Está el Washington agropecuario, pues fue un gran terrateniente en Virginia. Ávido de mejoras para la producción, no las reservaba para él, sino que compartía sus saberes en la comunidad. Practicaba la rotación de cultivos en la propiedad de Mount Vernon, de modo tal que el cultivo permanente de la soja –perdón, el algodón- no arrastrara consigo la fertilidad de la tierra. Combinada con cereales, la rotación de cultivos permitía alimentar al ganado con alimento diverso. Gran promotor de las mulas, también estableció al borde del Potomac una de las primeras factorías pesqueras modernas. Nada mal para alguien que dejó los estudios formales a los once años, y sin embargo pudo alcanzar tales resultados en base a la curiosidad y la experiencia, que son un método.

Tenemos al Washington militar. Con alguna experiencia en la guerra de fronteras entre ingleses y franceses en lo que hoy es la frontera con Canadá, las primeras armas del joven George le enseñaron que a veces se gana y a veces se pierde, otras tantas se ataca o hay que correr para salvar la vida. A la hora de la guerra de independencia contra el Reino Unido, fue nombrado comandante en jefe del ejército continental por el Congreso en 1775. Sobre la base de milicias –ciudadanos armados- incapaces de resistir en batalla campal a los británicos, estableció una guerra de desgaste con victorias y derrotas. A lo largo de los años y con la ayuda francesa, pudo rendir a los ingleses en Yorktown en 1781. Washington era muy apreciado por los soldados y un reconocido comandante. Nota de color: un cuarto del victorioso ejército continental estaba compuesto por afrodescendientes, que aún luchan por una ciudadanía plena.

El Washington político, dos veces presidente de los Estados Unidos, creó las instituciones de la nueva Nación y sentó las bases del sistema federal. Aunque volvió a tomar las armas en 1794 para aplastar una rebelión fiscal (esa gente que no quiere pagar impuestos). En los años de guerra entre el Reino Unido y la Francia revolucionaria, el presidente decidió una estricta neutralidad, ya que debía consolidar la independencia, asegurar la liberación nacional y construir una Constitución. Son asuntos más importantes que andar metiéndose en una guerra más allá del océano. Quedará para la posteridad –y para todos- la advertencia de “no entrar jamás en alianzas duraderas”. El ejercicio del realismo político es la característica del hombre de Estado. Le duele la división entre partidos, y al fin vuelve a Mount Vernon. Allí fallece en 1799: en su testamento emancipa a los esclavos que posee. Podríamos hablar también del Washington escritor, o del padre de familia (ensamblada), para completar un perfil sanmartiniano. No hay tiempo. Sin embargo, hay otro George Washington.

Es un portaaviones llamado USS (por “United States Ship”) George Washington. Pieza maestra de la guerra en el mar, esta nave “y su grupo de ataque” tiene como misión participar en “operaciones de seguridad marítimas, defender buques mercantes, prevenir el uso del mar por terroristas o piratas”; asimismo, “provee capacidades únicas para responder a desastres y asistencia humanitaria”, como leemos en el propio website del tal USS. Las especificaciones técnicas, la cantidad y calidad de aviones y armamento embarcado merecen una opinión especializada que se nos escapa. Digamos que la vida a bordo del USS Washington es bastante particular para tal nave. Incidentes en la pista, consumo de drogas en la tripulación, malas condiciones de descanso, problemas psiquiátricos, suicidios de marineros, incendios a bordo con consecuentes reparaciones costosas, mucho tiempo pasado en astilleros (un barco “tallerista”)… no sé si la gente de mar es supersticiosa, pero ese barco es yeta. La contribución al desarrollo local del USS Washington no parece haber superado la sobre demanda que afectó a los burdeles de Perth en 2009, cuando los proxenetas locales tuvieron que conseguir más pupilas para atender las necesidades sexuales de la tripulación (3500 efectivos). Este USS está acompañado por el destructor USS Porter y el buque logístico USNS John Lenthall.

Ahora bien, la Argentina es parte de la zona libre de armas nucleares. El USS Washington es un portaaviones a propulsión nuclear, ¿debe ser considerado un arma nuclear? ¿Hay armamento atómico a bordo? ¿Podrá ser inspeccionado para asegurar the enforcement of law en Argentina, que es una de las motivaciones de tal presencia? Al menos eso dice la marina norteamericana. ¿Tiene autorización del Congreso Nacional para entrar en nuestras aguas? No. De hecho hay un antecedente cercano, que fue la llegada del navío de la guardia costera norteamericana llamado Cutter James, cuya presencia, escribe “Laembajá” en el website correspondiente: “apoya los intereses de Estados Unidos” y “contribuye a la estabilidad y seguridad regionales”, mediante el “combate al tráfico de drogas, el monitoreo y represión de pesca ilegal”. Eso en la versión en inglés. La versión en castellano difiere. Debe ser otro error de tipeo. Lo interesante es que los Estados Unidos no firmaron la “Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar” de 1982, que fue adoptada por ley en Argentina durante 1994. ¿Acaso vienen a defender un tratado del que no son parte y no reconocen ni respetan? La renuncia de la Soberanía Nacional en los ámbitos político, económico, social y cultural tiene ahora una dimensión militar. Al carecer de legalidad, la presencia de esas naves norteamericanas, como la de otros países (Francia), constituyen una invasión del territorio y del mar argentino. Algo que el buen George Washington -el verdadero- jamás hubiera aceptado para su propio país. ¡Golden Rule!  «