Apuntes del Secretario

domingo, 19 de mayo de 2024 00:55
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Controversia

Se hace cada vez más evidente la controversia en el Partido Justicialista de Catamarca, a partir de las diferentes posturas asumidas ante el proyecto denominado Ley Bases, de próximo tratamiento en el Senado de la nación. La diferencia de criterio salió a la luz hace un par de semanas, cuando Lucía Corpacci anticipó su rechazo a la norma que ya obtuvo media sanción en el Congreso, al tiempo que Raúl Jalil rescataba puntos positivos y expresaba su apoyo. La disparidad de posturas no es menor, considerando que se trata de la presidenta y el vicepresidente del PJ local, más allá de que -como se ha expresado en estas mismas columnas- cumplen roles distintos institucionalmente y cada uno responde según lo que demanda su cargo. El inconveniente no radica allí, sino en el resto de la dirigencia y la militancia, que no termina de descifrar cómo debe alinearse. Sin ir más lejos, en la sede peronista de Avenida Güemes, se vienen desarrollando reuniones para fortalecer los argumentos por los cuales se mantiene una férrea oposición a la Ley Bases, con variadas y amplias fundamentaciones de todo lo que perjudica a los trabajadores, la producción nacional e incluso los intereses nacionales.  La intención es respaldar abierta y públicamente a Lucía. Que esto suceda simultáneamente con el mandatario provincial señalando que se debe acompañar el proyecto, marca un contrapunto muy sonoro. Es un hecho también que -al menos hasta aquí- las diferencias no se tradujeron en mensajes personales, pero no hay garantías de que ello no suceda conforme se acerque el momento de la votación decisiva. Se trata de un conflicto latente en el seno del justicialismo catamarqueño, que requerirá mucha muñeca política para no derive en una división más fuerte. Por su parte, Jalil no sólo reafirma su posición, sino que se permitió indicar que la mayoría del peronismo se equivoca al negarse al diálogo a Milei, y hasta lamentó no tener más canales de comunicación con Casa Rosada. El sentido práctico del jefe de Estado, no encuentra eco por el momento en un peronismo más enfocado en términos de resistencia que en acercarse al gobierno libertario.

Scioli y Landriscina

El inimitable narrador chaqueño Luis Landriscina, que ya ronda los 90 años, brilló durante décadas con su genial y personalísimo humor, dotado de tanto contenido que hacía del chiste o remate final lo menos importante de sus relatos. En su extensa y siempre exitosa trayectoria, que lo llevó por todos los escenarios del país, Landriscina decía que una de sus claves para agradar al público era excluir de su repertorio tres temas: fútbol, política y religión. Y fue por ese sendero que desarrolló toda su trayectoria. ¿Por qué lo hacía? Porque conocía la esencia del ser argentino. A diferencia de lo que ocurre en otros países, el argentino es naturalmente pasional, e involucra en su identidad cuestiones muy profundas y arraigadas en cuestiones afectivas, familiares, sentimentales. Esa carga emocional que los argentinos ponen en aquello que los identifica, hace muy difícil tocar ciertos temas sin herir a niveles personales. Y son en general sentimientos nobles y puros, independientes de las circunstancias que se presenten. Por caso, en junio de 2011, River Plate descendió a la B, pérdida de categoría que resultó humillante para una de las instituciones más gloriosas del país. Los hinchas de River lloraron, se lamentaron, se enojaron. Pero no hubo uno solo de abandonara al equipo o cambiara de club. En diciembre de 2018, Boca Juniors perdió la final de la Copa más preciada a manos de su eterno rival. La peor pesadilla imaginable para un xeneize. Los hinchas de Boca lloraron, se lamentaron, se enojaron. Pero no hubo uno solo que dejara de ser de Boca. No se puede, es la propia identidad, un lazo incondicional. Lo mismo sucede en el país con cuestiones religiosas: por eso el escándalo que se armó cuando se “profanó” hace poco el manto de la Virgen del Valle, algo que ocurriría de igual manera en advocaciones como Luján, Itatí, Pompeya, San Nicolás o cualquier otra. Y lo mismo sucede en política. Si está bien o está mal, es materia para otro análisis, pero en Argentina es así. El peronista, el radical y cualquier otro militante, no eligen a quién votar por la conveniencia del momento, como quien opta entre un plan de ahorro para ver qué auto se compra. Abraza su identidad con un compromiso afectivo mucho más grande, que no se alterará por eventuales triunfos o derrotas. Por esta razón, ver a Daniel Scioli integrado al gobierno de Javier Milei se hace para muchos incomprensible.

Marche un Nobel

Scioli dijo en los últimos días que Javier Milei debería recibir el Premio Nobel porque en cinco meses transformó el país. Scioli, que fue candidato a presidente del peronismo, gobernador peronista, legislador peronista. Y esas volteretas tan frecuentes en la política son incomprensibles para el ciudadano común, y son las conductas que alejan al pueblo de la política y le hacen descreer de sus protagonistas. Porque no es sólo Scioli. Allí está Patricia Bullrich, que intercambió toda clase de agresiones con Milei para desembarcar en su gobierno. O Caputo, a quien Milei defenestró calificándolo como el peor economista para luego ponerlo como ministro de Economía. Y pasó antes entre Lilita Carrió y Macri, y tantos otros enemigos acérrimos devenidos en aliados. Es una moneda corriente en la política, y es a su vez lo más alejado del comportamiento argentino. Mientras los políticos no lo entiendan, seguirán sin comprender por qué la gente no les cree y se aleja de ellos.

Recuerdos

Un cable negro que asomaba a través de una alcantarilla. Ese fue el detalle que salvó la vida de Raúl Alfonsín, que apenas tres años antes había sido elegido presidente de la recuperación democrática. Era el 19 de mayo de 1986. Antes de aquel 19 de mayo le volaron las oficinas a Vicente Leónidas Saadi y una seguidilla de  nueve bombas explotaron, en la misma noche, diferentes comités radicales en la provincia de Buenos Aires.  Alfonsín llegó a Córdoba ese mismo 19 de mayo. Aterrizó, a bordo del Tango 1, en la Escuela de Aviación Militar. Poco antes de llegar al lugar del acto, cerca del casino de oficiales, donde el presidente iba a activar un cañón como artificio de guerra y saludo castrense, el oficial Carlos Primo, del comando radioeléctrico de la provincia de Córdoba, caminó las calles del destacamento militar para verificar que todo esté en orden. “¿Y esto qué es?”, le preguntó al cabo Hugo Velázquez, que lo acompañaba en la guardia. Estaban parados sobre una bomba. Dos kilos y medio de TNT y dos panes de trotil de 450 gramos cada uno esperaban en silencio el paso del presidente para convertirlo en un mártir. Un hombre de apellido Arce, de la brigada de explosivos, fue el encargado de desactivar la bomba: sacó el detonador, despegó el trotil, cargó en sus brazos el arma del magnicidio frustrado y caminó lento hacia su móvil. Cuando el trance pasó y Alfonsín estuvo a salvo, la actividad oficial se suspendió y el presidente tan solo habló a los jefes y oficiales del III Cuerpo en el Casino de Oficiales. No se sabe qué les dijo. Si se sabe que los militares escucharon en silencio, que no hubo aplausos y que, en el coloquio posterior, renunciaron a la posibilidad de hacerle preguntas al presidente. Una semana después hicieron explotar la bomba. La detonación abrió un enorme orificio y las esquirlas volaron hasta 70 metros. Ignacio Aníbal Verdura, el jefe del Tercer cuerpo, anunció su retiro. Dijo que no hubiera querido terminar así su carrera militar. Años después Verdura fue enjuiciado por crímenes de lesa humanidad.

El Esquiú.com

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