Algunas veces hay que fiarse de alguien - La Opinión de Zamora

Opinión

Algunas veces hay que fiarse de alguien

Ese genio del saber y de las letras se ve obligado a asumir lo que le dice su círculo de personas más próximo

Ilustración de Benito Pérez Galdós.

Ilustración de Benito Pérez Galdós.

Veo en un programa de televisión unas imágenes en las que el insigne escritor don Benito Pérez Galdós, acude a un acto de reconocimiento al escultor Victorio Macho, autor del monumento homenaje suyo, inaugurado en 1950, en el Parque del Retiro de Madrid. Veo a don Benito palpando con la mano la escultura, porque en aquel momento de su vida ya había perdido la vista. Así que solo podía captar información del monumento a través del tacto. Insuficiente para saber si la escultura valía o no la pena. Está sentado en una silla, debido a su precario estado de salud. Ha tenido, necesariamente, que confiar en sus amigos y allegados para poder formarse opinión. Ese genio del saber y de las letras se ve obligado a asumir lo que le dice su círculo de personas más próximo, para hacerse idea de qué va la cosa. Pero esas eran las circunstancias.

Hombre destacado en muchas facetas de la vida, es considerado por los expertos como uno de nuestros mejores novelistas. "Desde Lope de Vega, nadie tan popular", y "desde Miguel de Cervantes nadie tan universal", han llegado a decir de él. Un intelectual que nos ha dejado como espléndido regalo, los cuarenta y seis tomos de los Episodios Nacionales, en los que cuenta la realidad de la España del siglo XIX. Don Benito, aquel hombre que, debido a su anticlericalismo, fue boicoteado por la Real Academia de la Lengua para que no se le concediera el Premio Nobel de Literatura (A pesar de ser uno de sus académicos), acertó al apostar por aquel monumento, porque, al decir de los expertos que evaluaron los diez o doce que se erigen en su memoria, repartidos entre España y América, ese ha sido el más logrado.

Además de los Episodios Nacionales, el autor de treinta novelas y casi treinta obras de teatro, y una infinidad de cuentos y artículos periodísticos, se vio obligado a hacer un gran esfuerzo para homenajear a la entonces joven promesa de la escultura, Victorio Macho, y eso sin poder haber visto su trabajo, simplemente fiándose de los consejos de la gente de su alrededor.

A veces suceden las cosas de esa manera, como también del modo contrario. Quizás la mayoría. Esas en las que alguien nos aconseja, influye y dirige para hacernos cómplices de determinadas ideas o conceptos, sin que llegue a asistir un ápice de razón. O al menos sin la suficiente como para partirnos la cara por ella y defenderla en duelo si fuese menester.

Dando un salto en el espacio y en el tiempo, veo también a un joven que hace años se decantaba por seguir al pie de la letra los comentarios de los expertos en la cosa del cine, e incluso considerarlos como dogmas de fe. Ya había pasado la época en la que se había embebido en cierto cine del pasado viendo películas del cineasta mexicano Emilio Fernández el "Indio" y otras del refinado y culto realizador franco alemán Max Ophuls. En aquel momento le atraía Bergman, la Nouvelle Vague y el Neorrealismo Italiano. Las críticas que leía en muchas ocasiones nada tenían que ver con sus gustos. Tampoco existía unanimidad entre los críticos, y a veces ni apenas aproximación entre ellas. No obstante, las continuaba consultando, ya que el hecho de proceder de gente perteneciente al medio le transmitía cierta confianza.

Pero el tomar sus argumentos como propios a veces le llevaba a dejar de ver las películas que ellos despreciaban. Eso no le satisfacía demasiado. Así que llegó un momento en el que decidió elegirlas por su cuenta. Lo hacía en función de su temática, de su director o de los actores que las interpretaban. Quizás así llegó a tragarse alguna que otra morralla. Pero un simple aficionado al cine puede permitirse el lujo de ver lo que le venga en gana, ya que no tiene la obligación de rendir cuentas a nadie.

Aún hoy día continúa, pasados los años, sigue los comentarios de determinados críticos. A algunos los admira. Entre otras cosas porque no han doblado la cerviz ante las presiones a las que se encuentran sometidos por los medios de comunicación, los productores o los distribuidores. Respeta sus afiladas críticas. Pero una cosa es escucharlos o leerlos y otra bien distinta compartir sus puntos de vista.

Puede que lo ideal sea elegir el cine que a cada uno pueda llegar a gustarle. Lo mismo la última escena de "Al final de la escapada" (Godard con guión de Truffaut), cuando el delincuente, Jean Paul Belmondo, ha metido a los espectadores en el bolsillo, y es acribillado a balazos. Como también la Señora Robinson, interpretada por la excelente y bella actriz Anne Bancroft, envuelta en la música de Simon y Garfunkel, seduciendo al ingenuo Dustin Hoffman en "El graduado". O acompañar al embajador, Fernando Rey, acudiendo a esa repetida reunión de amigos, cuyas cenas siempre resultan interrumpidas, en "El discreto encanto de la burguesía" (Primer Oscar de un director español) en una atmósfera surrealista y onírica que solo Luis Buñuel era capaz de crear. O también, visionar una y otra vez la conmovedora escena final de "Cinema Paradiso", plena de besos cortados por la censura.

Siempre puede uno llegar a equivocarse a la hora de juzgar o de elegir, sea una película o cualquiera otra actividad de la vida. Pero, probablemente, sea mejor tomar en consideración las propias ideas y sentimientos, que hacer caso de asesores que no garantizan nada. Porque no todo el mundo tiene la posibilidad de encontrar gente en la que confiar, como pudo ser el caso de Don Benito Pérez Galdós.

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