Que sean uno, como nosotros - Alfa y Omega

Que sean uno, como nosotros

Miércoles. San Isidro Labrador / Juan 17, 11b-19

Carlos Pérez Laporta
Ilustración: Freepik.

Evangelio: Juan 17, 11b-19

«Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría cumplida. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.

Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad».

Comentario

La nostalgia de Dios no permite que nos instalemos del todo en el mundo. Nunca estamos del todo en casa. Y la ascensión de Jesús, la desaparición de su cuerpo, nos ha llenado de esa nostalgia. Hemos nacido en el mundo, y todo en nosotros está hecho de mundo. Pero tenemos la extraña sensación de que no estamos hechos para el mundo. El mundo tiene numerosas cosas que suelen agradarnos, pero nunca nos llena del todo. Ni el universo entero basta para satisfacernos. Y no sólo espiritualmente: tampoco el cuerpo termina nunca de saciarse. Es como si Jesús al ascender nos hubiese llevado consigo corporalmente al cielo, como si el cuerpo estuviera hecho para recorrer el mundo y llegar a Dios: «no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo».

Pero no se trata de huir del mundo, sino de recorrerlo hacia el cielo: «no ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno». Pues el diablo no hace otra cosa que cerrar el mundo en sí mismo, para que viva de espaldas a Dios. Eso es el pecado. Los cristianos viven el mundo como camino hacia Dios. De tal manera, que todo el mundo nos pertenece porque todo conduce a Dios: «toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña […] Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo» (Carta a Diogneto).