#Entrelíneas | El dinero (no) compra la felicidad
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#Entrelíneas | El dinero (no) compra la felicidad

En estos tiempos, cuando gobierna la desazón y la incertidumbre en muchos lugares, la felicidad es algo que todas las personas buscan todo el tiempo.
lun 13 mayo 2024 06:06 AM
#Entrelíneas | El dinero (no) compra la felicidad
Desde los orígenes de la humanidad, todas las culturas han recurrido a todas las formas para ser felices y plenas pero, de un tiempo para acá, en muchas conciencias domina una perturbadora máxima: la felicidad puede conseguirse con el poder que impregna el dinero, apunta Jonathán Torres.

“La felicidad como dispositivo del capitalismo es un hilo transversal en las discusiones modernas (…) La felicidad aumenta de acuerdo con la exclusividad y el monto del consumo (…) En la sociedad líquida hay una idea universalista de la felicidad”.

En estos tiempos, cuando gobierna la desazón y la incertidumbre en muchos lugares, la felicidad es algo que todas las personas buscan todo el tiempo. Desde los orígenes de la humanidad, todas las culturas han recurrido a todas las formas para ser felices y plenas pero, de un tiempo para acá, en muchas conciencias domina una perturbadora máxima: la felicidad puede conseguirse con el poder que impregna el dinero.

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Lina Martínez, directora de POLIS, el Observatorio de Políticas Públicas que asesora a gobiernos y empresas en el diseño y evaluación de políticas públicas y sistemas de evaluación para el bienestar de los individuos, recientemente publicó el libro “FELICIDAD”, editado por DEBATE, que significa un referente bastante documentado en torno de las emociones, resortes, teorías, alrededor del estado de grata satisfacción que la humanidad ha buscado desde hace siglos (las reflexiones con las que arranca esta pieza son parte de este libro).

Al margen de esta obra, Lina Martínez –quien también ha sido asesora en políticas educativas del BM y del BID– comparte para fines de esta historia algunas reflexiones en tormo de la conexión entre dos factores que para los amantes del romanticismo tienen que estar en mundos opuestos: el dinero y la felicidad.

En su libro, sostiene que la felicidad en un entorno capitalista es un placer constante que se renueva a una velocidad a la que es difícil seguirle el paso y cuya máxima expresión es el consumismo.

“La felicidad y el consumo se encontraron a mediados del siglo pasado y juntos se fueron colando por el sótano de la casa sin que nadie fuera consciente de la gotera soterrada que mojaba una esquina. Después de varios siglos, el consumismo feliz inundó las casas con aparatos, electrodomésticos, varios televisores, depósitos llenos de cosas que nadie usa y clósets con ropa que nadie recuerda. El consumismo creció exponencialmente con el internet y luego con las redes sociales que hicieron creer que vivir en una casa inundada de cosas era la mejor forma de vivir”, explica Lina Martínez.

Bajo esos términos, entonces, algunos de los elementos para ser felices es ganar dinero, acumular más e ir por más (aunque también hay estudios que sostienen que, entre más consumista es una persona, su infelicidad es mayor).

La relación entre el dinero y la felicidad ya tiene un calado histórico muy largo. El filósofo inglés Jeremy Bentham (1748-1832), fundador del llamado “utilitarismo”, sostenía que la mejor forma de medir la satisfacción de la gente radicaba en su capacidad para satisfacer sus necesidades en el mercado y, desde entonces, se ha fortalecido una cultura que coloca al dinero como el lenguaje universal para entender los grados de éxito y de felicidad de cada persona. Así, en el capitalismo, el dinero es una métrica contable, medible y aspiracional, vinculada con los estándares sobre la ‘buena vida’.

¿Es verdad que el dinero hace felices a las personas? Sí, en alguna medida.

Una persona que está pensando todo el tiempo en cómo llegar a fin de mes, es feliz cuando tiene la posibilidad de recibir dinero y cubrir sus gastos. Otra salta de gusto cuando recibe la noticia de un incremento salarial. Y hay quien se siente en paz porque puede pagar el platillo más caro del menú sin preocuparse por el precio.

Entonces, ¿el dinero compra la felicidad?

Lina Martínez sostiene que parcialmente sí, sobre todo cuando las personas carecen de recursos, pero ofrece algunos matices al respecto:

“Una de las virtudes que tiene el dinero es que te da ancho de banda cognitivo, que es un concepto que funciona de la misma manera que el ancho de banda de internet. Cuando hay varias personas en una casa, el ancho de banda se ralentiza y es mucho más lento. El ancho de banda cognitivo es toda la capacidad que uno tiene de operar cognitivamente con muchas variables y factores. Cuando una persona tiene bajos recursos, la mayor parte de su ancho de banda cognitivo se va en resolver asuntos financieros. Cuando se superan esas condiciones, el ancho de banda cognitivo aumenta, es posible ocuparse de otro tipo de cosas y para eso es muy importante el dinero”.

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Así, por muchas rabietas que haya en contra del capitalismo (que, sin duda, tiene muchas variables bastante cuestionables como es la acumulación de dinero en pocas manos), en momentos de escasez, el dinero sí ayuda a construir felicidad, pero hay un momento en el que éste tiene un tope y empiezan a tomar sentido muchos otros factores, particularmente la salud mental, las relaciones afectivas y cuando cada persona atesora sus propias satisfacciones como es el balance entre vida y trabajo.

“El dinero no necesariamente compra la felicidad, pero sí compra tranquilidad”, afirma Lina Martínez. “Y la tranquilidad es prima hermana de la felicidad. Está ahí, muy cerquita”.

Frente a esos umbrales, y para que la felicidad no se exprese solo a fin de mes y no sea vulnerable a las temporadas de crisis, la variable que vale la pena añadir a esta ecuación es la satisfacción con el ingreso, estar satisfecho con lo que se tiene en ese momento.

Para el final que esta historia merece, la felicidad requiere fundamentalmente de tres componentes: primero, asociar la felicidad con aquellas cosas que por muy insignificantes que parezcan generen emociones positivas (leer, hacer ejercicio, lo que sea); segundo, ejercitar la satisfacción, lo que implica incluir las emociones negativas que, al margen de sus crudos sabores, alimentan los retos; tercero, tener un propósito, la razón para despertar todos los días y contribuir para mejorar nuestros propios entornos.

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En su momento, los libros de autoayuda eran las fuentes primordiales de consulta, aún considerando que estos estaban (y muchos están) muy lejos de cualquier rigor científico. Quizá por ello todo lo relacionado con la felicidad tiene sus grados de mala fama porque buena parte de lo que se conoce viene de la autoayuda. Para muchos, los libros que prometen lograr la felicidad en pocos pasos y pregonar un cuento fantástico nos pueden resultar chabacanos, pero finalmente ayudan a muchos otros que agradecen estas narrativas y recibir de alguien un consejo que les parece sensato.

Lina Martínez así lo explica en su libro “FELICIDAD”: “La industria de la autoayuda ha tenido la capacidad de ramificarse y diversificarse, como buen ejemplo de mercado en el capitalismo (…) Esta literatura puede ser vista como la parienta menos educada, pero millonaria y muy popular, de la familia de los que se dedican de alguna forma al estudio o divulgación de la felicidad (…) Sin embargo, lo que sí ha logrado la parentela menospreciada es hablar en el lenguaje de las masas, virtud esquiva en el campo científico. Los mensajes claros, los ejemplos de personas que tienen los mismos problemas de los lectores, consejos aplicables en días y con la promesa de entregar resultados. ¿Quién no estaría tentado a volverse rico solo con el pensamiento?”.

Fue hasta el cierre del siglo pasado, con la socialización de la Psicología Positiva, cuando la felicidad entra al campo científico y se abre a muchas otras disciplinas que derivan en políticas públicas, estudios económicos, ciencias del comportamiento, entre otras.

Como sea, el factor más importante para la felicidad de cualquier persona radica en su capacidad para controlar sus estados emocionales, lo que implica entender que la vida se mueve en un péndulo, que da paso a emociones positivas y negativas…

Un día, te puedes levantar muy contento, pero te llega un email y te estresas; ves tu cuenta bancaria y, después de un buen café, viene la tranquilidad. No aceptar que este péndulo va y viene, y que lo único que queremos son emociones positivas, no es normal. Las emociones negativas son instrumentales para formar el carácter. Sin la rabia, por ejemplo, no se podrían poner límites al otro, ella o el no entenderían que hay algo que molesta y que no puede hacer; sin esos episodios de rabia no se construye una pareja.

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Nota del editor: Jonathán Torres es socio director de BeGood, Atelier de Reputación y Storydoing; periodista de negocios, consultor de medios, exdirector editorial de Forbes Media Latam. Síguelo en LinkedIn y en Twitter como @jtorresescobedo . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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