Breve historia de la guerra de Ifni Sahara Carlos Canales Torres - Historia | Studenta
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A mediados del siglo XX, Marruecos desarrolló un afán expansionista que
supo aprovechar la débil posición internacional de España para arrebatarle en
apenas siete meses el Sáhara español. Esta guerra, ignorada por la opinión
pública, es una de las más sangrientas para el ejército español: 300 bajas de
un pelotón de 8000 soldados.
La ineptitud e ineficacia de los altos mandos de España ocasionaron que la
derrota empezase a darse desde el principio. Ni siquiera las visitas de
celebridades como Gila o Carmen Sevilla fueron capaces de elevar el ánimo
de ciudadanos y tropas cada vez más desesperanzados. En tales
circunstancias, las flotas mal equipadas apenas pudieron resistir durante días
el asedio asoló el Sáhara dejando como consecuencia la pérdida de las
colonias españolas en África. Acérquese a este apasionante período de la
historia de la mano de dos expertos en la materia: Carlos Canales y Miguel
del Rey que relatan con gran rigor y sencillez, la imprescindible historia del
último enfrentamiento hispano-marroquí por la posesión del último reducto
de colonias africanas.
Carlos Canales Torres & Miguel del Rey Vicente
Breve historia de la guerra de
Ifni-Sáhara
1957. La última guerra española
Breve historia: Conflictos - 8
ePub r1.1
FLeCos 16.03.2019
Título original: Breve historia de la guerra de Ifni-Sáhara
Carlos Canales Torres & Miguel del Rey Vicente, 2010
 
Editor digital: FLeCos
ePub base r2.0
En Ifni se dio la curiosa paradoja de que ambos bandos, a nivel de infantería,
estaban equipados prácticamente con las mismas armas. Al carecer de aquel
material que le hubiera podido proporcionar superioridad y ventaja en el
campo de batalla (vehículos todo terreno en abundancia, blindados, artillería
pesada, helicópteros, radios…), los soldados españoles se vieron obligados a
enfrentarse al enemigo con un armamento portátil de similares características
y, en casos como el de las granadas de mano, hasta de inferior calidad que al
de su oponente.
Ifni 1957-1958. La prensa y la guerra que nunca existió.
Lorenzo M. Vidal Guardiola.
1
Recuerdos imperiales
En la noche del 23 de noviembre de 1957 empezaba en Ifni, territorio español
situado en la costa sur de Marruecos, la última guerra colonial librada hasta
ahora por España. Una guerra silenciada, que fue ocultada de cara a la
opinión pública, y muy censurada. Una guerra corta pero intensa de la que la
sociedad española de la época tuvo muy poca información y de la que hoy en
día todavía se sabe menos.
Ifni 1957-1958. La prensa y la guerra que nunca existió.
Lorenzo M. Vidal Guardiola
LA CRISIS DEL 57
Da igual la fuente que ustedes consulten, de la guerra breve pero sangrienta
que España libró en sus territorios y luego «provincias» de África Occidental,
Ifni y Sáhara, apenas hay rastro en la memoria popular. En los últimos años,
especialmente a partir del año 2007, cuando la última guerra librada por
España hizo su quincuagésimo aniversario, aparecieron muchos y notables
libros sobre el conflicto, que en gran medida recogen las experiencias y
vivencias de los jóvenes que, muchas veces sin ni siquiera poder imaginarlo,
se encontraron en medio de un conflicto armado, de corte antiguo y colonial,
en el que muchos de ellos perdieron la vida o la salud, pero el resto de los
libros, la mayor parte muy interesantes, solo han llegado, por desgracia, a una
minoría de lectores aficionados a la Historia y especialistas, pero no al gran
público.
La Guardia Mora de Franco, Jefe del Estado español, que tenía su origen
en el 2.º Escuadrón de Caballería del Tabor del Grupo de Fuerzas
Regulares de Tetuán, asignado en febrero de 1937 como escolta en el
Cuartel General del Generalísimo. La Guerra de Ifni-Sáhara fue el final
de la unidad, pues el apedreamiento de su Escuadrón de Caballería
cuando rendía honores en la presentación de cartas credenciales de
nuevos embajadores fue la muestra de que ya no se aceptaba su
existencia, ni en la callada y sometida España de la época. Su
desaparición fue, en cierto modo, el final de una época.
La Guerra de Ifni, nombre con el que después fue conocida, aunque se
desarrolló en dos escenarios bien diferentes, el propio Ifni y el Sáhara
Occidental, fue una contienda oscura, ocultada en su desarrollo y
consecuencias a la callada y sufrida opinión pública de la España de los años
cincuenta del siglo pasado, y librada en unas condiciones muy difíciles, en un
país pobre y con un ejército mal equipado, y lo que es peor, olvidado y
abandonado por su propio gobierno.
Hagan ustedes la prueba y pregunten sobre la Guerra de Ifni-Sáhara. Es
posible que, a pesar del tradicional desconocimiento de los españoles de su
propia historia, cualquier persona de formación media no sepa absolutamente
nada sobre el conflicto con el Ejército de Liberación Nacional —el Yeicht
Taharir—, palabra está última que, a los oídos de los españoles actuales,
suena más a una película de Ciencia Ficción que al nombre del último
ejército enemigo de España.
El desconocimiento de nuestro pasado por parte de la juventud actual es
tan absoluto que parece obra de un meticuloso y planificado trabajo, pues es
algo único en nuestro entorno cultural, y es además casi suicida, pero en el
caso de la Guerra de Ifni-Sáhara es especialmente grave, pues la complicada
relación de España con Marruecos es frecuentemente tapada bajo todo tipo de
estúpidas declaraciones de buena vecindad que ocultan que, guste o no, la
frontera de España con nuestro vecino africano es la única complicada que
tenemos, pues el contencioso de Gibraltar podrá no resolverse, pero no es en
absoluto una amenaza para la seguridad de nuestra nación[1].
En 1957 España acababa de salir de una década de aislamiento que había
impedido la recuperación de los terribles daños ocasionados por la Guerra
Civil y que había prolongado la pobreza de los años de la posguerra mucho
más allá de lo que hubiese sido razonable. Convertido en Europa en un
régimen apestado y despreciado, el franquismo comenzó a vislumbrar un
lugar bajo el sol, cuando su feroz anticomunismo fue aprovechado por los
Estados Unidos que, desde 1953 y en medio de la Guerra Fría, dieron a
Franco el apoyo que necesitaba para sobrevivir.
Sin embargo, cuando comenzó el conflicto, en los meses siguientes a la
consecución por Marruecos de su ansiada independencia, España no había
iniciado aún la senda que le llevaría al inmenso crecimiento económico de los
años sesenta que en dos decenios sacaría al país del subdesarrollo y del
atraso, y las fuerzas armadas no estaban en realidad en condiciones de librar
una guerra moderna, ni siquiera contra un ejército irregular y a poca distancia
de la metrópoli.
UN GOBIERNO DESBORDADO Y UN PUEBLO ENGAÑADO
Cuando las noticias de que las bandas armadas del Ejército de Liberación
Nacional o Yeicht Taharir, estaba atacando las posiciones españoles en Ifni
llegaron a Madrid, el desconcierto del gobierno fue absoluto. Consciente de
su debilidad, había intentado por todos los medios evitar el conflicto, a pesar
de que las señales parecían indicar de una forma clarísima que el choque con
las bandas armadas, apoyadas de forma absoluta, y poco disimulada, por el
gobierno de Marruecos, parecía inevitable.
Los medios de comunicación de la época apenas mencionaron el conflicto
en las primeros días, cuando la situación no estaba controlada y el
desconcierto era manifiesto. No se sabía cómo comunicar a la población, a la
que se decía desde hacía años que había una profunda «amistad hispano-
árabe», de la que se hablaba pomposamente una y otra vez, que el «amigo»
marroquí acababa de apuñalarnos por la espalda a los pocos meses de que se
concediera la independencia a su nación y cuando se conocía que, en sus
peores momentos, el Istiqlal había realizado sus reuniones en nuestro país y
había contado con el apoyo más o menos encubierto de instituciones oficiales
españolas.
El pueblo español fue por lo tanto engañado de principio a fin, al
comienzo de las hostilidades por el sistemático ocultamiento de lo que
estaba
sucediendo y, después, porque nunca se llegó a contar la verdadera dimensión
de lo que había sucedido.
Cuando tras unas semanas de duros combates la situación pudo ser
controlada en Ifni, la prensa se volcó, siguiendo instrucciones claramente
establecidas, a ensalzar el papel llevado a cabo por las «heroicas» tropas del
«invicto» ejército salido de la Guerra Civil. Sin embargo, militares y políticos
conocían la dura y amarga realidad. Aún habiendo combatido bien, al límite
de lo que permitían los escasos medios con los que se contaba, en Ifni se
habían logrado solo unas precarias tablas, y en el Sáhara, donde sí se había
conseguido una clara victoria contra el Ejército de Liberación, esta solo se
había obtenido gracias al apoyo material y logístico del Ejército francés.
La presente obra es por lo tanto un pequeño intento para acercar a todo
tipo de público los hechos más significativos de una guerra silenciada,
olvidada y casi borrada de la memoria y de los libros de Historia, en la que
centenares de españoles dieron la vida defendiendo a su país, muchos de ellos
soldados de reemplazo que habían abandonado su pacífica y tranquila vida
para hacer el servicio militar en unos territorios de los que la mayor parte no
sabía absolutamente nada, cuando por avión o barco fueron llevados hasta
allí, para verse envueltos en una guerra de la que muchos de ellos no
regresarían jamás.
Creemos que su recuerdo y lo que hicieron no debe de olvidarse, aunque
así lo hayan hecho los ingratos gobiernos españoles y la falta de memoria de
sus compatriotas.
2
Ifni-Sáhara: historia de una obsesión
La primera sorpresa que recibe el que visita Ifni por primera vez es la de
encontrarse con un territorio enmarañadamente montañoso en el que la
climatología y la vegetación confirman las características ya apuntadas de
transición entre la montaña magrebí y el desierto. Pero no es así. Cuando se
recorre con detalle el interior se descubren, además de una tierra agreste y
dura provista de una vegetación en su mayor parte cactiforme, amplias
llanuras con paisaje típico de la llanura subsahariana.
(…)
El Sáhara no fue nunca tierra sumisa a nadie; siempre sus moradores actuaron
a sus anchas, sin impuestos, leyes ni deberes que les ataran a un Majzen
constituido. Tierras habitadas desde tiempos remotísimos por bereberes
senhayas, siempre se sintieron libres de cualquier poder, excepto aquél que
formaban las confederaciones de tribus que se aliaban con un fin bélico
determinado y que trajo consigo en el siglo XI la revolución almorávide, que
fue la fuente que aunó las aguas dispersas de la discordia entre tribus
enzarzadas en continuas guerras. La islamización, por consiguiente, no vino
de invasiones violentas, sino más bien de la de santones y morabitos,
pacientes maestros del Corán y sus enseñanzas.
Ifni y Sáhara, una encrucijada en la historia de España.
Mariano Fernández-Aceytuno.
EL SÁHARA Y LA TIERRA DE LOS AIT BA AMRAN.
DE LOS REYES CATÓLICOS A CARLOS III
Existe una tierra al este de las Canarias que, desde los primeros
asentamientos de los castellanos en el siglo XV, ha sido siempre muy buscada
por los pescadores como abrigo o lugar de descanso. Es un lugar seco y duro,
pero en el mar es más tranquilo, y es un buen sitio para reponerse de las
inclemencias del océano y para pescar con tranquilidad. Más al norte la costa
es dura y escarpada y mucho más peligrosa. Las costas de este mar tranquilo
fueron conocidas por los portugueses como «Río de Oro» desde 1442,
cuando sus naves bajaban más y más hacia el sur en sus constantes
exploraciones en busca de oro y esclavos.
Esta costa y el territorio que se extiende hacia el interior estaba habitado,
y aún lo está, por tribus de origen beréber que llegaron a la región hace miles
de años, cuando el actual desierto era un vergel, con agua, ríos y lagos y
animales como los que hoy solo se encuentran muchísimo más al sur, y
aunque España siempre tuvo un interés estratégico y comercial en la región,
por estar enfrente de las islas Canarias, durante unos años, entre el siglo XIX y
el siglo XX, ejerció un poder soberano directo en la zona, tras consumir
dinero, energía y sangre, en la que iba a ser la última de nuestras aventuras
coloniales. Este territorio pasó para siempre a la historia de España con la
denominación de Sáhara Occidental, conocido también en todo el mundo
como el Sáhara Español.
Más al norte se encuentra una zona que jamás hubiese dispuesto de una
historia diferente y singular del resto de la región de la que forma parte si no
hubiese sido porque la presencia española en el siglo XX, durante treinta y
cinco años —de 1934 a 1969—, la dotó de un protagonismo y una
originalidad que el territorio y sus pobladores no le habían conferido. Ese
territorio es conocido en nuestra historia con el nombre de Ifni, y la presencia
española en sus costas tenía ya una larga tradición.
Los antecedentes de la reclamación española se remontaban a 1476,
cuando Diego García de Herrera, después de conquistar las Canarias y vender
sus derechos feudales sobre ellas a los Reyes Católicos, se estableció en las
costas del denominado por entonces Mar Menor de Berbería, sobre una
fortaleza a la que puso el nombre de Santa Cruz de la Mar Pequeña, que en
realidad estaba situada en lo que hoy llamaríamos Sáhara Occidental[2]. El
lugar era bueno para sus intereses, le permitía acceder a los esclavos que
necesitaban en las islas para las plantaciones de caña. Cuenta B. Bonet que:
Diego de Herrera una vez que obtuvo el título de señor de las partes de Berbería mandó construir
en 1478 una torre en el lugar que consideró más idóneo: la bahía de Puerto Cansado, magnífica
ensenada situada a unos 45 km al NE de Cabo Juby, protegida del fuerte mar por una barrera de
arena y con escasa profundidad en marea baja, que dificultaba las operaciones de las
embarcaciones de gran porte. Esto le confería a la torre un gran valor estratégico que se vería
corroborado más tarde durante los asaltos y asedios que sufrió a lo largo de su existencia. A
través de esta fortificación se llevó a cabo un considerable tráfico comercial con las tribus
bereberes de la región, del que, por supuesto, siempre salían beneficiados los cristianos: oro y
esclavos a cambio de plata y pan. Sin embargo, hay que señalar que la empresa a la postre no
resultaría todo lo rentable que se deseaba. A nuestro entender, el principal fallo consistió en
extrapolar las torres fortalezas que tan buen resultado habían dado en la conquista de Canarias:
Rubicón, del Conde, Gando, Añaza, etcétera, a una región continental con unas características
totalmente diferentes a las insulares.
La ocupación de Ifni, obra de Carlos Sáez de Tejada, que representa la
llegada de los españoles al territorio africano en 1934, durante el
periodo de la II República. Allí permanecerían treinta y cinco años.
Lo que fue solo una ocupación de hecho se convirtió a partir del 4 de
septiembre de 1479, con el tratado de Alcaçovas, en algo de pleno derecho.
Por el convenio, Castilla reconocía a Portugal sus posesiones en Fez y la
costa de Guinea y, a cambio, Portugal reconocía la de Canarias para la
Corona española.
El reparto africano se alteró con el descubrimiento de América, lo que
obligó a ambas potencias a solventar sus discrepancias con el tratado de
Tordesillas, firmado el 7 de junio de 1494. En él, además de los límites
atlánticos se establecían los del norte de África: Portugal se quedaba con el
reino de Fez y Castilla con el de Tremecen, las ciudades de Melilla y Cazaza
y la costa africana frontera con las Canarias, desde el cabo Bojador hasta el
cabo Güera y la desembocadura del río Messa.
Las disputas por los límites del reino de Fez y la costa fronteriza de
Canarias llevaron a castellanos y portugueses a una nueva reunión: la
convención de Cintra de 1509. Allí se estableció que la zona española en el
norte de África comenzaba seis leguas al oeste del peñón de Vélez de la
Gomera y se extendía hacia el este. Portugal tendría desde ese límite hacia
el
oeste, con toda la costa occidental menos la torre de Santa Cruz de la Mar
Pequeña, cuyos derechos de posesión se reconocían a España plenamente.
En 1524, cuando los cherifes continuaban extendiendo su poder en el sur
de Marruecos, Santa Cruz de la Mar Pequeña fue asaltada, tomada y
abandonada por España, tanto que en 1698 fue desestimado un proyecto de
ocupación de la misma por parte de los hugonotes quienes, tras ser
expulsados de Francia, se habían extendido por diversos países e hicieron una
propuesta en ese sentido al embajador español en Londres.
En 1765, bajo el reinado de Carlos III, el célebre marino Jorge Juan fue
encargado de reabrir con el sultán Muley Mohammed el asunto de la antigua
plaza de Santa Cruz de la Mar Pequeña, tantas veces solicitada por los
pescadores canarios y sobre la que se cernía ahora la amenaza de un
aventurero inglés llamado George Glass que se había apoderado de ella.
Glass había establecido contactos de forma privada con los nómadas
saharauis desde Canarias, por lo que el rey ordenó su arresto al comandante
general de las islas, Domingo Bernardi.
Aunque una vez detenido, los saharauis tomaron y asaltaron de nuevo la
fortaleza. Sus estudios sobre la riqueza pesquera del banco sahariano y el
positivo informe de Bernardi provocaron en las negociaciones con Muley
Mohammed un mayor interés por la instalación de la factoría en un lugar de
la costa del Sáhara que podría ser Puerto Cansado, donde se encontraba la
fortaleza Santa Cruz de la Mar Pequeña, o en las desembocaduras del Uad
Draa o del Uad Chebeica.
El acuerdo se consiguió con el Tratado de Paz y Comercio del 28 de
mayo de 1767, pero a pesar de la persistente insistencia de los pescadores
canarios no llegó a llevarse a cabo.
El tema de Santa Cruz de la Mar Pequeña reapareció en el Tratado de Paz
y Amistad que España firmó con Marruecos el 26 de abril de 1860, tras su
victoria en la guerra de África[3].
Leopoldo O’Donnell, canario, general en jefe del ejército que acababa de
derrotar a Muley Abbas, consciente de la necesidad de tener en la costa
saharaui una factoría que apoyara la pesca y que permitiera una seguridad
permanente en las islas, negoció directamente con el príncipe marroquí la
devolución del territorio. El artículo VIII del Tratado, aceptado y rubricado
por el sultán de Marruecos y la reina de España, decía lo siguiente:
Su Majestad Marroquí se obliga a conceder a perpetuidad a su Majestad Católica, en la costa del
océano, junto a Santa Cruz la Pequeña, el territorio suficiente para la formación de un
establecimiento de pesquería como el que España tuvo allí antiguamente. Para llevar a efecto lo
convenido en este artículo se pondrán previamente de acuerdo los gobiernos de Su Majestad la
Católica y Su Majestad Marroquí, los cuales deberán nombrar comisiones por una y otra parte
para señalar el terreno y límites que debe tener el referido establecimiento.
El tratado era muy claro, pero el problema que se presentaba era que
nadie sabía realmente de que ciudad hablaban. En las notas tomadas por los
escribas marroquíes figuraba el nombre de Santa Cruz, Agadir, por lo que
Muley Abbas, consciente de los perjuicios que le acarrearía a su monarquía la
ocupación de un puerto que rivalizara con Mogador prolongó
indefinidamente las negociaciones sin resultados prácticos dado el
desconocimiento de las autoridades españolas sobre la ubicación del territorio
que el tratado les daba derecho a ocupar.
Ante la falta de acuerdo se barajaron otros posibles emplazamientos para
la factoría: un promontorio cercano a Agadir, las calas de Sidi Uarsiks o las
desembocaduras del Uad Asaka, Uad Draa, Uad Chebeica o el mismo Puerto
Cansado, donde la primitiva Santa Cruz de la Mar Pequeña.
DE LA GUERRA DE ÁFRICA A LA CONFERENCIA DE BERLÍN.
LAS EXPEDICIONES
En 1876, de forma análoga a la Asociación para la exploración de África,
instituida en Bruselas por Leopoldo II, nació en Madrid la Real Academia de
la Historia, con propósitos de investigación y exploración, pero también
comerciales y de expansión colonial. El año siguiente, presidida por Alfonso
XII, una sesión extraordinaria de la Academia proponía en su orden del día
puntos a tratar: la ocupación de Santa Cruz de la Mar Pequeña, tema
pendiente desde 1860 y el establecimiento de una factoría en el Mar Rojo,
como base intermedia en las nuevas rutas hacia Filipinas, tras la apertura del
Canal de Suez.
Para cumplir el primer objetivo se organizó una comisión hispano-
marroquí, presidida por el cónsul de España en Mogador José Álvarez Pérez,
que viajaría por la costa africana a bordo del navío Blasco de Garay para
determinar la ubicación de Santa Cruz de la Mar Pequeña. Otro de sus
miembros era el capitán de navío Cesáreo Fernández Duro, experto
africanista, que había participado en la campaña del sesenta al mando del
vapor Ferrolano.
La comisión presentó sus actas definitivas en enero y febrero de 1878
justificando las razones con que apoyaban su tesis de que el enclave buscado
se encontraba en la ensenada del Uad Ifni: era el lugar más accesible de la
costa; poseía huellas históricas de una posible presencia española y tenía agua
potable en cantidad, de la que carecía la cuenca del Draa o el desierto, lo que
concordaba con el episodio que narró Diego García de Herrera, que estuvo en
una ocasión sitiado por diez mil infantes y tres mil caballos en Santa Cruz de
la Mar Pequeña.
De forma personal Fernández Duro hizo también una descripción de
todas las posibilidades que podría encontrar España ocupando Uad Ifni:
hermosas playas con arenas blancas, vegetación, tierras fértiles, numerosos
caminos y veredas y, sobre todo, ventajas de orden defensivo. Estas hipótesis,
reiteradas en la conferencia que dio en la Sociedad Geográfica de Madrid el
26 de marzo, provocaron que la Secretaría de Estado ordenara al ministerio
de Marina un informe sobre todos los antecedentes históricos que apuntaran
la situación real del fuerte perdido.
El ministerio encargó el estudio al brigadier de infantería de marina,
Pelayo Alcalá Galiano, y sus conclusiones contradijeron abiertamente las
opiniones de Fernández Duro y de la comisión situando el enclave buscado
en el Uad Nun de las antiguas cartas y Uad Chebeica en las modernas, es
decir en Puerto Cansado. Las razones que aducía Alcalá Galiano eran que el
territorio se situaba a una distancia de la isla de Lanzarote que coincidía con
la mencionada por sus conquistadores; que en las cartas de Jorge Juan se
hacía referencia a la calidad y cantidad de sus bancos de pesca, presentes solo
en el Uad Chebeica y que, por razones políticas, convenía más ese puesto ya
que los marroquíes solo aceptaban a Puerto Cansado como lugar de
asentamiento para los españoles.
Pese a todo, las razones «tradicionales» de Fernández Duro se impusieron
a las «técnicas» de Alcalá Galiano y el emplazamiento solicitado se situó en
Uad Ifni.
En 1883, ya en pleno afán colonial europeo que culminaría con la
conferencia de Berlín, se inició un tercer intento de localización del enclave,
pero Marruecos se negó de nuevo a firmar el acta. La paciencia española se
agotó, y en noviembre, con motivo de la celebración del Congreso Nacional
de Geografía, entre las principales conclusiones que afectaban al África
Occidental se aprobó una, la número quince, por la que se solicitaba la
ocupación urgente y la fundación de una estación comercial en la ensenada de
Ifni, en cumplimiento del acuerdo de la comisión hispano-marroquí.
Los sucesos de Las Carolinas[4] y la guerra del 98 obligaron al gobierno a
dejar una vez más abandonado el tema, pero la pérdida de las posesiones
asiáticas y americanas le volcaron sobre las africanas.
LOS TRATADOS CON FRANCIA:
LOS TRES TERRITORIOS
En 1902, Francia, necesitada de aliados para consolidar su situación
internacional, ofreció a España el reparto de Marruecos dejándole dos zonas,
una al norte, entre los ríos Sebú y Muluya, y otra al sur, en Uad Ifni. El
gobierno español, temeroso de la postura que pudiese mantener Gran Bretaña
ante esa situación, no aceptó hasta un año después, cuando tenía ya la
seguridad de que los británicos lo permitían.
Ya era tarde, Francia había llegado a un acuerdo con Gran Bretaña, no
necesitaba a España, y no estaba dispuesta a cederle Tánger, que se eliminaba
de la que había sido la propuesta inicial. Pese a todo, en 1904, las tres
naciones firmaron una convención, en la que decidieron que, si el sultán no
podía mantener el orden, España y Francia establecerían un protectorado en
Marruecos.
Alemania, marginada de todas las conversaciones, desembarcó sus tropas
en Tánger en 1905. Para evitar la guerra, se convocó una Conferencia
internacional en Algeciras que discutiría todas las cuestiones sobre
Marruecos. La reunión se celebró entre el 15 de enero y el 7 de abril de 1906.
En los resultados, los intentos alemanes por participar en el reparto del país
se vieron frustrados, pero se acordó el derecho de todas las naciones de lograr
acuerdos económicos y se aceptó que hubiera dos zonas de influencia, una de
Francia y otra de España, con derecho para intervenir en ellas cuando
cualquiera de las dos lo creyese necesario para sus intereses.
La legendaria expedición de Cervera, Quiroga y Rizzo tuvo un
espectacular éxito, y le podía haber entregado a España la soberanía
sobre inmensas extensiones de desierto, pero en 1886 España no tenía
fuerza ni ambición para llevar adelante una misión colonizadora como la
de Francia o Gran Bretaña. Foto de Ristre Multimedia.
En 1910, siendo gobernador del territorio del Sáhara el comandante
Francisco Bens, y amparados en el convenio, se intentó de nuevo ocupar Ifni,
y una vez más se frustró la operación al no acudir al territorio la
correspondiente comisión marroquí. Ante tal situación, y muy influenciado
por los sucesos que habían ocurrido en Melilla el año anterior[5], el gobierno
preparó tropas en Las Palmas para efectuar un desembarco directo, que
finalmente fue frenado por las gestiones del gobierno francés.
Un año después se envió otra comisión en el buque de guerra Infanta
Isabel presidido por Sosota, cónsul de España en Mogador, y se preparó a las
fuerzas de ocupación en Santa Cruz de Tenerife, al mando del coronel
Ricardo Burguete, hombre de gran experiencia militar obtenida en Cuba,
Filipinas y Melilla. Nuevamente la operación fue detenida por Francia que
temía que la ocupación afectase al acuerdo comercial que se había firmado
con Alemania.
Marruecos se encontraba en una completa anarquía, por lo que el sultán,
cuya posición era totalmente insostenible, pidió ayuda a Francia. De acuerdo
con lo acordado en Algeciras las tropas francesas ocuparon la capital, Fez, y
las españolas Larache y Alcazarquivir. Alemania, que nunca había estado de
acuerdo con las decisiones de la conferencia, envió también un cañonero a
Agadir.
La palpable tensión entre ambos países que, posteriormente desembocaría
ya en la primera guerra mundial obligó a firmar un acuerdo franco-alemán
por el que Alemania renunciaba a Marruecos y aceptaba el protectorado
francés sobre este, a cambio de una cesión de territorios en el África
Ecuatorial.
El 27 de noviembre de 1912, España y Francia llegaban a un acuerdo
definitivo que repartía el protectorado. A España se le reconocía el derecho al
territorio de la zona norte, estableciéndose la capital en Tetuán y el enclave
de Ifni, así como al resto del territorio sahariano, en las condiciones que
habían quedado establecidas con el Convenio de 1904. A cambio perdía la
región de Uad Nun, en el sur, y la hamada de Tinduf, situándose los límites
entre las zonas francesa y española al norte del río Uarga.
En febrero de 1913 comenzó el despliegue de tropas en el territorio, con
la ocupación pacífica de Tetuán por parte del general Felipe Alfau Mendoza.
La prensa del día siguiente publicaba en titulares: «La bandera de España
tremola al viento sobre la Alcazaba de Tetuán como hace 53 años»,
recordando la entrada en la ciudad del ejército de O’Donnell en 1860. Los
efectivos militares españoles en Marruecos, cuyas tribus se resistían a la
presencia europea, alcanzaban por entonces los cincuenta mil hombres. Con
el inicio de la guerra mundial se detuvo la ocupación para evitar conflictos
con otras potencias y conservar la neutralidad.
Una vez acabada, se reanudaron las operaciones militares, sin embargo,
en 1919 el ya teniente coronel Bens fracasó de nuevo en su intento de
ocupación de Ifni, dadas las reiteradas gestiones del gobierno francés para
que no se llevara a cabo.
Las protestas españolas no fueron demasiado enérgicas. El gobierno
estaba involucrado en una guerra contra las cabilas que le suponía un enorme
esfuerzo en hombres y dinero, que no finalizó hasta 1927 tras el desembarco
de Alhucemas. La pacificación definitiva de la zona española supondría el
inicio de su organización administrativa.
España poseía ahora las plazas de soberanía de Ceuta y Melilla, los
peñones de Alhucemas y Vélez, las islas Chafarinas, el territorio de Ifni —
aún sin ocupar—, la zona del protectorado de España en Marruecos, sus
territorios del Sáhara en África Occidental y los de África Ecuatorial con las
islas de Fernando Poo y Annobón y la Guinea Continental con los islotes
adyacentes.
Mientras, Francia proseguía su expansión por el sur marroquí, haciendo
retroceder a las bandas rebeldes hacia las tierras de los Ait Ba Amran, en Ifni,
afines a los españoles de Cabo Juby, el país Tekna. Que las bandas rebeldes
se pudiesen refugiar en el territorio que le correspondía a España empezó a
preocupar a los franceses por lo que, como ahora sí les interesaba, enviaron
una petición al recién nombrado gobierno de la república española para que
tomase el territorio en función de los artículos III y IV del Convenio firmado
el 27 de noviembre de 1912.
El viejo fuerte español de Villa Cisneros, hoy Dajla, uno de los mejores
restos de la huella española en el Sáhara Occidental, el antiguo Sáhara
Español, está en la actualidad destruido, fruto de la desidia y el descuido
de los marroquíes. Foto de ICOMOS.
Tampoco le venía mal a las autoridades españolas, a través de la ansiada
factoría que iba a ocupar Capaz en el territorio; podían influir más
directamente en el África occidental, a la vez que satisfacían los intereses
económicos canarios.
LA OCUPACIÓN DE IFNI
Entre 1912 y 1934 España dejó en manos de Francia los asuntos de Ifni y del
Sáhara, y España fracasó cuatro veces en sus intentos de lograr asentarse en
Ifni. Pero por fin, en marzo de 1934, el gobierno de la República envío a
Tarfaya al coronel Fernando Capaz Montes, un africanista experto, que tenía
la misión de ocupar el territorio de una vez por todas.
Capaz embarcó en el Canalejas y acordó con su emisario desembarcar
cuando este hiciese la señal convenida, que no era otra que el izado de la
bandera de España, lo que ocurrió el 6 de abril, fecha en la que tomó posesión
efectiva del territorio y de su capital, Sidi Ifni, en nombre de la República
española. En unos días tuvo un éxito enorme, y el 9 de junio ya había creado
el Batallón de Tiradores de Ifni, compuesto de tres tabores con tres mías cada
uno, más una de zapadores, con el que consolidó la ocupación de una «cuña»
de 25 km de profundidad. La extensión ocupada, 1500 km2 de superficie con
84 km lineales de abrupta costa atlántica, estaba situada en el noroeste de
África, entre los paralelos 29º 34’ N y 29º 0’ S.
Ifni es un terreno semidesértico, con escasa agricultura y poca ganadería
pero muy buena pesca, lo que lo hacía importante para los intereses
económicos de las islas Canarias desde tiempos lejanos. Enclavado en el sur
marroquí, es una tierra con un clima de transición que en los últimos siglos ha
ido sintiendo el avance implacable del desierto.
Cuando se ocupó el territorio el gobierno español pudo elegir varias
denominaciones a efectos legales y administrativos para denominarlo. El que
en principio tenía más posibilidades era sin duda Santa Cruz de la Mar
Pequeña, pues permitiría establecer un enlace, más imaginativo que real,
con
el antiguo asentamiento castellano. Otro nombre posible era usar el nombre
de Amezdog, un importante aduar, o El Mesti, que era el nombre de la cabila
de los Ait Ba Amran más próxima, pero se decidió, con claras intenciones
políticas, ser respetuosos con la tradición local y se empleó el nombre de Sidi
Ifni, que viene a significar algo así como el «Señor de la Laguna»[6].
LA OCUPACIÓN DEL SÁHARA
El territorio que iba a ser denominado después Sáhara Español o Sáhara
Occidental se extiende desde el Uad Draa y la Saguia el Hamra hacia el sur,
es una zona más árida, sin apenas agua y barrida por los vientos del desierto y
los antecedentes directos de su ocupación datan de 1884, cuando el teniente
coronel Emilio Bonelli Hernando desembarcó de la fragata Inés, en las costas
del viejo territorio de «Río del Oro».
El gobierno de Cánovas del Castillo había sido convencido por la
Sociedad Española Africanista y Colonialista, para evitar que la zona fuese
adjudicada en el Congreso de Berlín, que se estaba desarrollando en esas
mismas fechas, situando a una potencia, no necesariamente amiga, junto a las
costas de Canarias. Benelli se limitó a levantar un fuerte en un lugar al que
llamó Villa Cisneros, que apenas era una casamata mal protegida. Luego
marcó con una bandera, pero sin dejar guarnición alguna, Cabo Blanco y la
Bahía Cintra, regresando a Las Palmas el 1 de diciembre. Aunque lo que hizo
fue, meramente testimonial, sirvió para que el gobierno español reclamase la
costa entre el Cabo Blanco y el Cabo Bojador.
Villa Cisneros fue pronto destruido, perdiendo los españoles dos
hombres, por lo que tuvo que ser reconstruido y guarnecido por treinta
hombres bien armados. En 1886, la Sociedad Española Africanista y
Colonialista envió una importante expedición científica al interior al mando
del capitán Cervera, el catedrático Francisco Quiroga y el diplomático Felipe
Rizzo, que logró en Iyil —actual Mauritania— la sumisión de las tribus
señoras del desierto, algo que como es lógico Francia no pudo tolerar,
logrando que España cediera en el acuerdo de fronteras en África de 1900[7].
A cambio, al menos, Francia garantizó a España lo más importante, la
explotación de los caladeros pesqueros del banco sahariano y el control de la
costa ante las Canarias.
Tropas de un Tabor de Tiradores de Ifni en la posguerra. El
comportamiento de las tropas del territorio en la Guerra Civil española
había sido magnífico, y demostraron que eran unos luchadores duros y
valerosos.
No obstante, había una zona más que le fue ofrecida por Francia a España
de forma sorpresiva en 1902. En 1887, un británico, Donald Mackenzie,
había levantado un fortín en una isla frente a Tarfaya, más allá del Draa, el
límite histórico del sultanato de Marruecos. El motivo fue que a su muerte
Mackenzie logró del sultán la promesa de que jamás entregaría a ninguna
nación europea un puesto en la zona sin consultar antes al Reino Unido. El
sultán accedió, por lo que a Francia le venía muy bien que España ocupase la
zona antes de que lo hiciesen los británicos.
La firma del acuerdo entre España y Francia se fue demorando hasta
1904, y se mantuvo en secreto hasta 1911. España obtenía el territorio de La
Hamada y se fijaba la frontera en el paralelo 27º 40’, pero dejaba con el
inseguro nombre de «zona de influencia» española el territorio hasta el Draa,
por lo que el país Tekna quedaba sin que se definiese con claridad cómo se
debía de interpretar la palabra influencia. Por otra parte, Ifni quedaba en
medio del territorio marroquí sin comunicación con el resto de las posesiones
españolas en África, como una extraña bolsa aislada.
Finalmente, dentro de los acuerdos para el establecimiento del
protectorado hispano-francés sobre Marruecos, firmados el 27 de noviembre
de 1912, se convirtió el país Tekna en el llamado «Protectorado Sur»,
otorgando por fin al territorio al norte del paralelo 27º 40’ un estatus jurídico
definitivo[8].
LA ORGANIZACIÓN POLÍTICA DEL AOE
En 1936, España disponía en Marruecos de un ejército de treinta y dos mil
hombres. Al producirse la sublevación contra el gobierno, triunfó en Ifni,
como en el resto de los territorios dependientes del Alto Comisario de España
en Marruecos, si bien con la oposición inicial de sus jefes de guarnición, los
comandantes Montero y Pedemonte.
Dada la situación bélica de la metrópoli y la implicación de la población
nativa en la contienda[9], no se pudo establecer una administración
consolidada ni realizar grandes esfuerzos por su desarrollo.
Solo a partir del fin del conflicto, mientras Europa se desangraba en la II
Guerra Mundial, se realizaron importantes obras de infraestructura básicas en
vivienda, sanidad, educación y comunicaciones, con un considerable esfuerzo
económico. De igual forma se realizaron también puestos militares a lo largo
de las fronteras del territorio y una red de pistas, que se mostrarían totalmente
insuficientes en la guerra de la que vamos a ocuparnos.
En 1942, con la liberación del Marruecos francés, que hasta entonces
había estado dependiendo del gobierno colaboracionista de Vichy[10], los
marroquíes fundaron partidos políticos en todo Marruecos. En el protectorado
español surgieron el Reformista y el Unionista, respaldados por Ahmed
Belbachir Haskouri, la mano derecha del Jalifa, y tolerados por España que
rápidamente se fusionaron en el Partido Reformista y publicaron un
manifiesto pidiendo la independencia.
El 20 de julio de 1946 se declaró por Decreto el Gobierno del AOE, del
África Occidental Española, que comprendía el territorio de Ifni y Sáhara,
constituido este último por la zona sur del protectorado de Marruecos, la
Sequia el Hamra y la colonia de Río de Oro. Estaban a cargo de la
Presidencia del Gobierno a través de la Dirección General de Marruecos y
Colonias y se regían por un gobernador que había de ser General o Jefe de los
Ejércitos de Tierra, Mar o Aire. Esta era la situación político-administrativa,
cuando comenzó la crisis en los años cincuenta.
3
Dueños de la nada
Los nacionalistas marroquíes proseguirán la lucha hasta la independencia de
todas las partes de Marruecos, hasta que sea incorporado Tanger
definitivamente, liberado el Sáhara que aún está sometido a la influencia
española, igual que el que se halla bajo la francesa, y vuelvan al imperio
Xerifiano las partes que le arrancó el colonialismo, desde Tinduf a Colomb
Béchar, Tuat, el Kenadsa, Mauritania. Hermanos, Marruecos limita al sur con
San Luis de Senegal.
Discurso de Al-lal El Fassi.
Tanger, 18 de junio de 1956.
EL NACIMIENTO DEL MODERNO
INDEPENDENTISMO MARROQUÍ
Y LOS PRIMEROS INCIDENTES
Es obvio que los posibles derechos históricos españoles derivados del
territorio de Santa Cruz de la Mar Pequeña, como de las cláusulas del Tratado
de Paz con Marruecos de 1860, sobre el territorio de Ifni, quedaron en
entredicho a partir del nacimiento de las Naciones Unidas y del moderno
independentismo, pues la nueva situación política del mundo hizo imposible
para cualquier nación europea mantenerse indefinidamente en territorios
africanos[11].
En realidad el detonante del nacimiento del moderno independentismo en
Marruecos fue un hecho producido en la II Guerra Mundial, la operación
«Torch» —antorcha—, o lo que es lo mismo, los desembarcos anglo-
americanos en el norte de África el 8 de noviembre de 1942, solo unos pocos
días después del hundimiento alemán en El Alamein. Cuarenta y ocho horas
después, el almirante Darlan, representante del gobierno de Vichy, ordenó el
cese del fuego y en unos pocos días todo el África francesa estaba en manos
de los aliados o de los partidarios de De Gaulle.
La llegada de los norteamericanos, con sus ingentes cantidades de
material, equipo y dinero, causó asombro en la burguesía urbana marroquí,
más aun cuando algunas señales parecían indicar que había una cierta
simpatía de los americanos por la causa de los pueblos sometidos al
colonialismo. Por si había alguna duda, en la Conferencia celebrada en
Casablanca en 1943, el presidente Roosevelt
no se recató en presencia de De
Gaulle y del sultán Mohamed V en aludir a la futura recuperación de la
soberanía plena de Marruecos[12].
Sin embargo durante la guerra no hubo apenas incidentes y los soldados
marroquíes, englobados en el ejército francés, combatieron brillantemente en
Italia, pero en marzo de 1945, poco antes del final del conflicto, nació la Liga
Árabe, que entre sus objetivos tenía uno muy claro, la recuperación de la
independencia de los territorios árabes sometidos a ocupación o protectorado
por naciones europeas.
Tiradores de Ifni. Sus uniformes incluidos los característicos tarbuch
rojos son casi idénticos a los de la Guerra Civil de dos décadas antes.
Sin embargo, los subfusiles y las ametralladoras ligeras FAO 30 —ZB-
26— daban a sus pelotones y escuadras una mayor capacidad de fuego.
Aun así el aspecto es arcaico y fuera de su tiempo, como si fuesen restos
de una época colonial antigua y olvidada. Foto de Miguel Gómez.
Habitualmente se considera que el Manifiesto del partido del Istiqlal, de
principios de 1944, es el nacimiento del independentismo marroquí moderno,
aunque tendencias anticoloniales habían existido desde hacía largo tiempo.
No obstante, hubo que esperar hasta los años cincuenta, que fue cuando la
oposición a los franceses comenzó a ganar fuerza. Con el apoyo de grandes
sectores de la población, que iban desde las aguerridas tribus del Atlas a las
del desierto del sur, pasando por comerciantes, estudiantes y habitantes de las
ciudades, las primeras muestras de insurrección alarmaron a los franceses
que, como en Indochina, no estaban dispuestos a ceder ante los movimientos
de liberación que proliferaban en sus territorios de Ultramar.
Un Hispano Aviación HA-112 «Buchón». Construidos bajo licencia
sobre células de Messerschmitt Me-109 G-2, a las que se acopló un
motor Rolls-Royce Merlin 500-45, se les tuvo que rediseñar el fuselaje.
Muy superados a finales de los años cincuenta, se mantuvieron en activo
hasta 1965. Foto de Ristre Multimedia.
Cuando en agosto de 1953 los franceses destituyeron al sultán de
Marruecos, Mohamed V, y lo desterraron a Madagascar, se abrió un periodo
de violencia que comenzó en septiembre y que se tradujo en centenares de
atentados y muertos —hasta junio de 1955, 784 atentados, con cuarenta y un
franceses y doscientos cincuenta y cuatro marroquíes profranceses muertos
—, revueltas que afectaron a las grandes ciudades y al campo, donde fueron
asesinados medio centenar de franceses y en la durísima represión de las
fuerzas coloniales, miles de marroquíes. El año 1954, con la crisis del ejército
francés en Indochina[13] y el comienzo de la revuelta argelina, la situación
francesa se hizo muy complicada y se decidió la vuelta de Mohamed V,
abriéndose negociaciones que condujesen al final del protectorado.
Para Ifni, el resultado de lo que estaba ocurriendo en la vecina zona
francesa era de gran importancia. Los franceses habían insistido siempre en
denominarlo «el enclave», palabra que era útil para afirmar la rareza que
constituía dentro de un territorio homogéneo, pero había algo más. Para los
Ait Ba Amran, la soberanía española había sido conveniente y, en cierto
modo, bien recibida, pues afirmaba su singularidad dentro del bloque de la
tribu Guezula, a la que pertenecían y que le facilitó separarse de los vecinos
de las cuencas del Nun y el Sus que habían aceptado la soberanía francesa.
Pero el impacto del regreso del sultán de su exilio de Madagascar sacudió
a todos los pueblos del protectorado hispano-francés, incluyendo a los ba
amrani y especialmente a la población joven, que impactada por la
propaganda anticolonialista y la presión de los movimientos independentistas
empezó a sentirse identificada con sus vecinos. En estos sucesos estaba,
obviamente, el nacimiento de un serio problema para los intereses de España.
Poco a poco la pacífica situación que se había vivido durante más de un
decenio en el territorio empezó a complicarse. Por motivos de edad el general
Venancio Tutor Gil fue relevado del mando y se nombró en su lugar como
gobernador del AOE a otro general, Ramón Pardo de Santayana, del arma de
Artillería, que con una brillante trayectoria profesional había combatido en
Marruecos en las campañas de 1916 y 1922. Su llegada coincidió con los
graves conflictos que se estaban dando en la zona francesa, pero vio como,
lentamente, el territorio de Ifni empezaba a inquietarse, tanto por los rumores
que venían del otro lado de la frontera como por la propaganda del Istiqlal,
que había instalado emisoras de radio muy próximas a la zona de soberanía
española.
A los crecientes rumores y los sucesos citados se unió un hecho que
generó gran inquietud, la presencia de huidos de la zona francesa refugiados
en Villa Cisneros que intentaron ganar adeptos a la causa de la independencia
incluso entre los askaris de las compañías indígenas españolas, logrando un
cierto éxito, que culminó en el caso de Ifni en una manifestación no
autorizada por la Delegación Gubernativa el 16 de noviembre de 1955, que
fue disuelta sin contemplaciones[14].
Pocos días después, el 23, se produjo un incidente en la frontera cuando
un grupo armado con pistolas obligó a los campesinos a que dejasen de
trabajar —era viernes—, y el 29 se detuvo a un «agente» del Istiqlal que
actuaba entre la población. Estos hechos no parecían tener demasiada
importancia, pero unidos a los rumores que circulaban, cada vez con más
intensidad, sobre presuntas actividades guerrilleras en la zona norte del
Territorio, alarmaron a la población española y, con independencia de la
veracidad o no de los sucesos —que en gran parte eran pura fantasía—, las
autoridades comenzaron a prepararse para lo peor.
El nuevo gobernador redactó, él mismo, unas instrucciones en las que
establecía como objetivo esencial asegurar la soberanía española, que
contenían medidas encaminadas a fortalecer la autoridad de los cargos
indígenas leales a España. En ellas prohibía la mención del sultán en el rezo
en las mezquitas y ordenaba vigilar con atención los contenidos de las
enseñanzas en las escuelas islámicas, pero nada impidió el incremento de la
tensión, y el 3 de diciembre, una bomba casera explosionó en la casa de Si
Lahsen Hamuadi, jefe de la facción —anflus— de los Id Isugún y lo mismo
pasó el 27 en la casa de otro anflus, el de los Ait Abdalah.
El suceso más grave tuvo lugar el 2 de enero de 1956 en el aduar de Sidi
Inno, y en él fueron abatidos tres nativos cuando un grupo de tiradores de Ifni
apoyó a la policía y abrió fuego contra un grupo de manifestantes. El suceso
fue muy utilizado por la propaganda marroquí, pero el hecho de que en el
incidente participaran tropas nativas bajo mando francés agravó lo ocurrido,
pues demostraba a las claras que los franceses ya no dominaban la situación.
Sin embargo, las cosas iban a cambiar bien pronto, el motivo era sencillo:
Marruecos estaba a punto de recobrar su independencia.
LA INDEPENDENCIA DE MARRUECOS
Tras su regreso de Madagascar, en noviembre de 1955 el sultán estaba ya en
su puesto, y el 2 de marzo de 1956 Marruecos volvía a ser una nación
independiente, con lo que, técnicamente, el protectorado quedaba liquidado.
Solo había un problema, la zona norte y una parte de la zona sur seguían bajo
control español.
España había jugado la carta anticolonialista y se negó a reconocer a Ben
Arafa —situado por los franceses en el puesto de Mohamed V cuando le
desterraron a Madagascar—, había apoyado claramente a los dirigentes del
Istiqlal, a los que llegó a dar asilo, y llegó incluso a realizar algunos
movimientos tendentes a sustituir la influencia francesa en el protectorado,
algo a todas luces imposible.
Además, la independencia marroquí situó al gobierno español ante una
situación insostenible ante la población del país, especialmente la burguesía
acomodada, y a ojos del mundo entero, que por fin estaba empezando a
aceptar a la paupérrima y aislada España franquista, por lo que la visita de
Mohamed V a Madrid para presionar la
cesión española fue tensa y
complicada. El gobierno español insistió en mantener sus privilegios y
continuó entorpeciendo en lo posible la política francesa. Pero el gran
problema de lo que iba a ocurrir en el futuro derivó de algunas
particularidades del nacionalismo marroquí.
De hecho el principal, el que iba a condicionar lo que ocurrió después,
tenía como origen que el Ejército de Liberación —del que luego hablaremos
— no quería solo la independencia de Marruecos, sino la completa expulsión
de los europeos del Norte de África, algo que Mohamed V, una vez en el
trono, veía no solo como deseable, sino también posible. El nacionalismo
burgués marroquí, que ocupaba el poder desde el fin del protectorado y que
estaba firmemente aliado a la monarquía, se opuso a los intentos de constituir
una república que defendía una parte de los líderes del Ejército de Liberación,
por lo que sin su apoyo los más radicales tenían de antemano perdida la
partida.
La creación de las FAR —Fuerzas Armadas Reales—, el Ejército del
Reino de Marruecos, pretendió reforzar el control del monarca de todos los
resortes del poder, y tras arduas negociaciones se logró integrar en ellas a
varios miles de hombres del Ejército de Liberación durante el verano de
1956. También se consiguió que el Ejército de Liberación del Norte lograse
aceptar un alto el fuego en marzo de 1957 tras la muerte en atentados de
varios de los líderes republicanos —las brigadas especiales de la policía
marroquí, bajo el control del príncipe Muley Hassan, abatieron a más de
medio centenar—, si bien quedaban en el sur miles de combatientes, de los
que muchos participarían en las acciones militares en Mauritania, Ifni y el
Sáhara español.
Con la llegada de los DC-3 y DC-4 los Junkers-Ju 52 se concentraron en
el Ala 36 con base en Gando, cuyo aeropuerto vemos en la foto. Estos
duros aviones se mantuvieron en uso en funciones de transporte hasta
los años setenta.
No obstante, aunque España aceptó la integración en el nuevo reino
marroquí de la zona norte del protectorado, usó la falta de control del
gobierno de Marruecos sobre el sur como pretexto para no entregar el
territorio de Tarfaya —entre el Draa y el paralelo 27º 40’—, a pesar de que
por su estatus jurídico era parte del protectorado de acuerdo con las cláusulas
del Tratado con Francia de 1912.
En cuanto a las tesis expansionistas, que más adelante acogió con
auténtica pasión la monarquía marroquí —al principio indiferente—, eran
obra de Al-lal el Fassi, que en 1931 había creado el Comité d’Action
Marocaine, del que luego nacerá el Istiqlal y que tras su detención en 1937 y
deportación a Gabón, se convirtió en los años cincuenta, cuando vivía en
Egipto, en el líder intelectual del independentismo marroquí, convirtiéndose
en el adalid del expansionismo, pues era partidario de crear un gran reino que
se extendiese a parte de Argelia, Mali y la totalidad de Mauritania, Ifni y el
Sáhara español.
En un discurso afirmó que «no habremos hecho nada hasta que no
liberemos a los Ait Ba Amran de Ifni, Río de Oro, Tinduf, el Sudán
marroquí», lo que demostraba a las claras sus intenciones. Hacia 1957, las
más altas instancias del gobierno se habían «convertido» ya a las tesis del
Gran Marruecos, lo que no pasó desapercibido ni a los servicios de
información franceses ni a los españoles.
Esta presión del Istiqlal sobre los territorios en litigio empezó muy pronto
y ya en febrero de 1956 los franceses descubrieron un complot en Tinduf —
Argelia— y en junio se produjeron combates en Um Laachar, también en
Argelia, antecedentes de la ofensiva del Ejército de Liberación en Mauritania
que iba a comenzar el año siguiente.
Para el sultán Mohamed V la situación tenía buena pinta. Francia, la
antaño orgullosa república, estaba empantanada en una guerra en Argelia de
la que no era capaz de salir y cedía constantemente, pues primero Marruecos
y después Túnez habían recobrado su independencia e, incluso en Mauritania,
se había situado un gobierno autóctono, con al esperanza de que siguiese
ligada a la metrópoli. Todo esto, unido a la evidente debilidad española,
animó al monarca marroquí a seguir presionando, convencido de que el sueño
del Gran Marruecos estaba a la vuelta de la esquina.
Por si fuera poco, además, el patinazo anglofrancés en Suez en noviembre
de 1956, que puso a los europeos e israelíes en un grave compromiso
internacional, permitió a Mohamed arriesgarse un poco más, y en noviembre
de ese mismo año el Ejército de Liberación aprovechó el desconcierto para
comenzar sus ataques contra las posiciones francesas en el desierto del Adrar.
España, dubitativa y sin una política clara, consciente en el fondo de sus
limitaciones, como dice Gastón Segura Valero, «volvió a jugar un ridículo
tancredismo que la deslizaría, al primer descuido, hacía un patético
atolladero, donde el régimen evidenciaría con largueza todas sus carencias».
El gobierno marroquí, que había actuado en la sombra, pasó a la acción
directa en agosto y reclamó la entrega de la zona de Tarfaya y de Ifni,
oponiéndose en el primer caso a la propuesta española de llevar el asunto al
Tribunal de La Haya y reivindicando los territorios ante la ONU en octubre
de 1957, cuando el Ejército de Liberación estaba a punto de atacar el África
Occidental Española.
EL YEICHT TAHARIR:
EL EJÉRCITO DE LIBERACIÓN
El Ejército de Liberación o Yeicht Taharir había nacido en 1955 como
heredero de las bandas armadas irregulares que habían actuado contra los
franceses desde 1953. La contundente reacción francesa hizo que una gran
parte de los grupos se tuvieran que refugiar en el Rif y el Atlas, en lugares
remotos y aislados. A finales de octubre se incrementaron los atentados y
actos de sabotaje y la situación se hizo cada vez más complicada.
Uno de los pocos helicópteros Sikorski que fueron enormemente útiles
en el desierto. Al igual que sucedió con los carros de combate y con los
vehículos de la caballería o de la infantería, no se les cambió la pintura
original para la campaña. Foto de ACET 4.
En el verano habían surgido problemas y el Istiqlal había convencido a
miembros de las tribus para unirse como voluntarios a las bandas armadas
que se estaban formando y a aportar los medios necesarios, como camellos y
material para la campaña que se estaba preparando en la Mauritania francesa.
Uno de los líderes incluso informó en Smara a los mandos militares
españoles y quedó claro que el reclutamiento antifrancés se estaba haciendo
en las propias narices de las autoridades españolas. Era un rifeño llamado
Mesfiou ben Hammu, que predicaba la guerra contra los europeos y que
contaba con el apoyo del Istiqlal, que con su millón y medio de militantes era
una fuerza más que respetable.
El comité ejecutivo se reunió en Madrid en noviembre de 1955 y
estableció los principios que debían de sentar su futuro y en enero, de nuevo
en Madrid, volvieron a reunirse, con el apoyo y la ayuda del Istiqlal, los
mandos del nuevo Ejército de Liberación, que dividió su zona de operaciones
en tres: Rif, medio y alto Atlas y sur. En la zona sur, donde se cuestionaría
poco después la posición española, el responsable fue el peligroso y agresivo
Hammu.
El diario El Alam, órgano del Istiqlal, publicó en su edición del 7 de junio
de 1956 el dibujo de lo que debía ser el Gran Marruecos que debería de tener
su frontera Sur en el Senegal, comiéndose también una zona sustancial de
Mali y hasta de Argelia. También, el núcleo que trabajaba con Ben Hammu
comenzó a preparar una serie de ataques contra los puestos fronterizos
franceses en Mauritania y Argelia. Para entonces, el Yeicht Taharir no tenía
aún la fuerza necesaria, pues adolecía de combatientes, material moderno y
medios económicos, pero tenía a su favor no solo al partido, sino incluso al
ambicioso príncipe Muley Hassan.
La organización del Ejército de Liberación progresó adecuadamente. Se
seleccionó a los mejores hombres, se estableció una fuerte y dura disciplina
de estilo francés y se organizó a las tropas en Rahas —batallones—
de seis
Mías o compañías denominadas Ferkas. Los mandos eran marroquíes,
algunos habían combatido en Indochina y había también algunos desertores
de la Legión Extranjera.
En total, a comienzos del verano de 1956, el Yeicht Taharir disponía de
casi dos mil hombres uniformados, armados con Lebel franceses y Mauser
españoles, subfusiles españoles —unos seiscientos, que procedentes del
Parque de Artillería de Granada que estaban en Ceuta, de donde fueron
entregados a las FAR, que a su vez se los dieron al Ejército de Liberación—
y americanos —Thompson—. Las ametralladoras eran francesas con algunos
BAR —Browning Automatic Rifle— americanos y granadas italianas Breda y
españolas PO1 y PO2. Tenían por último unos pocos morteros. El material
americano había sido robado de sus bases en Marruecos y también poseían 50
camiones GMC, 100 jeeps y otros vehículos procedentes de requisas. Sus
víveres incluían desde ganado hasta leche en polvo americana.
Aunque ahora nos parezca extraño, durante el verano de 1956 los
miembros del Ejército de Liberación hicieron una ostentación descarada de
sus actividades en pleno territorio español, diciendo todo el tiempo que sus
actividades estaban preparadas solo contra los franceses. No es de extrañar
que en septiembre, en concreto el 16, el propio Ben Hammu expresara en Tan
Tan a un oficial español su deseo de entrar en el Sáhara para convencer a las
tribus de la necesidad de mantener su fidelidad a España.
La respuesta española dada el 20 por el propio general Pardo de
Santayana, director general de las Plazas y Provincias Africanas, fue clara, y
manifestaba el interés del gobierno en no dejar libertad de movimientos al
Yeicht Taharir en territorio bajo soberanía española.
El 29 de septiembre Ben Hammu se entrevistó con el comandante
Álvarez-Chás, mostrando sus ambiciones y las necesidades y apoyo que
deseaba para seguir adelante con sus operaciones contra los franceses en
Mauritania. En la entrevista el comandante español descubrió hasta que punto
las bandas armadas se habían infiltrado en el territorio español. Tras trasmitir
su inquietud a sus superiores, se llegó a la conclusión de que era prioritario
ganar tiempo hasta que llegasen los refuerzos necesarios de Canarias o de la
península.
Los CASA 2111 resultaron muy útiles en el Sáhara e Ifni a pesar de su
aspecto antiguo. Duros y robustos aguantaron muy bien la campaña.
Foto de mariano Lerín —en el centro, tercero por la derecha—, tomada
en Villa Bens, el 22 de noviembre de 1957.
LOS INSURGENTES EN MAURITANIA
El 1 de octubre el general Pardo de Santayana informó de la próxima
intrusión en el Sáhara español de insurgentes armados del Yeicht Taharir y
pedía instrucciones en caso de encuentro armado entre las bandas y tropas
españolas. No hubo respuesta y el hecho cierto es que a finales de año la
presencia de las partidas armadas era un hecho constatado y lo que se temía
que iba a ocurrir sucedió finalmente el 14 de enero del 57, cuando un grupo
armado de Al lal atacó la sanga francesa de Haisa Chaiman, aun a pesar del
ataque aéreo al que les sometieron los franceses.
La guerra se extendería como la pólvora a lo largo de la frontera
mauritana en los días siguientes, cuando se supo que en la emboscada a seis
camiones franceses cayeron seis oficiales siendo incendiados los
vehículos[15]. Como era habitual en ellos, la reacción francesa fue rápida y
eficaz, y contó desde el primer momento con el apoyo de las tribus enemigas
de los erguibat saharauis para poder así perseguir a la partida de Al lal que,
según el general Bourgund, quedó prácticamente destruida.
El 26 de enero el general Pardo de Santayana se trasladó al sur, a Villa
Cisneros, para seguir de cerca las operaciones en el territorio vecino y ordenó
el despliegue de tropas de la Legión formando un triángulo en Aguenitm,
Tichla y Auserd, con la misión de desarmar a los fugitivos que venían de
Mauritania y enviarlos a Marruecos. Según los datos españoles —del Grupo
Nómada De la Gándara— cayeron cincuenta insurgentes en combate,
quedando treinta y cinco prisioneros de los franceses y ochenta y cinco
acogidos en el Sáhara español.
Tras conversar con los miembros de Al lal y tras complicadas
negociaciones, se logró enviar a un centenar de componentes del Yeicht
Taharir al norte, quedando en espera de traslado una veintena más. La
operación de desarme y traslado fue por lo tanto un éxito, y se debió a la
buena gestión y eficacia de los legionarios y de los aviadores que
intervinieron.
Si la situación era grave al comenzar 1957, pronto iba a empeorar. El caid
Embarec, al mando de una Raha o batallón del sector Um Laachar a Fort
Trinquet y el caid Yilali, comenzaron a realizar movimientos sospechosos en
territorio francés en la zona fronteriza con el Sáhara español y el 30 de enero,
al menos dos grupos armados, pasaron la frontera por Tisguirremtz para
atacar el puesto francés de Um Laachar.
El 3 de febrero un oficial del Grupo Nómada de Smara detectó la partida
del caid Embarec en Ergueiua, en territorio español, ocultos y camuflados
para evitar ser localizados por los aviones franceses. El oficial español simuló
una avería del jeep y no fue molestado, pero sus observaciones, unidas a otras
conocidas que mostraban concentraciones del Yeicht Taharir en la frontera
con el territorio francés, parecían demostrar que se estaba preparando alguna
acción militar contra Fort Trinquet o la pista que unía Fort Gouraud con
Tinduf. Si esto era cierto, una de las cuestiones importantes era que la
agresión, de producirse, vendría desde territorio español.
Los franceses detectaron los movimientos de los hombres de Embarec el
12 de febrero, siendo perseguido hasta el Sáhara español, donde los
guerrilleros del caid se ocultaron en Uad Ergueiua, lugar en el que habían
sido vistos por el oficial español unos días antes. Los franceses, como era de
esperar, no se quedaron inactivos y el día 13 cuatro T-6 y un MD-115 con
base en Fort Trinquet atacaron las posiciones de los insurgentes y las dos
unidades de infantería motorizada, una de senegaleses y otra de la Legión
Extranjera, entraron en su persecución en territorio español.
El 14, en Ergueiua, tras una serie de combates que duraron toda la
jornada, la partida resistió los asaltos franceses, escapando del cerco por la
noche. Los insurgentes afirmaban haber causado más de ciento cincuenta
bajas a los franceses —una exageración—, pero es cierto que capturaron a un
suboficial senegalés.
La otra partida, la del caid Yilali, fue descubierta por los aviones
franceses de Fort Trinquet el 25, en un lugar llamado Moscat, en Uad
Tamlalet, siendo sometidos a constantes ataques de los MD-115 y T-6 que se
turnaron para no perder el contacto con el grupo armado mientras que los
aviones, que habían agotado su munición, iban a Fort Trinquet a repostar y
recargar. La partida pudo escapar por la noche dejando el terreno sembrado
de camellos muertos, jaimas destrozadas y todo tipo de restos. Una patrulla
española llegó a la zona y pudo ver lo que quedaba, siendo sobrevolada en su
marcha por los T-6 franceses.
Aunque el Ejército de Liberación había logrado un claro éxito defensivo
en Ergueiua, lo cierto es que Ben Hammu no estaba del todo conforme. La
dura respuesta francesa y la complejidad logística de enviar a sus hombres al
corazón de Mauritania planteaba serios problemas, por lo que podía fijarse un
nuevo objetivo más sencillo. Durante los meses anteriores el Yeicht Taharir
había logrado establecerse de manera sólida en el Sáhara español donde
contaba con hombres, depósitos de suministros, material y una buena
infraestructura, por lo que ¿por qué no liberar ese territorio y dejar la correosa
Mauritania francesa para más adelante? Para hombres como Hammu, un
verdadero halcón de la guerra, España había demostrado una y otra vez su
debilidad, algo que jamás deja de aprovechar un guerrero árabe.
Las incursiones francesas en territorio español y los bombardeos de sus
aviones casi a placer favorecían al Ejército de Liberación, pues
Hammu podía
afirmar con seguridad que España era incapaz de gobernar el territorio, por lo
que no le resultó difícil convencer a muchos jóvenes nómadas de que lo
mejor era unirse a las bandas armadas si querían de verdad ser los dueños y
señores de su destino.
¿QUÉ HACEMOS? NACE EL PLAN MADRID
La escasa presencia de europeos era uno de los mayores quebraderos de
cabeza de los mandos. En el Sáhara, con una extensión aproximadamente del
tamaño de la mitad de España, solo vivían en 1950 12 287 saharauis y 1340
españoles, siendo la densidad de 0,05 habitantes por kilómetro cuadrado y la
proporción de efectivos entre nativos y europeos era de 3 a 1 en las unidades
militares y 10 a 1 en la policía.
Aunque en el Sáhara la independencia de Marruecos no tuvo la
trascendencia que en Ifni, los síntomas inquietantes fueron en aumento y el
III Tabor del Grupo de Tiradores de Ifni que estaba de guarnición en el El
Aaiún, con una compañía destacada en Villa Bens y Villa Cisneros, era por
su tropa ba amrani para muchos poco de fiar, a pesar de las continuas
declaraciones de su comandante Víctor Lago, que decía que no había nada
que temer.
En Ifni la población española era de 2267 personas en 1950 frente a
38 295 nativos, pero el territorio era mucho más difícil de defender. Ya a
principios de 1956, un escuadrón de bombarderos B-21 —Heinkel He-111—
fue enviado desde la base de Gando, en Canarias, a El Aaiún y Sidi-Ifni. Se
incrementó el número de aviones de transporte —todos venerables Junkers
Ju-52, T 2B, en el código español—, hasta alcanzar el número de 19, y se
asignaron dos bimotores anfibios.
En abril, la I Bandera Paracaidista del Ejército de Tierra fue enviada a
Fuerteventura y en julio, ante la gravedad de la situación, se trasladó a Sidi-
Ifni, siendo enviada por un puente aéreo la II Bandera, en enero del 1957,
para su relevo. Los incidentes en 1956 fueron en aumento y el gobernador,
alarmado por la posibilidad de que acabase alguno de ellos en un baño de
sangre, decidió autorizar las manifestaciones pacíficas.
Progresivamente, según subía la tensión, se fueron estableciendo los
objetivos principales si la situación derivaba en un enfrentamiento a gran
escala y se decidió que, sin lugar a dudas, el aeropuerto de Sidi Ifni era el
objetivo esencial a proteger, pues era el cordón umbilical que unía el
Territorio con las Canarias. Al mismo tiempo se ordenó que las tropas no se
desperdigaran por los puestos del interior y se concentraran en la defensa de
las posiciones esenciales, a fin de evitar un desastre como el de 1921[16].
Los incidentes fueron en aumento por el progresivo acercamiento de los
ba amranis a la causa del sultán, en muchas ocasiones para sorpresa y
disgusto de las autoridades civiles españolas y militares, que veían como
antiguos amigos leales a España, desde tiempo atrás, se iban inclinando hacia
el lado marroquí incluyendo importantes comerciantes y hasta concejales.
En abril hubo un grave incidente con dos muertos en el lado de los ba
amranis y tres heridos entre la policía indígena, lo que hizo que se
intensificaran las patrullas y la vigilancia en el interior, pero tanto en Ifni
como en el Sáhara se cometieron varios errores.
Hacia 1955 las tribus del Sáhara convivían en paz como nómadas en un
régimen pastoril libre sin necesidad de acreditarse con ningún tipo de
documentos, pero en marzo de 1956 se estableció un sistema de impuestos y
una tarjeta de identidad en la que aparecía el título de «pastor» como
identificador de actividad, algo considerado denigrante por los orgullosos
guerreros de las tribus. La tribu de Izarguién, la más numerosa en El Aaiún,
se negó a realizar la ofrenda al nuevo gobernador, al decir que como pastores
carecían de dinero.
Hubo un error más, la inclusión del té y el azúcar, que para los nómadas
son elementos de primera necesidad, dentro del grupo de impuestos que
englobaba al alcohol, los vinos, el tabaco y las joyas y, además, se incluyó un
impuesto sobre la riqueza ganadera que carecía de tradición. Se indicó a
Madrid que se trataba de graves errores, pero el gobierno no cedió, no
quedando otro remedio a las autoridades militares que cumplir con las
órdenes, para lo cual hubo de movilizarse a los Tiradores de Ifni, a un
escuadrón de caballería y a la policía y tropas nómadas.
El general Pardo de Santayana cesó por edad el 23 de mayo, si bien
recibió órdenes de esperar al nuevo gobernador, el general Gómez-Zamalloa,
que se demoraría hasta el 23 de junio. La situación cuando el nuevo
gobernador se hizo cargo del mando era notablemente peor en el Sáhara que
en Ifni, ya que había casi un millar de hombres armados del Ejército de
Liberación, bien organizados y equipados y que contaban con puntos
estratégicos claves en el territorio.
Además, aunque el núcleo principal del Ejército de Liberación se
encontraba al Norte del Draa, con más de cuatro mil hombres, le resultaría
muy sencillo reforzar de forma casi inmediata a las tropas que tenían en el
Sáhara, donde se disgregó en al menos 16 grupos que no podían ser
eliminados con los escasos medios disponibles, que estaban formados por
cuatrocientos hombres del III tabor de Tiradores de Ifni, setecientos de la
XIII Bandera de la Legión y seiscientos sesenta de la IV Bandera, además de
unidades de policía que no podían realizar una acción contra las bandas, ya
que esta no podría ser sino militar.
Zamalloa, impartió órdenes para quitar a los europeos de los puestos más
expuestos, de forma que a finales de agosto habían sido todos evacuados y
dejados a cargo de nativos, medida que impactó de forma muy negativa en
los nómadas que se sintieron abandonados y muchos de los cuales pasaron a
engrosar las filas del Yeicht Taharir. También fijó ciertos acuerdos con los
franceses, a pesar de las dudas que seguían agobiando al gobierno español,
que claramente no sabía cómo enfrentarse a una situación que se le iba de las
manos.
Villa Bens el 19 de noviembre de 1957, solo unos días antes del
comienzo de las hostilidades. A mediados de noviembre se intuía que
podía pasar cualquier cosa y los incidentes con las bandas armadas eran
constantes. Foto de Mariano Lerín.
El 27 de julio la Junta de Defensa Nacional elaboró el denominado «Plan
Madrid» que establecía unas fases que, si tenían éxito las primeras, no harían
necesarias las últimas. Estas eran:
Presionar diplomáticamente al gobierno de Marruecos.
Obligar a las partidas más importantes a abandonar el territorio.
Iniciar ataques aéreos sobre las concentraciones de bandas
armadas.
Controlar todas las fronteras.
No se establecía ninguna colaboración con los franceses —tradicionalmente
considerados un gobierno hostil—. De todas estas fases no se llegó a aplicar
ninguna y el «Plan Madrid» se perdió en el olvido. En septiembre las bandas
armadas que operaban a sus anchas en el Sáhara comenzaron a realizar claras
acciones antiespañolas, y los vuelos de observación comprobaron la
existencia de constantes movimientos de vehículos y camellos en dirección a
Tafudart y Smara, apreciándose también que los grupos que habían operado
contra los franceses en Mauritania se habían ido concentrando en el sur,
llegando las bandas a detener un convoy español en octubre.
Estas y otras acciones fueron cambiando la relación con Francia y
comenzaron los intentos de aproximación al país vecino, aunque poco antes,
del 20 al 24 de septiembre, ya hubo unas reuniones en Dakar —Senegal—,
entre los estados mayores de ambas naciones en las que se estudió la
realización de operaciones combinadas más adelante denominadas «Teide» y
«Ecouvillon». Aunque los militares españoles, conscientes de las deficiencias
de su ejército, deseaban la intervención francesa, el gobierno no estaba aún
por la labor y la decisión de iniciar acciones en cooperación se fue retrasando.
No obstante, las continuas acciones agresivas de las bandas armadas
decidieron al Mando a establecer un sistema defensivo en El Aaiún, Villa
Bens, Villa Cisneros, Aargub y Güera, dándose por perdidas Smara, Tan Tan
y Auserd,
donde los escasos efectivos eran incapaces de mantener la
soberanía española.
El 13 de diciembre de 1957, en Francia, en un Consejo de Ministros
presidido por Gaillard, se debatió acerca de solicitar a España la realización
de acciones militares combinadas. Los ministros de Ultramar —Jacques— y
Exteriores —Pineau— no querían colaborar con España, pero si lo deseaban
Delmas —Defensa— y Ely —jefe del Estado Mayor—, aunque en realidad a
ninguno le agradaba colaborar con el régimen de Franco. Las negociaciones
en España las llevó adelante el embajador Guy de la Tournelle, con Castiella
y con el Ministro del Ejército, a quien correspondió la dura tarea de
convencer al generalísimo. No le costó demasiado, pues en los ámbitos
militares españoles se sabía perfectamente que expulsar al Ejército de
Liberación del Sáhara era una tarea muy complicada para los medios
disponibles y la penuria de nuestras fuerzas armadas, en tanto que para los
franceses, sobrados de material, medios y hombres, las operaciones se
enfocaron como una mera operación poco más que policial.
El día de Reyes de 1958, por parte española estaba decidida la
cooperación a la máxima escala posible, y el 14 se reunieron en Las Palmas
los mandos españoles y franceses para poner en marcha las operaciones
encaminadas a expulsar a las bandas armadas del Yeicht Taharir del Sáhara
español, pero antes habían sucedido muchas cosas.
EL LARGO VERANO DEL 57: «LA GUERRA DE AGOSTO».
Durante la primavera de 1957 la situación en Ifni era cada vez más
inquietante, pero todo parecía seguir en calma. La labor principal de las
autoridades militares era asegurarse de que las posiciones se mantenían
comunicadas y la vigilancia sobre las bandas armadas se mantenía. Comenzó
la instalación de alambradas y la protección con sacos terreros de los reductos
y de los fuertes. También se sembraron algunos campos de minas en los
puntos más vulnerables.
En Ifni la presencia de los paracaidistas con sus equipos y uniformes
modernos que destacaban en medio del aspecto netamente colonial de las
tropas acantonadas en el Territorio y el hecho de ser tropa europea ayudó a
dar confianza a los residentes españoles y a sus familias. Los oficiales de los
Tiradores de Ifni acudían también con frecuencia a los entrenamientos de los
«paracas», para ver en vivo sus modernos sistemas de entrenamiento.
A esta mejora en la confianza se unió a finales de julio la autorización
para que los familiares de los mandos de las guarniciones pudiesen residir
junto a ellos, lo que elevó la moral y dio sensación de normalidad. Otro
hecho que acentuó la sensación de que las cosas volvían a su cauce se
produjo el 20 de junio, cuando los comerciantes levantaron el cierre de sus
tiendas y negocios en el zoco que mantenían desde la detención y deportación
a Fuerteventura de varios ba amranis acusados de subversivos.
Al sur, en el Sáhara, el Yeicht Taharir mantenía sus posiciones en el
territorio de soberanía española y algunos líderes tekna se quejaban de las
constantes incursiones francesas desde Fort Trinquet, y en diversas
entrevistas con militares españoles los jefes tribales se quejaban también de la
presión que suponía para ellos la presencia amenazadora de las bandas
armadas del Ejército de Liberación.
Por si fueran pocos los problemas, el verano del 57 fue uno de los más
secos en cien años y no había agua en los pozos para el ganado y los
camellos. La situación en el interior fue tan grave que se hizo necesario
enviar convoyes de camiones con agua para evitar no solo que el ganado
pereciese, sino incluso los propios saharauis pues en la región de Tifariti y
Guelta de Zemmur se llegó al hambre. En aquel lugar repleto de agua en el
que es posible bañarse, ya no había ni una gota y los pobres nómadas
excavaban desesperadamente entre el barro para intentar encontrar algo de
agua, mientras en medio de esta dramática situación los jefes de las bandas
exigían a los erguibat hombres y medios para la guerra contra los infieles.
Así estaban las cosas cuando en agosto se produjo un grave incidente.
El 11 de agosto un destacamento del Yeicht Taharir que se había
infiltrado en territorio español atacó a una patrulla que se había acercado a Id
Aissa para reparar el tendido telefónico. Las tropas españolas repelieron la
agresión abatiendo a un insurgente de las bandas, pero perdiendo,
probablemente por deserción, a un soldado nativo. Por razones de prestigio o
tal vez para demostrar la férrea voluntad de no ceder, más aún en un caso
como el que acababa de suceder en el que la agresión se había producido
dentro de la zona de soberanía española, se tomó la decisión de responder con
un ataque aéreo, pero el bombardero Heinkel He-111 que iba a efectuar la
misión de represalia se estrelló, falleciendo el comandante Álvarez-Chás y
toda su tripulación.
El comandante era un militar gran conocedor de la región y apreciado por
los ba amrani, por lo que su pérdida fue importante. El capitán Villoria, que
fue enviado a la zona de Tagragra a evaluar la situación, comunicó que los
nativos se mostraban hostiles y agresivos, que había al menos 80 hombres
armados en el antiguo puesto francés de Tiguisil Igurramen, y que no lograba
contactar con la posición de Id Aissa, por lo que aconsejaba la evacuación de
la Bifurna y Hameiduch, por ser puestos muy difíciles de defender, así como
concentrarse en la defensa de Tiugsa, para lo que era preciso evacuar a las
familias de los oficiales y suboficiales. La escalada del conflicto parecía
imparable.
Con independencia de lo que pudiese ocurrir, a los riesgos a los que se
enfrentaba el AOE, la propia estructura del ejército español de la época, y la
falta crónica de equipos modernos y medios de transporte, se unía la
necesidad de dotar de medios motorizados adecuados a las unidades de
infantería, e incluso de la Legión. Además, la licenciatura de los soldados del
reemplazo de 1955 dejaría a las unidades desplegadas en el desierto del
Sáhara y en Ifni sin hombres experimentados, a pesar de que llamar
experiencia a lo que tenían los pobres conscriptos era de broma.
Lo que sí es verdad es que la situación era tan grave que se hizo un plan
en el Sáhara para evacuar la totalidad del personal europeo de las posiciones
establecidas en el interior. El temor a lo que se veía venir hizo que se redujera
de forma ridícula la munición de las tropas indígenas, dejándose solo 100
balas por hombre y quitando a todos las granadas de mano, sustituyendo el
mosquetón Mauser de 7,92 por el de 7 mm. Todas estas acciones generaron
inquietud en la tropa, al tiempo que daban la sensación de que España les
abandonaba a su suerte.
La noche del 10 al 11 de agosto, fuerzas del Yeicht Taharir penetraron en
territorio español de Ifni. En total ni siquiera llegaban a cien hombres, pero el
desafío era tan abierto que exigía una rápida respuesta. El 14 la agrupación de
combate B, al mando del capitán Juan Sánchez Duque, con la 7.a Compañía
de la I Bandera Paracaidista y una sección de la 6.a, reconocieron la pista que
unía Tamucha con Id Aissa y el día siguiente se envió a Tiugsa un Tabor de
Tiradores de Ifni.
Estas acciones —conocidas por los militares españoles como «La Guerra
de Agosto»— tenían como objetivo demostrar que España estaba dispuesta a
defender su territorio. Un combate en Tinguisit Igurramen el 16, en el que
cayeron cuatro insurgentes, motivó una enérgica nota al gobierno marroquí a
través del ministerio de Asuntos Exteriores español, de la que el gobierno
marroquí se excusó torpemente para intentar justificar que las FAR no
controlasen la frontera de su propio país.
En cualquier caso, los días 17 y 18 la aviación española inició una serie
de vuelos de reconocimiento para detectar movimientos de posibles bandas
hostiles en la frontera, al tiempo que los tiradores y los paracaidistas recorrían
los puntos más amenazados a la búsqueda de posibles infiltraciones de
irregulares del Ejército de Liberación.
El 20 de agosto, en medio de la enorme tensión que había en la zona, un
avión francés

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