Roger Corman: mucho más que el rey del cine B
Sección patrocinada por sección patrocinada

Obituario

Roger Corman: mucho más que el rey del cine B

El apreciado cineasta, impulsor de carreras míticas de todo el aparato hollywoodiense, fallecía ayer a los 98 años

Roger Corman durante el rodaje de "El viaje", de 1967
Roger Corman durante el rodaje de "El viaje", de 1967Agencia EFE

Era tan inevitable como los impuestos, esos mismos que fue experto en evadir legalmente de mil maneras distintas: ha muerto Roger Corman, a la provecta edad de 98 años. Casi un siglo y, por supuesto, casi un siglo de historia del cine que se va con él. Pero una historia alternativa, paralela a la de los grandes nombres y producciones que suelen encabezar las enciclopedias cinematográficas, caracterizada por un saber hacer especial cuyo lema principal bien podría ser este: menos es más. Algo difícil hoy de entender.

Siempre desde el bajo presupuesto (a veces no sólo económico, sino también artístico y hasta moral), este genio que consiguió ascender de «rey de la serie B» a «padre espiritual del Nuevo Hollywood», productor, guionista, actor y, por supuesto, director, convirtió los defectos asociados tradicionalmente al «poverty row» de Hollywood, a su cara B más desvergonzada y comercial, en una praxis autoral de los géneros populares que sirvió de escuela y formación para talentos como los de Coppola, Scorsese, Jonathan Demme, Peter Bogdanovich, John Sayles, Ron Howard, Joe Dante, James Cameron, Curtis Harrington o Paul Bartel, impulsando de paso la carrera de estrellas del calado de Jack Nicholson, Dennis Hopper, Bruce Dern, Peter Fonda, Charles Bronson, Robert Vaughn o Diane Ladd.

Sin prejuicios ni recelos

Asociado indeleblemente al cine de monstruos más divertido y eficaz de los años cincuenta, es fácil olvidar que produjo y dirigió también pequeñas joyas del film noir y de gánsteres como «Machine-Gun Kelly» (1958), «I, Mobster» (1958) o «Mamá sangrienta» (1970), por no hablar de comedias negras como las ácidas y desopilantes como «Un cubo de sangre» (1959) y «La pequeña tienda de los horrores» (1960). Su ciclo de películas basadas o, mejor dicho, inspiradas en la obra de Edgar Allan Poe, en colaboración con el escritor Richard Matheson como guionista y el fantástico diseñador de producción Daniel Haller, protagonizados en su mayor parte por Vincent Price, marcarían el género durante los años sesenta, influyendo en toda una manera de hacer, ver y entender el gótico, que llega hasta Tim Burton.

Sin hacer ascos nunca a ningún estilo o temática, cuanto más popular mejor, fue pionero del cine psicodélico, de las películas de motoristas salvajes, las comedias eróticas, los filmes de prisiones femeninas, de residencias de enfermeras, incursionando en la ciencia ficción más loca con «La resurrección de Frankenstein» (1990), su última obra como director, y hasta en el cine bélico, dirigiendo personalmente una gélida y espectacular recreación de las hazañas de «El Barón Rojo» (1970).

Con un ojo siempre puesto en las finanzas, pero también una selecta educación en colegio católico, una cultura amplia, erudita y liberal, y una capacidad inusitada para prever las modas, modos y modales de Hollywood, explotándolos incluso antes de que llegaran –con «Carnosaurio» (1993), dirigida por Adam Simon, inventó la tendencia de imitar los grandes éxitos, en este caso «Parque Jurásico» (1993), meses antes de que se estrenaran–, fue uno de los pioneros en poner mujeres al frente del negocio, empezando por su propia esposa y productora, Julie Ann Corman, quien le sobrevive con 81 años, y siguiendo con directoras como Barbara Peters, Amy Holden Jones, Penelope Spheris o Katt Shea, entre otras. Dotado de una elegancia y sentido del humor innatos, más allá de su legendaria tacañería –siempre le recordaré preguntándome cómo Álex de la Iglesia había podido hacer Acción Mutante (1993) con solo un millón y medio de euros–, Roger Corman demostró ser mucho más que el rey de la serie B: uno de los grandes artistas vanguardistas y populares al tiempo del siglo XX. Con él, muere también una forma de entender el negocio y el arte cinematográficos que ya nunca volverá.