UNIDOS EN ORACIÓN – APRENDER A PEDIR Y A RECIBIR (Jn 16, 23-28) - La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes
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UNIDOS EN ORACIÓN – APRENDER A PEDIR Y A RECIBIR (Jn 16, 23-28)

«Cuanto pidan al Padre en mi nombre, se lo concederá»

Para la oración personal del sacerdote con base en el Evangelio del día.
Sábado 11 de mayo de 2024 – Año de la Oración

ESPADA DE DOS FILOS II, n. 88
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

«Pídele al Padre, sacerdote, en el nombre del Hijo, que te llene del Espíritu Santo, porque tu misión es grande, y tú solo no puedes, pero su gracia te basta. Pídele como pide un hijo, sabiendo que el Padre te ama. Y dispuesto a recibir lo que Él te quiera dar, sabiendo que Dios no se deja ganar en generosidad».

«La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos» (Heb 4, 12).

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EVANGELIO DEL SÁBADO DE LA SEMANA VI DE PASCUA
El Padre mismo los ama, porque ustedes me han amado y han creído que salí del Padre.
+ Del santo Evangelio según san Juan: 16, 23-28
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Yo les aseguro: cuanto pidan al Padre en mi nombre, se lo concederá. Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre. Pidan y recibirán, para que su alegría sea completa.
Les he dicho estas cosas en parábolas; pero se acerca la hora en que ya no les hablaré en parábolas, sino que les hablaré del Padre abiertamente. En aquel día pedirán en mi nombre, y no les digo que rogaré por ustedes al Padre, pues el Padre mismo los ama, porque ustedes me han amado y han creído que salí del Padre. Yo salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre”.
Palabra del Señor.

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“En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? … (Francisco, Evangelii Gaudium, n.153).

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: a lo largo de tu vida pública nos dejaste muchas enseñanzas sobre la importancia de la oración, tanto con el ejemplo maravilloso de tus largas horas de diálogo con el Padre, como también con tus discursos, en donde hablabas de su necesidad para el alma y de la eficacia de la oración hecha con fe.
En la Última Cena aseguras a tus discípulos que lo que pidan en tu nombre lo concederá el Padre.
Señor ¿por qué será que, a pesar de tu insistencia, no acudimos regularmente a la oración, o no confiamos en su eficacia? ¿Será que no sabemos hacer oración, que no sabemos pedir como deberíamos hacerlo?
Puede pasarnos que rezamos y pedimos favores solamente cuando tenemos grandes necesidades, asuntos urgentes que resolver. Se nos olvida que tenemos un Padre en el cielo que nos ama con predilección, y que espera de nosotros un trato constante de hijos, dispuesto a concedernos lo que le pedimos, sobre todo si le pedimos que nos ayude a ser buenos hijos.
También se nos olvida que, como Padre, quiere que le pidamos aquellas cosas que nos gustan, que nos hacen ilusión, porque quiere complacernos. No actuaríamos como hijos si dijéramos que no tiene caso pedir nada, argumentando que el Padre ya sabe lo que necesitamos. Es verdad, ya lo sabe, pero si le pedimos un pan no nos dará una piedra, nos dará el pan que nos gusta, porque quiere complacernos.
Señor, te agradecemos que nos hayas enseñado a hacer oración, y también que nos hayas insistido en el poder de la oración hecha con fe. ¿Cómo debe ser nuestra lucha en la oración?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: mi Madre los enseña a pedir y a recibir.
Ella es quien acepta y recibe, para entonces dar fruto, y cuida y protege y entrega ese fruto, siempre dispuesta a cumplir la voluntad del Padre.
Ella es Mediadora de todas las gracias, y los enseña a pedir y a recibir, a dar fruto y a ofrecer el fruto.
Ella es intercesora ante el Padre, como madre, cómplice del Hijo y de los deseos del Hijo. Intercesora ante el Hijo, cómplice de los hermanos del Hijo. Madre del Hijo, Madre de todos los hombres, quienes no tienen mérito alguno por el cual puedan ser dignos de merecer los favores del Padre, pero tienen mis méritos en la cruz, que los ha hecho dignos y merecedores de todas las gracias y beneficios del Padre, para quien yo soy totalmente irresistible, y por mi pasión, muerte y resurrección, los hago igual a mí, hijos irresistibles al Padre, hijos amados de la Madre.
Ella los enseña a pedir con insistencia, como niños a un padre, sabiendo que Él todo lo puede. Y esperando en el que todo lo puede, y en su bondad, les dará lo que es bueno. Si les ha dado a su Hijo unigénito, les dará cualquier cosa que le pidan por Él, siempre que sea para bien.
Es deseo del Padre ser padre y ser tratado como padre, pendiente a las necesidades de los hijos, proveedor y dador de benevolencia, formador que ve porque el hijo crezca.
Es agradable el hijo que confía y se abandona en el Padre; que es obediente e insistente al pedir y paciente a recibir; que acepta con alegría y que siempre agradece; que ama y permite ser amado; que se abandona en sus manos, y es dócil, y se deja guiar y se deja moldear, como vasija de barro en las manos de su hacedor, y que reconoce a un solo Dios como su Padre y Señor.
Pastores míos: es necesario que me conozcan, para que me amen y crean en mí, porque el que ama confía en el amado y cree en él, y anhela estar con él, y vive y da la vida por él.
Quiero que me conozcan, para que me amen, y que crean en mí, para que vivan en mí, como yo vivo en mi Padre.
Que me conozcan por mi Palabra y por mis obras, para que, por su fe, den testimonio de mí con sus obras.
Es preciso que se reúnan, y partan el pan, y compartan el vino, en conmemoración mía, para que por la Palabra me conozcan y me amen, para que crean en mí, y que por el milagro que obren sus manos con el poder que Dios, por mí, les ha otorgado, transformen el pan en mi Carne y el vino en mi Sangre, para que al comer mi Carne y beber mi Sangre sean como yo, y sean mi Carne y mi Sangre, miembros de mi cuerpo, que es mi Iglesia, y sean partícipes de la gloria que tengo con mi Padre, mientras construyen el Reino de los cielos en la tierra, y permanecen unidos, para que todo el que me ame crea en mí, y en que yo soy el Hijo de Dios, que salí del Padre para ir al mundo, y que dejo el mundo para volver al Padre. Lo que pida en mi nombre al Padre se lo concederá, y así será completa su alegría.
Ustedes me han amado, y han creído en mí.
Ustedes han pedido al Padre en mi nombre, y el Espíritu Santo les será concedido, para que den testimonio de mí, para que obren, y por sus obras, mi pueblo reciba mi misericordia, y me amen, y crean en mí.
Manténganse en la compañía de mi Madre. Yo les doy la fe y mi misericordia, para que tengan la disposición de sus corazones, y se abran a recibir la gracia que los atrae a mí, para llevarlos al Padre, por el Espíritu Santo, para que lleven al mundo el testimonio de su fe, y con sus obras consigan traer a todos los invitados al banquete celestial. Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero.
Estas son palabras verdaderas de Dios. Mi Madre los vestirá de fiesta. El que tenga oídos que oiga».

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Madre nuestra, Maestra de oración: tú nos mantienes muy unidos en oración, en la espera de la venida del Espíritu Santo, enséñanos a pedir con confianza de hijo.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: pidan al Padre. Pero, si no saben pedir, aprendan a pedir.
Así como las flores del campo, que piden agua y calor, que reciben y se llenan de la lluvia y del sol, y que absorben hasta la última célula los nutrientes de la tierra, y florecen y adornan el mundo con su belleza.
Así como el árbol que espera paciente el agua que corre por sus ramas, y echa raíces y crece con sus ramas extendidas, como clamando al cielo, y recibe y florece y da fruto, y luego ofrece el fruto para que sea cortado y aprovechado para gozar de él.
Así, hijos míos, deben pedir y recibir, y aceptar, y ofrecer a Dios, porque Dios es Padre, y un padre no se resiste ante la insistencia de los deseos de su hijo, de sus sueños, de sus anhelos, y de todo lo que con bondad le pide.
Pero muchos de ustedes no saben pedir.
Mi Hijo les ha enseñado a dar, a darse, a amar, a entregarse. Yo, como madre, les enseño a recibir el amor de padre, de madre y de hijo.
Una madre abraza y cuida y protege, mientras el hijo se abandona en sus brazos, y espera y recibe confiado. Es así como deben pedir y esperar y recibir. Porque el que no recibe no tiene, pero el que está lleno no puede recibir.
¿De qué están llenos ustedes? Vacíen sus corazones y pidan y esperen y reciban, pero pidan en el nombre de aquel que ha sido obediente hasta la muerte, por amor, para cumplir la voluntad del Padre.
Entonces sus deseos serán irresistibles para el Padre por el Hijo, y enviará el Espíritu Santo a perfeccionar los deseos de quien pide con insistencia, pero no sabe pedir, a quien se le da constantemente pero no sabe recibir, al que aun así se le entrega, pero no aprovecha.
Y en esa perfección está el don que hará crecer, que hará florecer, que dará fruto».

¡Muéstrate Madre, María!

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PARA EXAMINAR LA CONCIENCIA – APRENDER A PEDIR Y A RECIBIR
«Yo les aseguro: cuanto pidan al Padre en mi nombre, se lo concederá».
Eso dice Jesús.
Y no sólo lo dice, sino que lo asegura.
Y tú, sacerdote, ¿sabes pedir?
¿Cómo pides? ¿Cuándo pides? ¿Qué tanto pides?
Y luego ¿estás dispuesto a recibir?
¿Recibes? ¿Tu alegría es completa?
Tu Señor, que ha salido del Padre, y ha venido al mundo, deja el mundo para volver al Padre, y esa es causa de tu alegría, sacerdote, porque en ti confía, y a ti te envía a continuar su obra, y te asegura su consuelo, concediéndote todo lo que en su nombre pidas.
Él se va al Padre, pero te envía al Consolador, para que te llene de su poder, de sus dones y de su amor, y te configura con Él, para quedarse en el mundo, y consumar su obra en cada hombre, a través de ti.
Pídele al Padre, sacerdote, en el nombre del Hijo, que te llene del Espíritu Santo, porque tu misión es grande, y tú solo no puedes, pero su gracia te basta.
Pídele al Padre, sacerdote, como pide un hijo, sabiendo que el Padre te ama.
Pídele en el nombre del Hijo a quien tú representas, y a quien Él tanto ama.
Pídele para ti, para que, a través de ti, en el nombre de Cristo, sean las gracias derramadas para servirlo.
Pídele con fe, sabiendo que tu Señor siempre cumple sus promesas, y lo que pidas en su nombre, el Padre te lo concederá.
Pídele con insistencia, como pide un niño, sabiendo que, si es bueno para él, el Padre gustoso se lo concederá, porque el Padre se complace en el hijo.
Pídele dispuesto a recibir lo que Él te quiera dar, pero entrégale tu voluntad, sabiendo que Dios no se deja ganar en generosidad.
Pídele abriendo tu corazón y exponiendo a la caridad del Padre tus miserias, para que se compadezca y te llene de su misericordia.
Pídele lleno de esperanza, sabiendo que tu Dios es omnipotente, bondadoso y complaciente.
Pídele amándolo y adorándolo, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.
Pídele esperando con paciencia, porque el amor es paciente.
Pídele con amabilidad, porque el amor es amable.
Pídele con generosidad, y con humildad, porque el amor no es egoísta, no es envidioso, no es jactancioso, no se irrita, y no toma en cuenta el mal.
Pídele con justicia, alegrándote de la verdad.
Pídele demostrándole el amor de tu Señor que hay en ti, que todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, y todo lo soporta.
Aprende a pedir, sacerdote. Pide y nunca te canses de pedir. Pero aprende, sacerdote, también a recibir. Porque al que tiene mucho se le dará más, pero al que no tiene, hasta ese poco se le quitará.
Pide, sacerdote, porque todo el que pide recibe, el que busca halla, y al que llama se le abre.
Alégrate, sacerdote, porque tú has amado a tu Señor, y has creído que del Padre ha venido y al Padre se ha ido y, aun así, se queda contigo.
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