¿El mundo se ha vuelto idiota?

Opinión

¿El mundo se ha vuelto idiota?

Antes de que la palabra idiota fuera un insulto y la RAE en su diccionario la definiera como tonto, corto de entendimiento o falto de instrucción, los antiguos griegos la usaban para referirse a los que no se ocupaban de los asuntos públicos y se dedicaban en exclusiva a sus asuntos particulares.

Incluso en estos tiempos, no hay mayor amenaza que el virus de la estupidez

Hagamos un ejercicio rápido de cálculo mental. ¿Con cuántos idiotas diría que se ha cruzado por la calle en la última semana? Puede que haya perdido la cuenta. ¿Cuántas veces ha pensado que estamos en manos de auténticos imbéciles? Dese un paseo por las redes sociales y diga si tiene o no la sensación de que, incluso en estos tiempos, no hay mayor amenaza que el virus de la estupidez.

Decía Quevedo, que de tonto no tenía un pelo, que todos los que parecen estúpidos lo son y que, además, también lo son la mitad de los que no lo parecen. Así que, en efecto, estamos rodeados.

Por tanto, y viendo como han proliferado, sólo nos cabe claudicar y defender que dado que se ha convertido en el alfa y omega de gran parte de nuestro quehacer cotidiano, habría que aclamar a los idiotas y reconocer que son personajes a los que no se le da la importancia que merecen.

Los idiotas aparecen en la historia con la cadencia de las olas en la orilla. Son inevitables. A unos los necesitamos para que provoquen trabajo de forma innecesaria. En este sentido, basta recordar a los idiotas adanistas e iluminados, a los que es necesario demostrar una y otra vez lo ya demostrado empíricamente, escrito y razonado.

Tenemos también a los idiotas artistas, especialmente presentes en nuestra vida en el tiempo que dedicamos al ocio. Estos son los encargados de filmar la misma película una y otra vez, pero siempre anunciando que han logrado profundizar o superar la entrega anterior.

El mejor ejemplo es el del gobernante al que se le entrega el poder, con una renuncia absoluta

Esta semblanza no estaría completa si no incorporamos al mayor de los idiotas, que no es otro que al que se le da una oportunidad y no la aprovecha. El mejor ejemplo es el del gobernante al que se le entrega el poder, con una renuncia absoluta, casi abandono, acompañada del mensaje de cambiar las cosas en profundidad, y no lo hace. Ese idiota parece que se ha convertido en la piedra angular de nuestra vida, pues él más que nadie, determina no sólo nuestro presente, sino nuestro futuro y el de nuestros hijos.

Con estos ejemplos y esta manera de actuar, la idiotez ha adquirido un inesperado prestigio y ha pasado de ser vergonzosa y tétrica a útil, casi alegre.

Sin embargo, yo tengo otra acepción menos romántica del concepto de idiota. Es la que hace referencia al individuo como un discapacitado ético, distraído deliberadamente de las implicaciones morales de sus decisiones y de sus actos. En definitiva, un experto en prostituir los valores de la sociedad.

La obsesión de los filósofos clásicos por desentrañar el significado del concepto, hizo que se olvidaran a su vez de algo fundamental, no pensar en los sujetos y en su cura, que creo que pasa por estimular virtudes como la benevolencia, la paciencia y la generosidad.

Nuestra última esperanza reside en las palabras del escritor Julio Camba, que afirmaba que en España solo los analfabetos conservan íntegra su inteligencia, y como aquí ya no quedan analfabetos, al menos funcionales, la inteligencia habrá que buscarla en los hombres comunes. Por tanto, no perdamos la esperanza, quizás no todo esté perdido.

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