ALQUILER TURÍSTICO VACACIONAL MASIFICACIÓN CANARIAS: ‘Guerra mundial Z’ contra el alquiler vacacional y la masificación turística

Turismo | El debate global sobre el motor de la economía canaria

‘Guerra mundial Z’ contra el alquiler vacacional y la masificación turística

Las Islas se suman a la discusión sobre los límites del turismo que grandes destinos como Hawái, Venecia o Ámsterdam mantienen desde hace años

Turistas en el sur de Tenerife.

Turistas en el sur de Tenerife. / María Pisaca

Canarias no es el único gran destino inmerso en el debate sobre los límites y los excesos del negocio turístico. Más bien al contrario: tal vez sea el último de los principales polos de atracción de visitantes del mundo en cuestionarse de manera transversal, desde la sociedad hasta las instituciones, si ha llegado el momento de dar un giro de timón. Y como en los demás gigantes del turismo, esos cuyas economías se nutren de la industria del ocio y de los viajes hasta el punto de no tener alternativa alguna para el sostenimiento de sus sociedades –salvo, por supuesto, el desempleo masivo y la emigración–, el Archipiélago tiene ante sí el reto mayúsculo de reducir las consecuencias negativas de contabilizar cada año millones de visitantes sin, al mismo tiempo, espantarlos. El reto de evitar la degradación medioambiental, la masificación –en especial en esos enclaves que les dan a las Islas su singularidad, desde el Teide al Roque Nublo– y el incremento del coste de vida de los residentes. En otras palabras: la inmensa tarea de no despreciar ni expulsar a todos esos turistas que han contribuido más que ninguna otra actividad al desarrollo socioeconómico de Canarias y, en paralelo, mejorar en todos los sentidos la calidad de vida de la población local, lo que pasa de forma inexorable por un mayor y más equitativo reparto de las rentas que genera el negocio.

Dos son las dianas que desde hace ya algunos años reciben la mayoría de los dardos: el alquiler vacacional y la susodicha masificación. Lo mismo en Hawái que en Mallorca. El Archipiélago es solo un actor más en esta particular Guerra mundial Z contra las externalidades –en el argot especializado– de la industria de la felicidad.

Venecia

Veneciafrenia es el título de una película de Álex de la Iglesia cuya historia lleva hasta el paroxismo la llamada turismofobia. Asesino en serio incluido. La peli es de 2021, y aunque tiene poco o nada de documental –y no muy buenas críticas, por cierto–, al espectador se le genera la duda de si en verdad hay en la ciudad flotante una animadversión tan grande hacia el turista. El caso es que desde hace menos de un mes –la medida se estrenó el 25 de abril–, el ayuntamiento de Venecia cobra una tasa de cinco euros a los visitantes que quieran disfrutar de su centro histórico en determinados días y horas. La ciudad italiana se convirtió así en la primera del mundo en exigir un pago solo por visitarla. Y no es la única medida, ni mucho menos. Venecia lleva cuestionándose la actividad turística, lo que en cierto modo casi equivale a cuestionarse a sí misma, desde hace muchos años. En esto es un destino pionero.

Hawái pasó en solo meses de suprimir la promoción turística a pedir a los viajeros que regresen a Maui

A partir de junio, los grupos de viajeros, tan habituales en las callejuelas de la ciudad, no podrán superar las 25 personas –la mitad de los pasajeros de una guagua turística– y los guías no podrán usar altavoces o megáfonos para no causar «confusión y disturbios». Y también desde junio, en un par de semanas, estos grupos de visitantes no podrán detenerse, para evitar tapones, ni en calles estrechas, ni en puentes, ni en otros lugares de paso. Todo esto se suma a la prohibición, que rige desde 2021, de que los grandes cruceros penetren en el centro histórico por el canal de la Giudecca. Ahora bien, ¿es Venecia un destino equiparable o comparable con Canarias? No. La capital de la región de Véneto apenas tiene 7,6 kilómetros cuadrados –157 si se consideran todos los suburbios y todas sus pequeñas islas–, y en tan pequeño espacio ha llegado a albergar 13 millones de turistas. El Archipiélago, 16 millones, pero en 7.492 kilómetros cuadrados.

Hawái

Hawái es uno de los 50 Estados de EEUU y uno de los grandes centros turísticos del planeta, con la isla de Maui, Honolulu y las playas de Waikiki entre sus grandes atractivos. Como en Canarias, más de una cuarta parte de su economía depende de esta industria, y como en Venecia, la discusión en torno a los efectos perniciosos del turismo empezó mucho antes que en el Archipiélago. Una discusión que se ha agravado desde los terribles incendios que asolaron Maui en agosto de 2023.

Ámsterdam recibe al año un millón más de turistas que las Islas con apenas el 3% de su extensión

Tras más de un centenar de muertos, las autoridades pidieron a los visitantes que se mantuvieran lejos de las zonas más afectadas, pero miles permanecieron en la isla y otros tantos continuaron llegando. Ese fue el capítulo que terminó por soliviantar los ánimos de la población local, harta de lo que se conoce como las dos Hawái: la que viven sus residentes y la que disfrutan los viajeros. La paradoja es que, con el tiempo, las autoridades han tenido que reclamar el regreso masivo de los turistas para poder financiar la reconstrucción de Maui. «¿Ayudarás a nuestra gente a sanar?», pedía el gobernador de Hawái, Josh Green, en noviembre. Solo unos meses antes, a comienzos de 2023, la Cámara de Representantes y el Senado decidían cargarse la Hawaii Tourism Authority, esto es, acabar con la promoción del destino. «Lo hicieron tan bien [en materia de promoción] que la población siente que tenemos demasiados turistas y que los residentes están siendo desplazados de los recursos públicos», argumentaban entonces desde la Cámara de Representantes, tal como informó el diario Honolulu Civil Beat. Este Estado insular, que recibe al año algo más de diez millones de visitantes, pasó así, en apenas unos meses, de renunciar a la política de captación de turistas a pedirles que vuelvan para, con su dinero, ayudar a su reconstrucción.

Ámsterdam

El máximo de visitantes que han recibido las Islas son esos 16 millones de 2023, que equivalen a 2.136 viajeros por cada kilómetro cuadrado. Pues bien, en la populosa Ámsterdam, la urbe neerlandesa más famosa y la capital mundial del turismo del cannabis, sus 900.000 residentes reciben cada año alrededor de 17 millones de turistas, un millón más que toda Canarias en solo 219,3 kilómetros cuadrados. Es decir, que si al Archipiélago vienen cada año 2.136 viajeros por cada uno de sus casi 7.500 kilómetros cuadrados de extensión, en Ámsterdam se contabilizan 77.519 visitantes por cada kilómetro. No extraña así que este particular Disneyland para adultos, con su Barrio Rojo, sus coffee-shops, sus museos y su enorme oferta cultural, haya anunciado que prohibirá la construcción de nuevos hoteles y pondrá límites a los cruceros. Antes ya se había prohibido el consumo de marihuana en las calles del Barrio Rojo y las visitas guiadas que recorren las ventanas de las trabajadoras sexuales. Si en Canarias fueron las manifestaciones del 20 de abril las que de algún modo supusieron un punto de inflexión hacia el replanteamiento del modelo turístico –al menos así lo percibieron las instituciones, que de repente han empezado a anunciar medidas y estudios–, en la ciudad neerlandesa fueron las concentraciones bajo el lema Ámsterdam tiene una opción las que hicieron lo propio.

Venecia se convirtió el pasado 25 de abril en la primera ciudad del mundo en cobrar solo por visitarla

Resulta curioso que en la urbe de los Países Bajos y en la mayor de las manifestaciones del 20A en las Islas, que fue la que tuvo lugar en Santa Cruz de Tenerife, saliera a las calles el mismo número de personas: 32.000. El mensaje también fue el mismo: acabar con las masificaciones y mejorar la calidad de vida de la población local, para empezar facilitando el acceso a la vivienda de los residentes, lo que ha llevado a las autoridades de Ámsterdam a establecer férreas limitaciones al negocio del alquiler vacacional. Entre otras, los anfitriones solo pueden arrendar sus residencias durante un tope de 30 noches al año y a un máximo de cuatro personas. Para superar ese límite de días se necesita un permiso especial.

París

La capital francesa es el destino urbano por excelencia. Y también el que tiene una de las ecotasas o tasas turísticas más caras del mundo. Tras un incremento medio de en torno a un 200% –hasta triplicarse–, alojarse en un establecimiento de París o de su región –Isla de Francia– conlleva un coste extra que oscila entre los 0,65 euros por persona y noche que hay que pagar en los campings de una o dos estrellas y los 14,95 euros que deben abonarse, siempre por persona y noche, en los hoteles de más alta categoría, los Palace. Hospedarse en un cinco estrellas implica pagar 10,73 euros de tasa, y en un cuatro estrellas, 8,13 euros. Así que a una pareja le costaría quedarse en un hotel de cuatro estrellas durante cinco noches la nada despreciable suma de 81 euros con 30 céntimos solo en concepto de ecotasa. «La tasa de estadía se ha creado para ayudar al desarrollo y a la promoción del turismo, permitiendo a las comunas francesas, como París, financiar los gastos relacionados con la frecuentación turística o la protección de sus espacios naturales. Otros países europeos –Alemania, Italia, Suiza, Austria, Países Bajos, Grecia– también han tomado la decisión de aplicar una tasa de estadía», explican desde Paris je t’aime, la Oficina de Turismo de París. Además, si en Canarias hay problemas de vivienda, en París sencillamente no hay vivienda, de ahí que su lucha contra el alquiler vacacional sea descarnada. Hace un año, en mayo de 2023, el ayuntamiento decidió prohibir la incorporación de nuevos apartamentos turísticos a la oferta en las zonas saturadas, aunque solo en el caso de inmuebles gestionados por profesionales. Francia estudia más restricciones, y tres cuartos de lo mismo ocurre en Alemania e Italia, más en concreto en Berlín y Roma.

Grecia

El país heleno es otro de los destinos que están restringiendo el libre movimiento de sus millones de visitantes. Para empezar, ya desde el año pasado hay límites a las visitas a la Acrópolis ateniense, a la que solo se puede acceder en unos horarios prefijados y escalonados, y es más que probable que las autoridades sigan el ejemplo de la Acrópolis para otros lugares, monumentos y enclaves de la antigua Grecia. Asimismo, en la idílica isla de Santorini ya hace tiempo –fue en 2018– que se estableció un número máximo de viajeros diarios y se limitó el tráfico de vehículos. No en vano, en Santorini viven poco más de 25.000 personas pero se contabilizan más de dos millones de turistas cada año, con lo que los grandes atascos en sus carreteras eran cada vez más habituales y había dificultades para gestionar los residuos de tantísima población flotante. Es más, la isla griega fue uno de los primeros destinos en discutir los beneficios digamos globales del alquiler vacacional cuando vio cómo los residentes tenían cada vez más dificultades para encontrar un simple piso. El mismo escenario de hoy en las Islas.

España

Tampoco dentro de España es Canarias pionera en esto de replantearse el futuro del turismo. Ahí le llevan ventaja, por decirlo de algún modo, Cataluña y Baleares, donde la guerra también se centra ahora en el frente contra el arrendamiento vacacional. Mientras que aquí se discute sobre la pertinencia o no de la ecotasa, en las dos regiones mediterráneas ya lleva tiempo funcionando –en Baleares dejó en 2023 un montante de 136,7 millones de euros y en Cataluña, 89,8 millones–. El Consell de Mallorca anunció hace solo semanas que reducirá su techo de plazas turísticas de 430.000 a 412.000 porque «está en riesgo la convivencia entre residentes y visitantes». Y tanto en Cataluña como en el otro archipiélago español le han declarado una guerra sin cuartel al alquiler vacacional con leyes cada vez más restrictivas.

Japón también se cansa... de los occidentales

Las limitaciones a los turistas operan en dos direcciones. Si los visitantes generan molestias a los canarios, los canarios generan no menos molestias a la población local cuando viajan a París, Santorini o Atenas, es decir, cuando son ellos los visitantes. Porque las medidas que se han puesto en marcha en destinos de medio mundo durante la actual cruzada contra la masificación –una masificación a veces más pretendida que real, sin ir más lejos en las Islas, donde el 93% de las pernoctaciones de los viajeros se concentra en solo un 1,76% del territorio– unas veces se disfrutan y otras veces se sufren. Pero mejor ejemplo que el de Canarias, donde moratorias al margen no se han impuesto grandes restricciones a la industria de la felicidad, es el caso de Japón, un país que supera los 125 millones de habitantes y que es tan receptor como emisor de viajeros desde y hacia el resto del planeta. Porque si en Ámsterdam, París o Berlín se han cansado de los japoneses, los japoneses se han cansado de los millones de europeos –incluido algún que otro canario– que cada año visitan Hokinawa, Honshu o Hokkaido. En la tierra del sol naciente también le han declarado la guerra al turismo de masas, y si por algo se caracteriza Japón es por concluir con éxito toda tarea que se propone. El ayuntamiento de Kioto –visita obligada– ha decidido prohibirles a los turistas la entrada a determinadas zonas de la ciudad, en concreto al barrio de Gion, el barrio de las geishas. Además, un punto clave del plan de turismo de Tokio es subir los precios del alojamiento y del transporte para expulsar así a los visitantes de menos poder adquisitivo. Es más, desde mañana, día 20 de mayo, subir al Monte Fuji por el sendero más utilizado costará, previa reserva online, unos 11,8 euros en concepto de tasa. Y no solo eso, sino que solo habrá 4.000 plazas diarias para subir al Fuji por el resto de senderos. | M.Á.M.

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