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Eran otros tiempos. Los tiempos de consolidación de la democracia. Eran otros políticos. Otra forma de hacer política. Se llamaba Leopoldo Calvo-Sotelo. Fue el segundo presidente del Gobierno de España. Y aunque llegó a lo más alto de la política, en realidad no parecía un político, era un ingeniero intelectual, un pensador, un literato y un ávido lector. Llegó a la presidencia casi por casualidad, sin quererlo pero sin evitarlo. En una ocasión, el propio Adolfo Suárez le dijo: «A ti, Leopoldo, te gusta leer, y sabes qué hacer cuando estás en casa. Pero yo, lo único que sé hacer es política».

Calvo-Sotelo tenía una biblioteca con 30.000 libros. Hablaba siete idiomas. No necesitó la ayuda de nadie para escribir media docena de libros. En aquel momento, su perfil era el que España necesitaba para que salir fortalecida de un intento de golpe de Estado y para consolidar su democracia naciente. Hay momentos en la historia de las democracias en los que los intelectuales y pensadores tienen que dar un paso al frente para pensar seriamente sus países. Así lo había hecho Ortega en su España invertebrada.

Estoy terminando de leer la biografía intelectual de don Leopoldo Calvo-Sotelo, coordinada por su hijo Pedro. Hacía tiempo que no disfrutaba de una lectura tan agradable, amena y gratificante a pesar de ser un ensayo biográfico. Y aunque me faltan pocas páginas para acabar la lectura, mis conclusiones no se han hecho esperar: Nos faltan profetas comprometidos con el pueblo. No tenemos sabios que tengan el país en la cabeza. La praxis política necesita de la teoría intelectual. Calvo-Sotelo sostenía que para avanzar en derechos y libertades hay que mirar el camino andado para no desviar la dirección. En su epitafio bien podía leerse: El arte del buen político está en gobernar sin que se note.