Frida Kahlo y la poderosa conexión con la naturaleza en sus obras pictóricas

Frida Kahlo y la poderosa conexión con la naturaleza en sus obras pictóricas

Frida conocía y usaba el lenguaje vivaz de la calle que hacía de las frutas metáforas de la genitalidad.

Frida Kahlo y la poderosa conexión con la naturaleza en sus obras pictóricas ( María Argelich)

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La naturaleza, entendida en su más clara manifestación iconográfica como flora y fauna, es un elemento que caracteriza fuertemente la obra pictórica de Frida Kahlo, reflejando la presencia que, de hecho, plantas y animales tenían en su vida. Sus mejores autorretratos impactan por sus sugerentes fondos vegetales o por las mascotas que asoman desde algún rincón del formato, contrastando con el imponente rostro de la artista, por no mencionar las distintivas flores con las que engalanaba sus peinados.

Frida Kahlo, “Raíces. El Pedregal” (1943). Autorretrato con su inconfundible vestido de tehuana.

Frida Kahlo, “Raíces. El Pedregal” (1943). Autorretrato con su inconfundible vestido de tehuana.ALBUM

Sin embargo, el empleo de este recurso no se limitó a mera expresión u ornamento de sí misma. También al retratar otras personalidades, el elemento vegetal, más que él anima, enriquece visual y semánticamente el discurso pictórico. Pero la mayor prueba y acaso, el mejor territorio en el cual verificar la fertilidad y sentido de su relación pictórica con la naturaleza, y especialmente con la flora, son sus numerosos bodegones o naturalezas muertas. La naturaleza retratada por Frida formaba parte de su entorno doméstico inmediato. Mascotas, flores de su jardín o vegetales de su cocina, cuya cercanía y cotidianidad, lejos de hacerlos invisibles o insignificantes, los saturaba de identidad. Sujetos pictóricos a los que recurría cuando el dolor físico le dificultaba retratarse a sí misma, a cuyo atractivo, colorido y forma podían eventualmente superponerse varias capas de significado emocional.

Aunque la calidad pictórica de estas obras es variada, observándose una gran disminución en la minuciosidad de su elaboración a medida que se acumulan los graves padecimientos de salud que culminarán en su muerte, tres características básicas se observan constantes hasta el final: el vivo color, su localismo identitario vinculado al nacionalismo mexicano posrevolucionario, y un potente simbolismo metafórico de la vida en su sentido más primigenio y orgánico. ¿Cuál de estos posibles aspectos le interesaba realmente a Frida al trabajar en sus representaciones de la naturaleza? Es lo que exploraremos en las siguientes líneas. 

Frida Kahlo, “Magnolias” (1945). Los primeros trabajos de la artista están dedicados a explorar la pintura floral.

Frida Kahlo, “Magnolias” (1945). Los primeros trabajos de la artista están dedicados a explorar la pintura floral.ALBUM

Bodegones florales

Entre las primeras obras pictóricas de la joven Frida encontramos precisamente flores, un brillante ramo de amapolas pintado como decoración sobre una oscura bandeja de metal y un lienzo de un clásico jarrón con rosas, realizadas cuando muy joven estudiaba Medicina, para obsequiar respectivamente a su tía y a su hermana poco antes del accidente que trastornaría su vida. La grácil elegancia de las amapolas y el vivo colorido de las rosas evidencian su sensibilidad hacia ese género en la pintura, aunque carezca aún de un lenguaje artístico propio y de la urgencia comunicativa capaz de convertir inocentes flores en un potente medio de expresión. Lo interesante de estas dos obras es la radical diferencia que presentan con la siguiente pintura que Frida Kahlo realizaría de una flor. 

La flor de la vida, o xóchitl en lengua náhuatl, de 1938, es la representación de una flor mítica imprecisa como espécimen botánico descrita en los antiguos códices aztecas con un sencillo grafismo y como el producto de la interacción del murciélago nacido de semen del dios Quezalcóatl con los genitales de Xochiquetzal, la diosa del amor. Con esta flor, que Frida plasmaría en dos ocasiones con cinco años de diferencia, nos damos de bruces con la visión más extrema de la naturaleza concebida por la pintora, por tres razones que en menor grado encontraremos siempre en su forma de trabajar la naturaleza: primero, porque vincula su creatividad con el universo mitológico prehispánico para confirmarse a sí misma como parte del movimiento pictórico nacional, intelectual y políticamente comprometida; segundo, porque antropomorfiza el elemento floral dotándolo de nuevas capacidades narrativas y expresivas, y tercero, porque comunica a través de ella sus propias íntimas emociones, en este caso, el deseo sensual-sexual.

En su siguiente versión de 1943, la Flor de la vida perderá sensualidad para asimilarse a la ilustración médica del interior del aparato reproductor femenino y expresar así su desolación ante la noticia de su propia esterilidad.

Podría aducirse que no es una flor imaginaria el mejor ejemplo para hablar de naturaleza. Y sin embargo, lo es en el arte de Frida, como muestra extrema de su identificación simbólica con lo pintado. Un segundo ejemplo aparentemente más cercano a la verdad natural es la hermosa pintura de un ramo de magnolias en un jarrón, procedente, como casi toda la naturaleza pintada por Frida, de su propio jardín.

La exuberante y detallada recreación transmite la espectacularidad del árbol floreciendo en todas sus fases vitales, brotes, capullos a punto de abrir y flores en su esplendor, como las retratara su admirada Georgia O’Keeffe. Casi podemos percibir su poderosa fragancia, legendaria desde tiempos prehispánicos, cuando se creía que un brote floreciente junto al durmiente podía causarle la muerte. Sin embargo, la flor central del ramo no es una magnolia, sino una sencilla flor de cactus, la inflorescencia del tan mexicano nopal (Opuntia ficus-indica) con la que Frida se identifica a sí misma. A la derecha, una cala o alcatraz (Zantedeschia aethiopica) una de las más populares plantas ornamentales de México, reconocible por su pistilo masculino, es la flor que representa a Diego Rivera. Y es que, aunque nos pese a quienes preferimos valorar la pintura con relativa independencia al periplo vital de su autor, son innegables los testimonios conservados acerca de las connotaciones biográficas con que Frida revestía la plasmación pictórica de sus observaciones botánicas. 

Frida Kahlo, “Naturaleza (Naturaleza muerta con perico y bandera)” (1951). Este tipo de pintura la artista también expresa sus estados de ánimo, aunque de un modo más sutil.

Frida Kahlo, “Naturaleza (Naturaleza muerta con perico y bandera)” (1951). Este tipo de pintura la artista también expresa sus estados de ánimo, aunque de un modo más sutil.ALBUM

Bodegones frutales

Pitahayas, tunas, mameyes, frutas mesoamericanas por excelencia, al igual que los hongos y las mazorcas de maíz o elotes, alimentos aztecas, prehispánicos y de connotaciones sagradas, estaban tan presentes en la cocina de Frida Kahlo como en sus cuadros. Con ellos construyó su personal versión de la entonces llamada escuela mexicana. Mientras para Siqueiros, Rivera y Orozco, el arte debía ser monumental, heroico y público, las naturalezas muertas de Frida eran muy al contrario, pequeñas, domésticas y privadas. Y sin embargo, con esos medios opuestos revalorizaba igualmente las tradiciones indígenas, sólo que en lugar de glorificar héroes masculinos, representaba con frutos mexicas su propio corazón sacrificado.

Frida conocía y utilizaba el lenguaje vivaz de la calle que hacía de las frutas metáforas de la genitalidad: las pícaras connotaciones populares del mamey (Pouteria sapota) o las bananas estaban allí, tan presentes como el vivo colorido de esas frutas, y evidentemente jugaba con las implicaciones de lo que pintaba. Pero esa lectura erótica de las plantas tenía sus propios precedentes precolombinos que Frida conocía bien, como por ejemplo, en ciertas esculturas fálicas con formas de hongos. Por eso, su insistente erotización o antropomorfización del mundo vegetal, redunda no sólo en la capacidad narrativa de sus bodegones, sino que también es una expresión de mexicanismo, mismo que llegaba a remarcar la artista, a veces, con pequeñas banderas clavadas en la fruta.

Pitahayas (1938) es un bodegón conformado por seis frutos que parecen flores: de color de la bugambilia, llámese fucsia o magenta, o más pertinentemente, rosa mexicano, color solferino en palabra de la propia Frida. Un viso ubicuo en la cultura mexicana que contrasta elegantemente con la pulpa gris blanquecina cuajada de pequeñas semillas. La pitahaya es el fruto de un cactus (Hylocereus undatus) muy consumido por los aztecas cuya hermosa flor blanca, que sólo dura una noche, suele ser polinizada por murciélagos, lo que añade misterio a su encanto. La pintura formó parte de la exhibición Mexique promovida por un André Bretón que parece haber intuido muy bien la íntima sensualidad de los bodegones de Frida: “Nunca creí que el mundo de las frutas pudiera producir algo tan maravilloso como la pitahaya, cuya piel tiene la apariencia y el color de pétalos de rosa enrollados, y cuya pulpa gris es como un beso de amor y deseo”.

Las naturalezas que Frida pinta hasta 1951 son nítidas y animadas, pero a partir de 1952, cuando su salud agrava, su estilo cambia, haciéndose más agitada tanto la pincelada como la composición. Aun con dolor pinta hasta sus últimos días, y su pintura final es precisamente un bodegón frutal: tres variedades de sandía se agrupan contrastando el vital rojo de su pulpa con el verde de su exterior, colores que quizás recuerden a la bandera de México, pero sobre los que se impone la verdad individual de las palabras pintadas: “Viva la vida”. 

No es desconocida la afición que sentía Frida hacia las mascotas, entre las que se encontraban monos, aves, perros y hasta un venado; aquí en 1944.

No es desconocida la afición que sentía Frida hacia las mascotas, entre las que se encontraban monos, aves, perros y hasta un venado; aquí en 1944.Getty Images

Retratos y autorretratos

Un tercio de las obras de Frida son autorretratos, y aproximadamente la mitad de ellos incluyen plantas y animales: su loro Bonito, de cabeza amarilla (Amazona oratrix), su mono araña Fulang Chang (Ateles), su perro Sr Xólotl (Xoloitzcuintle) o su venado Granizo en quien ella misma se transmuta en su autorretrato El venado herido. Además de éstas y otras mascotas, símbolos de fuerza vital que la rodean y la animan incluye, como hemos visto, colibríes, mariposas en las tres fases de su ciclo vital, polillas y algunos otros insectos.

En cuanto a las plantas de fondo, son igualmente representación de especies autóctonas y de su propio jardín en Coyoacán. Simplificadas por ese estilo naif vinculable a su fascinación por la obra del aduanero Rousseau, las convierte en un fondo exuberante y decorativo, en el que los contornos característicos y el denso color enriquecen al retratado otorgándole una especie de entorno simbólico. A veces son meras hojas verdes difíciles de identificar con precisión como las de los ficus, pero otras son tan peculiares como el Ave del Paraíso (Stretlizia Reginae), el cactus cabeza de viejo (Cephalocereus senilis) o la cola de burro (Sedum morganianum).

Frida Comenzó a usarlas significativamente en 1928, primero asomando tímidamente en el retrato de su hermana, Cristina, y ya rotundamente en el retrato de Dos mujeres (Salvadora y Herminia, trabajadoras de su madre) una de sus pri- meras obras revestidas de ideología política, en donde la cortina vegetal de fondo parece documentar, realzándola, la naturaleza indígena de las retratadas. A juicio de quien esto escribe, este follaje podría identificarse con el de la naranja agria (Citrius aurantium) muy apreciada siempre la cocina mexicana cuando está verde, tal como lucen las dos frutas que, tras las retratadas, parecen replicarlas como alter ego naturales, igual que las dos mariposas.

Pero si algún retrato ilustra la radical atención de Frida hacia el mundo natural y su disposición a concebir indisolublemente unidas la vegetación y la vida humana, es el que realiza como homenaje al horticultor estadounidense Luther Burbank. El retratado había sido un pionero investigador de la agricultura, cuya labor y repercusión social impresionó a Frida ya después de que este falleciera en un viaje a San Francisco. A manera de homenaje póstumo, su retrato lo representa como una gigante mitad hombre, mitad árbol, que consigue sobreponerse a su propia muerte extrayendo de su cadáver savia vital. La gran colocasia situada entre sus manos simboliza esa vida que transmite a las generaciones sucesivas, aludiendo así su autora en este retrato conceptual también a las tradiciones mexicanas que giran en torno a la conexión intergeneracional más allá de la muerte. Una imagen que, lejos de proporcionar una respuesta fácil a nuestra pregunta inicial, nos confirma lo compleja e indisolublemente ligadas que en la obra de Frida Kahlo están la aparentemente amable naturaleza y la más visceral vitalidad, y ello sin desprenderse nunca de una tradición identitaria nacional. El color y la forma de animales y plantas, la tierra a la que pertenecen, y la vida plena de amor y dolor, todo parece estar presente y mezclado en las naturalezas de Frida.

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