Horas críticas

Libros de la semana #163

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

Visceral, de María Fernanda Ampuero (Páginas de Espuma)

«Recurro a la literatura. / Como siempre que no puedo entender algo, que la injusticia me retuerce las vísceras, que siento podría desmayarme de ira, recurro a la literatura. / Lo otro, la otra opción, sería morderme las manos hasta dejármelas en carne viva y ensangrentar el teclado […]». María Fernanda Ampuero (Guayaquil, 1976) ha escrito este Visceral así, en carne viva, a corazón abierto, puño cerrado, cara desencajada, frente alta. Literatura confesional, memorialista —no solo auto—, no ficción y sí ficción, experimento formal… todo esto se agita en la coctelera de diecinueve textos que muestran su habilidad como cronista, narradora y rapsoda, pero también activista. En tal sentido, esta obra es la transcripción de un aullido, un grito de repulsa y de furiosa euforia: «¿Por qué otra razón iba a unirme a una causa si no es porque me emputa lo que le hacen a la gente indefensa?», escribe la autora ecuatoriana. Por si no se habían enterado, Ampuero es hoy una voz fundamental de la literatura en español, una voz en su sentido más amplio: por su capacidad de expresarse a través de la palabra escrita, creando otras realidades, otras oscuridades; y por su voluntad de denunciar las del así llamado mundo real sin tapujos y sin miedo a exponerse, a no resguardarse ni guardarse nada dentro. Tras explorar el terror social y el gótico feminista en los cuentos de Pelea de Gallos y Sacrificios humanos, entrega este volumen de difícil etiquetado cuyo hilo (color rojo sangre) común son las entrañas, el cuerpo en toda su capacidad de absorber el daño, de convertirse en objeto —literal— de todas las miras y todos los golpes. El de las mujeres, pero no solo ellas, o no ellas en general: la gente vulnerable, menor de edad, cuidada o cuidadora, con algún trastorno mental, enferma o dependiente, migrante o colonizada, personas invadidas por un sistema que fabrica y exporta pobreza y miedo al por mayor. En un clima de violencia capitalista y patriarcal, Visceral pone sobre la mesa cuestiones como «el espectáculo más grande del mundo: la destrucción de las mujeres»; la memoria, el fracaso, el duelo y el apocalipsis; la escritura latinoamericana que «exorciza el trauma individual y el trauma colectivo para crear con esa materia monstruosa obras literarias que permitan poner en palabras la herida». De eso trata sobre todo este libro: del propio acto de escribir como punto y final a un proverbial silencio que Ampuero no está dispuesta a seguir cargando o perpetuando; de la escritura como método hechicero de lanzar maldiciones y también círculos de protección que al menos sugieran la posibilidad de una realidad alternativa. Con ese espíritu enarbola la literatura, con su imaginación salvaje para la prosa, que aquí adopta las formas mutantes de poema, relato, noticia, diálogo, diario o diccionario. Se deja ayudar en el trance, convocando a sus amuletas literarias, las Adichie, Atwood, Berlin, Colanzi, Enriquez, Gallardo (Sara), Leduc, Lispector, Moore, Navarro (Brenda), Ojeda (Mónica), Pizarnik, Plath, Rivera Garza, Sánchez (Almudena), Schweblin, Sexton, Shelley (¡Mary!) y alguna otra más —y algún otro también, que no citamos por falta de espacio y, sobre todo, de ganas— como Maya Angelou, presente al inicio de este libro: «Deberías estar furiosa. No deberías estar amargada. La amargura es como el cáncer. Se alimenta del anfitrión. No hace nada al objeto de su disgusto. Así que usa esa ira. Escríbela. Píntala. Márchala. Vótala. Haz todo con ella. Habla de ella. Nunca dejes de hablar de ella». Cómplices de una rabia compartida, escritoras que no temieron, que no temen, mostrar sus adentros.


Sostener la nota, de David Remnick (Debate)

«A veces, cuando me dispongo a oír música, me siento como si fuera un naturalista de fin de semana del Antropoceno que intenta febrilmente echar un último vistazo a alguna especie magnífica», comienza el prólogo a este libro suyo el periodista y escritor David Remnick (Nueva Jersey, 1958). Sostener la nota recopila once artículos o perfiles de otros tantos músicos, que elaboró —el uso de este verbo no es banal— entre los años 1993 y 2022 para la revista que dirige desde 1998, The New Yorker. Los textos parten de una serie de entrevistas realizadas cuando ya había pasado la edad dorada de su estrellato: «Pero había un ámbito en el que no se había producido ningún desgaste: en su deseo de hacer música, de sostener la nota», explica Remnick. Además de su talento compartido, ese espíritu del sostenuto de la pasión creativa e interpretativa, pese a la erosión de los años, es el que conecta a estos longevos artistas popularísimos, verdaderos iconos de la música que se enfrentaron al crepúsculo de sus exitosas carreras con la mayor dignidad posible. La combinación de leyenda y vulnerabilidad recorre estas semblanzas: Leonard Cohen y su retiro de aprendizaje y meditación en un centro zen; Aretha Franklin y su puesta al día de la tradición de los sermones del Delta del Misisipi; Buddy Guy y el lazo que une el blues con el proto-hip-hop de grupos como Last Poets, Watts Prophets o Gil Scott-Heron; Mavis Staples y su enérgica alegría a los 82, como reina del góspel durante más años que Isabel II; Luciano Pavarotti y su figura egregia como «el último de los grandes tenores italianos»; Patti Smith y la resonancia política de sus canciones en los Estados Unidos de la era Trump; y los que completan esta selección de inconmensurables autores anglosajones: Keith Richards, Paul McCartney, Charlie Parker, Bruce Springsteen y Bob Dylan. Ganador de un Pulitzer y artífice de las biografías de Muhammad Ali y Barack Obama, Remnick hace relucir en estas páginas la capacidad de sus crónicas para captar el detalle y para dotar de hondura psicológica sus retratos. Cuenta el periodista norteamericano que su padre, quien le contagió la pasión por la música, especialmente en directo, lo llevó más de una vez siendo niño a conciertos de blues. Y recuerda especialmente una actuación en la que una Alberta Hunter ya mayor se manejó en el escenario «sin vergüenza, sin miedo, con una vitalidad magnífica. Su voz estaba estropeada, pero el desgaste no restaba en absoluto valor al sentimiento. Se iría de este mundo cantando». Más no pudo sostener la nota, más no pudo agarrarse a la música como forma —literal— de vida.


Todas las princesas mueren después de medianoche, de Quentin Zuttion (Planeta Cómic)

Este cómic está dedicado a todas las princesas de cuento que inspiraron a su autor: Aurora (aka «La bella durmiente»), Ariel, Cenicienta y el resto. «Hoy se os reprochan muchas cosas, a veces con razón», escribe en una nota inicial, «pero no puedo más que agradeceros por haber consolado y tranquilizado admirablemente a aquel niño de siete años que fui». Ocho tiene el protagonista de esta historia, quien siente un flechazo por su vecino, mientras su hermana adolescente vive un romance furtivo y mientras sus padres están en proceso de separación; tres amores frustrados en tres edades vitales, que aquí se retratan a lo largo de 24 horas. En esa cotidianidad hasta cierto punto prosaica, en cuya narración dice tanto lo contado como lo sugerido o lo implícito, la mirada de Quentin Zuttion (Dijon, 1989) aporta infinitos matices de poesía y sensibilidad gracias, en gran medida, a la riqueza plástica de su lenguaje gráfico. Ganador del premio especial juvenil del gran jurado en el Festival Internacional de Angoulême 2023, Todas las princesas mueren después de medianoche se nutre de un uso magistral del color y de un trazo en el que destacan los reflejos y los haces de —suave— luz estival: su estilo combina lo sensorial y lo imaginado, el naturalismo y el impresionismo, lo físico y lo abstracto, para dar forma a las pasiones desatadas y la contención a duras penas. El autor francés sabe jugar con los silencios para sugerir las emociones del amor en fuga, la delgada línea entre la amistad y la atracción, la pérdida de la inocencia y los sueños hechos añicos, en un relato de honda sencillez sobre la complejidad de las búsquedas identitarias; tema que ya había abordado Zuttion en el estupendo Llamadme Nathan, su único título editado en España hasta la fecha. Hay quien podrá opinar que, en esta nueva obra, ha sucumbido a cierta romantización del recuerdo, pero desde luego su visión del mundo dista mucho de ser monolítica, y más bien comprende todas las facetas del amor contemporáneo: homosexual, heterosexual, fraternal, maternal, amistoso… Un cómic que plasma a la perfección los melancólicos aires del final de un verano —especialmente un verano de infancia—, convocando elementos de la nostalgia y de la memoria personal del autor, como los recogidos en su comentario previo: las cantantes-actrices Charlotte Gainsbourg, Vanessa Paradis o Françoise Hardy, sin ir más lejos; todas ellas divas y musas que han inspirado a Zuttion. Pero también se rinde homenaje aquí a las princesas de la vida real, las mujeres del día a día que brillan incluso a pesar de sus circunstancias: «Si no matan a los dragones, los tienen que soportar desde hace siglos». Podría decirse de ellas que, como algunos veranos, son inmortales.


Jean Sibelius. Vida, música, silencio, de Daniel M. Grimley (Alianza)

«No hay más que escuchar unas pocas notas de la música de Sibelius para que la identidad de su autor se haga evidente de inmediato. Sin embargo, identificar y ubicar a Sibelius como sujeto biográfico se antoja un reto mucho más complicado». Si la obra de Jean Sibelius (1865-1957) asombra aún, no es solo por su excepcional tratamiento de la sonoridad, sino por su plasmación de la condición humana. Lo demuestra este ensayo, que imbrica ambos aspectos de su figura, tanto lo musical como lo personal, junto con su misteriosa retirada final de 27 años («un dilema biográfico insoluble»), para introducirnos al universo creativo de quien cuando ya era un emblema de su país, Finlandia, escribió: «Mi alma está hambrienta y sedienta de música». El impulso del académico Daniel M. Grimley —quien ya había estudiado a otros compositores escandinavos coetáneos como Grieg o Nielsen— parte de la edición crítica de las Obras completas de Sibelius, proyecto colosal (se inició en 1996 y se espera concluir a finales de 2025) del que han florecido textos inéditos que añaden contexto a su biografía y su interpretación musical. Un hallazgo trascendental para una trayectoria que sigue resultando tan fascinante como esquiva, del mismo modo que en su época pareció desconcertante y polémica por los muchos papeles que representó —y le asignaron— en su longeva existencia: «En diversos momentos de su carrera, Sibelius fue un héroe nacional, un poeta de la naturaleza, un profeta bárdico, un padre afectuoso, un amante apasionado, un marido descarriado, un simbolista visionario, un aguerrido modernista, un atrabiliario bon vivant y (durante los últimos años de su vida) un enigma aparentemente mudo». En ese sentido, lo más innovador del enfoque de Grimley es el retrato del ambiente artístico complejo e interdisciplinar en que emergió su talento, así como de las facetas menos conocidas de su producción. Sin afán de descifrar los enigmas del gran autor finés, este libro logra transmitir «la enorme riqueza de su vida creativa y el dinamismo de su legado». Una obra, la de aquella deidad de ojos verdes a la que describió su amigo el novelista Knut Hamsun, que mantiene sus credenciales a través de las décadas, «tanto por su sentido único de la textura, el espacio y la sonoridad como por ser, en un sentido más figurado, fuente de vitalidad y renovación», según escribe el profesor de Oxford en este magnífico ensayo. Jean Sibelius. Vida, música, silencio, que fue publicado originalmente en 2021 y ahora nos llega con excelente traducción de Juan Lucas, es un libro que solo desaconsejaremos a quienes tengan un oído enfrente del otro y no consideren que, de algún modo, eso sea un problema (oyentes de Radiolé et al.); pero que recomendaremos enérgicamente, casi poniéndonos en pie, a melómanos y mitómanos a partes iguales, forofos del estilo sinfónico que no eludan el carácter grandioso de la música que eleva nuestra —ya citada al inicio— mortal condición hacia las alturas del alma.

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