En el trayecto de la umbra: una visión del eclipse - Este País

En el trayecto de la umbra: una visión del eclipse

Ana Gálvez relata su experiencia durante un eclipse solar total en Mazatlán. Describe la anticipación y preparativos de la ciudad, así como las emociones y actividades durante el evento. También reflexiona sobre la importancia de comprender las leyes físicas detrás de los eclipses y destaca la singularidad de la Tierra en este aspecto dentro del Sistema Solar.

Texto de 16/05/24

Ana Gálvez relata su experiencia durante un eclipse solar total en Mazatlán. Describe la anticipación y preparativos de la ciudad, así como las emociones y actividades durante el evento. También reflexiona sobre la importancia de comprender las leyes físicas detrás de los eclipses y destaca la singularidad de la Tierra en este aspecto dentro del Sistema Solar.

Tiempo de lectura: 8 minutos

El lunes 8 de abril empezó como cualquier otro día que estoy de visita en el puerto: al cuarto para las seis de la mañana el graznido de los zanates, posados sobre los cables de luz, se coló por mi ventana. Yo había viajado a Mazatlán para alcanzar la franja de la totalidad, un área con menos de 200 kilómetros de ancho, desde la cual sería posible presenciar el momento justo en que un satélite opaco, sin luz propia, ocultaría a una estrella incandescente que “arde” a millones de kilómetros de distancia de la Tierra.

El clímax ocurriría alrededor de las once de la mañana, cuando la Luna, interpuesta entre el Sol y la Tierra proyectaría su sombra sobre nuestro planeta. Las regiones situadas en la parte interna y oscura de la sombra, llamada umbra, serían testigos de un eclipse solar total. En promedio, un punto específico sobre el globo experimenta dicho evento astronómico cada 374 años. Una combinación de factores, entre los que se incluye la inclinación de la órbita lunar, determinan su frecuencia de presentación. La ciudad de Mazatlán, Sinaloa, se ha convertido en el escenario de dos eclipses solares totales en los últimos 33 años: uno en 1991 y otro en 2024. Sin embargo, este fenómeno no será nuevamente observado en el puerto mexicano, sino hasta después del año 2200.

Más de medio millón de turistas llegaron a Mazatlán a disfrutar del acontecimiento cósmico del año. Los hoteles operaron a máxima capacidad y las rentas vacacionales se elevaron a cifras de más de 30 mil pesos por noche. Quienes decidieron viajar de última hora no encontraron alojamiento disponible y algunas familias terminaron durmiendo al cobijo de una tienda de campaña, sobre la arena. Para recibir a los visitantes, grandes monigotes carnavalescos se colocaron a lo largo de la avenida del Mar. Un arlequín, de entre ocho y diez metros de altura, se erguía sobre el cruce con la avenida Insurgentes. Su máscara de sol, con llamas esculpidas en sus bordes, enmarcaba una mirada maliciosa que se repetía en los cuatro soles que giraban en sus manos. 

Días atrás, yo había asistido al Gran Acuario Mazatlán para atender las conferencias del programa de divulgación científica “Del Mar al Espacio”. Brian Day, científico del Instituto Virtual de Investigación de Exploración del Sistema Solar (SSERVI) de la NASA, impartió la plática “Standing in the shadow of the moon: understanding and viewing the total solar eclipse”. La ponencia transcurrió en el auditorio al aire libre donde suele presentarse el show de las aves, de modo que contó con el incesante parloteo de las guacamayas en las jaulas vecinas como ruido de fondo. 

En la sección de preguntas, quedó revelada la pasión de los asistentes por la temática espacial. A Brian Day le preguntaron sobre la paradoja de Fermi y sobre la teoría de la relatividad. Noté que el investigador no esperaba tantas dudas, pero respondió a todas con entusiasmo recíproco. Él explicó que la teoría de Einstein predice que la gravedad curva el espacio a su alrededor; así, al pasar la luz de una estrella cerca del Sol, esta se desvía debido a la masa solar. Subrayó que esta desviación puede ser medida con precisión durante los eclipses, cuando la luz de las estrellas distantes se aproxima al Sol y su posición aparente se desplaza. Fue gracias a las expediciones que partieron a capturar el eclipse de 1919 que se validó la teoría de la relatividad. El auditorio entero escuchaba sus respuestas con atención; yo pensaba en cómo se podría extender ese lado mexicano, más interesado en la ciencia y en las artes que en la narcocultura.

Casi para finalizar, el científico de la NASA relató la historia de cuando su ahora esposa decidió acompañarlo a México con motivo del eclipse de 1991. Él remarcó: “Un eclipse es un evento profundamente emocional”. Al oír sus palabras, reflexioné sobre el porqué un hombre de ciencia hablaría de esta alineación de cuerpos celestes desde los sentimientos. Claro está que yo no tenía ni idea de lo que estaba por vivir… 

El sábado 6 de abril hubo un “Encuentro entre Astrónomos” organizado por el Instituto Municipal de Cultura, junto con la Sociedad Astronómica Mazatleca, en el teatro Ángela Peralta. Ese diálogo, coronado de música y danza, culminó en una callejoneada por el Centro Histórico cuya alegría y concurrencia se documentó en múltiples videos compartidos en redes sociales.

No toda la población se vio envuelta en la vorágine de actividades y el ambiente festivo que reinó en el puerto en la antesala al gran eclipse de Norteamérica. Socorro es una mujer de 50 años que trabaja en Mazatlán cuidando adultos mayores. Ella es originaria de la localidad de Neveros, Durango. Previo al lunes, ella me confesó que ni sus vecinos ni ella planeaban ver el eclipse. En su lugar, ellos cubrirían con gruesas mantas y colchas de felpa las puertas y las ventanas; así evitarían que cualquier rayo de luz, u oscuridad, entrara en sus hogares. 

Marina llegó al puerto hace más de dos décadas. Ella y su familia son del pueblo Laguna de Beltranes, Sinaloa. Me aseguró que no saldría a ver el cielo, pues no valía la pena arriesgarse. A ella le preocupaba el efecto que tendría el eclipse sobre los árboles, así que días antes ató un listón rojo en las ramas del imponente aguacatero que custodia la casa en donde habita. En mis vueltas por la ciudad, puse mucha atención a cuanto árbol frutal se cruzó por mi camino, especialmente a los árboles de mango, que son tan fáciles de identificar, pero no divisé ninguna lluvia de listones. Lo que sí apareció en el horizonte fue la monumental bandera de México sobre la glorieta Sánchez Taboada, y se corrió el rumor de que allí sería el lugar en donde el presidente de México vería el ocultamiento del sol.

Durante el fin de semana, una preocupación colectiva fue el estado del tiempo. El pronóstico anunciaba que tendríamos un lunes nublado, situación que dificultaría apreciar la corona solar. Esta es una de las principales consideraciones a tomar entre los científicos y aficionados cuando se elige un sitio para la observación astronómica: la probabilidad de cielos despejados. 

Mabel Loomis Todd, escritora y editora de Emily Dickinson, se unió a una exploración científica para documentar el eclipse de 1896 en Japón. Un año más tarde, publicó su crónica en The Atlantic. Extraigo estas palabras: “El alcalde, u «oficial principal», incluso ordenó que en el día del eclipse no se encendieran fuegos en ninguna parte de la ciudad. No se permitiría que el humo espesara o ensuciara el aire. Toda la cocina debía hacerse el día anterior, o de lo contrario solo se podía usar el hibachi con su carbón incandescente; y si el tiempo seco había prevalecido, todas las calles debían regarse cuidadosamente para evitar que el polvo se levantara”. 

En Mazatlán, también se implementaron medidas para una mejor contemplación de los astros. En diferentes áreas de la ciudad se apagó el alumbrado público, que se activa de manera automática al oscurecer. Aunque sobre las nubosidades pronosticadas no había mucho que hacer, sólo esperar.

La mañana del 8 de abril abrió con un cielo azul celeste y sólo una delgada capa de cirros atravesaba el firmamento. Mientras me alistaba para ir a la fiesta de observación del eclipse organizada por la NASA en el hotel Mayan Palace, pensé en la movilización que debería estar ocurriendo en el puerto. Ese día, la gente saldría de sus casas para reunirse en lo alto del Faro, en las islas frente a la bahía, a lo largo del malecón, que fue cerrado al tránsito vehicular desde la madrugada, en la explanada de la Facultad de Ciencias del Mar en Playa Norte. Hubo quienes rentaron yates y pangas para ver el suceso desde el océano. Miles más se reunirían para vivir la versión sinfónica del eclipse en el Parque Ciudades Hermanas. Ahí la Camerata Mazatlán interpretaría los movimientos Marte y Júpiter de la suite orquestal “Los Planetas”, así como temas famosos de películas de ciencia ficción. Además del concierto, habría pantallas y telescopios con filtros especiales para uso del público. En ningún otro sitio en el trayecto de la umbra se anunció un festejo de tal magnitud.

A las 9:40 llegué a las playas de Cerritos. Avanzaba hacia mi destino cuando me topé con un grupo de personas vestidas de blanco sentadas en un círculo sobre la arena; la mayoría tenía los ojos cerrados y había llevado ambas manos a la altura del cuello, formando una concha. Un líder daba instrucciones y los invitaba a conectarse con las energías del cosmos. Me alejé pensando en cómo los miedos de nuestros antepasados han sido reemplazados por ritos New Age

La playa frente al hotel Mayan Palace estaba llena de extranjeros y de telescopios de diferentes tamaños y colores. Dejé mis cosas sobre la arena y me asomé al jardín. Ahí estaba el personal de la NASA, a quienes uno podía identificar porque usaban coloridas playeras tipo polo con el logo de la agencia espacial. Había también varios toldos: en uno, daban lentes de cartón. De hecho, los estuvieron regalando a lo largo de su estadía en la ciudad; en otro, había una mesa con una actividad para niños que consistía en dibujar máscaras de animales a las que se les colocaba un filtro para la observación segura del Sol. En el centro había pantallas que transmitían las figuras de los dos grandes protagonistas de la jornada. Las primeras imágenes que vería el mundo del eclipse serían grabadas desde Mazatlán, Sinaloa. Algunos científicos mostraban rocas lunares y accedían a tomarse fotografías con quienes buscaban preservar el recuerdo de aquella mañana.

La parcialidad transcurría y yo podría describir mi ánimo como exaltado. Caminé hacia la orilla del mar y metí los pies. ¿Habrá algún cambio en las características del agua durante un eclipse?, pensé y avancé hasta que mis tobillos estuvieron sumergidos. Entonces llegó un salvavidas a pedirme que me saliera del mar. El hombre, en su papel de guardián, se aseguraba de que todo saliera perfecto.

A las 10:30 el cielo mostraba su coloración habitual y no había pájaros en el horizonte. Me senté en una toalla y enterré los pies en la arena; unas cuantas hormigas subieron por mis piernas, pero luego regresaron a su refugio de tierra y conchas. De pronto el día empezó a perder su brillo. Un viento helado que venía del oeste anunciaba una noche precoz. Poco a poco, las sombras transformaron al océano en un estanque oscurecido; nada se mecía sobre él. Me coloqué los lentes y comprobé que del Sol ya no quedaba nada más que una menguante minúscula. Faltaban minutos para la totalidad y la gente miraba hacia lo alto, de espaldas al mar. La impaciencia colectiva no tardó en convertirse en un estallido de vítores y gritos. Alguien inició un conteo que todos seguimos: 10, 9, 8, 7… Un último destello surgió del borde lunar creando un anillo de diamantes. Esa imagen, sin embargo, desapareció en segundos. Con los lentes puestos era imposible ver nada. Ninguna figura, ninguna luz se dibujaba en el firmamento. Es justo esa oscuridad la que te indica que ha llegado el momento de ver el espectáculo con tus propios ojos.

Es difícil describir lo que sucedió a continuación. En un instante quedé paralizada por una visión que parecía fuera de este mundo. Mi cuerpo y mi cerebro no tenían información sobre cómo reaccionar. Esto era completamente nuevo y no había instrucciones en mi sistema. Supongo que lo que yo estaba experimentando podría llamarse “asombro primitivo”, o un estado de sobrecogimiento absoluto ante la inmensidad de algo incomprensible para mis sentidos. Y es que no ocurre a diario que una pelota negra flote en las alturas despidiendo haces de plasma blanquecino. Las reacciones entre la gente fueron muy diversas: algunos lloraron, otros gritaron, muchos enmudecieron. El horizonte, pintado de amarillo, albergaba la esperanza de un atardecer que nunca sucedería.

Junto a la playa, la corona del Sol brillaba en un fondo azul-grisáceo y Venus relucía a la derecha del gigante eclipsado. Intenté buscar otras estrellas, pero la luz de varios drones me distrajo con su continuo parpadeo. Al final, la mayoría desperdició los escasos minutos de magia cósmica tratando de capturar el presente con los teléfonos móviles. 

Cuando el Sol reclamó su trono, las cabezas se agacharon al unísono. En el jardín, los miembros de la NASA y de la Agencia Espacial Mexicana festejaron que este fenómeno ocurriera justo ahora, en la nueva era de la exploración lunar.

Más allá del paraje extraterrestre que evocan los eclipses, están las leyes físicas que los hacen posibles. Entenderlas genera una potente sensación de asombro. ¿No es inquietante la sustitución exacta del Sol por otra esfera? El Sol tiene un diámetro 400 veces mayor que el de la Luna y está también 400 veces más lejos. Por eso, ambos cuerpos celestes parecen tener el mismo tamaño cuando los vemos desde la Tierra.

Otros planetas también experimentan eclipses. Marte, por ejemplo, tiene dos lunas con forma de tubérculo, cada una demasiado pequeña para bloquear al Sol en su totalidad. Al interponerse frente a nuestro astro solar cualquiera de ellas generaría una sombra amorfa, sin relevancia estética. En Júpiter, suceden múltiples eclipses simultáneos, así lo ha observado el Telescopio Espacial Hubble, pero la mayoría de sus lunas son muy grandes, o muy pequeñas, para ocultar al Sol y permitir que la corona brille y sea observada. En nuestro Sistema Solar, la Tierra es afortunada con sus eclipses geométricamente perfectos. Si escribiera una historia de ciencia ficción, haría que seres alienígenas visitaran nuestro planeta en el día de un eclipse solar total. Seguramente, este sería un fenómeno por el cual ellos harían contacto y que nosotros, los terrícolas, deberíamos de presenciar al menos una vez en la vida. EP

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