Desde cartas de amor hasta productos congelados. En estas últimas cuatro décadas, el cartero de Aribe Juan Carlos Elizondo ha visto evolucionar el tipo de correspondencia que reparte a los habitantes del Pirineo. Al principio, recuerda, diciembre era un mes fuerte. “Antes la gente se carteaba mucho, y se mandaban cartas de amor, postales navideñas, cartas desde América... Eran cartas personales, ahora no llegan más que de los bancos”, dice entre risas. Paralelamente ha sido testigo de la disminución de la cuantía de cartas, provocada por el declive demográfico y la llegada de la era digital. “Antes para un solo cartero podían llegar entre 300-400 cartas diarias, hay días que incluso 700. Ahora llegan unas 500 cartas para los 4 carteros de la zona”, explica.

Y es que atrás quedan aquellos primeros años en los que dos chóferes del Parque Móvil del Ministerio recorrían todo el Pirineo con sacos de tela llenos de cartas. Entonces Juan Carlos tenía sólo 23 años y recogía la correspondencia en la curva de Aribe para llevarlas a su casa, a 100 metros. “Los primeros días cogía el saco a pelo, pero luego me compré una carretilla que aún conservo”, recuerda. Ya en su casa, las separaba por pueblos y las repartía con su coche particular por Aribe, Hiriberri, Aria y Orbara. “Al principio, separaba las cartas en la cocina, pero en casa metían mucha bulla mientras comíamos. Y como yo necesitaba sosiego, estuve muchos años separando las cartas encima de la cama de mi habitación”, rememora quien sólo buscaba un trabajo temporal mientras hacía el trabajo de fin de carrera de ingeniería técnico agrícola, pero que al final se quedó toda su vida.

Años más tarde, los carteros de la zona pudieron disponer de un sitio en la Junta de Aezkoa y allí trabajaron durante años hasta trasladarse a la nueva oficina de Correos de Auritz-Burguete, donde actualmente 4 empleados atienden y distribuyen la correspondencia a los valles de Erro y Aezkoa y los pueblos de Orreaga/Roncesvalles, Luzaide/Valcarlos y Auritz/Burguete.

AL AIRE LIBRE

Ser cartero rural requiere conocer bien cada rincón, cada apellido y cada casa. No es fácil trabajar cuando las numeraciones de las viviendas no concuerdan o no todas tienen un cartel con su nombre. Más aún, al menos en la ruta de Juan Carlos (Orbaizeta, su Fábrica, Orbara y Aria), una buena parte no dispone de buzón. “Debería haber siempre uno, lo hemos avisado muchas veces. Si no, cuando viene un suplente, necesita mínimo 2 semanas para habituarse. Al final, tienes que acabar conociendo muy bien a la gente para poder repartir”, apostilla.

Precisamente, ésa es una de las cosas que Juan Carlos más valora: el trato con la gente. De carácter tranquilo y con una media sonrisa permanente, es difícil no cruzar unas palabras con él. “Yo he hecho muchas amistades y muchos clientes me paran para preguntarme asuntos de la huerta, de capar tomates o de podar. Antes te ofrecían café; ahora ya no hay tiempo para el paisanaje”, asevera con humor. “Eso sí”, - continúa, “con los ligues no se ha cumplido eso de que el cartero siempre llama dos veces”, añade entre risas.

Pero ser cartero rural también tiene sus dificultades. En una zona montañosa donde cada invierno se asoman las nevadas y las heladas, el trabajo al aire libre se vuelve más dificultoso. En los 39 años que lleva como cartero, Juan Carlos confiesa haber sufrido caídas, retrasos o contratiempos con su coche particular. “Con las planchas de hielo, me veo agarrándome a todos los muros, aún y todo ya me habré caído unas cuantas veces. También me han mordido 3 ó 4 perros, llegándome a romper el pantalón. He tenido suerte y siempre he salido sin lesión, pero al final lo peor es el tema de la conducción. Con nuestros inviernos, es normal tener siempre algún percance”, revela.

Sin embargo, a pesar de los porvenires, reconoce que ser cartero rural es un trabajo ameno. “En días con buen tiempo, es muy llevadero y bonito trabajar al aire libre, pasear y visitar sitios”, admite.

JUBILACIÓN

A pesar de reconocer que la tecnología sirve para agilizar el trabajo, Juan Carlos ve también muchos inconvenientes como los cortes de luz o los fallos técnicos de los dispositivos. A sus 62 años, es más de usar papel y lápiz que las PDA. “Yo la llamo la máquina del demonio. En eso tengo problemas. Hasta ahora no he tenido móvil y no quiero pasar de mi etapa neandertal. Para mí es un engorro”, dice extenuado.

Por eso y porque en el último mes le han impuesto nuevas rutas que le duplican su trabajo, en su mente sólo le ronda una palabra: jubilación. “A mí que jubilen pronto. Los años van pasando factura y ya tengo ganas de retirarme”, exige. Será entonces cuando Juan Carlos se dedique a cuidar de la huerta, coger setas, cazar becada, escribir o tocar la guitarra. Desde luego, no va a tener tiempo para aburrirse.