Cruel World probó nuevamente la vigencia del new wave y del post-punk en la ciudad de Pasadena

Más allá de cualquier proclama maliciosa, el rock no ha muerto. Y menos si es de los ‘80, una década que podrá en teoría estar pasando de moda tras el auge más o menos reciente que tuvo, pero que le dio pie a estilos tan definidos como el new wave y el post-punk.

La influencia de estas modalidades fue no solamente clara en los Estados Unidos e Inglaterra, sino que marcó definitivamente a una infinidad de artistas surgidos en Latinoamérica y España, como lo puede reconocer cualquiera que escuche a Soda Stereo, Caifanes y Héroes del Silencio.

De hecho, Duran Duran, la banda inglesa que se encargó el sábado pasado de cerrar el escenario principal del festival Cruel World en los terrenos adyacentes al Rose Bowl de Pasadena, ha sido un punto de referencia ineludible en el quehacer de la agrupación chilena La Ley, como lo descubrimos antes de ir a este concierto, mientras revisábamos los temas grabados por estos músicos europeos.

La huella es evidente, claro, aunque lo de Duran Duran es mucho más relevante en términos musicales y artísticos, pese a que los seguidores del rock de tendencias más duras hayan descartado frecuentemente a esta agrupación debido a sus abiertos coqueteos con la música comercial.

Sea como sea, más de cuatro décadas después de su impacto masivo en las radioemisoras y los televisores (porque hizo muchos videoclips), el combo de Birmingham sigue siendo capaz de conquistar a sus seguidores mientras se pone al mando de un repertorio estructurado esencialmente sobre la base de sus grandes éxitos.

Una buena parte de ello responde al buen estado físico y vocal en el que se encuentra Simon Le Bon, el vocalista que le dio personalidad y emoción a estos mismos temas y que, a los 65 años de edad, sigue siendo el alma del conjunto, lamentablemente afectado en su formación actual por la ausencia del emblemático guitarrista Andy Taylor, quien sufre de un cáncer de próstata.

Pero lo cierto es que la banda actual mantiene al resto de su formación clásica, empezando por los fundadores Nick Rhodes (teclados) y John Taylor (bajista) y siguiendo con el baterista Roger Taylor. Todos ellos se ampararon en un despliegue de ‘hits’ que podrá no haber sido ideal para quienes los han visto ya varias veces, pero que resultó perfecto para nosotros, que no habíamos asistido nunca a uno de sus espectáculos.

De ese modo, no faltaron “Hungry Like The Wolf”, “Notorious”, “Ordinary World” (que Le Bon dedicó de manera definitivamente genérica “a la gente de Palestina, Israel y Ucrania”), “Planet Earth”, “The Reflex”, “Save a Prayer”, “Rio” y hasta una versión de “Girls on Film” que se combinó ingeniosamente con la “Psycho Killer” de Talking Heads. No había que ser un fan de la banda para conocer todas estas canciones.

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Si hablamos de integrantes originales, Blondie, el grupo estadounidense que apareció antes en el mismo entarimado, se encuentra más afectado que Duran Duran, porque solo quedan en él la vocalista Debbie Harry y el guitarrista Chris Stein.

Pero emplear la palabra “solo” suena realmente mezquino, no solo (ahora sí) porque se encuentra también en la alienación Clem Burke, el baterista que se sumó antes de que se grabara el primer álbum (y que tocó este fin de semana de manera increíble), y porque el bajo estuvo en las manos de Glen Matlock, el legendario ex integrante Sex Pistols, sino porque estamos hablamos de una institución esencial del género que inició su carrera hace 50 años y cuya supervivencia en cualquier formato no tendría que estar garantizada.

Se ha dicho mucho de Harry, tanto de manera positiva como negativa; la oriunda de Miami fue modelo antes de entrar a la música, y la manera en que incorporó la moda en el seno de Blondie, sumada a sus evidentes encantos físicos, le ganaron inicialmente la desconfianza de algunos sectores de la escena punk de Nueva York en la que se dio a conocer.

Pero su estilo particular para cantar y la efectividad de las composiciones que creó al lado de Stein desarticularon rápidamente el escepticismo que se tenía sobre su talento. Para ser sinceros, a los 78 años de edad, la voz de Harry está lejos de ser la misma de antes, y en diversos momentos, el Cruel World fue testigo de ello.

Sin embargo, a estas alturas, esta encantadora dama está más allá del bien y del mal, y fuera de que su garganta dio mejores resultados cuando estaba ya caliente, se las arregló para mantener a la audiencia entusiasmada con su exuberante personalidad y los llamativos atuendos que llevaba.

A fin de cuentas, fue increíble poder escuchar en vivo piezas como la cadenciosa “Call Me”, la bailable “X Offender”, la funkerisima “Rapture” (con todo y su parte rapeada) y, claro está, la inspiradisima “Heart of Glass”.

Al hablar de actuaciones realmente especiales, no se puede dejar de lado a Ministry, la banda procedente de Chicago que, a lo largo de los últimos 36 años, se ha dedicado a desgranar en escenarios del planeta entero el agresivo metal industrial que empezó a producir a fines de los ‘80.

Bajo esas condiciones, invitar al combo al Cruel World no tenía aparemente mucho sentido; pero el vocalista y líder indiscutible Al Jourgensen decidió salirse por una vez de su zona de confort para ofrecer un repertorio en el que evitó por completo esas piezas habituales y que estuvo en cambio formado por canciones que aparecieron en sus dos primeros álbumes, “With Sympathy” (1983) y “Twitch” (1986), enmarcados en los terrenos del synth-pop.

De ese modo, se escucharon piezas que no se han presentado literalmente en vivo desde hace cuarenta años, como “Work for Love”, “I’m Falling” y “Effigy (I'm Not An)”, sumadas a otras que no mantuvieron completamente el estilo original, pero que sonaron ciertamente diferentes a lo que Ministry ofrece hoy en día.

Con la finalidad de darle realce al espectáculo, Jourgensen empleó las pantallas gigantes que estaban disponibles en el lugar para transmitir esas imágenes de crítica social que lo han caracterizado desde siempre, y convocó a dos mujeres virtuosas -Tina Guo y Mia Asano- para encargarse del violonchelo electrónico y del violín electrónico.

Siguiendo en el escenario principal, vimos también allí, pero sin prestarle demasiada atención, a Gary Numan, el londinense que aprovechó la oportunidad ofrecida para presentar de manera exclusiva su emblemática producción “The Pleasure Principle” (1979).

No actuamos de ese modo por una falta de respeto hacia su arte, sino porque queríamos tomar un respiro necesario para poder comer y disfrutar de una bebida en medio de la azarosa jornada, lo que tenía además sentido en vista de que, el año pasado, vimos al mismo intérprete de “Cars” en dos días consecutivos del mismo festival debido a circunstancias que los seguidores del evento conocen a la perfección.

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En otros escenarios

Para nosotros, uno de los puntos más altos de la velada era el show de The Jesus and Mary Chain, la agrupación escocesa que, cuatro décadas después de su fundación, sigue estando encabezada por los hermanos Jim Reid (voz) y William Reid (guitarra).

Aunque el resto de integrantes son todos nuevos, esta es una banda que ha cambiado frecuentemente de formación, por lo que la presencia de los Reid resultaba más que suficiente para darle legitimidad a la encarnación del 2024. Además, a diferencia de la mayoría de los otros veteranos de la jornada, nuestros amigos tenían material nuevo que mostrar, porque, hace menos de dos meses, lanzaron un nuevo álbum, “Glasgow Eyes”, del que nos ofrecieron dos canciones, entre ellas la excelente “Jamcod”.

El inicio del acto de The Jesus and Mary Chain nos tomó un tanto desprevenidos, mientras regresábamos de otra zona, lo que nos impidió ubicarnos cerca del escenario secundario en el que se encontraban, rodeados ya de una multitud inmensa. La responsabilidad recayó también en la mala implementación del acceso VIP en lo que se refería a esta tarima, que, inexplicablemente, ofrecía mejor visibilidad desde el área general.

Fue de todos modos un placer escuchar (y ver de algún modo) las interpretaciones de clásicos de la talla de “Head On” (sí, el tema que versionó luego Pixies), “All Things Pass” y “Just Like Honey”, en el que intervino la poco conocida cantante Zanias.

Los Reid hicieron magníficamente lo suyo; y aunque la falta de tiempo evitó que se escucharan algunos de los temas más ruidosos de su arsenal, se tomaron el trabajo de tocar “Reverence”, una de las composiciones que los convirtieron esencialmente en pioneros del shoegaze y del noise pop.

En el mismo escenario, un sol todavía intenso acompañó la actuación de The Stranglers, que sigue siendo una de las pocas bandas supervivientes de la movida punk original que se dio en Inglaterra, ya que vio sus primeras luces en 1974. Claro que, en una de las tarimas secundarias del Cruel World, el único miembro de la pandilla original era el bajista Jean-Jacques Burnel; ninguno de los tres músicos restantes tiene más de 25 años en el combo.

Sea como sea, esta formación ofreció el set más contundente del festival en términos de sonido, respaldado por las implacables cuerdas de Burnel y por los insistentes teclados del recientemente incorporado Toby Hounsham, quien reemplaza al fundador Dave Greenfield, fallecido en el 2020 a consecuencia del Covid.

La misma combinación instrumental fue la que le dio un aire distinto al grupo en una época en que las guitarras primaban, y se impuso por todo lo alto hasta el final del set, cuando se escuchó la enérgica “No Heroes”, que ha sido empleada al menos en dos series televisivas de incuestionable popularidad.

Un poco antes, en la tarima aledaña, vimos a The Mission, una fabulosa banda gótica que mantiene todavía en sus filas a los ex Sisters of Mercy Wayne Hussey (voz y guitarra) y Craig Adams (bajista), así como al guitarrista original Simon Hinkler.

Armado de una voz todavía estupenda, Hussey guió a sus compañeros a través de un robusto set que incluyó las interpretaciones de la pegajosa “Severina”, la oscura “Wasteland” y la épica “Deliverance”.

Otros aspectos

Tener un festival de un solo día con la participación de 30 grupos ofrece la posibilidad de ver a muchos artistas en unas cuantas horas, pero está lejos de ser ideal. No solo por las largas caminatas que hay que hacer entre uno y otro escenario, sino también por la imposibilidad de ver a todos los grupos que uno quiere ver debido al inevitable cruce de horarios.

En ocasiones anteriores, optamos por no ver casi ningún set completo, lo que nos permitió ver más pero apreciar menos, si se entiende lo que decimos. En este caso, la decisión de quedarnos con mayor frecuencia durante las presentaciones enteras nos llevó a perder dolorosamente a bandas que queríamos definitivamente ver, como Simple Minds (que, según muchos comentarios, estuvo entre lo mejor del festival), Tones on Tail y General Public.

Como sucedió en las dos ediciones anteriores, el Cruel World del 2014 fue una experiencia ampliamente placentera, sin la presencia de peleas abiertas, de personas agresivas o de intervenciones policiales inesperadas. Y las elaboradas ropas y artilugios que llevaban muchos de los asistentes, desafiando a veces una temperatura de primavera que fue de todos modos tolerable, se convirtieron en un espectáculo aparte.

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Este artículo fue publicado por primera vez en Los Angeles Times en Español.