestiones geoestratégicas, emponzoñadas de terminología y tecnicismos que los sumergen en una estrechez comprensiva que escapa de la posibilidad de divulgación— de la que él abomina, precisamente, desde su experiencia como profesor universitario. En cambio, como buena conjugación de cada uno de los elementos de su formación académica, crea una simbiosis entre la politología y el periodismo para acometer la escritura de este libro. Una redacción impoluta cuya pretensión es presentar un texto periodístico, pero lo que consigue es algo mucho más prodigioso; pues ofrece una explicación que mezcla lo histórico y geopolítico dentro de una esfera comprensible y cómoda para todos los públicos. Tanto para aquellos acostumbrados a los ensayos gruesos realizados con la más apretada de las metodologías y el más técnico vocabulario; como para los neófitos que busquen la información y la verdad —siendo esta, siempre, rigurosamente objetiva— más allá de los medios de comunicación masiva y uniformada al servicio de los relatos prefabricados del Centro de Comunicaciones Estratégicas de la OTAN (NATO StratCom) en la capital letona de Riga.

    El trabajo que aquí presenta Pedro Costa lo combina con sus artículos, sobre todo los escritos en diferentes periódicos desde el conflicto comenzado por el presidente de Georgia —formado en EEUU por la CIA— Mijaíl Saakashvili el 8 de agosto de 2008 contra Osetia del Sur y Abjasia, con la correspondiente respuesta del gobierno ruso del entonces presidente Dmitri Medvédev que acabó expulsando a las tropas georgianas en cinco días e independizando dichos territorios. Como bien apunta nuestro autor, fue un punto de inflexión en el mundo que se gestó en 1991 tras la caída de la URSS; marcando una vuelta a la Guerra Fría donde Rusia, de nuevo, emergía como nuevo actor capaz de provocar un balance geopolítico con respecto a EEUU —dando por finalizado el período de la unipolaridad occidental y su nuevo orden global basado en reglas, es decir, las reglas establecidas por EEUU de forma unilateral bajo su renovada anglopolítica de las cañoneras.

    España, neocolonia norteamericana y felpudo marroquí.

    Pero, al margen de lo que pueda parecer, no es historia pasada todo lo que hay aquí negro sobre blanco. Como buen periodista, es decir, historiador del presente en marcha; en la mitad del primer capítulo hace también un recorrido por nuestro pasado más reciente tras marcar el paso del contexto histórico que le precede para que el lector tenga una fundamentación previa que le otorgue mayor comprensión global de lo que está sucediendo. Esto es, la última Cumbre de la OTAN celebrada en Madrid a finales de junio de 2022 donde se aprobó el bochornoso documento Concepto Estratégico de la organización atlantista —como renovación del establecido en Lisboa en el año 2010— teniendo como foco de atención la guerra de EEUU-OTAN contra Rusia, actuando Ucrania de tablero y actor subsidiario al servicio occidental. Aquí se reafirmó la posición belicista, servil y rusófoba del gobierno de Pedro Sánchez, ya explícita con el envío de armas, dinero y efectivos militares a Ucrania —donde no tenemos ningún interés estratégico— sin pasar por consulta parlamentaria, adjuntos con el seguidismo en su incorporación a los trece paquetes de sanciones internacionales contra Rusia, que por cierto, han afectado profundamente a la economía española —sobre todo a nuestro tan castigado sector primario y al turismo—, al resto de países eurócratas y ha fortalecido económicamente a Moscú[2].

    No faltaron dos de sus criados ministeriales, como Margarita Robles, ministra de Defensa y Manuel Albares, ministro de Asuntos Exteriores, habiendo señalado este último el 26 de junio de 2022 en una entrevista para El País los imaginarios peligros rusos en el sur de España, desviando la realidad de un Marruecos que atenta contra nuestras fronteras y amenaza constantemente Ceuta y Melilla no reconociéndolas como territorios españoles, sino marroquíes —cuyos actos desafiantes llevan a hacer maniobras militares frente a las costas de las Islas Canarias. Esta vergonzosa situación, por supuesto, con el beneplácito del gobierno español y EEUU —que tiene a la dictadura marroquí como socio preferencial fuera de la OTAN desde junio de 2004, otorgándole así ventajas en el campo militar e I+D— se obvia en un entorno donde los defensores del orden internacional basado en reglas como Francia, Israel y Washington reconocen al Sáhara Occidental como parte de la soberanía marroquí, contrariando así las resoluciones de la ONU y el derecho internacional —a diferencia de Rusia[3] y la República Popular China[4]. Pasando también por encima del genocidio sistemático que llevan sufriendo los saharauis por parte de Marruecos desde que el entonces Rey Juan Carlos I de España ordenase abandonar a su suerte —tras previo pacto con los norteamericanos, del cual fue confidente durante el franquismo— aquella provincia española con la Operación Golondrina del 1 de noviembre de 1975 y, además, con la falsa promesa al día siguiente en El Aaiún de que España cumpliría con su compromiso de 1974 de realizar un referéndum de autodeterminación del Sáhara bajo las garantías de la ONU.

    La segunda traición al Sáhara Occidental la asesta Pedro Sánchez, cuando en marzo de 2022 el rey Mohamed VI hace pública una carta en la que nuestro presidente español aceptaba el plan de autonomía del Sáhara esbozado por Marruecos en 2007, sin consultar a nadie —ni tan siquiera al Congreso y mucho menos a los españoles; sin seguir un interés nacional— y rompiendo los más de cuarenta años de posicionamiento neutral con respecto al Sáhara Occidental. Un acto de impudicia que tuvo sus consecuencias geopolíticas pertinentes, como la erosión de las relaciones diplomáticas y energéticas cruciales con Argelia y la nutrición estratégica de Marruecos en vistas de la debilidad de España con su política de subordinación a la narcomonarquía de Rabat.

    Pedro Costa apunta resumidamente los cuatro triunfos de la irónica buena política exterior de Manuel Albares: 1) asestar la segunda traición al pueblo saharaui, 2) torpedear las buenas relaciones con Argelia, 3) política de cesión constante ante los desafíos y ataques de Marruecos y 4) introducir formalmente a Ceuta y Melilla bajo el paraguas de la OTAN, omitiendo el paraguas protector estadounidense preferencial del que goza su agresor, Marruecos. Conocidas son las posturas belicosas y peligrosas para con nuestra seguridad nacional del ministro Albares, favorables al incremento duplicado del gasto militar y al envío continuado de material militar al Régimen de Kiev, tal y como afirmó para TVE1 el 1 de julio de 2022 —un día después de la clausura de la Cumbre. Esto es una muestra de la subordinación ideológica a la que está sometida España, que sigue sin marcar una línea propia en términos estratégicos atendiendo a sus intereses nacionales y renunciando al establecimiento de una perspectiva española en las relaciones internacionales. Lo que en pequeñas palabras se resume en la renuncia a una geopolítica española, subordinando los intereses nacionales a los establecidos por la Alianza Atlántica que son, básicamente, los de Washington. Y ello incluye asumir el renovado relato del peligro ruso, que nos remite básicamente al discurso histérico, difundido en el Mundo Occidental durante la Guerra Fría, y que introducía a las poblaciones en una especie de manía persecutoria generalizada —producto de la estrategia de la tensión occidental.

    Rusofobia angloccidental.

    Nuestro escritor señala un elemento básico de la oposición ideológica occidental frente a Rusia, y es la ya clásica rusofobia —expresada en todos los ámbitos. Poco se ha mencionado que, desde el inicio de la OME rusa en febrero de 2022, en el «Occidente avanzado, amante de la cultura, las libertades y la inclusividad ecosostenible, resiliente y de género» se despertó un halo fatigoso de rusofobia irracional —que siempre ha dormitado en el panfleto ideológico racista occidental desde el ilustrado S. XVIII. Tanto es así que, como muestra de algunos ejemplos, el 25 de febrero de 2022 el Carnegie Hall de Nueva York cancelaba las actuaciones del director de orquesta ruso Valery Guérguiev —le siguieron las cancelaciones en la Orquesta Filarmónica de Viena, Múnich, Róterdam, el Teatro Real y los festivales de Verbier, Edimburgo y otros eventos[5]. La soprano Anna Netrebko sufrió la misma cancelación generalizada en óperas como la de Zúrich, Scala de Milán o la Filarmónica de Hamburgo en los días posteriores al inicio de la segunda parte del conflicto ucraniano[6]. Tanto a Guérgiev como a Netrebko, les obligaron —y casi de forma coaccionada— a que hiciesen declaraciones condenando a su gobierno y presidente de la forma más visceral posible o serían boicoteados en su carrera profesional en el mitológico «Mundo libre, democrático y amante de la cultura», ¿no eran los gobiernos occidentales los que dijeron que no hay que mezclar la política con el deporte y la cultura? Pero la bochornosa hipocresía occidental exhortó, prácticamente, a la persecución de artistas rusos y activaron la coacción contra ciudadanos rusos, incluidos los de clase trabajadora.

    La Filmoteca de Andalucía en Sevilla canceló en marzo de 2022 la proyección de Solaris, película de ciencia ficción de 1972 dirigida por el ruso Andrei Tarkovsky y basada en el libro homólogo del escritor polaco Stanislaw Lem. Esta se amparó en la European Film Academy (EFA), que decidió, por otro lado, excluir a las películas rusas de sus premios. En su lugar, decidieron proyectar la versión norteamericana de dicha película, lanzada en 2002 —porque, a la vista está, que el problema es la nacionalidad y procedencia de la película. No se quedó atrás el Festival de San Sebastián ese mismo mes, alegando que en su interior solo serán bienvenidas las personas rusas que se opongan a las decisiones políticas de su gobierno[7] —haciendo con ello un ejercicio de purificación pública de su moral y ética—, ¿hizo el festival donostiarra algo parecido con Israel o Estados Unidos, a sabiendas de los crímenes fundacionales que siguen caracterizando la política de invasión e injerencia de estos países?

    En el mundo de las plataformas audiovisuales no se ha quedado tampoco atrás, y empresas de alcance mundial como Netflix decidieron cancelar las producciones con elenco e identidad rusa que tenía en desarrollo, como una nueva adaptación del libro Anna Karenina del magnífico literato y pensador León Tolstói[8]. Otro tanto contra la cultura rusa se apuntaron en España e Italia, siguiendo esta hipocresía de los gobiernos neocoloniales occidentales y subordinados a la hegemonía atlantista. En la universidad italiana de Milán-Bicocca se planteó a principios de marzo de 2022 censurar un curso formativo sobre el celebérrimo Dostoievski[9]; España se unió a la imposición de medidas de veto a Rusia en el ámbito cultural y deportivo el 9 de marzo de 2022[10]; el alcalde Francisco de la Torre obliga al cierre del Museo Ruso de Málaga en mayo de 2022, tras recibir presiones del PSOE y Ciudadanos[11], y un larguísimo etcétera.

    El deporte es otro campo donde los rusos y bielorrusos fueron vetados a principios de marzo de 2022 en las competiciones internacionales de natación, patinaje, atletismo, baloncesto y otros eventos deportivos. Además, organismos internacionales como la Unión de Federaciones Europea de Fútbol (UEFA), Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA), Unión Internacional de Patinaje sobre Hielo (ISU), Federación Internacional del Automóvil (FIA), Federación Internacional de Atletismo (IAAF), Federación Internacional de Natación (FINA), Federación Internacional de Baloncesto (FIBA), Federación Internacional del Tenis (ITF), Federación Internacional de voléibol (FIVB), Federación Internacional de Hockey (FIH), Federación Internacional de Triatlón (World Triathlon), Unión Ciclista Internacional (UCI) declararon sus respectivos vetos a los equipos y deportistas rusos. Sin embargo, la FIA y los circuitos de la ATP o la WTA solo dejarán participar a los pilotos y tenistas rusos y bielorrusos si aceptan hacerlo sin sus respectivas banderas —todo un acto de discriminación y ataque hacia la identidad nacional rusa[12].

    Y, como último ejemplo, la expulsión de Rusia del Festival de Eurovisión en Turín por la Unión Europea de Radiodifusión (UER) el 25 de febrero de 2022 —cuyo premio acabaría siendo otorgado a Ucrania, con posterior y vergonzoso acto de exaltación nazi[13], elemento básico del ultranacionalismo ucraniano. Un festival, por cierto, fundado por la OTAN en 1956 en el contexto de la Guerra Fría, para la cohesión cultural y política del bloque occidental frente a la Rusia Soviética[14]. Tuvo razón Robert Charvin en aquel libro editado por El Viejo Topo en 2016 “Rusofobia, ¿hacia una nueva Guerra Fría?” cuando predijo este acontecimiento haciendo un breve repaso de esta idea elemental en la propaganda y geopolítica occidental —siempre en perjuicio de Rusia, sea cual sea su forma gubernamental— a lo largo de la historia.

    EEUU, el verdadero impulsor.

    Detrás de toda esta moralina neopuritana con rasgaduras de hipocresía cínica, se encuentra el núcleo y origen del conflicto ucraniano: Washington. Y como forma de presionar esta llaga, nuestro autor murciano en el cuarto capítulo repasa la historia de los EEUU desde su fundación en 1776, pero incidiendo en su antecedente de los Padres Peregrinos. En sesenta y cinco páginas, Pedro sigue un hilo de análisis y desarrollo histórico estadounidense que empieza afirmando la conexión teológico-ideológica de EEUU con los primeros colonos que desembarcaron en dichas tierras en diciembre de 1620, concretamente en lo que sería hoy el Estado de Massachusetts. Estos eran los puritanos calvinistas Pilgrim Fathers, verdaderos padres fundadores de los Estados Unidos, cuyas bases teológicas fundamentalistas siguen perviviendo en el imaginario colectivo estadounidense y en las raíces ideológicas de su imperialismo depredador. Un dato que ya indicó con sincero análisis el politólogo Samuel Huntington en “¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense” (2004) en su explicación de la formación de la nación de los EEUU, donde el protestantismo calvinista configuró y asentó el fanatismo religioso irracionalista y la autopercepción de ser el pueblo elegido por Dios para crear la Nueva Jerusalén como centro de difusión del reino de la justicia divina a nivel global.

    Es decir, los EEUU se apoyan en unas bases ideológicas poco secularizadas de un fundamentalismo protestante con delirios de grandeza y profundamente oscurantista. De esta base emana tanto el mesiánico excepcionalismo estadounidense como su fundamentación para la Doctrina Monroe y el Destino Manifiesto, material que se contrapone en términos objetivos a la ilustración —en la que se ampara la supuesta democracia de muchos de nuestros gobiernos occidentales— y está en concomitancia con el mesianismo racista del sionismo israelí y el fundamentalismo religioso del terrorismo islamista wahabita. Una autopercepción de superioridad moral, de valores y civilización frente a los viejos resortes del pecado y la decadencia de Europa, por un lado, y el salvajismo indígena o africano por otro. Ese racismo fundacional tiene como deudor el protestantismo calvinista, sistematizado como política institucional con la segregación y el exterminio de indios, desde el mismo nacimiento de EEUU el 4 de julio de 1776 —verdadero inicio de la llamada «conquista del Oeste» para la expansión de EEUU hacia el Océano Pacífico— y como república esclavista y racista, donde estuvieron prohibidos los matrimonios mestizos hasta 1963. Siendo más concretos, la doctrina macartista, impuesta por el entonces senador yanqui Joseph McCarthy en enero de 1945 con la fundación del Comité de Actividades Antiamericanas, se podría encuadrar dentro de la historia neurótica de las persecuciones propia de los protestantes en EEUU. Pasaron de la persecución del indio hispano y la esclavitud del negro africano, a la caza del supuesto comunista infiltrado en las paredes de la democracia oligárquica norteamericana.

    Unos precedentes que determinarán la política exterior estadounidense a escala global, desde que se erigiera como imperio en 1898 frente a España en la guerra de Cuba —provocada por el autoatentado norteamericano del USS Maine— y desde entonces ha repetido en reiteradas ocasiones la injerencia política, económica y militar como método habitual en las relaciones internacionales continentales y extracontinentales hasta la actualidad. Razón por la cual su hegemonía como «relaciones públicas» está siendo superada gracias a la política exterior china y rusa y sus formas de entablar relaciones con otros países, a los que los gigantes asiáticos no les exige cambios en sus sistemas de gobierno como condición sine qua non para mantener estrechos lazos en materia cultural, científica, económica y política —y mucho menos les amenaza con una guerra de rapiña. En esta costura es donde se presenta desde hace algunos años esa relación diametralmente dialéctica entre la unipolaridad occidental —que es, ni más ni menos, que el mundo anglosajón representado por los Cinco Ojos (EEUU, Gran Bretaña, Canadá, Nueva Zelanda y Australia) y sus adláteres— y los países alineados con la multipolaridad, como propuesta ya en marcha de un nuevo orden internacional más cooperativo y pacífico (los países BRICS+, que en su mayoría son los países del Sur Global, los verdaderos perdedores de la globalización angloliberal) que está sustituyendo a pasos agigantados al falso orden global basado en reglas. Nuestro Jefe de la diplomacia eurócrata de la UE, el corrupto y belicista antirruso Josep Borrel[15], lo haría en los términos de El Jardín (Occidente angloliberal) y La Jungla (el resto)[16], como ejercicio ideológico que dice más de lo que parece sobre cuál es la visión del idílico democratismo subordinado a Washington sobre aquellos países que están hartos del neocolonialismo y abogan por la soberanía nacional.

    Un balón de oxígeno ante la asfixia de la desinformación.

    Infinidad de datos podríamos poner sobre esta mesa literaria que vinculan a los Estados Unidos, la UE y la OTAN y sus oligarcas como únicos culpables de la desestabilización política de Ucrania, en la que podríamos incluir dentro de un proceso de continua injerencia desde la revolución naranja de 2004-2005 hasta hoy, siendo el primer punto de inflexión la revolución del Euromaidán de 2014 —que desembocó en una guerra civil que dura hasta nuestros días— y el segundo punto de inflexión —de consecuencias geopolíticas globales— la patada que le pegó Vladimir Putin al tablero mundial con la OME en 2022. No obstante, la raíz de esta situación es, en realidad, de composición yuxtapuesta donde es preciso entrecruzar diversos aspectos históricos y políticos para obtener una fotografía más detallada de todo lo que rodea a esta cuestión. Es por este motivo que Pedro Costa hace una conexión entre diversos átomos para conformar el cuerpo real —sin apariencias— de una cuestión que se nos viene presentando desde la caída de la Unión Soviética en 1991, pero que guarda sus vínculos con los años que trazan la IIGM. Como nos vislumbra el segundo capítulo, no se puede entender el resurgimiento de Rusia como potencia emergente con capacidad política y como nuevo actor global sin la presidencia de Vladimir Putin en enero del 2000; del mismo modo que no podemos entender esto sin los años convulsos de una Rusia raquíticamente renacida por el mayor desastre geopolítico del S. XX que fue la caída de la URSS y el inicio de la presidencia de Boris Yeltsin el 2 de enero de 1992.

    La Era Yeltsin fue la gran humillación asestada al pueblo ruso, donde su infraestructura fue vendida a precios simbólicos tras las olas de privatizaciones para acabar con el fuerte tejido productivo soviético. Eso dio paso al nacimiento de los famosos oligarcas, que son producto de las políticas neoliberales del equipo reformista de Yeltsin, basado en los principios del Consenso de Washington y compuesto por los economistas estadounidenses y servidores de la CIA Jeffrey Sachs, Andrei Schleite y el jurista Jonathan Hay, asesores del viceprimer ministro y encargado de Finanzas de la Federación Rusa Anatoli Chubáis. Tales planes y programas convirtieron a Rusia en un «Lejano Este», que pasó de segunda potencia económico-industrial del mundo gracias a la URSS, a país periférico neocolonial condenado al subdesarrollo. Las consecuencias fueron la pobreza, la prostitución, el hambre, el auge de la mafia y la criminalidad gratuita.

    Este contexto es imposible de entender para nuestros gobiernos, y su resolución por medio de una reestructuración económica y política de Rusia que le hizo gozar a Putin de una popularidad sin precedentes desde su subida a la presidencia del país a principios del segundo milenio. Como tampoco entienden que no se puede asfixiar en términos territoriales a una potencia regional como es la Federación Rusa con el continuo avance de la OTAN hacia sus fronteras, siendo Ucrania el último colchón o cinturón de seguridad que le queda en su frontera occidental. Dudo bastante que los Estados Unidos, siendo otra potencia regional, permitiesen que le pusieran misiles a cinco minutos de su capital, como de hecho ya ocurrió, y amenazó con una guerra nuclear en octubre de 1962 a causa del envío de misiles nucleares soviéticos de media distancia a la República de Cuba.

    Al contrario de lo que suelen pregonar los habituales voceros de la ideología dominante, en la Europa de la Oda a la alegría no hay cabida para la diversidad de opinión en los medios de comunicación. Sí, en cambio, para la diversidad de medios de comunicación lanzando la misma opinión y narrativa, es decir, la que marca el StratCom de la OTAN desde Riga. En el caso de España hemos sido testigos —desde el inicio de la segunda parte de la guerra en Ucrania— de una completa uniformidad en los canales más vistos de televisión. Tan solo hemos presenciado a botarates todólogos con el síndrome de Dunning-Kruger lanzando fraseologías de copia y pega —actuando como auténticas cacatúas al servicio de intereses alógenos— sobre la guerra de Ucrania, cuando días antes estaban haciendo el mismo ridículo con volcanes, cambios climáticos y pandemias. Hasta en la prensa rosa y en programas cochambrosos de cotilleo de bajo costo —cuyo nivel roza el suelo del centro de la tierra— se han atrevido a “opinar” con, eso sí, la opinión generalizada. Una realidad que deja en cueros a los renglones de “La sociedad del espectáculo”, escritos por el filósofo francés Guy Debord en 1967.

    En ninguna ocasión han organizado debates o exposiciones en televisión en horas de alta audiencia de personas que difieren del relato dominante, demostrando con ello que no se puede salir de los estrechos rediles marcados por el amigo norteamericano, en unas televisiones donde lo habitual es la censura, el silencio y el señalamiento mediático. A sabiendas que en nuestro país contamos con voces bastante expertas que pueden explicar todo el entramado de esta guerra con la mayor objetividad profesional posible, desde militares especializados en geopolítica como a periodistas, exeurodiputados, voluntarios de ayuda humanitaria o politólogos. Pero, tristemente, estos solo salen cuando hace falta señalar como “hombres de Putin”, por el simple motivo de poner en jaque el discurso dominante a través de un razonamiento fundamentado.

    Por otra parte, si nos fijamos con detenimiento en este ensayo, los socialdemócratas son un engendro que se viene repitiendo a lo largo de todas las políticas de la OTAN, incluido en su Secretaría General. Un detalle que nuestro autor subraya con tesón, como remarca en el punto 3.8, es la imagen socialdemócrata que usa la organización atlantista como estrategia para mostrar su política de injerencia con un rostro empático y pacífico, comprometido con los derechos humanos y el bienestar social. Algo que se repite a lo largo de toda la política europeísta, y España es un ejemplo vivo de ambas con el gobierno más progresista de la historia, tanto para ejecutar y mantener políticas de pauperización económica como para enviar, con perspectiva de género, armas al gobierno de Zelensky y al Estado genocida de Israel. Este es uno de los nudos gordianos del análisis y la crítica que realiza Morata al injerencismo occidental de rostro humano. Solo le faltó señalar a J. Julio Rodríguez, ex Jefe de Estado Mayor de Defensa del gobierno del PSOE que dio apoyo aéreo al bombardeo de la OTAN en Libia en 2011 y, para sorpresa de nadie, formó parte del equipo de Podemos en 2015 hasta la actualidad. El hombre de la OTAN en la candidatura postmarxista de Pablo Iglesias, para que todo siga atado y bien atado en la II Transición Española.

    A tenor de este fatídico contexto para con nuestra sociedad política, valoro muy positivamente que un hegemón literario pertrechado con una fuerte armadura como la editorial El Viejo Topo, se haya atrevido a lanzar con el nombre de su casa un libro como el de Pedro Costa Morata. Un hombre, por otro lado, que merece el más sincero apoyo y la más fuerte de las enhorabuenas al atreverse a cara descubierta —y con una notable lucidez— a ser una voz discrepante en este nuevo Telón de Acero con purpurina socialdemócrata. Debemos ser más los que clamamos contra las intenciones de los gobiernos europeos de lanzarnos a una guerra que ellos han provocado. Y no dudéis ni un momento en que al frente antirruso y a la trinchera del Jardín de Borrell no van a ir los hijos de Úrsula von der Leyen y Jens Stoltenberg, ni los familiares de Margarita Robles o las hijas de Pedro Sánchez, sino los hijos de los trabajadores. Lo de siempre, pero ahora democráticamente y con banderas arcoíris en nombre de los preceptos de la neoliberal Agenda 2030, para que no se pierda la inclusividad postmoderna en el rugido de los cañones, el berrido de los bombardeos y el silbido balístico de un horror otanista en forma de muffin multicolor —característicos del Partido Demócrata norteamericano.

    Este libro supone un fuerte balón de oxígeno para este lado del Muro —de la Guerra Fría 2.0— donde cualquier escrito que disienta con la narrativa oficial es vilipendiando y tachado de prorruso —innovadora etiqueta de señalamiento neoliberal— por los defensores del Estado y la geopolítica norteamericana. Solo espero que, en las largas lecciones de este libro, hallen nuestros compatriotas las razones suficientes para frenar este cúmulo de histeria que nos llevará al abismo bélico contra Rusia, una vez más, en esta III Guerra Mundial. Y robándole las palabras a Don Costa Morata en la parte final de su introducción “los ciudadanos debemos preguntarnos (…) por qué hemos ido a la guerra contra Rusia —o a una beligerancia tan extrema y perniciosa— sin que por parte española existiera con esa potencia ningún contencioso político-económico que mereciera ese nombre (sino todo lo contrario). Y (…) preguntarnos qué hacemos dentro de la OTAN y atados a los Estados Unidos y a sus intereses descarados y esclavizantes”.

    Referencias: 

    [1] Kennan, G. F. (1997, 5 de febrero). Opinion | A Fateful Error (Published 1997). The New York Times. 

    [2] Administrator. (2024, 11 de marzo). Un exitazo de Occidente: La economía rusa se disparó un +4,6% en enero a pesar de las sanciones y otras noticias económicas de Rusia. Geoestrategia.

    [3] EFE. (2023, 8 de febrero). Rusia entra en el conflicto saharaui y se posiciona a favor del referéndum de autodeterminación. El Debate. 

    [4] Serrato, F. (2023, 19 de julio). China se alía con Argelia y apuesta por un Sáhara independiente tras el giro de Sánchez. THE OBJECTIVE. 

    [5] Redacción. (2022c, 1 de marzo). A Gergiev le sale caro su silencio sobre la guerra de Ucrania – Scherzo. Scherzo. 

    [6] Redacción. (2022b, 1 de marzo). La soprano rusa Anna Netrebko cancela las actuaciones. Ara en Castellano. 

    [7] Carlos Garsán. (2022, 12 de marzo). ¿Veto a la cultura rusa? Los festivales de cine hablan. Cultur Plaza.

    [8] Redacción. (2022f, 22 de marzo). Netflix suspende una adaptación de “Anna Karenina”, de Tolstoi – decine21.com. Decine21.

    [9] García, C. (2022, 10 de marzo). Polémica en Italia por cancelar a Dostoievski como rechazo a la guerra en Ucrania. La Razón.

    [10] España se suma a la imposición de medidas de veto a Rusia en el ámbito cultural y deportivo. (2022, 9 de marzo). La Moncloa.

    [11] Redacción. (2022b, 16 de marzo). Putin, no Tolstói, es nuestro enemigo: por qué España se equivoca con la censura del arte ruso. infoLibre.

    [12] Redacción. (2022, 1 de marzo). Avalancha de exclusiones de deportistas rusos en competiciones internacionales por la invasión de Ucrania. RTVE.es.

    [13] Redacción. (2022h, 16 de mayo). Acusan al cantante de Ucrania de hacer un saludo nazi en la final de Eurovisión 2022. Mundo Deportivo. 

    [14] Gallardo, F. A. (2019, 12 de mayo). Eurovisión es un invento de la OTAN. Diario de Sevilla. 

    [15] Gil, A. (2016, 1 de octubre). La caída de un líder socialista: el caso de Josep Borrell. elDiario.es.

    [16] Olano, I. (2022, 19 de octubre). Josep Borrell compara a Europa con un “jardín” y al resto del mundo con una “jungla”. La Izquierda Diario.