Democracia en época de la república

¿Cómo eran las elecciones en Roma?

Moneda romana Cassius Longinus

Moneda romana Cassius Longinus

En este denario del año 60 a.C. se muestra a un ciudadano depositando su voto durante una de las múltiples elecciones que decidían la política romana.

Wikimedia Commons

Los antiguos romanos eran grandes aficionados a las asambleas, en las cuales elegían anualmente a sus magistrados, votaban leyes e incluso dictaban sentencia en los juicios. Por ello, al menos durante época republicana, las constantes campañas electorales a favor o en contra de una medida o candidato eran un acontecimiento habitual.

Las elecciones a magistrado empezaban en noviembre con la presentación de las candidaturas a los censores. Acceder a ellas no era tarea fácil, pues se requería haber cumplido antes las magistraturas previas que establecía la tradición, y aportar una importante suma de dinero para acreditar un determinado estatus. Esta norma, que se justificaba como una medida anticorrupción, aseguraba que el poder permaneciera en manos de una élite económica, de modo que aunque la República pudiera parecer desde fuera una democracia, en realidad se trataba de una oligarquía controlada por las grandes familias de la Urbe.

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Semejante desigualdad permeaba de hecho todo el sistema electoral, dividido en comicios centuriados y tributos. Ambos dividían al pueblo en una serie de centurias y tribus con un solo voto en la asamblea, sistema que favorecía siempre a las clases pudientes, que habían marginado a los pobres en un puñado de tribus y centurias de bajo peso electoral. El sistema era tan parcial que, según Cicerón, en una de las centurias de proletarios había más gente que en las ochenta de primera clase.

Con el poder así concentrado en las clases media y alta la campaña electoral empezaba con la presentación de la ley o los candidatos ante el pueblo, lo que se realizaba mediante mítines, grafitis y panfletos distribuidos en el Foro. Esta era por supuesto la fase más crítica del proceso; en una época en la que no existían los partidos políticos y se votaba más por vínculos familiares y de clientela que por convicción.

Cicerón publicó un breve tratado dedicado a su hermano en el que aconsejaba al candidato empezar por atacar a los oponentes aireando sus trapos sucios ante los votantes, como el hecho de que Marco Antonio se comprara una atractiva esclava con dinero público, o que Catilina iniciara su carrera política como asesino de ciudadanos durante las proscripciones del dictador Sila. En las paredes de Pompeya se han conservado múltiples muestras de estas campañas de desprestigio, donde prostitutas como las de la taberna de Aselina piden el voto para tal o cual con el fin de hundir su campaña.

Tras desacreditar al rival, se debía por supuesto ensalzar las virtudes propias y hacerse valer como una alternativa viable, mediante una serie de propuestas que captaran al electorado. Los espectáculos y diversiones formaban también parte de este proceso de captación, y antes de presentarse a cónsules muchos se arruinaban pagando carreras y luchas de gladiadores con las que agasajar al pueblo. Cicerón recomendaba además rodearse de personas de “toda clase, estamento y edad”, para transmitir así una imagen que no alineara a ningún grupo de votantes. 

En una sociedad tan marcada por el clientelismo como la romana, un candidato debía contar con buenos patrocinadores que extendieran su mensaje entre los votantes, por lo que Cicerón recomendaba defender en los tribunales a “los hombres activos e influyentes” para que movilizaran a sus empleados durante la campaña. De esta manera lobbies y corporaciones influían también en el resultado, aportando recursos para apoyar la victoria del candidato que más les favoreciera.

Terminada la campaña llegaba el día de las elecciones, que se realizaban por tribus o centurias bajo la atenta mirada de los lictores, funcionarios encargados de proteger a los magistrados y al sistema electoral. No por ello la votación estaba exenta de altercados, y durante el siglo I a.C. era habitual la presencia de bandas y grupos armados que coaccionaban a los votantes, una vil estratagema de la que se valieron tanto Pompeyo como César para hacerse con el poder

Con sus altos y bajos, las elecciones romanas decidieron el destino de la Urbe durante los cinco siglos de la República, y determinaron la política municipal de cada ciudad durante el Imperio, enmarcadas en un sistema poco democrático en el que el poder era controlado siempre por las oligarquías locales.

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