José Patiño y Rosales: el destierro de la memoria de un español incomparable
José Patiño y Rosales: el destierro de la memoria de un español incomparable
Historia

José Patiño y Rosales: el destierro de la memoria de un español incomparable

Su rastro y huella en la historia de nuestro país ha sido descomunal, por sus efectos prodigiosos como estadista y visionario

Foto: Retrato de José Patiño y Rosales (1666-1736)
Retrato de José Patiño y Rosales (1666-1736)

Es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad.

Confucio.

Probablemente, si la palabra ministro estuviera sujeta a un nombre propio de prestigio; este, sería el de don José Patiño y Rosales. Su rastro y huella en la historia de nuestro país ha sido descomunal por sus efectos prodigiosos como estadista y visionario. El sello de sus obras y realizaciones dentro del momento histórico que le tocó vivir y de su trazado profesional, quizás no haya sido igualado hasta el día de hoy por ningún otro prócer.

Es sabido que a la muerte de Carlos II el Hechizado se desató un conflicto descomunal en Europa, pues el anterior monarca no había tenido descendencia. Total que, en un extraño giro del destino, el enfermo rey español cambio el testamento en favor de la propuesta francesa. Como consecuencia, austracistas y Borbones la liaron parda. Finalmente, Luis XIV, abuelo de Felipe V, Borbón francés de 17 años, colocó a su avispado churumbel en el poder, generando un terremoto político en las cortes europeas, no proclives a estos chanchullos, salvo, que se desarrollaran en el ámbito doméstico claro.

Foto: Retrato en óleo sobre lienzo del vicealmirante de la Armada Pascual Cervera y Topete. Obra del Federico Godoy Castro (1923). Ministerio Naval, Madrid (MNM 1078).

En la Guerra de Sucesión y detrás del trampantojo de los argumentos al uso, en el profundo fondo de armario, se dirimía, como no, la hegemonía por el control de los recursos mundiales que importaban en aquel momento. Vamos, lo de siempre. La alianza de conveniencia entre Inglaterra y Holanda, por un lado, y el Imperio Habsburgo, les venía como anillo al dedo a los tres compinches de oportunidad.

Felipe V era un devoto de Patiño. Sabiendo de su probada eficacia y sus capacidades para revertir cualquier situación negativa, le llamó a capítulo. La Casa de la Contratación de Sevilla, en aquella época, era en realidad la casa de los líos. Ya en 1508 se elevaron al Rey Católico denuncias de corruptelas sin cuento y de manejos de evasión de capitales; pero quizás por un extraño empecinamiento, el rey aragonés (Fernando el Católico) se negó a ceder en contra de las claras indicaciones de los inspectores de la hacienda pública y de los oficiales informantes.

Lo que distingue a Patiño como un Grande España, y no en el sentido rancio y pomposo del concepto, es su formidable eficacia a la hora de gestionar los asuntos de estado. Su eficiencia parece homologada por algún organismo teutón. Consigue estabilizar la monarquía que ya venía tocada con los comportamientos (más bien la falta de ellos) arrastrados por Carlos II el Hechizado. Reforma la armada con fórmulas mágicas de financiación, lo que permitió atacar dos frentes a la vez, tal que defender sus intereses dinásticos y patrimoniales, a la par que la ardua tarea de modernizar el Estado desde un punto de vista racionalista y centralizador. Los cargos que asumió durante la ausencia del monarca, siempre encamado y persiguiendo féminas descarriadas, suman y dan una calidad política de indudable altura a este hombre de Estado al que le queda pequeña esta definición. Intendente General de la Real Armada Española, primer ministro, secretario de Hacienda, Marina e Indias, era el único en la corte que estaba exonerado de la protocolaria genuflexión de rigor ante el monarca. En un país de envidiosos (Fernando Diaz – Plaja / Los siete pecados capitales) es probablemente de los contados españoles que concitaba quorum por su s logros y trato afable.

placeholder Retrato de Felipe V de España, de Miguel Jacinto Meléndez (1712).
Retrato de Felipe V de España, de Miguel Jacinto Meléndez (1712).

Quizás en el ámbito en el que nuestro país jugaba con piezas mayores, el océano; es donde nuestro hombre puso el mayor énfasis.

Patiño comenzó a edificar sobre las ruinas heredadas de los doce años de la guerra de Sucesión; unificó las armadas del Mediterráneo, de Indias y del Océano. En junio del año 1717 crea la Real Armada, dándole un enorme impulso con la inestimable ayuda y compromiso sostenido en el tiempo de otros dos ilustres marinos que casi coinciden en el espacio-tiempo en las postrimerías del siglo XVIII: el increíble Gaztañeta y Jorge Juan hacen que nuestros barcos vuelen en vez de navegar. Gaztañeta en los astilleros de Guarnizo en Cantabria y en los de Mutriku y Orio en Gipuzkoa, genera una alentadora revolución que nos devuelve la confianza tras el ataque a traición en los primeros compases del siglo en Cabo Passaro por parte inglesa.

Mas lo que roza la excelencia es que difícilmente se puede entender que un hombre de setenta años de aquel tiempo, pudiera realizar milagros de esa magnitud. Aquella avejentada naturaleza podía resistir abrumadoras jornadas de trabajo sin despeinarse; era un auténtico hombre orquesta. Satisfechas las urgencias más indispensables, canalizaba todos los recursos económicos excedentarios para la creación de docenas de navíos de línea. Perseverante; intentaba levantar en mega flota para prestigiar aún más si cabe a nuestro reino. Sabía que los navíos de línea eran la clave de la superioridad táctica en el mar y a ello se dedicó en cuerpo y alma.

Foto: Tupac Amaru (Fuente: Wikimedia)

Pero la eternidad siempre tiene abiertas sus puertas para los grandes y su memoria.

Pocos días antes de cruzar el Gran Umbral, recibió, ya sin motricidad propia, el título más prestigioso de aquella España pretérita que se mantenía erguida pese a los embates del tiempo. Le fue otorgada la Grandeza de España de primera clase. Cuentan las crónicas de la época que con esa ironía propia de quien está poblado de arrugas y achaques, de quien ya ve la vida por el retrovisor; que exclamó: ¡Oh! ¡El Rey me da sombrero cuando ya no tengo cabeza!

Su probada honestidad no le permitiría incremento alguno de su patrimonio. A sus contadas propiedades (la casa de su padre en Milán, de donde era nativo y unos escasos ingresos para financiar su óbito), solo se podían añadir la colección de maquetas de unas hermosas fragatas diseñadas en los astilleros del norte. Según datos gentilmente proporcionados por el Capitán de navío Don Eduardo Bernal a este escribano, hace alusión a una cita de Martín Fernández de Navarrete, quien escribió lo siguiente:

«Patiño economizó la Real Hacienda y libró a los pueblos de los tributos extraordinarios que exigían antes las urgencias ocurrentes; la casa Real estuvo pagada; el ejército, provisto; las rentas de la Corona se pusieron corrientes; y el Erario Público adquirió la reputación que, como decía Richelieu, es su principal riqueza.»

P.D. La información proporcionada por el capitán de navío Don Eduardo Bernal ha sido interpretada por el autor del presente artículo, sin que ello conlleve más responsabilidad en juicios y valoraciones que la propia consideración del articulista en lo referido.

Es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad.

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