La era de los shogun

La vida en Japón durante el shogunato Tokugawa

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Junto a antiguos templos como el del Pabellón Dorado, del siglo XV, los Tokugawa impulsaron nuevas fundaciones budistas para reforzar su poder.

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A mediados del siglo XVIII, Tokio, llamada entonces Edo, era quizá, con un millón de habitantes, la ciudad más poblada del mundo. Por sus concurridas calles y canales circulaban nobles, comerciantes, samuráis de diverso rango y artesanos. En ella confluían todas las carreteras del país, y se hallaban innumerables comercios y restaurantes, además de ser un lugar privilegiado para todo tipo de entretenimientos, localizados especialmente en Yoshiwara, el barrio de placer de la ciudad. 

La historia de Edo, sin embargo, era muy reciente. En los primeros años del siglo XVII era un simple puerto pesquero situado en una bahía de la costa oriental japonesa. Contaba, eso sí, con una fortaleza. Y esto fue lo que, en 1603, llevó a Tokugawa Ieyasu a convertirla en la base de su poder. Ieyasu era uno de los grandes señores feudales –llamados daimyo– que desde hacía décadas se venían disputando el control del país en una serie de guerras civiles. En 1600 obtuvo una victoria decisiva sobre sus rivales en la gran batalla de Sekigahara, en la que participaron más de 100.000 combatientes, y poco después el emperador le concedió el título de shogun, gobernador de Japón. Se inauguró así un largo período de más de 250 años de relativa paz, en el que quince generaciones de la familia Tokugawa se sucedieron en el puesto de shogun y rigieron los destinos del archipiélago desde Edo. 

Los Tokugawa establecieron un sistema de gobierno militar, que en japonés recibe el nombre de bakufu. Este término se refería a los campamentos desde donde los generales dirigían la batalla, y se aplica en la historia japonesa a los gobiernos en los que el poder político y militar estaban unidos, como el de Kamakura (1192-1333), el Ashikaga (1338-1573) y, por último, el Tokugawa (1603-1867). 

Iemitu

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Tokugawa Iemitsu, el segundo shogun de la dinastía Tokugawa estableció las rígidas normas que asegurarían la paz en Japón durante más de doscientos años. 

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Los primeros shogun Tokugawa se esforzaron en neutralizar cualquier posible oposición, especialmente por parte del emperador y de los grandes señores feudales. En cuanto al emperador, permitieron que mantuviera su corte en Kyoto, pero desprovisto de cualquier tipo de poder, y trasladaron la capital, tanto política y administrativa como económica, a la nueva ciudad de Edo. Por su parte, los señores feudales, o daimyo, quedaron sujetos a un estricto control.

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Los shogun limitaron el número de castillos que podía haber en cada dominio y obligaron a los señores a jurarles lealtad. También se les prohibió realizar alianzas entre ellos sin el consentimiento del shogun, e incluso sus alianzas matrimoniales debían contar con la aprobación del gobernador. Además, periódicamente se les requerían importantes contribuciones para edificar o reconstruir edificios, como por ejemplo el gran castillo de Edo, símbolo del poder del shogunato Tokugawa. 

Un férreo control 

La innovación esencial en el control de los daimyo surgió durante el gobierno de Tokugawa Iemitsu, el nieto de Ieyasu, con la instauración en 1634 del sistema conocido como rankin kotai o «asistencia alterna». Mediante este ingenioso sistema, Iemitsu requería que todos los daimyo mantuvieran una residencia en su dominio provincial y otra en la ciudad de Edo. Los daimyo debían residir alternamente un año en Edo y otro en sus dominios, mientras que los miembros de su familia (mujer e hijos) vivían permanentemente en Edo. 

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Casco de samurái decorado con el emblema del clan de los Tokugawa. Siglo XVII. Museo Fuji de Arte, Tokyo.

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El objetivo de este sistema era evitar que los daimyo acumularan poder y riquezas y que pudieran desafiar el gobierno central de los Tokugawa. De esta manera el shogun se aseguraba un efectivo control de los señores feudales, no sólo políticamente sino también en un plano económico, ya que se les forzaba a gastar enormes sumas de dinero en mantener las dos residencias y en los viajes que realizaban entre ambas. Las comitivas de los daimyo hacia la ciudad Edo servían como demostración de su rango y prestigio e implicaban el traslado de miles de personas, con el enorme gasto que ello conllevaba. Además, de esta forma se erosionaba las bases en las que se sustentaba el poder de los grandes señores, como era la identificación con sus dominios, al forzarlos a estar la mayor parte del tiempo ausentes de sus tierras y, muy especialmente, por el hecho que sus herederos ni tan siquiera conocían sus territorios de origen, pues nacían y se criaban junto a sus madres, en Edo. 

La presencia de las familias de los daimyo en Edo contribuyó a que la ciudad se convirtiera en un centro generador de riqueza y consumo. Al mismo tiempo, el sistema de residencia alterno favoreció la creación de una red de comunicaciones hacia Edo que contribuyó a la hegemonía política y económica tanto de la ciudad como del gobierno Tokugawa. Este sistema viario lo formaban cinco carreteras –llamadas Tokaido, Koshu Kaido, Nikko Kaido, Nakasendo y Oshu Kaido– que unían la ciudad de Edo con el resto del territorio del shogunato.

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De todas ellas, la más famosa y transitada era la de Tokaido, que unía los más de 500 kilómetros que separan Edo y Kyoto por la costa. Esta carretera, maravillosamente representada por Hiroshigue en su serie de grabados Las 53 estaciones de Tokaido, estaba formada por 53 etapas y partía del puente de Nihonbashi en Edo para finalizar en Sanjo Ohashi, puente de entrada a la ciudad de Kyoto. 

De guerreros a burócratas 

Más allá de los daimyo, el régimen autoritario de los shogun perseguía establecer un control absoluto sobre el conjunto de la sociedad japonesa. Uno de los instrumentos para lograr este objetivo fue la religión. El cristianismo, que había penetrado en Japón desde mediados del siglo XVI a través de misioneros portugueses y españoles, fue considerado pronto por Ieyasu como una amenaza para su autoridad.

El conato de rebelión de un daimyo cristiano en 1612 lo impulsó a proscribir totalmente a los misioneros católicos y a redoblar la política represiva contra los japoneses conversos, muchos de los cuales fueron ejecutados. En 1639 la revuelta de unos 20.000 cristianos en el castillo de Shimabara, cerca de Nagasaki, fue ahogada en sangre. Al año siguiente, los Tokugawa ordenaron que todos los japoneses se registraran en alguno de los miles de templos budistas del país y que se sometieran a un examen anual de sus creencias religiosas, el denominado shumon aratame. 

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El imponente castillo de Himeji, situado cerca de Kobe, es uno de los más antiguos de los que se conservan. Se erigió a mediados del siglo XIV, aunque posteriormente sufrió numerosos cambios.

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Al mismo tiempo, para asegurar su control sobre la sociedad, los shogun establecieron una rígida división de clases sociales. La sociedad japonesa, bajo los Tokugawa, se compartimentaba en cuatro grupos hereditarios: los samuráis, los campesinos, los artesanos y comerciantes. Esta estructuración social se basaba claramente en el pensamiento confuciano. Según la tradición china derivada del filósofo Confucio, la sociedad ideal debía estar dividida de forma clara y firme: el emperador en la cúspide, a continuación, una clase altamente cualificada y educada, los letrados, seguida de los productores primarios o agricultores y, finalmente, los productores secundarios o artesanos. Esta jerarquización fue adaptada a la sociedad feudal japonesa de los inicios del período Edo, y sirvió para dar legitimidad y respetabilidad al régimen de los Tokugawa. 

El shogun se encontraba en la cúspide de la pirámide social japonesa, y era quien gobernaba sobre los daimyo y sus dominios, conocidos como han. Estos feudos estaban administrados por los samuráis, a quienes se pagaba por sus servicios con arroz. Durante el período de paz de los Tokugawa, esta clase de guerreros, protagonista de los conflictos civiles del siglo XVI, pasó a realizar funciones administrativas y burocráticas. Justo por debajo de los samuráis se encontraba el campesinado, que constituía el 80 por ciento de la población y de cuyas cosechas de arroz procedía la base de la economía del shogunato. Los campesinos trabajaban la tierra que gobernaba el daimyo bajo la supervisión directa del bakufu. Soportaban enormes cargas fiscales –debían entregar a los daimyo hasta el 70 por ciento del producto–, además de tener que realizar trabajos de interés público, como la limpieza de carreteras. 

El poder del dinero 

En la base de la pirámide social se encontraba un grupo de características especiales: los chonin, o «habitantes de las ciudades», compuesto por los comerciantes y los artesanos. En teoría estaban en una posición inferior incluso a los agricultores; por debajo de ellos tan sólo quedaban los marginados de la estructura social, los hinin o «no personas» –prostitutas, titiriteros, comerciantes itinerantes, mendigos– y los parias o eta, aquellas personas dedicadas a profesiones impuras, las que violaban los preceptos budistas, por ejemplo al dedicarse a la matanza de animales y al curtido de las pieles. 

Geisha Tuning a Samisen LACMA M 71 100 33

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Una geisha afina un Saimsen en una casa de placer de Edo. Ukiyo-e de Shigenobu Yanagawa.

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Pese a esta teórica subordinación, en el período Edo los chonin se convirtieron pronto en el sector más dinámico de la sociedad japonesa. Originariamente, los comerciantes se instalaron en distritos próximos a las murallas de los castillos de los daimyo, y se dedicaban al abastecimiento de los samuráis, particularmente de artículos militares. Pero enseguida extendieron su actividad al comercio de materias primas con destino a las grandes ciudades, en particular Edo y Osaka. 

En esta última, por ejemplo, a mediados del siglo XVIII había 130 almacenes en los que se depositaba el arroz procedente de los feudos señoriales. Los mercaderes actuaban asimismo como banqueros-prestamistas, y muy pronto se convirtieron en acreedores no sólo de los samuráis sin recursos, sino también de los daimyo y del bakufu. Se dedicaron también a negocios manufactureros como la imprenta. De esta manera, en el período Edo se constituyeron algunas poderosas corporaciones que prefiguran las grandes empresas japonesas de los siglos XIX y XX. Fue el caso de la casa Mitsui, que empezó como una tienda textil en Edo y de la cual surgieron los actuales grandes almacenes Mitsukoshi. 

Arte y diversiones 

Pese a su creciente poder económico, los comerciantes y empresarios chonin estaban sometidos a incontables restricciones. No podían aspirar a convertirse en samuráis ni, por tanto, podían ejercer cargos en la administración, y estaban expuestos a que las autoridades en cualquier momento tomasen represalias contra ellos, les retirasen la licencia y les confiscasen los bienes. Estaban sujetos igualmente a un gran número de leyes suntuarias que regulaban la distinción de clases en aspectos tan cotidianos como la vivienda o la vestimenta. 

Hexagonal Jar, Imari ware, Kakiemon type, Edo period, 17th century, flowering plant and phoenix design in overglaze enamel   Tokyo National Museum   DSC05329 (retouched)

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Jarrón de porcelana con diseño floral. Período Edo. Siglo XVII.

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Sin embargo, esta clase de «nuevos ricos» encontró maneras para escapar a las barreras que le imponían el gobierno y la estructura social. Por ejemplo, el vestuario, tanto entre los hombres como las mujeres, se convirtió en un medio de expresión y un elemento indicativo de su estatus y riqueza. Los mercaderes, sus hijos y sus esposas burlaban las leyes que les prohibían llevar cierto tipo de telas, como la seda, portando, aunque de manera encubierta, otros tejidos ricamente trabajados e igualmente suntuosos y caros. También gustaban de lucir costosos y lujosísimos accesorios, como los inro, pequeñas cajitas con objetos personales que se llevaban colgadas del cinturón del kimono, sujetas a su vez por los netsuke, esculturas en miniatura que servían de tope y evitaban que el inro se deslizase del cinturón. 

Los chonin también se entregaban a las múltiples diversiones y placeres mundanos que les ofrecía el ambiente de las grandes ciudades. Desde finales del siglo XVII se desarrolló en Edo, Osaka o Kyoto un tipo de cultura hedonista y vital a la que se dio el nombre de ukiyo, «mundo flotante». Asai Ryoi, en su obra Ukiyo monogatari, de 1661, describe la esencia de este modo de vida: «viviendo sólo para el momento, volviendo plenamente nuestra atención a los placeres de la luna, de la nieve, del cerezo en flor y de las hojas multicolores del arce; cantando canciones, bebiendo vino, divirtiéndonos, flotando, flotando, volviendo la cara a la miseria, negando el desaliento, nos dejamos llevar como una calabaza flotando en la corriente del río; esto es lo que nosotros llamamos el mundo que fluye, el mundo pasajero». 

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Toyotomi Hideyoshi, predecesor Tokugawa Ieyasu en la tarea de reunificar políticamente Japón, mandó erigir este magnífico castillo entre 1594 y 1597 en Matsumoto, en la prefectura de Nagano.

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Esta cultura hedonista tuvo sus propias formas de expresión artística y literaria: la poesía y la novela, el teatro, la pintura... La más conocida de estas creaciones se dio precisamente en el ámbito de la pintura y el grabado: las llamadas «imágenes del mundo flotante», o ukiyo-e. Se trataba de estampas realizadas mediante la técnica de la xilografía, o grabado sobre madera, técnica que ya se conocía con anterioridad al período Edo, pero que alcanzó entonces su apogeo como sistema de reproducción que permitía elaborar miles de imágenes a un precio asequible. La temática que aparece reflejada en estas estampas estaba totalmente ligada a los gustos de los habitantes de las ciudades, los chonin: el mundo del teatro kabuki, el bunraku o teatro de marionetas, el sumo, los barrios de placer y los paisajes célebres de Japón.

Así, uno de los temas más característicos de las estampas fue el bijinga o «imágenes de bellezas», cuyas protagonistas eran las cortesanas de los llamados «barrios de placer». El más famoso de estos barrios fue el de Yoshiwara, en Edo. Yoshiwara era como una ciudad dentro de la ciudad, ya que sus límites estaban marcados por muros y fosos y tenía una sola puerta de acceso, lo que facilitaba un control total tanto de los visitantes como de los residentes. Dentro de una sociedad rígidamente reglamentada, el barrio de Yoshiwara era uno de los pocos lugares donde los chonin –aunque no sólo ellos– podían gozar de una cierta libertad, ya que entre sus muros importaba más el gusto y el dinero que no la clase social a la que se pertenecía por nacimiento. Según datos de censos del siglo XIX, en Yoshiwara había más de 3.000 prostitutas trabajando en unos 150 burdeles, junto a 400 casas de té. 

Estrellas del teatro 

Otro de los grandes temas del ukiyo-e fue el de las «imágenes de actores» o yakusha-e, relacionadas con una de las nuevas formas de entretenimiento que surgió en la cultura urbana del momento: el teatro kabuki. Podríamos definir el teatro kabuki como el espectáculo total, en el que se une la música, la danza, el canto y la interpretación. Su origen se remonta a unas danzas cómicas denominadas kabuki-odori que incorporaban elementos profanos y folclóricos, y en las que las bailarinas eran todas mujeres. Así, proliferó una serie de compañías ambulantes de bailarinas que, paralelamente, se dedicaban a la prostitución. 

Kyō ganoko Musume Dōjō ji (April 1852 Edo Ichimura za)

Kyō ganoko Musume Dōjō ji (April 1852 Edo Ichimura za)

Actores kabuki del teatro Musume dibujados por Utagawa Kunisada en 1852.

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Este kabuki exclusivamente femenino era conocido como onna kabuki y fue prohibido en 1629. En ese momento las mujeres fueron sustituidas por chicos jóvenes, aunque en 1652 se acabó prohibiendo también esta modalidad por propiciar la prostitución masculina. Finalmente, se decretó que todos los actores tenían que ser exclusivamente hombres adultos, lo que dio lugar al kabuki vigente hasta hoy día. Los actores de kabuki llegaron a gozar de una enorme popularidad, como demuestra la enorme cantidad de estampas de retratos de actores que se editaron, y en las cuales era imprescindible que el público pudiera identificar a su actor favorito y el papel que solía representar. 

Otra de las diversiones preferidas durante el período Edo fue el sumo, que también se refleja en el ukiyo-e. Los orígenes de esta lucha tradicional japonesa se remontan a más de dos milenios, pero fue en los años del gobierno Tokugawa cuando esta combinación de deporte y ritual dejó de ser un entretenimiento exclusivo de la corte y cautivó al público de las ciudades hasta convertirse en el deporte nacional

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Bajo el shogunato, Edo pasó de ser una simple aldea pesquera a una populosa metrópoli de un millón de habitantes. Una calle de la ciudad en una de las Vistas de Edo pintadas por Utagawa Hiroshige. Museo de Arte de Brooklyn, Nueva York.

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El género del paisaje en las estampas apareció mucho más tarde, y su auge se corresponde al momento en que, durante el siglo XIX, se relajaron las severas restricciones de movilidad de la población en el interior del país. Así surgieron las series de estampas de paisajes y vistas de lugares célebres, que servían de guía de viaje y también satisfacían a los que no tenían medios para desplazarse.

En realidad, ésta fue una de las razones del gran éxito de las estampas, ya que posibilitó el acceso, aunque de manera indirecta y «virtual», a un tipo de diversiones (viajes, barrios de placer, teatro, sumo) que estaban fuera del alcance de la mayoría. 

El fin de una época 

A lo largo de más de 250 años, el régimen de los Tokugawa, pese a su rigidez, sobrevivió a los cambios sociales y económicos y a crisis a veces graves, derivadas de malas cosechas, desastres naturales, hambrunas e incluso revueltas populares.

Japanese   Incense Burner ( Koro ) with Tokugawa Family Crest ( Aoi mon )   Walters 491747 (cropped)

Japanese Incense Burner ( Koro ) with Tokugawa Family Crest ( Aoi mon ) Walters 491747 (cropped)

Quemador de incienso de porcelana decorado con el mon o emblema de los Tokugawa. Museo de Arte Walters, Baltimore.

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Pero a mediados del siglo XIX confluyeron una serie de circunstancias, tanto internas como externas, que pusieron en entredicho las bases sobre las que se asentaba esta sociedad: el colapso de una economía fundamentada prácticamente en un único cultivo, el arroz; el creciente descontento en todos los estamentos de la sociedad, especialmente la burguesía surgida en las grandes ciudades, y la creciente presión de los países occidentales. 

De este modo, en 1854, cuando llegó a las costas de Japón una escuadra norteamericana al mando del comodoro Perry, las autoridades japonesas hubieron de abrir las puertas al comercio internacional, poniendo fin a más de dos siglos de aislamiento. Y en 1867, la revolución Meiji derrocaba al último shogun y, bajo la égida del emperador restaurado, abría el camino a una nueva era en la historia de Japón, marcada por la modernización y la asimilación de la cultura occidental.