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Mercancías, fetichismo, publicidad y delincuencia

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Chile se ha convertido en un supermercado. Lo importante son las cosas. Las mercancías nos aplastan y como son tantas y tan diversas, las personas no trepidan en los más variados mecanismos para acceder a ellas. El fetichismo de las mercancías está en la naturaleza del capitalismo; Marx lo dijo en su momento, pero ahora, en el siglo XXI, las mercancías han adquirido vida propiaocultando las relaciones sociales que les dan origen.

La exacerbación de la publicidad, en la actual fase neoliberal del capitalismo, ha debilitado la voluntad de las personas. Como dice el escritor francés Houellebecq, los seres humanos ya no actúan de forma autónoma. Son producto de decisiones externas, impuestas por la publicidad: “Tienes que desear. Tienes que ser deseable. Tienes que participar en la competición, en la lucha. Si te detienes dejas de existir. Si te quedas atrás estás muerto” (El mundo como supermercado).

El sistema económico imperante ha producido dos tipos de chilenos. Unos, que participan plenamente del poder y la riqueza, comprando y, también, vendiendo aceleradamente. Otros, sin poder ni riqueza, son también empujados a comprar. Ni los unos ni los otros son autónomos. Todos se encuentran acosados por la publicidad, por la vorágine de comprar. Pero a los pobres, las mercancías, las marcas, los modelos televisivos, les generan aspiraciones imposibles de materializar.

Sin ninguna vergüenza, los comunicadores de televisión publicitan en vivo y directo a empresas telefónicas, casas comerciales y locales de comida rápida. Es el deterioro de la profesión. El dinero manda por sobre la ética.




La publicidad y sus estrategias de manipulación son empleadas para influir en la decisión de comprar de los consumidores. La manipulación de los medios y la publicidad son herramientas utilizadas para crear necesidades o deseos en el consumidor, a menudo sin que este sea plenamente consciente de ello.

La política, el deporte, los hechos noticiosos y la vida cotidiana aparecen mezclados con las mercancías, promocionadas por los propios hacedores de la opinión pública. Simbolismo de que marcas y personas, casas comerciales y familias, se encuentran entrelazados, no pueden separarse. Es el fetichismo de las mercancías llevado a su extremo.

Así las cosas, la mercantilización de la información y de los espectáculos es la base en la que se sostienen los grandes medios. Y, las empresas insertan sus anuncios comerciales en aquellos medios que nunca pondrán en cuestión, o incluso favorecerán, los principios corporativos de aquellos que les están pagando.

La misma televisión y los mismos líderes de las comunicaciones son vistos y escuchados en barrios para ricos y para pobres: en La Dehesa y Puente Alto, en Las Condes y en Pudahuel, en Vitacura y en La Granja.

En los barrios para ricos las voluntades condicionadas y manipuladas por las marcas encuentran su desahogo en el mall y en el supermercado. Pero, por otra parte, las voluntades de los pobladores en los ghettos pobres, junto con ser manipuladas, se ven frustradas al no poder materializar sus aspiraciones de consumo.

El modelo de crecimiento, al olvidar el desarrollo, ha instalado una muralla divisoria que separa a las familias chilenas en distintos barrios y sistemas de salud, educación, vivienda y pensiones. Y esa muralla divisoria es la que ha provocado una profunda crisis económica y social en nuestro país, multiplicando la delincuencia y violencia.

En medio del fetichismo de las mercancías, junto a las desigualdades propias de un régimen de injusticias, crece la rabia y el resentimiento de las familias que sobreviven apiñadas y condenadas a la marginación.

Ello explica en medida importante el aumento de la delincuencia y de los episodios de violencia, especialmente de jóvenes, sin trabajo ni educación, que recorren las calles de Santiago, y de las principales urbes del país, agrediendo y robando a ciudadanos pacíficos para satisfacer sus ansias de comprar.

La segregación social desata en los jóvenes marginales sentimientos de resentimiento, ansiedad y desprecio por una sociedad que no ofrece futuro a sus vidas. Y el camino del delito se refuerza cuando observan que la corrupción crece en empresarios, políticos e instituciones armadas, junto a un régimen de justicia complaciente con los poderosos.

La clase alta, sus políticos y empresarios, reaccionan ante la delincuencia de los excluidos exigiendo de las autoridades «mano dura» y cárcel, olvidando propuestas de integración social y reducción de desigualdades, y más aún una posible regulación de los sistemas de publicidad.

No basta entonces con la represión para derrotar la delincuencia. Ni tampoco con el puro crecimiento económico. Se necesitan iniciativas de integración social, en educación, salud, junto a participación ciudadana, como componentes de una estrategia de desarrollo, que eleve la calidad de los empleos, mejore la productividad y los salarios, y favorezca relaciones equilibradas entre el capital el trabajo.

En nuestro país, la agenda contra la delincuencia y la violencia prioriza exclusivamente los instrumentos represivos y se olvida de los factores estructurales que le dan origen: las profundas desigualdades y un método de publicidad, sin control, que acosa y manipula cotidianamente a niños, hombres y mujeres.

 

Por Roberto Pizarro Hofer

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