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Opinión

Por: Francisco Domínguez Brito | Para nosotros los seres humanos el mundo gira alrededor nuestro. La evolución nos hace percibir ser el centro de todo, el único con derechos creados por Dios o la sociedad. Una visión antropocéntrica, donde los demás seres vivos, como los animales o las plantas, están a nuestra disposición. Simplemente son cosas, así lo dice el código civil dominicano y en sentido general la legislación universal. Es decir, son elementos útiles para un fin específico, donde esa cosa no tiene más valor que el que nos pueda proporcionar.

Esa visión puramente Humanista, indudablemente positiva en la mayoría de los casos, nos condujo a normas como la igualdad de todos y todas ante la ley. El derecho a la vida, a la no tortura, a la libertad y a la dignidad. Igual el derecho a reclamar ante instancias judiciales cualquier violación de estos derechos, con figuras como el amparo, el habeas corpus o el habeas data.

Todos estos derechos fueron enarbolados en grandes revoluciones, como la francesa o la norteamericana. Se proclamó La Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Al mismo tiempo otros conglomerados de países como los Estados Americanos o la Unión Europea establecieron declaraciones sobre la importancia de proteger derechos fundamentales del hombre y de la mujer. No así sobre derechos de otros seres que componen el planeta.

A raíz de la suscripción del pacto de protección de los animales que ha convocado el prestigioso periódico Listín Diario y valga el reconocimiento a su director Miguel Franjul y a una de las grandes promotoras de los derechos de los animales Lorenny Solano, vale la pena resaltar esta iniciativa y aprovecharla para llevar al debate la posibilidad de recurrir a nuevas visiones que sobre el derecho se van formulando. Visiones donde no sólo el ser humano tiene derechos y deben ser respetados, sino también otros seres, como pudieran ser nuestras mascotas u otros animales que tanto amamos.

Hoy en día la visión antropocéntrica va dando paso a una visión biocéntrica o ecocéntrica, donde no sólo los seres humanos disponen de derechos, sino también otros seres que denominamos sintientes.

Cuando hablamos de “seres sintientes” nos referimos a aquellos que pueden sentir algún tipo de dolor o experimentar algún tipo de sentimiento, sensación, alegría, ansiedad o miedo. Sensaciones o sentimientos que experimentan casi la totalidad de los animales del planeta. Y si queremos ir más allá, podemos hablar del derecho de los árboles y un sinnúmero de especies de la naturaleza.

Cuando observamos estos seres y su comportamiento, nos convencemos de la necesidad de revisar nuestro ordenamiento jurídico a los fines de proteger los derechos de ellos. Si la declaración universal de los derechos humanos garantiza los derechos a la vida de los seres humanos, igual deberíamos garantizarlo dentro de un ambiente de racionalidad a los demás “seres sintientes”. Lo mismo con el derecho a la no tortura o tratos crueles, así como otros derechos que entendemos fundamentales para su supervivencia. Si observamos el comportamiento de un delfín o de un ave que protege sus críos, nadie dudaría del derecho que tienen estos animales a existir y en este sentido se ha expresado el Tribunal Constitucional de Colombia al expresar que los “seres sintientes” tienen derechos y no deben verse desde una visión meramente utilitarista.

En términos generales estamos de acuerdo en proteger esos derechos. Ya Francia ha legislado en ese sentido, pero hay una realidad y es que debemos avanzar hacia nuevos esquemas y mecanismos jurídicos que garanticen esos derechos a los demás “seres sintientes” no humanos. A poder recurrir en justicia y reclamar esos derechos ante los tribunales. La Constitución dominicana en sus artículos 68 y siguientes aborda las garantías de los derechos fundamentales de manera muy limitativa, lo mismo las leyes adjetivas.

Debemos abogar para que el recurso de amparo, no sólo sea para resguardar derechos fundamentales del ser humano, sino también para reconocer y resguardar derechos de los demás “seres sintientes” y yo diría aún más de la naturaleza.

Hace dos semanas vimos como científicos del MIT de Boston, en los Estados Unidos, presentaron una especie de abecedario, mediante el cual los cachalotes comunicaban sus ideas y sentimientos entre sí, o como en Sumatra, en Asia, un orangután tomaba plantas medicinales de los árboles y fruto de la observación se la untaba para cuidar y sanar sus heridas y las comía, como si fuera una persona humana.

Ejemplos hay miles para entender que los “seres sintientes” tienen derechos, que casi no existe la vía para reclamarlo y el pacto del Listín Diario pudiera ser la llama que encienda los corazones de nosotros los políticos para legislar en ese sentido.

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