Breve historia de la Generacion del 27 - Felipe Diaz Pardo - Historia | Studenta
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Breve historia de la Generacion del 27 - Felipe Diaz Pardo

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Descubra la generación que representa la modernidad de comienzos del siglo
XX, la generación del 27. Valedores de una poesía caracterizada por la mezcla
de lo clásico y lo popular o la maestría en el uso de la metáfora, así como del
paso de un arte deshumanizado a otro preocupado por los temas sociales y
políticos.
Breve historia de la generación del 27 le llevará a recorrer el apasionante
mundo en que vivieron y crearon unos escritores irrepetibles y conocerá la
literatura y el arte que explican el mundo cultural de nuestra época. La propia
personalidad y la vitalidad de cada uno de estos autores, así como sus obras,
esenciales en nuestra literatura, lo empujarán a adentrarse en unos mundos
literarios que hicieron posible que se pudiera hablar de un nuevo Siglo de Oro
en la poesía española. Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Federico
García Lorca, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso o Luis
Cernuda son sólo algunos de ellos.
Su autor, Felipe Díaz Pardo, experto en el tema le ayudará a descubrir una
época literaria inigualable, en donde todas las artes confluyen, rodeadas de un
entorno tan vibrante y deslumbrante, en un primer momento, como mísero y
sórdido, en los años de la Guerra Civil y la posguerra, hasta llegar a los
primeros años de la democracia.
Felipe Díaz Pardo
Breve historia de la Generación
del 27
Breve historia: Pasajes 45
ePub r1.0
FLeCos 14.10.2018
Título original: Breve historia de la Generación del 27
Felipe Díaz Pardo, 2018
 
Editor digital: FLeCos
ePub base r2.0
«Nuestra generación, como se ve, no era solemne.
Ni hasta los más comedidos, como Salinas,
Guillén, Cernuda o Aleixandre, lo eran».
«¡Fue un gran año aquel 1927!
¡Variado, fecundo, feliz, divertido, contradictorio!».
La arboleda perdida
Rafael Alberti
Presentación
Todo lo que se emplee en presentar este libro irá en detrimento de lo mucho
que se quiere contar en él, por tanto, seré breve, aunque deje sin decir en
estas primeras páginas mucho de lo que me gustaría explicar sobre lo que este
volumen contiene. Para empezar, querría señalar que he pretendido evitar, en
la exposición del tema que trata, lo que comúnmente sabemos de este grupo
de autores denominado «generación del 27», e intentar conocer algo más y
mejor de sus inquietudes, aficiones y capacidades para el arte. Así, además de
la semblanza típica e inevitable que de la obra poética de cada uno de ellos se
ha hecho en el capítulo 4, fundamentalmente y a grandes rasgos, se dedicará
el capítulo 6 a conocer el trabajo de estos escritores en los demás géneros
literarios para, a continuación, descubrir las conexiones que, con otros
ámbitos artísticos o manifestaciones culturales, estos poetas han mantenido,
como con el cine, la pintura, el flamenco o los toros (capítulos 7 y 8). Porque
estos artistas eran, ante todo, personas ansiosas de empaparse de todo cuanto
les rodeaba.
Pero antes de todo lo anterior era obligatorio —haciéndonos eco, en
cierto modo, del título del volumen— situar esta generación en el contexto
histórico en el que se movía (capítulo 1), y dar a conocer los antecedentes
literarios y culturales necesarios para entender su irrupción en el panorama
intelectual de su época (capítulos 2 y 3).
También hemos querido, porque era de justicia, incluir un apartado sobre
las mujeres del 27 (capítulo 5), las conocidas como las Sinsombrero,
concepto acuñado con motivo de un paseo de Lorca, Dalí, Maruja Mallo y
Margarita Manso por el Madrid de aquellos años veinte del siglo pasado.
Como veremos, la importancia de estas artistas en la vida cultural de la época
no justifica tanto olvido.
Asimismo, y aunque todos encuadramos a los miembros de esta
generación entre 1920 y los años anteriores a la Guerra Civil, pues ahí fue
donde mostraron su talento creativo con más fuerza, hemos querido
igualmente detenernos en su etapa posterior (capítulo 10) y, sobre todo, en el
exilio de muchos de ellos, para intentar conocer los sentimientos de nostalgia
y desarraigo del poeta alejado de su tierra y silenciado en ella. También,
dentro de ese espacio temporal que comienza en la posguerra, hemos
aportado un breve repaso a la influencia de estos poetas en la lírica posterior,
influencia que llega hasta nuestros días (capítulo 9).
Por último, quería dejar constancia de mi clara intención de no convertir
únicamente las páginas que siguen en un cúmulo de datos, una lista de
características y un listado de títulos de obras, sino de convertirlas también en
una auténtica antología guiada y comentada de textos, la mayoría poéticos,
con los que ilustrar y aclarar al lector sobre lo que se va explicando.
Y con el fin de no gastar más tinta en estos primeros renglones
introductorios, damos paso al apasionante mundo de unos hombres y mujeres
movidos por el afán de modernidad y de búsqueda de lo nuevo sin destruir lo
anterior, empujados por unos ideales estéticos y de justicia social que, en
muchos casos, les obligaron a abandonar una patria que algunos no volvieron
a ver nunca más.
Octubre de 2017
1
Tiempos modernos
El período histórico en que transcurre la vida y obra de los autores de la
generación del 27 se puede determinar en función del criterio, más restringido
o más amplio, que utilicemos para establecerlo.
Así, si consideramos que dicha época comienza con el nacimiento de
Pedro Salinas y termina con la muerte de Dámaso Alonso, estaríamos
hablando de una época que transcurriría entre 1891 y 1990, exactamente cien
años. Si, en cambio, tenemos en cuenta el espacio de tiempo en el que estos
escritores desarrollaron plenamente su labor creativa, y durante la cual se les
identifica como un grupo compacto y novedoso dentro de nuestra literatura,
habríamos de centrarnos, fundamentalmente, en un lapso temporal mucho
más corto que comprendería, aproximadamente, desde los años veinte del
siglo pasado hasta el fin de la Guerra Civil, fenómeno que causa la
disgregación del grupo que fue silenciado durante la dictadura que siguió a la
Guerra Civil.
Ante estos dos posibles enfoques para situar el contexto histórico de
nuestros autores, adoptaremos una postura intermedia, ecléctica o
conciliadora. Si, por un lado, haremos una exposición más detenida de las
primeras décadas del siglo XX, por otra parte no descuidaremos todo el
contexto histórico, social y cultural por el que se desarrolló el trabajo de estos
escritores. Por tanto, con la intención de describir mediante pinceladas breves
y todo lo certeras posible, daremos un repaso por el tiempo tanto convulso
como apasionante de los primeros años del mencionado siglo XX. En Europa
y América se suceden, entre otros hechos, la Primera Guerra Mundial entre
1914 y 1918 y la Depresión de 1929. Surgirá luego el fascismo y otros
regímenes totalitarios y será una época de gran efervescencia cultural, cuando
los aires de modernidad se dejarán respirar por todas partes.
En España, tendrán lugar los últimos años de la monarquía de Alfonso
XIII, una segunda república y una guerra civil, además de compartir con el
resto de Europa esa modernidad a la que nos referimos, aunque de forma
atenuada, y a la que aludiremos de nuevo más adelante. Llegarán los medios
de comunicación de masas (cine, fotografía, publicidad) o se harán populares
deportes como el fútbol o el tenis. En el mundo cultural se producirá el auge
de los ateneos culturales, el nacimiento de las universidades populares, el
desarrollo del periodismo y las revistas de pensamiento, etc. Por último, y
para cerrar esta breve introducción de este capítulo inicial, cabe mencionar el
impulso que las artes muestran en estos años: la música, con Manuel de Falla;
la pintura, con Miró, Dalí y Picasso; el cine, con Luis Buñuel; o la poesía,
con la aparición de los autores aquí estudiados, quienes darán lugar a una
segunda Edad de Plata del género lírico.
Después vendrá, cuando el grupo por unas u otras razones se haya
dispersado, la posguerra, con el exilio y el franquismo incluidos; y la
transición democrática, época al final de la cual desaparecen
ya físicamente
los últimos representantes de una generación tan innovadora y revitalizadora
—al mismo tiempo admiradora de la tradición— de nuestra literatura más
cercana.
Dediquemos, pues, este primer capítulo a reseñar los principales
acontecimientos que se produjeron, tanto en Europa, América como en
nuestro país, en los años en que transcurrió la vida y obra de unos autores que
hicieron apasionante un período literario por diversos motivos.
UNA GUERRA PARA EMPEZAR EL SIGLO
Por lo que atañe a los acontecimientos que suceden fuera de nuestras
fronteras, los primeros pasos de nuestra generación coinciden con la Primera
Guerra Mundial, que se desarrolla entre 1914 y 1918. Durante esos años, por
ejemplo, Pedro Salinas es nombrado lector de español en La Sorbona (1914),
para ser sustituido después por Jorge Guillén (1917); en 1917, Rafael Alberti
se instala en Madrid y una Antología de Rubén Darío despierta el interés por
la poesía de Vicente Aleixandre; Federico García Lorca publica Impresiones
y paisajes en 1918; y en 1919, tanto este último como Gerardo Diego llegan a
Madrid.
Estos primeros balbuceos de nuestros poetas se producen, como decimos,
mientras tiene lugar esta contienda, conocida también como la Gran Guerra,
de dimensiones inauditas y que tuvo como escenario los Estados
industrializados de la época. Esta conflagración fue fruto de la desconfianza
que se había generado, años antes, entre Rusia, Austria-Hungría, Italia,
Francia e Inglaterra, y que se acentuó al desaparecer Otto von Bismarck de la
vida política, en 1890. La entente de los tres emperadores europeos (alemán,
austríaco y ruso), propiciada por el citado canciller alemán, quedó rota en
1878 cuando Rusia la abandonó por la cuestión de los Balcanes.
La Primera Guerra Mundial duró cuatro años y tuvo su campo de batalla en
Europa. En ella se produjo el mayor número de pérdidas de vidas humanas
conocido hasta entonces. La contienda trajo consigo graves consecuencias
posteriores: secuelas psicológicas, mutilados, crisis de la conciencia europea, fin
del dominio europeo, etcétera.
El Imperio austrohúngaro y el alemán renovaron entonces la Dúplice
Alianza, que se mantuvo entre 1879 y 1914. A este acuerdo se integró Italia
en 1881, cuando los franceses ocuparon Túnez para frenar las pretensiones
italianas en el norte de África. Estos pactos dieron lugar a una Europa central
germánica, en 1882, y Alemania, Austria-Hungría e Italia firmaron el tratado
secreto de la Triple Alianza, que se mantuvo hasta 1914.
En 1888 accedió al trono de Alemania Guillermo II, quien pronto mostró
su desacuerdo con su canciller sobre la falta de aspiraciones coloniales de
este. Creía el joven káiser que para desplazar a Gran Bretaña en el mar y en la
industria era imprescindible contar con colonias. A partir de entonces se
suceden los tratados entre Estados. Surge primero la Entente franco-rusa, en
1891, cuando el zar Alejandro III, que necesitaba un aliado en los Balcanes,
firmó con Francia este tratado, secreto y defensivo. Años después, en 1904,
Eduardo VII de Inglaterra, para romper su aislamiento con Europa, firma
también con Francia la Entente cordial, con el fin de establecer un apoyo
recíproco en el continente africano. Por otra parte, surge la Triple Entente, en
1907, cuando Gran Bretaña, Rusia y Francia se unen y se convierten en
bloque antagónico de la Triple Alianza. Entretanto, Inglaterra y Rusia
renunciaron al control del Golfo Pérsico y a la construcción del ferrocarril en
Persia y crearon el Estado-tapón de Afganistán, entre el sur de Rusia y la
India británica.
De este modo, la Francia que Bismarck quería aislar consiguió dos
grandes aliados, y el empeño del canciller por conseguir una paz armada se
derrumbó ante el interés de Alemania por la política colonial. Y mientras,
Japón emerge como nueva potencia, dada su política imperialista y su rápido
desarrollo industrial. En 1895 estalló una guerra entre China y Japón y en
1904 entre Rusia y Japón.
En definitiva, los dos grandes grupos enfrentados, la Triple Entente y la
Triple Alianza pusieron en peligro una paz cuyo fin se desencadenó con el
asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, heredero del trono
austrohúngaro, y de su esposa, el 28 de junio de 1914, en Sarajevo. El
emperador Francisco José de Austria, apoyado por Guillermo II, declaró la
guerra a Serbia el 28 de julio de ese año ante la negativa serbia de castigar a
los culpables. Rusia acudió en ayuda de su aliada Serbia y Alemania, que se
vio amenazada, declaró la guerra a Rusia el 1 de agosto. Pocos días después,
el emperador alemán, tras la negativa de Francia a mantenerse neutral, ordenó
entrar en Bélgica. Por su parte, Gran Bretaña propuso la celebración de una
conferencia de las naciones que no estuvieran interesadas en el conflicto entre
Serbia y Austria, pero ante la violación de la neutralidad belga, declaró la
guerra a Alemania el 4 de agosto.
La guerra no encontró resistencia entre la opinión pública y muchos
jóvenes se presentaron voluntarios en todas partes. Las vanguardias, a las que
nos referiremos más adelante y que influirán en la formación de la generación
del 27, tienen su origen en el aire belicista de esta época.
El término avant-garde (‘vanguardia’) surgió en Francia en los años de la
Primera Guerra Mundial y, en concreto en la literatura, alude a una cierta
concepción bélica de determinados movimientos literarios que, en su lucha
contra los prejuicios estéticos, los corsés académicos, las normas establecidas
y la inercia del gusto, constituyeron algo así como las avanzadillas o fuerzas
de choque en el campo de batalla de las literaturas en su lucha por la
conquista de una nueva expresividad.
En sentido estricto suele, pues, entenderse por literatura de vanguardia
aquella serie de movimientos que florecieron después de la Primera Guerra
Mundial y fueron sucediéndose, con mayor o menor fortuna, hasta el
desencadenamiento del segundo gran conflicto bélico, en 1939. Los
vanguardismos entraron en crisis en la década de 1920-1930 y desaparecieron
a lo largo de la siguiente porque, entretanto, los vanguardistas se vieron
obligados a tomar partido en el nuevo gran enfrentamiento que se avecinaba
y no desde los postulados de su sensibilidad, sino desde los imperativos de
una realidad histórica más urgente.
EL CAMBIO QUE VINO DE LA REVOLUCIÓN
El estallido de la Revolución rusa cambió radicalmente el desarrollo de la
Gran Guerra y precipitó su final. A consecuencia de los primeros
acontecimientos revolucionarios, Rusia firmó el Tratado de Brest-Litovsk,
por el que se retiró de la contienda. Veamos con unas breves pinceladas el
ambiente en que se desarrolló este acontecimiento.
Escaleras de Odessa. Escena de la película El acorazado Potemkin, película muda
de 1925, del director ruso Serguéi Eisenstein, que reproduce una instantánea de la
famosa secuencia de las escaleras de Odessa. Basada en hechos reales, narra los
sucesos acaecidos en el puerto de Odessa en junio de 1905, cuando los tripulantes
del referido acorazado se sublevan por los malos tratos y alimentos recibidos. La
imagen muestra el momento en que los cosacos masacran a la multitud desarmada.
El crecimiento demográfico en Rusia en el siglo XIX, en donde cien de los
ciento veinte millones de habitantes eran campesinos, provocó una miseria
enorme que repercutió en la falta de poder adquisitivo y, por tanto, en el
descenso de la producción industrial. En este contexto social nació el Partido
Obrero Socialdemócrata Ruso (SD), en donde convivían una línea más
moderada (los mencheviques o mayoritarios) y otra más revolucionaria (los
bolcheviques o minoritarios), estos últimos dirigidos por Lenin. Este confió
en los campesinos como agentes del cambio y formó a unos líderes
profesionales que fueron los encargados de instaurar la dictadura del
proletariado, entre los que se encontraban León Trotski (Davidovich
Bronstein) y Iósif Stalin (Vissarionovich Dzhugashvili). También quiso
organizar el Estado de manera federal mediante
los sóviets. Los bolcheviques
pasaron a denominarse «comunistas» en 1912.
Por otro lado, a partir de 1901 se formó una élite cultural que denunciaba
la corrupción administrativa a la que pertenecían escritores como Aleksandr
Pushkin o León Tolstói, o músicos como Aleksandr Borodín o Nicolái
Rimski-Kórsakov, partidarios de implantar el capitalismo y la monarquía
parlamentaria y que formaron el Partido Democrático Constitucional (KD).
En este ambiente político se desarrollaron las revoluciones que surgieron
en 1905 y en 1917. La primera, de carácter a la vez popular y militar, surgió
tras la derrota ruso-japonesa en 1904. Los obreros de San Petersburgo y sus
familias se manifestaron el 27 de enero de 1905 (el Domingo Sangriento)
ante el palacio del zar, en busca de justicia y protección. Los obreros
demandaban derechos políticos, civiles y sociales y que el zar sustituyera el
Gobierno autoritario por otro de base constitucional. El ejército zarista cargó
contra los manifestantes, lo que provocó centenares de muertos. El suceso
suscitó protestas como la de los marinos del acorazado Potemkin, que se
amotinaron en la base de Odessa, en el mar Negro.
En 1917 confluyeron en Rusia varias revoluciones de nuevo: una
burguesa en el campo, otra socialista en las ciudades industriales y una
tercera entre las nacionalidades no rusas que integraban el Imperio. La
sublevación popular y la militar comenzaron el 23 de febrero en San
Petersburgo y obligaron al zar a abdicar. La burguesía liberal asumió el poder
el 27 de febrero para instaurar la república. Por su parte, los socialdemócratas
constituyeron los sóviets. De este modo se formó un doble gobierno. Los
soldados no obedecían al gobierno burgués sin la conformidad de los sóviets,
que respondían a cada ley reformista de carácter burgués con otra diferente.
El 4 de abril, Lenin regresó a Petrogrado desde su exilio de Suiza y proclamó
la unidad de los obreros y campesinos, con lo que dejó claras las intenciones
políticas de la Revolución bolchevique que instauraría la futura república de
los sóviets, cuyos presupuestos principales eran no pactar con el Gobierno
burgués, rechazar la guerra imperialista y repartir tierra a los campesinos. De
esta forma, Lenin posponía la abolición de la propiedad privada de los
medios de producción, que era uno de los principios básicos del marxismo,
para ampliar las bases sociales del nuevo régimen. Mientras, León Trotski
creó un cuerpo militar, la Guardia Roja, que el 3 de julio dio un fallido golpe
de Estado.
Los intelectuales, por su parte, pusieron su talento al servicio de la
revolución y se adhirieron a algunos de los movimientos vanguardistas más
interesantes del momento, como el constructivismo, el cubismo, el
surrealismo (Marc Chagall, Kazimir Malévich, etc.). No obstante, el régimen
prefirió un realismo socialista que hiciera fácilmente comprensible a todos los
ciudadanos los objetivos de la revolución y encontró en los carteles el soporte
más adecuado para ello.
EL VERDADERO COMIENZO DEL SIGLO XX
El siglo XX comenzó realmente después de la Gran Guerra, que marcó la
transición del orden liberal burgués al nuevo socialdemócrata, dominante en
nuestro mundo actual.
En dicho momento, la población europea conoció altas cotas de miseria
que los Gobiernos no solucionaron al mantener el liberalismo político y
económico frente a las doctrinas del marxismo-leninismo soviético. Los
tratados de París tampoco resolvieron los conflictos de las minorías étnicas.
Las naciones pretendieron solucionar la frustración generada por los
desajustes económicos mediante un orden político, a veces utópico, que no
fuera ni liberal ni socialista.
En este sentido, en julio de 1918 queda aprobada en Rusia la Constitución
que definía al país como República Federal Socialista Soviética Rusa bajo el
régimen de dictadura del proletariado y, a pesar de que el término Rusia
aparecía en la denominación del nuevo Estado, se reconocía a todos los
habitantes idéntica condición de ciudadanía, se afirmaba la igualdad de todas
las naciones y etnias que las integraban y se les concedía el derecho a la
autodeterminación. El Partido Comunista quedó como único y la capital del
nuevo Estado se fijó en Moscú, desde donde se puso en práctica un Gobierno
centralista democrático, a pesar de que la estructura federal hubiera debido
dar a la república la capacidad de autogobierno. Lenin terminó por identificar
la dictadura del proletariado con la del partido comunista.
Más adelante, el encumbramiento de Benito Mussolini en Italia, la crisis
económica de 1929, el ensimismamiento de los Estados dentro de sus
fronteras nacionales, el totalitarismo de Adolf Hitler en Alemania y,
finalmente, el estallido de la Segunda Guerra Mundial sumieron a Europa en
un período convulso que, una vez superado, fue reemplazado por el orden
socialdemócrata.
Ante este panorama, las vanguardias artísticas se fueron desintegrando:
en primer lugar desaparecieron los futuristas rusos, integrados en las filas de
las asociaciones de escritores «proletarios»; la mayoría de futuristas italianos
dieron pie a la creación de una estética fascista; los surrealistas franceses se
enfrentaron entre sí y se dividieron en militantes marxistas y no militantes y
entre miembros del partido comunista y no miembros; los componentes de la
generación del 27, como luego veremos, vivieron una guerra civil en la que
había que tomar partido también y que marcaría ya para siempre su escritura.
LA GRAN DEPRESIÓN DE 1929 TRAS LOS FELICES AÑOS
VEINTE
Tras la Primera Guerra Mundial, el mundo entró en una época de
estabilización. A comienzos de los años veinte, la situación económica de
Estados Unidos parecía claramente superior a la del resto del mundo. Tenía
un dólar fuerte; el centro bursátil de Wall Street, en Nueva York, que era el
más importante del mundo; y unas industrias que habían abastecido a parte de
Europa durante la contienda. Esta situación dio lugar a una «época feliz» en
la que la clase media norteamericana pudo acceder a un mundo desconocido
y atractivo para ellos, hasta entonces destinado solo a los ricos. Gracias a
préstamos a bajo interés y concedidos con escasas garantías dicha clase
media pudo acceder a los grandes avances técnicos de la modernidad que
surgieron por aquellos años. Apareció el teléfono, la lavadora, el automóvil,
el avión, la radio, el cine y el fonógrafo. Todo ello afectaría a las
mentalidades, costumbres y usos sociales del momento.
En la cultura y en la literatura en concreto, esta nueva cosmovisión
hedonista y amante de la novedad se manifestó en el futurismo, corriente
vanguardista que luego veremos con más detalles, la cual con su manifiesto
de 1909 rompió con los valores vigentes hasta el momento. En relación con
lo dicho anteriormente, proclamó la belleza de las nuevas realidades: las
máquinas, los rascacielos, las ciudades, la industria, los automóviles, etc. No
en vano, de Filippo Tommaso Marinetti (1876-1944), su fundador, es célebre
la máxima que afirma que «un automóvil es más bello que la Victoria de
Samotracia» —escultura griega—, extraída de la frase completa que decía:
«un automóvil rugiente que parece correr como la metralla es más bello que
la Victoria de Samotracia».
La fotografía muestra el bullicio de Times Square, famosa intersección de calles
neoyorquina, en 1929, tal vez poco antes de la Gran Depresión. Observamos el
tránsito de automóviles y tranvías, las masas de gentes, así como las fachadas con
carteles de anuncios publicitarios, cines y teatros.
Mientras tanto, la situación en Europa era de desconfianza, tras los
acuerdos y repartos establecidos en Versalles después de la Gran Guerra. La
economía europea se recuperaba lentamente hasta que la superproducción
motivada por las escasas ventas que se producían dio lugar al cierre de las
industrias y, como consecuencia, al paro y a la inflación.
En este contexto, en otoño de 1929, estalló en Estados Unidos una crisis
económica y financiera sin precedentes en el sistema capitalista que afectó
a
todos los sectores de la economía y a todos los países del mundo, excepto a la
URSS, donde funcionaba la planificación central.
Desde 1926, los estadounidenses pedían créditos a los bancos, no para
comprar bienes de consumo como habían hecho hasta entonces, sino para
adquirir acciones en la Bolsa de Nueva York y obtener altos beneficios con
inmediata venta. En 1928, ante la elevada demanda de acciones, el precio de
los valores bursátiles era resultado de la especulación y no se correspondía
con la marcha real de las empresas. En la primavera de 1929 se produjo el
pánico, grandes paquetes de acciones se sacaron a la venta y su valor cayó. El
29 de octubre (martes negro) la bolsa de Wall Street se hundió. Los pequeños
ahorradores quisieron recuperar el dinero que tenían depositado en los
bancos, que, a su vez, habían invertido. Casi 5100 bancos quebraron. La falta
de dinero en circulación hizo que el consumo disminuyera y generara
acciones: los industriales reaccionaron bajando los precios, lo que provocó la
deflación, y los salarios, lo que redujo de manera general el poder de compra.
En un país como Estados Unidos, donde no se conocía el desempleo, en dos
años el 32% de la población se vio en paro. Sin prestación de desempleo, la
población vio desvanecerse el bienestar de la década anterior.
Federico García Lorca, uno de los poetas de la generación del 27, dejaría
constancia de ese mundo que encontró en Nueva York, ciudad en la que
desembarcó el 25 de junio de 1929, meses antes de la catástrofe económica
de la que hablamos. En su volumen Poeta en Nueva York denunciará un tipo
de sociedad insolidaria, centrada en Wall Street. Así, la Bolsa es un elemento
importante en alguno de los poemas del libro, como en el de «Nueva York
(Oficina y denuncia)», cuando dice:
Debajo de las multiplicaciones
Hay una gota de sangre de pato;
Debajo de las divisiones
Hay una gota de sangre de marinero;
Debajo de las sumas, un río de sangre tierna.
En este fragmento, García Lorca expresa su denuncia al mundo
capitalista, insensible al dolor ajeno, de un tipo de sociedad dominada por
«las multiplicaciones, las divisiones» y «las sumas» que, a la vez, ignora «la
otra mitad/la mitad irredimible», como dice en otro momento del poema.
LA ERA DE LOS TOTALITARISMOS Y DE LA MODERNIDAD
La crisis económica derivada de la Gran Guerra, primero, y de la Gran
Depresión de 1929, después, favoreció el nacimiento de unos movimientos,
ideologías y regímenes políticos que se encuadran bajo el término de
«totalitarismos». Fueron iniciativas en las que el individuo delegaba su
soberanía en el Estado para que este se encargara de organizar su vida y
defender sus derechos, siempre supeditados al bien común. Dicho término
englobó tanto al comunismo como al fascismo, pues ambos tenían en común
los mismos rasgos: implantación como dictaduras de un partido único, uso de
una ideología rígida y excluyente, control de los medios de comunicación por
el Estado, etcétera.
De acuerdo con esas características, surgió en los países donde estos
sistemas políticos triunfan un solo partido fuertemente jerarquizado en tono a
un jefe carismático (duce, führer o caudillo) con capacidad para fascinar y
atraer a las masas y para ejercer un poder recibido como «don divino» para
trabajar por la sociedad.
Estos movimientos, que no reconocían oposición alguna, utilizaron
grupos policiacos paramilitares para extender su ideología con métodos
violentos. Aspiraban a regenerar al hombre en lo moral y en lo físico y, en el
caso de Adolf Hitler, utilizando un componente racial y étnico.
Asimismo, estos regímenes utilizaban la propaganda, a través de medios
que proporcionaban los tiempos modernos (radio, cine, banderas, música,
desfiles militares), la educación y la tecnología. Además, se inculcó en la
población la necesidad de recuperar la grandeza de los imperios de antaño
(romano, alemán, zarista, español), lo que suponía practicar la política
expansionista de agresión. Los fascismos, en concreto, intentaron crear
Estados donde aplicar sus teorías económicas de autarquía y de organización
del mundo laboral. Por de pronto, el derecho a la huelga y los sindicatos de
clase quedaron prohibidos.
El nazismo alemán y el fascismo italiano fueron dos de los regímenes totalitarios
existentes en la Europa de los años 30 y 40 del siglo XX. He aquí una instantánea
de los líderes de ambos movimientos políticos, Hitler y Mussolini, de 1940.
Tras la crisis de 1929, a la que aludíamos en el apartado anterior, y
después del desorden económico achacable al sistema laboral imperante en la
economía de la época, la misma clase obrera en paro, desengañada por las
soluciones dadas por los Gobiernos capitalistas, se incorporó y apoyó estos
regímenes totalitarios creyendo sus promesas de pleno empleo y prosperidad
económica. Por otro lado, el fascismo prendió también en las capas medias y
pequeño-burguesas, atemorizadas por la incertidumbre económica, la
inseguridad y el peligro de proletarización; de ahí que la crisis económica,
como decimos, fuera un elemento necesario en su nacimiento. No se creó un
sistema radicalmente nuevo; se trataba de un capitalismo no liberal
dinamizado a partir de la supresión de los sindicatos de izquierda y de la
difusión del principio de sumisión a la jerarquía en el ámbito laboral, y
mediante la conquista militar de mercados. Por tanto, la motivación
económica en defensa de los intereses capitalistas alemanes sería el origen
del nazismo.
Sin entrar en más detalles sobre los pormenores políticos de la época,
nuestra atención se ha de centrar en la relación del contexto de estos años con
los aspectos culturales y, en especial, con los literarios que en ellos se
desarrollan y que, en concreto, inciden en nuestra generación.
Como llevamos diciendo desde páginas anteriores, en Europa se
desarrollaron los -ismos, movimientos artísticos de carácter experimental que
se producen en las primeras décadas del siglo XX. La mayor parte de ellos se
formaron en torno a un manifiesto, esto es, una especie de programa,
preceptiva o declaración de intenciones de dicha corriente. Su espíritu
provocador, rasgo consustancial a cada uno de ellos, conllevaba la negación o
el desdén del movimiento inmediatamente anterior. La lista es ilimitada, pero
nosotros nos centraremos después en cuatro de ellos, de carácter internacional
(futurismo, cubismo, dadaísmo y surrealismo) y a dos de origen hispano
(ultraísmo y creacionismo) por ser los que, de alguna manera, influyeron en
los autores del 27.
Podemos decir que la sensibilidad vanguardista fue la primera en
comprender tanto las experiencias impuestas por las nuevas realidades de la
sociedad como las transformaciones que se iban produciendo. Así, aunque la
inicial efervescencia vanguardista de los primeros años fue desapareciendo, la
renovación que aportaron las vanguardias perduró más allá de las
aportaciones concretas de cada escuela o grupo de artistas.
Aparte de las manifestaciones literarias, de las que luego nos ocuparemos,
otras actividades artísticas o expresivas aportaron cambios importantes. En
las artes plásticas destacan los pintores Chagall y De Chirico, considerados
precedentes de los surrealistas. En el campo de la abstracción se encuentran
las obras de Joan Miró y las del francés André Masson. El surrealismo
también influye en otras formas de expresión, como el cine, donde sobresalen
el español Luis Buñuel, con obras tan conocidas como Un perro andaluz, de
1930, o el francés Jean Cocteau.
La propaganda era una herramienta muy utilizada por el régimen nazi. Con ella se
quería imbuir a la población con la ideología de dicho movimiento. En la
ilustración se observan algunas de esas ideas que se querían inculcar: por un lado,
aspectos positivos del régimen aludiendo a la infancia y a la juventud; por otro,
sentimientos como el antisemitismo y el odio hacia el comunismo.
En esta época cabe reseñar también el despegue que experimentaron los
medios de comunicación de masas, como la prensa, el cómic,
la fotografía, la
radio, el cine, etc., algunos de los cuales, como ya hemos dicho, ayudaron a
expandir los totalitarismos. El periodismo alcanzó una difusión y poder
inusitados y, asociados a la prensa, aparecieron el cómic, el tebeo y la
historieta gráfica. Asimismo, la figura del fotógrafo fue fundamental en los
diarios y revistas, pues se convirtieron en testigos del mundo en conflicto de
aquellos años, como el húngaro-norteamericano Robert Capa o el francés
Henri Cartier-Bresson. La radio también alcanzó un auge extraordinario al
convertirse en un importante transmisor de información y en un
homogeneizador de los gustos y costumbres de la época (música ligera,
publicidad comercial, etc.). La vinculación de la industria fonográfica con la
radio posibilitó la difusión de formas musicales como el jazz. El arte
cinematográfico también logró una notable madurez estética con directores y
artistas cómicos como Charles Chaplin, Buster Keaton y Harold Lloyd. La
llegada del cine sonoro en 1927 aumentó sus posibilidades expresivas y
posibilitó el desarrollo industrial de este medio. En 1939 se produjo el primer
éxito comercial del cine en color con Lo que el viento se llevó y en 1940 se
estrena Ciudadano Kane, de Orson Welles.
LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL Y UNA NUEVA EUROPA
Ante el avance imparable de Hitler y el nazismo, en 1939 estalló otra guerra
en Europa que pronto alcanzó dimensiones mundiales. A grandes rasgos,
diremos que las llamadas potencias aliadas consiguieron vencer el eje Roma-
Berlín-Tokio, pero entre ellas surgieron fuertes diferencias ideológicas por el
recelo suscitado por la consolidación del comunismo en la Unión Soviética.
Por ello, al finalizar la guerra, la alianza entre aliados se rompió y cambió
totalmente el mapa geopolítico con respecto al de 1939. Los Estados Unidos
y la Unión Soviética se convirtieron en dos Estados, inmensos, distanciados
geográficamente, muy ricos en recursos naturales, avanzados en el estudio de
la energía nuclear y con concepciones políticas y económicas opuestas, que
asumieron definitivamente el protagonismo político mundial como las dos
nuevas superpotencias. Así, desde 1947, Estados Unidos y la URSS lideraron
los dos grandes bloques a los que representaban y se repartieron el control del
mundo. La desconfianza entre estas dos grandes potencias dio origen a un
período de «guerra fría» que se prolongó durante la segunda mitad del siglo
XX.
El antisemitismo fue uno de los más atroces y crueles sentimientos que se
produjeron en la Segunda Guerra Mundial, en especial, por los nazis. La escena,
perteneciente a la película La lista de Schindler, muestra una imagen de sus
terribles consecuencias.
En una breve descripción de los hechos, el comienzo de la contienda tuvo
lugar como sigue. El 30 de agosto de 1939, pocos días después de la firma del
pacto germano-soviético, tropas polacas, que en realidad eran soldados
alemanes disfrazados, invadieron Alemania. Con esta excusa como
justificación, el 1 de septiembre los alemanes invadieron Polonia, lo que dio
comienzo a la Segunda Guerra Mundial. La caballería polaca intentó resistir a
los tanques alemanes. Inmediatamente Stalin también cruzó las fronteras
polacas orientales. En menos de un mes toda Polonia estaba repartida y, unos
meses después, Hitler inició su represión contra la población judía, a la que
confinó en el gueto de Varsovia. Hitler confiaba en que Francia y Gran
Bretaña continuarían aceptando su política de expansión hacia el este y de
contención del comunismo, pretensión germana a la que aquellos dos países
no estaban dispuestos a ceder. En los días siguientes los aliados (Francia y
Gran Bretaña) declararon la guerra al Eje (Alemania e Italia), aunque la lucha
no empezó hasta la primavera de 1940. En esta ocasión, como ocurriera en la
Primera Guerra Mundial, otros países se fueron uniendo a uno y otro bando
hasta dar al conflicto dimensiones mundiales.
Fue esta conflagración una nueva forma de hacer la guerra. La caballería
fue sustituida por los carros de combate y la aviación cobró especial
importancia. Gracias al invento del radar se controló el espacio aéreo y los
aviones ampliaron su autonomía gracias al apoyo de los portaviones. Los
vuelos se hicieron más cortos gracias a la propulsión a reacción mientras que
las baterías antiaéreas contrarrestaron los efectos de las bombas sobre
instalaciones y núcleos urbanos, al tiempo que evitaban el lanzamiento de
paracaídas. Por otra parte, en el mar se contó con vehículos anfibios que
permitían hacer desembarcos masivos de soldados y los torpedos
incrementaron el acierto sobre barcos y submarinos. En la retaguardia, se
intentaba minar la moral de la población civil, como se había ensayado ya en
la guerra civil española de 1936-1939, mediante bombardeos y amenazas de
ataque con gas. Y en cuanto a la mujer, esta adoptó una actuación parecida a
la de la guerra anterior, ocupando puestos en fábricas, astilleros y oficinas de
las fuerzas armadas y conduciendo ambulancias o asistiendo a los heridos.
Otros descubrimientos que se aplicaron en la contienda fueron la bomba de
fisión atómica, de alcance destructivo hasta entonces nunca visto; la
penicilina, que luego se comercializó; la radio, que permitió mandar mensajes
secretos en clave; o el tejido de nailon, que sustituyó a la seda de los
paracaídas y que después encontraría múltiples aplicaciones en la industria
textil.
La guerra, asimismo, aportó otros aspectos perversos y deleznables, como
el antisemitismo y el racismo. Todos conocemos el profundo desprecio de
Hitler hacia los judíos. El gueto de Varsovia fue una buena muestra de ello,
pues obligaron, en octubre de 1940, a todos los judíos de esa ciudad a
concentrarse en un sector de la ciudad donde fueron vigilados por guardias
alemanes. El hacinamiento y la falta de trabajo ocasionaron el hambre, las
epidemias y la miseria. El caso polaco fue el primero, pero no el último ni el
único. A medida que los nazis ocuparon Europa se multiplicaron los campos
de concentración y de exterminio para imponer su nuevo orden político y
racial.
Tras la guerra los esfuerzos se orientaron a la reordenación de Europa. Al
igual que había ocurrido en 1918, en 1945 volvió a imponerse la democracia
como sistema político, pero ahora enriquecida con el sufragio femenino y con
nuevos derechos económicos, sociales y culturales. En las viejas democracias
europeas occidentales los partidos de masas (socialistas, laboristas y
demócrata-cristianos) se convirtieron en alternativa real a las elites liberales
decimonónicas. Se reconstruyeron las instituciones democráticas sobre
nuevos textos constitucionales y se adaptaron a las nuevas necesidades
buscando posturas revisionistas.
Dejando de lado esta breve referencia a cuestiones históricas y
adentrándonos, escuetamente también, en el panorama de la ciencia y
pensamiento de la segunda parte del siglo XX, diremos que, después de la
Segunda Guerra Mundial, la relación entre ciencia y tecnología se hizo más
estrecha que nunca, hasta el punto de que la interdependencia de ambos tipos
de conocimientos era difícil de separar, a veces. Asimismo, se acuñó la
expresión «gran ciencia» para caracterizar la parte más importante de la
actividad científica desarrollada desde la Segunda Guerra Mundial. Por otra
parte, a esto hay que añadir que una importante revolución científico-técnica
de los últimos años del siglo pasado se experimentó en el campo de la
informática.
En el ámbito cultural occidental hay que destacar el desarrollo de la
filosofía como análisis y réplica de una sociedad que, como hemos visto, se
ha visto marcada por acontecimientos de trascendental importancia durante la
primera mitad de la centuria pasada. Así, en la Europa de la posguerra cabe
destacar la Escuela de Frankfurt, que elaboró una crítica de la sociedad
industrializada por las consecuencias que tiene para la sociedad y la cultura.
Autores como Theodor Adorno (1903-1969), Erich Fromm (1900-1980) y
Herbert Marcuse (1898-1979) son algunos de los principales
integrantes de
esta escuela, influida por el pensamiento marxista. La hermenéutica se
convirtió, gracias a autores como Hans-Georg Gadamer (1900-2002) o Paul
Ricoeur (1913-2005), en uno de los métodos más importantes de la filosofía
actual. Frente a la pretendida —y cada vez más discutible— objetividad de
las ciencias naturales, estos autores se ocuparon de averiguar cómo es posible
la comprensión y la interpretación en las ciencias humanas. La corriente
existencialista, desarrollada principalmente entre las dos guerras mundiales y
que, de la mano de Heidegger, elaboró un duro análisis de la cultura
occidental, tuvo en Jean-Paul Sartre (1905-1980) y Simone de Beauvoir
(1908-1986) sus más influyentes representantes desde los años cuarenta. El
primero consideraba que el ser humano es una estructura abierta, «un
proyecto que se vive subjetivamente» y que tiene como principal
característica su radical libertad. Esta idea da cuenta de su existencialismo
materialista y, consecuentemente, ateo. Bajo la denominación de
estructuralismo se incluye un amplio conjunto de autores que comparten un
método más que un corpus ideológico, de ahí que no se les pueda considerar
un movimiento o una escuela homogénea. Con el término «estructura» se
subraya la interrelación de las partes de un sistema. Ferdinand de Saussure y
los lingüistas de la Escuela de Praga utilizaron este enfoque de estudio que
pronto fue adoptado por los estudiosos de otras disciplinas. Así, Claude Lévi-
Strauss (1908-2009) aplicó este método en antropología, Jacques Lacan
(1901-1981) en el psicoanálisis y Michael Foucault (1926-1984) en sus
múltiples investigaciones acerca del saber, del poder y sus imposiciones a los
individuos o sobre diferentes aspectos de la historia. Por último, algunos
filósofos más recientes integran lo que se ha llamado «posmodernidad» para
resaltar su actitud crítica respecto a los excesos de la sociedad actual debidos
a los procesos de industrialización. Un importante representante de esta
corriente filosófica es, actualmente, Gilles Lipovetsky (1944), quien suele
analizar en sus obras ciertos aspectos de la sociedad posmoderna como el
narcisismo, el consumismo, el hedonismo, la moda y lo efímero, el culto al
ocio, la cultura como mercancía, etcétera.
UN NUEVO RÉGIMEN PARA UN NUEVO SIGLO
Una vez repasado el panorama europeo en lo que a nosotros nos interesa, en
este primer capítulo, para conocer el contexto en el que van a desarrollar su
actividad literaria los escritores a los que dedicamos este volumen, nos
retrotraemos en el tiempo y volvemos a los primeros años del siglo XX con el
fin de completar el paisaje político, social y cultural en el que estos se
moverán y que condicionará y explicará su obra.
Para comenzar nuestro repaso por la España en que vivieron los autores
de nuestra generación, echemos la vista atrás y pongamos los ojos todavía en
los años de la Restauración, período que transcurre entre 1874 y 1923 y al
que Joaquín Costa definió como una época de «oligarquía y caciquismo».
Caricatura de la época sobre la abdicación de Isabel II. Antes de la llegada de la
Restauración, en 1874, la abdicación de Isabel II en su hijo Alfonso XII, en 1870,
fue un hecho necesario para dar una nueva imagen a la monarquía, con un príncipe
joven y acorde con los nuevos tiempos.
Fracasada la Primera República, tras la abdicación de Amadeo de Saboya,
y desbordada aquella por las guerras carlistas y por insurrecciones varias en
Andalucía y Levante, el pronunciamiento del general Martínez Campos
restauró la monarquía colocando en el trono a Alfonso XII, hijo de Isabel II.
Tanto este rey, que reinó entre 1875 y 1885, como su viuda María Cristina,
regente entre 1885 y 1902, dieron prestigio a una monarquía que había caído
en el descrédito provocado por el reinado de Isabel II, entre 1833 y 1868.
Como hemos dicho, nuestro primer poeta, Pedro Salinas, nació en 1891,
un momento en que ya estaba asentado un régimen que, tras el levantamiento
antes mencionado de Martínez Campos, fue obra del político liberal-
conservador Antonio Cánovas del Castillo. Fue esta una época estable, de
concordia y libertad, en la que durante años parecían haberse resuelto los
grandes problemas del país, tales como el intervencionismo de la corona, el
militarismo, la falta de consenso constitucional o el uso exclusivista del
poder.
En 1876 se creó una constitución que estuvo vigente hasta 1931. En este
último año, la mayoría de nuestros poetas habían dado muestra ya de su buen
hacer. Así, por ejemplo, en 1920, Gerardo Diego publicó El romancero de la
novia; en 1924, Rafael Alberti Marinero en tierra, con el que obtuvo en
1925, junto con el mencionado Gerardo Diego, por Versos humanos, el
Premio Nacional de Literatura; Federico García Lorca Romancero gitano, en
1928, y Poema del cante jondo, en 1931; y Pedro Salinas Fábula y signo, o
Luis Cernuda Los placeres ocultos, en ese mismo año. Digamos, pues, que
eran nuestros autores poetas más o menos asentados en el panorama literario
de la época.
Pues bien, esta Constitución, si bien de orientación conservadora —pues
la soberanía radicaba en las Cortes y en el rey, consideraba la religión
católica como la religión del Estado y establecía un sufragio restringido—,
fue lo suficientemente flexible como para ir incorporando poco a poco
principios democráticos como el del sufragio universal masculino (1890), el
juicio por jurado o el culto privado de otras religiones.
TIEMPOS MODERNOS TAMBIÉN EN ESPAÑA
La Restauración consiguió, por tanto, a pesar de la alternancia en el Gobierno
de conservadores y liberales, crear un proceso de modernización y desarrollo
que se prolongó hasta finales de los años veinte. Tal progreso se produjo,
principalmente, en zonas como Cataluña, Vizcaya, Guipúzcoa y Asturias, y
en sectores como la banca, el ferrocarril, la electricidad, la minería y la
agricultura de exportación. Por otra parte, el desarrollo económico, la tímida
mejora en las condiciones higiénicas y sanitarias, la ausencia de crisis
demográficas importantes y la escasez de guerras civiles y coloniales
contribuyeron a que la población entre 1900 y 1930 pudiera mejorar sus
condiciones de vida.
Máquina de escribir Underwood. Muy distinto a los poemas de amor de Salinas, el
poema Underwood girls hace referencia a una conocida marca de máquinas de
escribir de la época. Es un poema que canta a un objeto de la vida moderna y
cotidiana, tal y como propugnan movimientos vanguardistas como el futurismo o
el creacionismo.
La población creció entre esos años y la estructura demográfica existente
al final de este período mostraba una sociedad española muy distinta a la del
siglo XIX. Los centros urbanos crecieron considerablemente. Madrid se
transformó radicalmente, convirtiéndose en una ciudad comercial y bancaria,
con la ampliación de barrios elegantes y la construcción de edificios
fastuosos y vistosos, la construcción de hoteles como el Ritz y el Palace o el
trazado de la Gran Vía. Así, si en septiembre de 1880, cuando el joven
bilbaíno Miguel de Unamuno cuando llegó a Madrid, a la estación de
Príncipe Pío, y al subir por la cuesta de San Vicente vio una ciudad triste;
Lorca llegó a Madrid, en 1919, atraído por la ciudad en la que disfrutó del
ambiente que emanaba de la Residencia de Estudiantes, de las tertulias en los
cafés o en casa de sus amigos, del teatro, de las editoriales, de los
restaurantes, lugares estos de una actitud lúdica que no excluía la disciplina y
el esfuerzo en su labor creativa como escritor.
Barcelona, por otra parte, se convirtió a partir de 1880 en uno de los
grandes conjuntos de la arquitectura europea, por lo que pudo mostrar el gran
dinamismo económico y cultural de la ciudad. Bilbao duplicó su población y
en 1886 vio el nacimiento de la Universidad de Deusto, de la mano de los
jesuitas. Se construyó un ensanche, con calles amplias y bien trazadas, plazas
y zonas ajardinadas y edificios admirables en torno a la Gran Vía como
centro de la actividad bancaria y comercial de una
villa que Ramiro de
Maeztu, uno de los miembros de la generación del 98, consideraba «la capital
de la nueva España». San Sebastián y Santander se convirtieron en lugares
del veraneo selecto y exquisito y, por tanto, en modernas ciudades turísticas.
Sevilla renovó completamente su estampa. Se abrieron grandes avenidas, se
construyó un puente y nuevos edificios como la plaza de España y el hotel
Alfonso XII y se remodeló el barrio de Santa Cruz y parte del centro urbano
en torno a la catedral. En general, durante los treinta primeros años del siglo
XX, al menos las capitales de provincia incorporaron los servicios y adelantos
de la vida moderna, como la electricidad, el gas, los tranvías eléctricos, los
automóviles, etcétera.
Ese ambiente de modernidad también se deja ver, como luego veremos,
en los poetas del 27. Así, el ultraísmo, movimiento de vanguardia de raíces
españolas y surgido por la época, hace uso de imágenes y metáforas ilógicas,
relacionadas casi siempre con el mundo del cine, de los deportes, de los
adelantos técnicos y, en definitiva, con todo lo que signifique modernidad.
Basta por ahora con dejar una breve constancia de lo dicho con la
presentación del poema «Underwood girls», de Pedro Salinas, perteneciente a
su libro Fábula y signo, de 1931, donde hace referencia a las teclas de la
máquina de escribir, objeto o herramienta fruto de los nuevos tiempos:
Quietas, dormidas están,
las treinta redondas blancas.
Entre todas
sostienen el mundo.
Míralas aquí en su sueño,
como nubes,
redondas, blancas y dentro
destinos de trueno y rayo,
destinos de lluvia lenta,
de nieve, de viento, signos.
Despiértalas,
con contactos saltarines
de dedos rápidos, leves,
como a músicas antiguas.
Ellas suenan otra música:
fantasías de metal
valses duros, al dictado.
Que se alcen desde siglos
todas iguales, distintas
como las olas del mar
y una gran alma secreta.
Que se crean que es la carta,
la fórmula como siempre.
Tú alócate
bien los dedos, y las
raptas y las lanzas,
a las treinta, eternas ninfas
contra el gran mundo vacío,
blanco en blanco.
Por fin a la hazaña pura,
sin palabras sin sentido,
ese, zeda, jota, i…
Este ambiente de resurgimiento y modernidad se dejaba ver también en la
cultura española. Primero fue con la generación del 98 y luego con la del 27.
Esta revitalización artística no fue fruto de la aparición de unas cuantas
personalidades aisladas y más o menos geniales, sino el reflejo de una
sociedad en cambio.
HUELGAS, REVUELTAS Y REFORMAS SOCIALES
Con todo este avance del que hablamos y en concreto con el desarrollo
industrial, el movimiento obrero adquirió también una fuerza hasta entonces
desconocida. Desde primeros de siglo, la clase obrera constituyó una realidad
social de gran importancia en la vida laboral y política. En Barcelona se creó
en 1907 la Solidaridad Obrera por las sociedades obreras y los sindicatos
autónomos de corte anarquista y sindicalista. Fue este un organismo sindical
que se definió como apolítico, reivindicativo y a favor de la lucha
revolucionaria de los sindicatos. Dicha institución dio lugar luego, en 1910, a
la Confederación Nacional del Trabajo (CNT); y ese mismo año, la Unión
General de Trabajadores (UGT), creada en 1888, cambió su organización
interna sustituyendo las viejas estructuras gremiales y por oficio por
sindicatos de industria. Después surgieron otras organizaciones sindicales: en
1911, Solidaridad Obrera —luego Trabajadores Vascos—, creada por el
nacionalismo vasco; en 1912, los Sindicatos Libres Católicos; y en 1916, la
Confederación Nacional Católico-Agraria, en la que se unieron los círculos
agrarios católicos.
Tales iniciativas obreras dieron, como fruto, la existencia de conflictos
que desembocaron en amplios movimientos huelguísticos que se produjeron
especialmente entre 1899 y 1903 y entre 1910 y 1913. En Vizcaya, los
socialistas encabezaron las huelgas mineras en 1903, 1906 y 1910. En La
Coruña, Sevilla, Gijón y Barcelona tuvieron lugar huelgas anarquistas en los
años 1901 y 1902. Y en 1991 hubo intentos huelguistas en varios lugares de
la Península. En 1912, el Gobierno hubo de militarizar a los ferroviarios para
impedir una huelga general de ferrocarriles y en 1913 una huelga minera en
Riotinto estuvo a punto de convertirse en una huelga general en toda la
minería.
Por otra parte, a partir de 1900 empezó a tomar cuerpo la legislación
laboral. Así, en ese año se aprobaron la Ley de Accidentes del Trabajo y la
Ley del Trabajo de Mujeres y Niños. En 1903 se creó el Instituto de
Reformas Sociales, con el fin de impulsar la legislación social. En 1904 se
acordó el descanso dominical. En 1906 se reguló la inspección de trabajo y
en 1908 se crearon los tribunales industriales para intervenir en los conflictos
derivados de la aplicación de las leyes sociales. En 1909 se creó el Instituto
Nacional de Previsión. En 1912 se prohibió el trabajo nocturno de la mujer y
en 1919 se estableció la jornada laboral de ocho horas.
A pesar de los avances laborales conseguidos, la España del primer tercio
del siglo XX seguía siendo un país rural y atrasado en este ámbito laboral con
respecto a Europa. Los salarios eran bajos; el empleo, irregular y precario; las
condiciones de trabajo, muy duras; y el nivel de vida de las clases obreras y
populares, crítico, en cuanto a vivienda, alimentación, esperanza de vida,
atención sanitaria y educación.
Algunos autores del 27, una vez pasada la efervescencia vanguardista,
mostrarán su compromiso social hacia los más desfavorecidos, de una manera
u otra. Una forma de colaboración se materializó mediante la participación en
iniciativas educativas ideadas durante la República, como es el caso de La
Barraca, en donde participaría, entre otros, García Lorca, y que consistió en
intentar llevar el teatro clásico por todos los rincones de España; o las
Misiones Pedagógicas, proyecto educativo que consistió en expandir la
educación, mediante el voluntariado de maestros, profesores, artistas y
jóvenes estudiantes. Otras veces dejarán constancia de ese compromiso en su
propia obra. Es el caso, por ejemplo, de Rafael Alberti. Una muestra de ello
la encontramos en su libro Sobre los ángeles (1929). Este volumen es la
expresión poética del desconcierto vital de su autor. Ha desaparecido la
jovialidad futurista, sustituida por una desolación existencial que se
manifiesta tanto en formas estróficas de arte menor y tono tradicional como
en largos versículos que reflejan la influencia del surrealismo. Alberti
encontró aquí un sentido a su vida en el compromiso social y el optimismo
vital que hallaba en la ideología comunista. De este modo, el poema que
cierra el libro se titula «El ángel superviviente», y abre así, tal como se
transcribe a continuación, la puerta de la esperanza:
Acordaos.
La nieve traía gotas de lacre, de plomo derretido
y disimulos de niña que ha dado muerte a un cisne.
Una mano enguantada, la dispersión de la luz y el lento asesinato.
La derrota del cielo, un amigo.
Acordaos de aquel día, acordaos
y no olvidéis que la sorpresa paralizó el pulso y el color de los astros.
En el frío, murieron dos fantasmas.
Por un ave, tres anillos de oro
fueron hallados y enterrados en la escarcha.
La última voz del hombre ensangrentó el viento.
Todos los ángeles perdieron la vida. Menos uno, herido, alicortado.
ENTRE EL DESEQUILIBRIO Y EL DESARROLLO
A pesar de la mejoría que supuso el despegue industrial, los desequilibrios
regionales incluso se agravaron. Por un lado, Cataluña, por sus características
lingüísticas y culturales y por su dinamismo industrial y comercial, se
convirtió en una realidad diferente. El noucentisme (novecentismo),
movimiento cultural que surgió de la mano de Eugeni d’Ors (1881-1954),
favoreció una imagen moderna de Cataluña. Por otro, la emigración masiva
motivada por la industrialización convirtió Vizcaya en una sociedad
industrial y masificada, demandante de una cultura que se manifestó en la
pintura, con artistas como Regoyos o Zuloaga, y en la literatura y el
pensamiento con Unamuno,
Baroja y Maeztu, entre otros. Y, por otro,
regiones como Galicia, Extremadura, Canarias, Aragón, Castilla la Vieja,
Castilla la Nueva —excepto Madrid— y Navarra sufrieron importantes
pérdidas de población entre 1900 y 1930. Andalucía, por último, era el
paradigma del problema agrario español con los latifundios, los jornaleros sin
tierra, el atraso rural, el paro estacional, el hambre y el analfabetismo.
La Residencia de Estudiantes, de Madrid, fue fundada en 1910. Dada su
importancia en la cultura española de los primeros años del siglo XX fue declarada
Patrimonio Eurpeo en 2007. En ella convivieron importantes personalidades el
mundo de la cultura y de la ciencia entre 1910 y 1939. Allí coincidieron Luis
Buñuel, Federico García Lorca y Salvador Dalí. Severo Ochoa fue también uno de
los científicos que residió en la institución.
Frente a estos desequilibrios, en España se producía también el desarrollo
y el resurgimiento. Desde los años de la Primera Guerra Mundial (1914-
1918) España dejó de ser un país netamente agrario. Hacia 1930, más de la
mitad de la población trabajaba en sectores industriales o en servicios. La
aristocracia había perdido su importancia y el poder social se había
desplazado hacia los círculos industriales y financieros. Tras la derrota del
98, en 1927, consiguió salir victoriosa de la guerra de Marruecos. La Junta
para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, creada en 1907
bajo la presidencia de Santiago Ramón y Cajal, revolucionó la investigación
científica y experimental del país. Pintores como Sorolla y Zuloaga fueron
reconocidos internacionalmente y otros como Picasso, Juan Gris, Joan Miró y
Dalí participaron de la vanguardia europea. Manuel de Falla estrenó con éxito
su ballet El sombrero de tres picos, con decorados de Picasso, en Londres en
1919, y El amor brujo, en París, en 1925. José Ortega y Gasset (1883-1955)
creó en 1923 la Revista de Occidente, una de las más prestigiosas revistas
intelectuales europeas. Su libro La rebelión de las masas tuvo gran éxito
internacional y otro de sus ensayos, La deshumanización del arte, influyó
sobremanera en los jóvenes poetas que estamos estudiando.
Un lugar de encuentro de nuestros escritores lo constituyó la Residencia
de Estudiantes, establecida en 1910. Esta institución era un lugar donde los
jóvenes universitarios podían completar sus estudios, dentro de un ambiente
apropiado, rodeados de otros compañeros universitarios de distintas
especialidades. Contaba con biblioteca, laboratorios, instalaciones deportivas,
etc. Allí el conocimiento y el desarrollo intelectual no se reducían a la mera
especialidad universitaria, sino que la Residencia de Estudiantes se convirtió
en un centro de cultura viva e intelectual para las humanidades y las ciencias.
Al frente de esta residencia estaba, desde su fundación, Alberto Jiménez
Fraud (1883-1964), que gestionó y organizó con éxito esta nueva experiencia
educativa en España. Muy pronto escritores, científicos, intelectuales, artistas
y jóvenes con inquietudes se acercaron a ella; iban a pasar algunos días, si
estaban de paso, o bien a la biblioteca, o bien a pasear por el patio de las
Adelfas. José Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez, José Moreno Villa,
Valle Inclán, Emilio Prados, Luis Buñuel, Dalí, Lorca, etc., pasaron por allí.
La Residencia aglutinó, pues, a lo mejor de la intelectualidad española. A ella
estuvieron vinculadas, fueran o no residentes, todas las grandes
personalidades de la ciencia, el arte y la literatura de la época. La Residencia
tuvo siempre un enorme interés por las cuestiones científicas. En ella
funcionaron los primeros laboratorios de anatomía microscópica, de química
general, de fisiología general, de fisiología y anatomía de los centros
nerviosos.
Por último, en el ámbito social también acaecieron hechos significativos
que dieron cuenta del avance que se estaba produciendo en España: las
formas de vida, la mentalidad, el vestido, el ocio, la aparición de
profesionales que ocupaban puestos relevantes en el Estado, en las industrias,
empresas y bancos o el aumento de las clases medias.
LA CRISIS DEL 98, LAS ANSIAS DE REGENERACIONISMO Y LA
LLEGADA DE UN NUEVO REY
Lo dicho anteriormente dio lugar a ciertas contradicciones que se pusieron de
manifiesto con la crisis del 98, provocada por los problemas con Cuba y
Filipinas, la guerra con Estados Unidos y la pérdida de las últimas colonias,
principalmente. Lo que se ha dado en llamar «desastre del 98» tuvo varias
consecuencias: profunda crisis de la conciencia nacional; exigencias de
cambio, de reformas, de regeneración y europeización; irrupción de los
nacionalismos; y reactivación de la política exterior española, consistente en
una acercamiento a Francia y Gran Bretaña, la creación de una relación
especial con los países hispanoamericanos y una importante presencia en el
norte de África.
A pesar de lo que supuso la derrota del 98, el sistema se mantuvo y el rey
Alfonso XIII pudo mantenerse y renovarse, a pesar del perfil imprudente y
frívolo de este monarca. Será a partir de 1920 cuando los españoles vean en
el cambio la forma de llevar a cabo esa regeneración. Al principio se intentó,
con ciertas iniciativas o apuestas republicanas, que el régimen de 1876
evolucionara hacia un sistema constitucional y parlamentario, pero dicha
evolución no fue posible.
No obstante, a pesar de que los movimientos regeneracionistas
fracasaron, en la política sí tuvieron lugar cambios que buscaban ese
regeneracionismo. Así, el Partido Liberal incorporó el anticlericalismo a la
sociedad, con el control a las órdenes religiosas, la incorporación del
matrimonio civil o la enseñanza secular. Dichas medidas se aplicaron desde
la convicción de que la regeneración nacional requería de una menor
presencia de la religión en la vida social española. Se crearon los ministerios
de Instrucción Pública y el de Agricultura, Industria y Comercio, y se
llevaron a cabo reajustes presupuestarios ideados por Raimundo Fernández
Villaverde, ministro de Hacienda.
Con Antonio Maura, a través de varios de sus mandatos, en 1902, 1904,
1907 y 1909, el proyecto regeneracionista conservador se hizo más
ambicioso. Se intentó terminar con el caciquismo y articular la sociedad en
partidos apoyados por los grandes sectores sociales. Pero Maura fracasó. Tras
la semana trágica de Barcelona, en 1909, entró a gobernar el Partido Liberal
de José Canalejas, entre 1910 y 1912, que también adoptó sus medidas de
regeneración que rompieron con el bipartidismo cuando Maura se negó a
seguir el «turno», de tal manera que el sistema hasta ese momento vigente
desapareció. Esto provocó la inestabilidad política desde 1914.
Los autores de la generación del 27 también crecieron y se educaron a la
sombra del regeneracionismo. Su relación con la Residencia de Estudiantes, a
la que nos hemos referido antes, lo demuestra. A la consideración de centro
cultural de primer orden se une el talante liberal y tolerante que se respiraba
allí, dada la vinculación de sus fundadores con la Institución Libre de
Enseñanza, de gran importancia en el ámbito educativo y formativo de la
inteligencia española de finales del siglo XIX y primeros del XX. Su director,
Alberto Jiménez Fraud, antes citado también, fue el artífice de que la
Residencia de Estudiantes fuera el centro de cultura tan importante que fue y
de ver la cultura con una mirada cosmopolita y progresista. El espíritu de la
Institución, laico, abierto y dialogante, fue compartido por los del 27, en su
mayoría liberales, progresistas y republicanos.
LA LLEGADA DE OTRA DICTADURA
Como vemos, los Gobiernos de la monarquía fueron incapaces, entre 1913 y
1923, de dar respuesta a los problemas del país. No supieron aprovechar el
enriquecimiento que supuso la neutralidad en la Primera Guerra Mundial, ni
detener el proceso inflacionista, ni hacer frente al malestar laboral. Tampoco
supieron tranquilizar a un ejército descontento por su situación económica,
preocupado por el deterioro del orden público,
por un poder civil debilitado y
armado de una mentalidad nacionalista de la que le había provisto la guerra
de Marruecos. Por otra parte, el consenso y la estabilidad política que se
habían conseguido en 1876 desaparecieron. Varios hechos, aparte de lo
dicho, desencadenaron el derrumbe del sistema: el manifiesto firmado por
oficiales del arma de infantería, en 1917, en el que exigían la renovación del
país; el intento, por parte de parlamentarios catalanes y republicanos, en julio
de ese año, de reunir una asamblea constituyente en Barcelona; la huelga
promovida por los socialistas, en agosto, para forzar la formación de un
Gobierno provisional y elecciones constituyentes; las huelgas y atentados
vividos en Barcelona en 1919; y, por último, la derrota en Marruecos del
ejército, en 1921.
En este escenario, Alfonso XIII aceptó el golpe de Estado incruento que
el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, dio en septiembre de
1923, con el apoyo, la simpatía o la indiferencia de buena parte del país. Este
golpe, según la opinión de los historiadores, fue un grave error histórico, pues
la caída del Gobierno en 1930 arrastró a la monarquía en 1931, año en que se
proclamó la Segunda República. La dictadura de Primo de Rivera transcurrió
entre 1923 y 1930 y se enmarca dentro de la corriente totalitarista que estaba
corriendo por esos años en Europa, como hemos visto al principio de este
capítulo. Durante su período de existencia se llevaron a cabo medidas y
planes que, en buena medida, podían ser considerados regeneracionistas
también: se trazó un plan de confederaciones hidrográficas y obras públicas;
se impulsaron las comunicaciones y la electrificación del país; se terminó con
la guerra de Marruecos, en 1927; se creó el primer sector público español; se
realizaron importantes reformas económicas; y se reformaron las relaciones
laborales.
La dictadura mantuvo el consenso hasta 1927. Fracasó, posiblemente,
porque intentó crear un sistema político propio y por la aparición de varios
problemas que no supo afrontar ni resolver. Y ya no era posible volver a la
situación anterior a 1923. Muchos monárquicos se habían alejado de Alfonso
XIII, debido a la creciente impopularidad de la institución por él
representada. Mientras, las fuerzas contrarias a la monarquía —republicanos,
socialistas y anarcosindicalistas— comenzaron a organizarse para contribuir a
su derrocamiento y la represión gubernamental popularizó la causa
republicana.
Por otra parte, serían los intelectuales, los universitarios, los ateneístas y
los estudiantes los que darían la vitalidad de la que carecía el país en esos
momentos. Miguel de Unamuno, uno de los principales enemigos de la
dictadura, fue desterrado a Fuerteventura en 1924. El ateneo madrileño se
clausuraba. Otros intelectuales formarían un frente liberal contra el general.
Entre ellos se encontraban Ortega y Gasset, Marañón o Fernando de los Ríos.
Precisamente este último, amigo de García Lorca, dio una carta de
presentación al bisoño poeta granadino para entregársela, a su llegada a
Madrid, en 1919, a Juan Ramón Jiménez, el poeta más famoso del momento
junto con Machado.
La República fue proclamada el 14 de abril de 1931, después de unas
elecciones municipales que adquirieron el carácter de un plebiscito contrario
a la monarquía.
LOS CAMBIOS DE LA REPÚBLICA
La llegada de la República supuso un cambio en la forma de Estado, acorde
con los nuevos tiempos y con los sistemas políticos que estaban apareciendo
en diversos países de Europa. Atrás se dejaban las estructuras del Antiguo
Régimen, de tal modo que dos tercios de los españoles con derecho a voto se
decantaron por la república al votar a los partidos republicanos, hartos de una
monarquía asociada a la corrupción, la injusticia y la falta de libertad.
El régimen que nacía pretendía crear un parlamento representativo que
apartara a la vieja oligarquía de la política y empezar un camino de reformas
sociales, sin que ello supusiera, en principio, un cambio en las estructuras
económicas y sociales.
La heterogeneidad fue un rasgo de ese período. Políticamente, la
apoyaron los republicanos conservadores y los progresistas, los socialistas y
los nacionalistas gallegos y catalanes. Y, socialmente, se sumaron al
advenimiento de la República la burguesía media, la pequeña burguesía y
parte de la clase obrera. Por otra parte, la situación era vista de distinta forma,
dependiendo del enfoque de quien la valoraba: demasiado atrevida para la
oligarquía, pero bastante tímida para la izquierda.
Las Misiones Pedagógicas fueron un proyecto patrocinado por la Segunda
República para llevar la cultura a los lugares más recónditos de la geografía
española. Entre 1931 y 1936, seiscientos voluntarios de la institución recorrieron
casi siete mil pueblos y aldeas.
Aunque la autarquía permitió evitar a España los efectos negativos de la
Gran Depresión, la crisis internacional de la época no favoreció a la naciente
República. Entre los problemas de más urgente solución se encontraba el
existente en el mundo rural, donde había que mejorar los rendimientos y
solucionar los permanentes conflictos sociales, que el poder solía interpretar
como simples problemas de orden público resueltos siempre por la fuerza. La
solución consistía en transformar el régimen de propiedad de la tierra, pero
encontraba siempre la resistencia de los terratenientes, entre otros factores.
Otros problemas que hubo de afrontar la República fueron la difícil
relación con el Ejército, acostumbrado a intervenir en asuntos políticos, o la
tampoco fácil convivencia con la Iglesia, con gran presencia en la enseñanza
y en diversas organizaciones profesionales, sindicales o estudiantiles.
Asimismo, hubo de abordar el tema de las nacionalidades, así como la
promoción de la educación y la cultura del país.
En este sentido, durante los primeros años se llevan a cabo algunos
intentos de reforma agraria, de racionalizar los cargos en el Ejército, de
extender la educación, de preparar los estatutos de autonomía, de prohibir a la
Iglesia el ejercicio de la educación o de aprobar el matrimonio civil y el
divorcio.
Placa situada en la fachada del número 47 de la calle Marqués de Urquijo, en
Madrid, donde vivieron Rafael Alberti y María Teresa León, entre 1931 y 1936.
Durante los sucesos producidos en Asturias, en 1934, la pareja se encontraba en la
Unión Soviética, sin poder volver a Madrid al saber que la policía y el ejército les
buscaba. Su casa fue saqueada «arrancando plantas y tirando los cuadros al suelo y
hasta abrieron un agujero en el techo, seguros de que escondíamos peligrosos
intelectuales directores de la revolución latente en España», según refirió María
Teresa León en sus Memorias de la melancolía.
Durante esos años, escritores entre los que se encontraban varios de los
miembros del 27, como Lorca y Alberti —unidos a Ortega y Gasset,
Gregorio Marañón, Unamuno, Machado, Sender, Max Aub y Miguel
Hernández—, tuvieron un ascendiente cultural y público excepcional.
Participaron en iniciativas relacionadas con los esfuerzos que la República
hizo en el terreno educativo, como las de las Misiones Pedagógicas y La
Barraca. La primera fue un intento, dentro de la reforma educativa, que se
quiso llevar a cabo para apoyar la enseñanza más allá de las grandes
ciudades. La segunda surgió paralelamente a la anterior idea, y consistía en
llevar el teatro a los pueblos para dar a conocer a los autores clásicos:
Cervantes, Calderón de la Barca, Lope de Vega, etc. El proyecto se lo
ofrecieron a Lorca, que aceptó inmediatamente. Propuso a través de su amigo
Fernando de los Ríos que el Gobierno apoyara económicamente este proyecto
y acudió a la Federación Universitaria Escolar (FUE) para su organización
administrativa. El proyecto salió adelante y el 2 de diciembre de 1931, en una
entrevista en el diario El Sol, el poeta anunciaba la fundación de este curioso
proyecto teatral. Los actores fueron siempre estudiantes no profesionales,
elegidos en rigurosa selección, uniformados:
las chicas con vestido azul y
blanco y los chicos con mono azul, luciendo todos la famosa insignia del
grupo teatral diseñada por Benjamín Palencia. Incluso Lorca vistió también
este uniforme. Se construyó un escenario móvil de fácil montaje y unos
decorados y figurines de aire vanguardista, que también tenían que ser
funcionales y eficaces, con un gran poder de sugerencia para suplir lo que
normalmente hay en los teatros fijos. Los ensayos, dirigidos por Federico, se
realizaron en los primeros meses de 1932, con entusiasmo y una
pormenorizada atención a los gestos y la dicción: montaron varios entremeses
de Cervantes y el auto sacramental de Calderón, La vida es sueño. Lorca
resultó ser un eficiente director de escena y su experiencia en los montajes de
La Barraca fue para el dramaturgo una gran escuela, cuyos movimientos
adquiridos aplicaría luego a las obras que más adelante lo llevaron al éxito.
Todos los intentos de reforma planteados por el Gobierno republicano
provocaron la demonización del nuevo régimen por parte de la derecha y la
jerarquía eclesiástica, alentando la conspiración, que en agosto de 1932 se
materializa en la promoción de un golpe de Estado, absurdo y disparatado,
del general Sanjurjo. Las fuerzas conservadoras formaron la Confederación
Española de Derechas Autónomas (CEDA), un partido divorciado del espíritu
de la República, mientras que, de otra parte, se radicalizaron las protestas de
socialistas y anarquistas, que exigieron al Gobierno verdaderas reformas.
Todo ello hizo que los conflictos sociales se agravasen, hasta que las
elecciones de 1933 provocaron un giro del país hacia la derecha. La CEDA se
convierte, así, en la clave del poder en los años 1934 y 1935, un «bienio
negro» en el que se echó por tierra gran parte de la legislación y las medidas
llevadas a cabo entre 1931 y 1933. Se paralizó y destruyó la reforma agraria,
se impiden los desarrollos de los estatutos de autonomía, etc. Ante esto, la
respuesta de los trabajadores también fue contundente. En 1934, la huelga
general de Asturias hizo mostrar al Gobierno su cara más reaccionaria: aparte
de los más de mil muertos del lado de los insurrectos y alrededor de
trescientos muertos en las fuerzas públicas y el Ejército que dejaron los
acontecimientos de octubre, hubo fusilamientos, torturas, encarcelamientos,
persecuciones, etc. En este contexto de crispación, la radicalización se
aceleró y el golpe de Estado se iba incubando ya antes de las elecciones de
1936. Ante este escenario, la oposición progresista, con el fin de defender la
legalidad republicana amenazada, creó un frente popular antifascista.
En las elecciones de 1936, la victoria del Frente Popular terminó por
exasperar a la oligarquía, crispación que se disparó con el fuerte impulso que
el nuevo Gobierno dio a la reforma agraria. Surgió entonces la tensión en las
calles, los más reaccionarios buscaban la intervención del Ejército y en julio
de 1936 se produjo un golpe de Estado que constituyó un fracaso, debido a
que no todo el Ejército ni todas las fuerzas del orden secundaron a los
rebeldes y a la resistencia de la clase obrera.
LA RUPTURA DEFINITIVA DE LA GUERRA CIVIL
En la Guerra Civil, España quedó dividida en dos zonas. Una, dominada por
la legalidad republicana, la constituyen las zonas industriales y las grandes
ciudades. La otra, dirigida por los rebeldes, en la única ciudad en donde
triunfa es en Sevilla. Los apoyos de ambos bandos estaban bien definidos: los
golpistas contaban con el respaldo de los grandes terratenientes, la alta
burguesía financiera e industrial, el clero y parte de las clases medias y los
pequeños propietarios del campo del centro y del norte; la República era
defendida por los obreros industriales, gran parte de los sectores pequeño-
burgueses y los trabajadores del campo.
Consecuentemente con esta división, la política económica seguida en
cada parte fue completamente distinta: en la zona republicana se profundizó
en las reformas, mientras que en la zona nacionalista se destruyó todo lo
creado por el Gobierno legalmente constituido, basando sus actuaciones en el
intervencionismo del Estado y en la defensa de la propiedad privada.
Ante esta división en bandos, la ayuda internacional fue determinante,
hasta el punto de que la guerra, aun siendo un hecho español, se
internacionalizó desde el primer momento. Los más beneficiados fueron los
militares sublevados, que contaron con la ayuda de los regímenes totalitarios
de Alemania e Italia, mientras la República fue respaldada, ya avanzada la
contienda, por la Unión Soviética, ya que las democracias liberales optaron
por la no intervención, lo que dejaba vía libre a las potencias fascistas. No
obstante, la ayuda extranjera a Franco fue probablemente menos decisiva de
lo que la propaganda dijo. La calidad de sus mandos intermedios y la moral
de sus tropas fueron probablemente superiores a las de las fuerzas
republicanas, mientras que la República careció, en buena medida, de unidad
militar. La guerra duró tres años, pero la República perdió la guerra,
probablemente, en los seis primeros meses de la contienda. Costó trescientas
mil vidas, devastó casi doscientos núcleos urbanos y destruyó la mitad del
material ferroviario y una tercera parte de la ganadería y de la marina
mercante.
El Guernica, de Picasso, es el cuadro más representativo del drama que supuso la
guerra civil española. El título del cuadro alude a los bombardeos de la localidad
vasca de Guernica el 26 de abril de 1937, pero no hay en él ninguna referencia
concreta a dicho suceso. Se trata de un cuadro simbólico, no narrativo. Está
pintado en gama de grises.
Los militares, dirigidos por los generales Franco, Sanjurjo, Mola y
Queipo de Llano, se sublevaron, entre otros motivos, aduciendo la falta de
legitimidad de la República, porque entendían que la autonomía de las
regiones amenazaba la unidad de España y porque consideraban que las
medidas republicanas atacaban la esencia católica de España. Por su parte, en
la zona republicana se desencadenó un auténtico proceso revolucionario de la
clase trabajadora, bajo la dirección de los partidos obreros y de los sindicatos.
La Guerra Civil tuvo una decisiva importancia para los poetas de la
generación del 27. Al estallar la guerra, todos los miembros de la generación
del 27, a excepción de Gerardo Diego, tomaron partido por la República.
Lorca sería asesinado al mes del inicio de la contienda en Granada; Jorge
Guillén, encarcelado en Sevilla, pudo salir de España en 1938 y marchó a
Estados Unidos. Salinas se había marchado poco antes de que se iniciara el
conflicto. Los demás adquirieron un grado de compromiso que se fue
descubriendo de diferente manera en la poesía de cada uno de ellos. En
general, cultivaron una poesía más sencilla y directa que antes, a veces
marcada por las circunstancias. El tono épico sucedió al lírico y el romance
fue la forma estrófica que se impuso. En 1937 se publicó el Romancero
general de la guerra de España, preparado por Rodríguez-Moñino y Emilio
Prados, y Poetas de la España leal, en donde se recogen textos de Alberti,
Altolaguirre, Cernuda y Prados.
Un ejemplo claro del compromiso al que nos referimos lo vemos ya,
incluso unos años antes, en Rafael Alberti, en el poema «Galope» que
incluimos a continuación, perteneciente a su libro El poeta en la calle (1931-
1935). En este volumen su posición política es concreta y decidida y resulta
clara su opción de clase. Si desde el punto del contenido este libro representa
la culminación de un proceso de toma de conciencia, desde el punto de vista
formal la ruptura con el pasado es total. El verso largo, cargado de imágenes,
metáforas, hipérboles de sus últimos libros, vuelve a la brevedad, sencillez y
claridad de las primeras obras, aunque dictadas ahora por la necesidad de
conectar con los sectores populares tradicionalmente marginados de la poesía.
En concreto, este poema es una muestra de poesía de combate o de urgencia,
como la llamó el mismo Alberti. Aquí los versos adquieren

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