Enrique Martínez Ruiz: “Napoleón nunca entendió los sentimientos religioso y patriótico de los españoles” | El Adelantado de Segovia

Enrique Martínez Ruiz: “Napoleón nunca entendió los sentimientos religioso y patriótico de los españoles”

Enrique Martínez Ruiz, historiador

Su trayectoria es extensísima: catedrático de Historia Moderna de la Universidad Complutense de Madrid, Premio Nacional de Historia de España (1982 y 2009), Premio de Ensayo y Humanidades Ortega y Gasset Villa de Madrid (2009), Gran Cruz de Plata al Mérito de la Guardia Civil y Grandes Cruces de Primera Clase del Ejército y de la Armada. Entre sus libros destacan Los soldados del rey; Los ejércitos de la Monarquía Hispánica. 1480-1700 (2008); El Ejército del Rey; Los soldados españoles de la Ilustración (2018) o el monumental Desvelando horizontes. La circunnavegación de Magallanes y Elcano (2016-2020). Además, ha publicado con gran éxito: Felipe II. Hombre, rey, mito y Las flotas de Indias.

—Su obra sobre la Guerra de la Independencia ¿qué aspectos buscaba resaltar?
—Nuestra Guerra de la Independencia no es un acontecimiento aislado, por eso quise presentarla en el contexto de la crisis que entonces afectaba a Europa, pero, además, nuestra guerra constituía una novedad bélica que la población española había olvidado, pues afectó a todo el territorio nacional, algo que no ocurría en España desde la guerra de Sucesión española, la que se desarrolla entre 1702-1713. Además de referirme a aspectos específicamente militares, como las campañas, los asedios, la guerrilla… también aludo a cuestiones ideológicas, como la aparición de nuestro constitucionalismo y la incomprensión por parte de Napoleón de dos ideales que él nunca entendió: el monárquico y el religioso, dos resortes destacados en la resistencia; el religioso lo trato más detenidamente en otra de mis obras: La Iglesia española contra Napoleón. La guerra ideológica.

—¿Qué supuso para España ese periodo?
—Desde mi punto de vista y al margen de lo que tuvo de heroico y de la exaltación de la resistencia popular a una categoría romántica, que pronto se pierde, fue una auténtica catástrofe, no solo por lo que supuso en pérdidas demográficas, (se ha hablado de la generación perdida) costando en torno a dos décadas recuperar el nivel demográfico, sino también por las pérdidas materiales: campos arrasados, bosques destruidos, ciudades asaltadas y saqueadas, mucho de nuestro patrimonio artístico -sobre todo religioso- expoliado o destruido, la infraestructura viaria gravemente lesionada, pues puentes y pasos difíciles fueron destruidos para entorpecer los movimientos del enemigo… En realidad, se puede decir que hasta la década de 1830 no se recupera la “normalidad”.

—¿Fueron las guerras del siglo XIX una consecuencia de la guerra contra el francés?
—Yo no lo veo así, ni mucho menos. Las guerras civiles y los pronunciamientos militares jalonan nuestro siglo XIX, acontecimientos en que las discrepancias políticas y dinásticas juegan un papel primordial. En el caso de las guerras civiles, el origen tenemos que buscarlo en una cuestión dinástica: Fernando VII deja como heredera a Isabel, su hija primogénita, nuestra Isabel II, basándose en un acuerdo de las Cortes de 1789 que no fue publicado y que cambiaba lo establecido en la Siete Partidas que favorecían al hijo varón, aunque no fuera el primer nacido del matrimonio real. La decisión de Fernando VII no fue aceptada por su hermano Carlos, que reclamaba la Corona al ser él varón: así se crean dos partidos, el cristino (llamado así por María Cristina, la regente de Isabel, que era menor de edad), que luego se llamaría liberal y el Carlista, por don Carlos. Al apoyar los liberales a Isabel, el partido tuvo una connotación de apertura política que contrastaba con el ideario carlista, más tradicional (de ahí su nombre tradicionalista) y próximo al absolutismo: sus diferencias se dirimirían en tres guerras a lo largo del siglo XIX, en las que fue derrotado el bando carlista.
Los pronunciamientos militares responden a otra dinámica: en realidad, se pueden considerar golpes de estado que tratan de subvertir el sistema gubernamental imperante, considerado en unas ocasiones retardatorio y absolutista y en otras demasiado avanzando, por lo que había que “pararlo” o demasiado conservador, por lo que había que sustituirlo por otro más progresista, todo ello, en ocasiones teñido con las ideologías monárquicas y republicanas.

—Ha escrito sobre los ejércitos abundantemente Soldados del Rey; Los Guardas de Castilla, sobre la creación de la Guardia Civil ¿Cómo eran los ejércitos de los reinos españoles a lo largo del tiempo?
—El libro de Los soldados del rey constituye un análisis de las fuerzas militares existentes bajo la monarquía de los Austrias, donde imperaba un sistema militar en el que yo distingo un ejército interior y otro exterior. Dado que en la Monarquía Hispánica estaba constituida por una unión de reinos en la persona del rey, por lo que cada reino conservaba su propia personalidad, en la península, cada reino en la Corona de Aragón y la Corona de Castilla atendían a sus propias necesidades militares, recurriendo a milicias de diversa naturaleza que se movilizaban en casos de necesidad, salvo en la Corona de Castilla, donde sí había un cuerpo militar permanente que eran las Guardias de Castilla, que se convertiría en la principal fuerza de ese ejército interior, un auténtico mosaico de fuerzas militares o paramilitares muy diversas. El ejército exterior era otro mosaico formado por contingentes alemanes, suizos, flamencos, milaneses, napolitanos… y españoles, los famosos tercios, que constituyeron entre un 8 y un 10 % de los contingentes al servicio de España, que en Europa podían alcanzar los 100.000 hombres, entre cuerpos de ejército, guarniciones y refuerzos de las armadas. La Guardia Civil, creada en 1844, es nuestra primera fuerza de seguridad nacional, profesional, militar y con cobertura para todo el territorio español, que se llevó también a las colonias que nos quedaban en el siglo XIX: Filipinas, Puerto Rico, Cuba y Guinea.

— ¿Eran ejércitos de levas o profesionales?

En el caso español, en el siglo XVI predominó un reclutamiento voluntario. En el siglo siguiente, los voluntarios escasearon y se aplicaron diversos sistemas de recluta, incluidas las levas de vagos y maleantes, implantándose en el siglo XVIII un sistema de reclutamiento general, génesis del sistema de reclutamiento nacional que implanta el servicio militar obligatorio, imperante desde 1770, más o menos, hasta la abolición del servicio militar obligatorio, sustituido de nuevo por el voluntariado. Para algunos estudiosos, los ejércitos profesionales nacen con la existencia de mercenarios, que hacían de la guerra su profesión desde el siglo XVI; para otros, la verdadera profesionalización se produciría con las consecuencias derivadas de la Revolución Francesa de 1789, movilizadora del pueblo o la nación en armas. En cualquier caso, de siempre se ha procurado conseguir la permanencia en filas de los soldados (mediante reenganches, premios en metálico, premios de constancia, etc.) para conseguir un soldado bien instruido y profesional.

Napoleón en su trono imperial, por Jean Auguste Dominique Ingres, 1806.
Napoleón en su trono imperial, por Jean Auguste Dominique Ingres, 1806.

—¿Fueron financiados igual por todos los reinos?
—Durante la Edad Media, cada reino mantenía sus propias fuerzas militares. A partir del siglo XVI y como consecuencia del despliegue territorial de la Monarquía, será Castilla la que lleve el mayor peso de la política militar, un peso que se reparte más igualitariamente a partir del siglo XVIII.

—¿Cómo los percibía la población?
—El esfuerzo militar pesaba sobre la población de dos maneras diferentes, igualmente lesivas. Por un lado, estaba el reclutamiento, la conscripción, la obligatoriedad de contribuir al ejército con un número determinado de hombres en función del vecindario del lugar, lo que suponía en muchos casos la descomposición familiar. Esta realidad se agrava con la implantación del liberalismo al introducir la posibilidad de evitar ir a filas si se pagaba una cantidad en metálico o si se le pagaba a algún mozo para que fuera como sustituto del pagador: dos procedimientos que favorecían la injusticia en el reclutamiento basada en la desigualdad económica y que hizo que a la guerra fueran los que no podían pagar y que se quedaran en casa los que si tenían medios económicos para conseguir la exención o la sustitución. Por otro lado, otras obligaciones lesivas para el vecindario fueron los alojamientos, la obligatoriedad de alojar en sus casas a una tropa en tránsito o destinada más o menos permanentemente en un lugar, pues aunque los gastos que originaban, en teoría los pagaba el ministerio o el gobierno de turno, lo cierto es que los vecinos adelantaban muchos de los suministros que necesitaban, debían admitirlos en sus casas y soportar las innumerables incomodidades y abusos de los soldados, generándose un conflictividad entre paisanos y militares, que con frecuencia se saldaba a favor de los soldados, merced a la existencia del fuero militar.

—Su obra también ha tratado extensamente el tema de las infraestructuras a lo largo de la historia. El último, creo es el libro sobre la Flota de Indias ¿Qué nos puede decir del poco conocido sistema de flotas hispano?
—Establecido por Felipe II entre 1561 y 1564, las Flotas de Indias constituyeron un sistema de navegación y protección de los barcos españoles que hacían la Carrera de Indias sosteniendo y desarrollando el monopolio comercial castellano que unía regularmente Sevilla con ciertos puertos americanos en fechas determinadas –aunque algo aleatorias-. Su conexión con el denominado Galeón de Manila (otra ruta permanente entre Acapulco y Manila), constituyó la primera globalización económica, pues las flotas españolas unían Europa, África, América y Asía, a través del Atlántico, el Pacífico y el Índico mediante un comercio en el que participaban los productos de todas las procedencias. El sistema se mantuvo hasta que Carlos III decretó el libre comercio entre España y América.

—Ha escrito también sobre la evolución de las flotas española y sueca de mediados del siglo XVIII a finales del XIX ¿Qué le gustaría resaltar?
—Las dos flotas siguen procesos diferentes, mientras la sueca experimenta un proceso de afirmación y crecimiento en consonancia con su trayectoria histórica en esas décadas, la nuestra sufre varios reveses en su enfrentamiento con la inglesa, particularmente el de Trafalgar, donde la alianza con Francia y la ineptitud del mando francés llevan al desastre. Las perdidas españolas fueron severas y la dinámica española decimonónica imposibilita la recuperación naval hasta bastantes décadas después.

—Asimismo, tiene un libro sobre Frontera y fortificación ¿Las fronteras españolas eran diferentes de, por ejemplo, las portuguesas?
—Es un libro que yo coordiné, en el que abordamos dos temas de gran importancia en la historia militar. La frontera, incluso hoy día, es más un concepto teórico que físico; es cierto que hay puestos fronterizos, que en algunos parajes la frontera está marcada con monolitos, alambradas o algún otro elemento físico, pero las fronteras han evolucionado con el paso del tiempo y las rivalidades entre los países vecinos ha hecho necesario el recurso en muchos casos a fortificar determinados espacios o parajes, dando lugar al desarrollo de la poliorcética y a la mejora de los sistemas de fortificación. Pues bien, en ese libro hay una variada panorámica de estas cuestiones desarrolladas por especialistas de diversas nacionalidades y de reconocido prestigio.

—¿Cuál fue la política española en relación con la frontera norteafricana y su política de presidios, tal y como la relata en Los presidios españoles norteafricanos en el siglo XVIII?
—Cuando los Reyes Católicos conquistaron el reino moro de Granada en 1492 y unos meses después de ese mismo año Colón descubría América, para Castilla se planteaba un dilema: continuar la lucha contra el islam en el norte de África para crear espacios cristianos en el continente o navegar hacia el oeste para ver las posibilidades que ofrecían las nuevas tierras descubiertas. En esa disyuntiva, la acción en el norte de África quedó reducida al establecimiento de unos enclaves costeros que sirvieran de contención de una posible nueva invasión africana y de los ataques berberiscos. La proyección hacia América fue en aumento y se convirtió en la línea prioritaria de expansión.

—También ha cultivado la novela histórica con El castellano de Flandes ¿Cómo fue la experiencia?

—La verdad que fue muy gratificante, pues es otra manera de escribir. No es necesario tanto rigor en el relato, cabe la imaginación y ofrece muchas posibilidades. En esa novela, la redacción sigue de cerca los acontecimientos y los que los protagonizaron. Mucha más cabida tiene la ficción en la otra, en la titulada Felipe II y los pergaminos secretos. Pero este tipo de novela tiene el peligro de que puede desvirtuar la historia, algo que en muchas ocasiones se hace deliberadamente.

—En divulgación también tiene una extensa obra, entre otros el Atlas Histórico de España ¿Cree que el ciudadano medio conoce la historia de España?
—Desgraciadamente, creo que no, por lo menos que no la conoce lo suficiente, por eso hay entre nosotros unos tópicos y unas falsedades que se aceptan y se repiten hasta la saciedad cumpliendo ese viejo axioma: si una mentira se repite mucho, acaba aceptándose como verdad.

—¿Qué cree que falta para que España conozca mejor su historia?

—Su inclusión en los diversos niveles de enseñanza, sobre todo en la secundaria y en la universitaria, junto a una política gubernamental que contribuya por los medios de comunicación (particularmente, cine y televisión, como hacen otros países) y de divulgación a difundir nuestra historia.

—¿Qué recomienda a sus alumnos de Historia?
—Que lean libros de Historia, que conozcan la nuestra para que puedan discernir la verdad de la superchería y puedan detectar la manipulación de la historia, hoy tan frecuente.

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