La ascensión del Señor

Un santo para cada día: 12 de mayo La ascensión del Señor

Ascensión
Ascensión

Cuando llegó el momento de que Jesús tuvo que volver al Padre la tristeza se apoderó   del pequeño rebaño y el corazón de cada uno de sus discípulos se sintió sumergido en la más profunda soledad. Lucas y Marcos  en sus respectivos evangelios recogen brevemente este trascendental suceso  que vuelve a ser narrado de forma más  detallada en “ Los Hechos de los Apóstoles” donde se nos dice que la Ascensión tubo lugar en el monte de los Olivos  cuarenta días después de su Resurrección, describiendo el suceso de esta menera : “Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos.Después de esto, dos hombres vestidos de blanco aparecen y dicen a los apóstoles que Jesús regresará de la misma manera que fue llevado, y los apóstoles regresan a Jerusalén.”

El sentimiento de abandono que experimentaron debió de ser enorme, tanto que apenas les permitía pensar en un futuro con esperanza. ¿Qué sería de sus vidas , cuando se hubiera ido al cielo quien había sido todo para ellos? ¿Dónde poner sus ojos a partir de ahora? ¿ Dónde encontrar la paz y seguridad cuando  arrecien las olas del mar enfurecido? ¿Qué otras voces podrán escuchar ya esos oídos después de haberse regocijado con las deleitables y esperanzadoras palabras del Maestro?  Amarga despedida tuvo que ser ésta, para quien se iba, pero sobre todo lo fue para quienes aquí abajo se quedaban. Fray Luis de León supo expresarlo en inspirados versos que nos  ayudan a comprender lo desgarrador de este trance.

¿Y dejas, Pastor santo,

tu grey en este valle hondo, escuro,

con soledad y llanto;

y tú, rompiendo el puro

aire, ¿te vas al inmortal seguro?

Los antes bienhadados,

y los agora tristes y afligidos,

a tus pechos criados,

de ti desposeídos,

¿a dó convertirán ya sus sentidos?

 Jesucristo sabedor de la angustia que esta despedida iba a ocasionar a los suyos, trata de reconfortarlos, haciéndoles ver que es necesario que así  tenía que ser y que en manera alguna han de ver este episodio como un abandono por su parte . Al contrario. Es solo un adelanto, un precederles en el camino hacia el Reino. Es ir a tomar posesión en la casa del Padre de unas moradas, que han de quedar reservadas y preparadas para cuando ellos lleguen. Desde esa perspectiva la Ascensión del Señor no es otra cosa que subir al cielo para inundarle de su  humanidad  de modo que los hombres y mujeres que allí lleguen se encuentren como en  su propia casa. Si en la Resurrección de Cristo pudimos ver nuestra propia resurrección , ahora en la glorificación de Cristo podemos ver también nuestra propia glorificación, que ha comenzado ya aquí y ahora, porque la tierra que nosotros pisamos, ni está separada del cielo por un espacio infinito ni por un tiempo inconmensurable de siglos. Cielo y tierra están inmersos en el misterio de Dios que los abraza a ambos.  “ ¿Galileos, porque os habéis quedado mirando al cielo?” les dicen dos Ángeles con forma humana vestidos de blanco. ¿Acaso no sabéis que Él permanece en vuestro espíritu y que sus pies volverán a pisar  en vuestro mismo suelo?  

43 VII Domingo de Pascua: La Ascensión del Señor
43 VII Domingo de Pascua: La Ascensión del Señor

 El trago amargo de la despedida  fue endulzado por la promesa que el Maestro les tenía reservado; una sorpresa inesperada y tranquilizadora y  por mucho que ellos creyeran que se iban a quedar solos, no iba a ser así. En forma de regalo inestimable les  anuncia  que les enviaría el Paráclito para que les consolara y les diera la fortaleza necesaria para seguir adelante.  A partir de ahora contarían con el Espíritu de Dios que les iluminaría y les iría mostrando en todo momento el camino correcto. No solo esto, les confía también una sublime misión, les encarga ser sus testigos en el mundo. Yo subo al cielo; pero vosotros os quedáis aquí en la tierra para dar testimonio de mí y de todo cuanto en estos tres inolvidables años de convivencia íntima os he enseñado. “ Id por todo el mundo a predicar el evangelio, en nombre mío”. Potestad para ello os doy  entregándoos las llaves del Reino, por eso hasta el día de hoy, no hay otro compromiso mayor que hacer presente a Dios en el mundo. Este compromiso para los cristianos de ayer, es el mismo para los cristianos de hoy,  quienes debiéramos comenzar  preguntándonos  ¿por qué muchos hermanos nuestros han tenido que buscar consuelo en falsas promesas de liberación lejos del buen Dios? ¿Por qué la fe que decimos profesar está resultando ser tan ineficaz y estéril? Lo preocupante, hoy en día, no es el grito violento de los malvados, sino el silencio de los buenos. ¿Será que hemos contemporizado tanto que los cristianos apenas nos distinguimos de los que no lo son?O tal vez pensamos que la religiosidad es una cuestión privada. ¡Que pena si esto fuera así! ¡Qué pena que el mensaje que nos entregó Jesucristo para incendiar al mundo lo escondiéramos convirtiéndolo en un secreto del corazón, que solo cada cual conoce! ¡Qué pena guardar para uno sólo lo que fue dado para compartir! ¿Qué Biblia leen quienes niegan la dimensión pública de la fe? La mundanidad egoísta, ese maldito virus, nos está impidiendo ser testigos del amor que Dios nos tiene . Caminamos entre angustias y tristezas, nuestros son los miedos y las dudas, seguimos vacilantes, sin que estemos convencidos totalmente que solo en Él está nuestra esperanza. Los cristinos vivimos y nos comportamos como el resto de los mortales, por eso nuestro mensaje no ha calado hondo en la sociedad, ni tampoco nuestro compromiso es valiente y decidido. ¿Acaso en nuestras vidas, en nuestras actitudes, en nuestros rostros, pueden ver reflejado los demás el gozo y la alegría de Cristo Resucitado, ascendiendo triunfante a los cielos?

Ser hoy testigos de Jesucristo comporta un tipo de compromiso, que afecta a todos los bautizados por igual. Pasaron ya aquellos tiempos en los que la evangelización era considerada como un ministerio específico de los sacerdotes y personas consagradas. El apostolado ha dejado de ser una vocación excepcional y ha pasado a ser un ministerio ajustado a todos los bautizados que han de estar dispuestos a trabajar para hacer de su mundo un lugar de encuentro con Dios. Ya nadie duda que también los laicos son quienes están llamados a ejercer esta sagrada función y puede que sean ellos los que hayan de asumir un papel preponderante.  Los cristianos laicos, hombres como los demás, que nos bañamos en el mismo mar tumultuoso, atrapados por la agitación y las prisas, hemos de convertirnos en mensajeros dispuestos a vivir a tope la intimidad de Dios, sin salirnos del mundo.  No parece que al laico cristiano le quede otra alternativa que no sea la de aceptar valientemente el riesgo que conlleva el testimoniar a Cristo fuera de la sacristía, en las mil formas posibles de cooperación humana, como pueden ser la economía, la cultura y el arte, el trabajo o la política, bien sea en el seno de la sociedad o de la familia. Las grandes cuestiones trascendentales, hoy olvidadas, rebasan el ámbito de los sagrados recintos, por eso hay que salir a la calle para hacer presente a Dios en medio del gentío, por eso se piensa con razón que ha llegado la hora de los laicos.

Los cristianos de a pie, sembradores de esperanzas humanas,  han de saber que trabajar por una sociedad más justa y más humana, abiertos al mundo y a la historia es estar cooperando por la instauración  Reino de Cristo. Fue precisamente Él, quien ante de partir al Padre  nos encargó encarecidamente que  fuéramos luz en la noche oscura de nuestro tiempo. “Id por todo el mundo a predicar el evangelio” . Id por todo el mundo  a llevar el consuelo a los tristes, ayuda a los desamparados, asistencia de todo tipo a los necesitados. ¿Qué otra cosa podría significar el ser cristiano?  Ser testigo de Cristo solo es posible a través de la fidelidad y el compromiso y con ello estamos aludiendo a una segunda urgencia que puede quedar definida en términos de “autenticidad”. Los hombres de hoy han dejado de ser esas criaturas ingenuas que se creían a pie juntillas todo cuanto se les decía, ahora se han vuelto más críticos y se atienen no tanto a las razones cuanto a los hechos, según el dicho popular: “Obras son amores y no buenas razones”. Ya no es suficiente con una buena argumentación, hay que testimoniar eso que se dice a través de una vida coherente. Por tanto ha de quedar bien claro que una cosa es ser propagandista y otra bien distinta es ser testigo. Bienvenidos sean los doctos maestros de la teología, pero lo que hoy se necesitan son sobre todo santos de cuerpo entero que ponen en práctica lo que predican. Claramente lo hemos podido ver con ejemplos de personas a las que todo el mundo admira y respeta.   

 Ser testigo de Cristo es un mandato que nos viene de lo alto, un reto y un compromiso que los cristianos hemos de asumir gozosamente , sabiendo ser lengua que ponga voz a sus enseñanzas, manos para esparcir a los cuatro vientos las semillas de fe, pies para llevar la antorcha de su luz a todos los rincones de la tierra, corazones para dar testimonio de amor a manos llenas. Lo que Jesucristo nos pide en su despedida antes de subir al cielo es que hagamos lo que el hizo y seamos uno con Él. “Todo nuestro ser, dice Carlos Foucauld, debe gritar el evangelio, … todos nuestros actos, toda nuestra vida, deben gritar que nosotros somos de Jesús, deben presentar la imagen de la vida evangélica. Todo nuestro ser debe ser una predicación, un reflejo de Jesús, un perfume de Jesús, algo que grita a Jesús, que hace ver a Jesús, que brilla como la imagen de Jesús.”  Es Dios quien nos ha dado la fe y una vez que la tenemos, no es para esconderla bajo el celemín, sino para vivir de ella y mostrarla al mundo sin complejos y sin falsas acomodaciones.

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