El matrimonio que alcanzó la santidad a través de la vida cotidiana
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29 de mayo de 2024

San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza

San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza

El matrimonio que alcanzó la santidad a través de la vida cotidiana

San Isidro se dedicó a las labores del campo, mientras que santa María de la Cabeza al cuidado del hogar, manteniendo la oración y cultivando la virtud

A finales del siglo XI nació un niño que fue bautizado con el nombre de Isidoro en la antigua parroquia de san Andrés de Madrid. Probablemente, fue en honor a Isidoro de Sevilla, aunque pronto fue conocido como Isidro por la contracción de ese nombre.
Como en muchas ocasiones en las que los santos coinciden en vida con otros que alcanzan esta ansiada meta, Isidro contrajo matrimonio con María Toribia, quien se convertiría en santa María de la Cabeza.
Cuando hablamos de santidad, normalmente, la imaginación recurre a grandes hitos históricos, teológicos o prodigiosos. Sin embargo, la grandeza de este santo matrimonio reside en hacer de las labores cotidianas su principal virtud.

Un matrimonio santo

San Isidro trabajó como pocero y bracero hasta la toma de Toledo por los almorávides, forzado a huir a Torrelaguna. Allí, se cuenta, que contrajo matrimonio con María Toribia. Vivían unidos como si fueran uno solo, destacando su práctica de la humildad, la paciencia o la austeridad y otras virtudes.
Contaba el papa Gregorio XV que Isidro «nunca salió para su trabajo sin antes oír, muy de madrugada, la santa misa y encomendarse a Dios y a su Madre Santísima». María, por su parte, se dedicaba al cuidado del hogar, mostrándose servicial y atenta. La ilusión del matrimonio era vivir entregados a Dios, cultivando la caridad y la devoción.
Tuvieron un hijo del que no se conoce nombre documentalmente, pero la tradición habla de él como Illán, en reconocimiento al señor con el que trabajaba su padre, don Illán de Vargas. Como no podía ser de otra manera, la santidad de los progenitores traspasó al hijo.
Cuando era niño fue rescatado milagrosamente de un pozo en el que había caído. Por la intercesión de la Virgen, pedida por Isidro y María, el agua subió y el pequeño salió sano y salvo.
Illán se dedicó a la misma labor que su padre, la labranza de las tierras. Además de ser un trabajador diligente, cuidaba su piedad incluso en los momentos de su jornada, a imagen de Isidro. A su padre le ayudaban los ángeles cuando paraba a rezar, dirigiendo a los bueyes. A Illán, la asistencia se la otorgaba la Virgen de la Antigua, patrona del pueblo donde se hallaba.
Queriendo dedicar su vida a Dios, Isidro y María decidieron separarse tras criar a su hijo. Él se quedó en Madrid y ella se desplazó a una ermita junto al río Jarama. Unos hombres trataron de atentar contra la dignidad de la esposa, contándole al marido que estaba haciendo mala vida con los pastores. Nunca se creyó aquellas calumnias, pero un día, curioso, se acercó al río a ver a María.
Pese al ímpetu de las aguas rebosantes del río, María extendió su mantilla con la intención de atravesarlo. Lo cruzó sobre ella como si de una barca se tratase. Asombrado Isidro, nada le hizo dudar nunca de su esposa.

Santidad cotidiana

Durante los últimos años de la vida del labrador, volvieron a compartir la santa vida matrimonial hasta su muerte. La viuda, tras ello, regresó al templo en el que acabaría falleciendo.
Muchos son los milagros que se le atribuyen a san Isidro, como el agua brotando de su azada, tormentas que se disuelven a sus oraciones o la multiplicación del contenido de sus pucheros, además de la conservación incorrupta de su cuerpo en la Colegiata que lleva su nombre en Madrid.
María empezó a ser reconocida como «de la Cabeza» tras la aparición de sus restos. Su cráneo fue colocado en un relicario en la ermita de la Virgen del Pueblo, imputándosele incontables curaciones asociadas a dolores de cabeza.
Sin embargo, son representados y reconocidos por su santidad cotidiana: las labores del campo y el cuidado del hogar, acompañados de una piedad que hacía extraordinario lo ordinario.
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