Por amor a los libros
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Por amor a los libros

En ‘Empeñados en ser felices’, Miguel Munárriz entrega sus memorias de periodista cultural, editor y lector

Por amor a los libros

Miguel Munárriz. | Dospassos

Crónica sentimental de una vida entre libros, reza el subtítulo del nuevo libro de Miguel Munárriz, Empeñados en ser felices (Aguilar-Penguin Random House), biografía sesgada de un profesional que ha vivido la literatura desde casi todos los ángulos: librero, gestor cultural, periodista, promotor, editor, agente, autor y, sobre todo, lector empedernido.

«En la fotografía que cierra el libro», nos cuenta Ricardo Labra, «puede verse a Miguel encaramado de espaldas en una escalera ante los anaqueles de su biblioteca familiar. La fotografía, tomada espontáneamente por Palmira Márquez, le sorprende buscando las migas de pan que todo lector deja para seguir las huellas que lo lleven otra vez a sus íntimos tesoros… La biblioteca familiar de Munárriz parece extenderse por todas las paredes de su casa y replegarse sin fin por los anaqueles de su memoria… Y es que un libro, como su autor no cesa de señalarnos en sus luminosas páginas, es una metáfora del mundo, un objeto mágico en su función trasformadora«. ¡Yo no lo habría explicado mejor!

Munarriz (Gijón, 1951), cuyo buen gusto para escoger lecturas está fuera de duda, ya había sacado a pasear su pasión por las letras en dos entregas recientes francamente deliciosas: la antología Poesía para los que leen prosa (Visor, 2004) y la recopilación de artículos La escritura contra el tiempo (Luna de Abajo, 2021).

En las páginas del segundo, por cierto, descubrí que, además de esa amistad casi fraternal que nos une desde hace décadas, forjada cuando ambos coordinábamos sendos suplementos de fin de semana en el diario El Mundo durante los años épicos de Pradillo 42, compartíamos sin saberlo algo mucho más arraigado en el alma del niño que nunca dejamos de ser: una fascinación jamás mencionada en nuestra vida adulta por la serie Misterio de Enid Blyton, que llenó nuestras respectivas infancias de detectives pre-adolescentes con perro mascota y ensoñaciones de casas deshabitadas y ladrones invisibles en la campiña inglesa. Algún día tendremos que abordar ese tema. Pero volvamos a lo nuestro…

Fiel a la bonhomía y la complejidad de su autor, Empeñados en ser felices es una obra difícil de clasificar y con varias lecturas. El pureta se fijará sobre todo en su faceta de biografía literaria fragmentaria, de crónica de un periodo concreto de nuestra vida cultural, henchida de anécdotas jugosas con escritores de renombre: las visitas a la dacha de Francisco Umbral, la fabada que le cocinó a Mario Vargas Llosa, el himno que le cantó a Gunter Grass… Pero para mí, que solo soy mitómano de algunos poetas malditos franceses y ciertos héroes caídos del rock, la grandeza de este libro radica en cómo se retrata a sí mismo el autor en el trasfondo y, por encima de todo, en su capacidad para contagiarnos irremediablemente las ganas de leer.

El propio título parte de una anécdota hedonista entre escritores. Cuenta Miguel que, «cenando un día con Augusto Monterroso y Bárbara Jacobs, nos sirvieron quesos, que a Monterroso le gustaban sobremanera, y este soltó, en un arranque de efusividad poco frecuente en él: Estamos empeñados en ser felices«. Bajo esa premisa del placer inteligente y de evasión frente a una realidad cada vez más áspera, Munárriz rememora con lucidez y amenidad su vida entre libros y novelistas, enseñándonos lo que la literatura puede llegar a significar en la vida de las personas.

Por supuesto, en mi casa el libro ha sido acogido con entusiasmo, ya que viene a sumarse a otros textos luminosos que atesoramos con un talante bastante similar. A pesar de mi probada condición de cultureta renegado, rockero bohemio y gourmand impenitente, cuando uno convive con una intelectual, todo se pega.

Así que la gran duda hogareña que nos atenaza este fin de semana –y que a Miguel le haría sonreír– y es si Empeñados en ser felices va a ser clasificado en nuestras estanterías junto a Bartleby y compañía (2000) de Enrique Vila-Matas, el Vidas escritas (1992) de Javier Marías, la recopilación de artículos Lecturas compulsivas (1998) de Félix de Azúa o el Caza Mayor (2022) de mi querido Ben Ami Fihman, debido al hecho común de albergar perfiles muy personales de creadores icónicos.

En esa misma onda, también podría ir al lado de los ensayos Escribir y ser (1991) de Nadine Gordiner, Variaciones sobre la literatura (1993) de Roland Barthes y Creadores de E.L. Doctorrow (2007). O bien de las antologías póstumas La imaginación literaria (2000) de Henry James y Hombres de genio (2020) de Stefan Zweig. Pero este libro no trata únicamente de esto, así que tampoco tiene hueco aquí.

En su condición de diario sentimental de un todo-terreno de las letras impresas, también podríamos colocarlo próximo a una rareza como Memorias de un librero escritas por él mismo (1994) de Héctor Yánover o irnos directamente al capítulo de las autobiografías de grandes editores, aunque Miguel ha sido siempre más bien editor de soslayo. Ahí sí que estaría bien acompañado: desde las Opiniones mohicanas (2001) de Jorge Herralde hasta las Memorias (2017) de Carlos Barral, pasando por las Confesiones de una editora poco mentirosa (2005) de Esther Tusquets o el Ajuste de cuentos (2013) de Mario Muchnik.

Por no hablar de las memorias de gigantes foráneos: At Random (1977) de Bennett Cerf (Random House); La edición sin editores (1999) de André Schiffrin (Pantheon Books); Editar la vida (2005) de Michael Korda (Simon & Schuter) o esa joyita menos conocida que es el Autores, libros, aventuras (1991) de Kurt Wolff, que fue nada menos que el descubridor de Kafka. ¡Qué tremendo dilema de bibliotecario!

Por su declarada amistad y su papel de mentor, Empeñados en ser felices calzaría bien cerca de esos dos volúmenes de conversaciones de Juan Cruz con Jaime Salinas (El oficio de editor, 2013) y con Beatriz Moura (Por el gusto de leer, 2014). Pero aquí no hay entrevistas que valgan, sino recuerdos y acaso añoranzas.

Si hago caso a mi señora –cosa siempre recomendable–, la balda idónea sería la de El ABC de la lectura (1934) de Ezra Pound, que también alberga La experiencia de leer (2000) de C. S. Lewis y Cómo leer y por qué (2000) de Harold Bloom. ¡Pero lo veo todo demasiado sesudo y mi compadre se aburriría con esos vecinos de fila!

Pero afinidad, yo lo colocaría más bien junto al exquisito breviario que es Journal d’un homme heureux (2016) de Philippe Derlerm, a la sazón autor de otro de mis relatos breves de referencia, El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida (1997). Pero finalmente, creo que terminaré poniendo a Munárriz en compañía de mi admirado Bernard Pivot, conocido en el país vecino como «el hombre que ha contagiado a los franceses el ansia de leer». Un legendario divulgador de la literatura a través de amenos programas televisivos como Apostrophes y numerosos ensayos, a quien tuve la fortuna de entrevistar en 2011 en su casa de París y que cuenta en su largo currículo con dos obras deliciosas sobre el placer de la lectura: Le métier de lire (2001) y Lire! (2020); esta última, en colaboración con su hija Cécile y con una portada de cómic de línea clara que muestra una biblioteca repleta con su preceptiva escalera. Y es que una biblioteca sin escalera, ni es biblioteca ni es nada. Pero no nos despistemos…

A sus 89 años, Pivot ha dejado el jurado del Premio Goncourt para no estresarse, pero no ha dejado el vino. El que fuera crítico gastronómico de Le Figaro es tan hedonista como Miguel, habla de literatura sin esnobismos –como mi colega– y solo de escucharle –ídem también– te dan ganar de abrir el primer libro que tengas cerca. Pienso que van a llevarse bien.

«Nunca he sido amigo de dar consejos», señala Munárriz en las últimas páginas de Empeñados en ser felices. «No obstante, diré algo de lo que estoy absolutamente convencido y defiendo y proclamo cada vez que tengo ocasión: el mejor remedio contra todo es un buen libro. Y ese ‘contra todo’ abarca, sin ninguna duda, las enfermedades del cuerpo y del alma. Quien haya pasado de niño algunos días en cama aquejado de cualquier mal pequeño y no lo haya ocupado en embarcarse con Dick Turpin, no haya peleado con el mejor estilo de esgrima a lo D’Artagnan, ni haya soñado con ser el joven grumete inglés Jim Hawkins a bordo de la Hispaniola en busca del tesoro de la isla, no sabrá lo que es viajar, lo que es ser un valiente, lo que es cargarse de sabiduría, no de información, sino de imaginación y de ilusiones… Los buenos libros son el mejor remedio contra el tedio y la vulgaridad, te ayudan a conocer al otro, a valorar más la vida, a conocerte a ti mismo (prudentemente) y, sin movernos, nos ayudan a viajar, a vivir en una eterna vuelta al mundo». ¡Bravo por él!

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