¿Se puede saber para qué te mandamos a la universidad?
¿Se puede saber para qué te mandamos a la universidad?
Alberto Olmos

Mala Fama

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¿Se puede saber para qué te mandamos a la universidad?

Siendo rigurosos, no existe relación alguna entre cursar estudios superiores y la protesta política

Foto: Unos estudiantes en la acampada en las indemnizaciones de la Universidad Complutense pidiendo el fin del conflicto en Gaza. (Europa Press/Eduardo Parra)
Unos estudiantes en la acampada en las indemnizaciones de la Universidad Complutense pidiendo el fin del conflicto en Gaza. (Europa Press/Eduardo Parra)

Como saben, una forma moderna de hacer la revolución es acampar. Lo que empezó a las puertas de la Bastilla ha acabado a las puertas del Decathlon, donde venden todo lo necesario para subir montañas y derrocar al sistema, según te pida el cuerpo el fin de semana. Un sábado, a un puñado de universitarios madrileños les ha pedido el cuerpo revolución, y entonces han acampado en un parterre de la Universidad Complutense de Madrid. El sistema ha reaccionado sacándolos en los periódicos y mandándoles cantautores. La lucha es feroz.

La acampada es muy original porque llega después de que todo el mundo viera terminar otra acampada hecha en los mismos términos en un campus americano. Es como una carrera de relevos del camping gas y las guitarrillas. En Columbia, la policía echó a los chicos ricos que allí protestaban (da igual por qué) y, a buen seguro, los chicos ricos de Madrid pensaron que ellos también querían eso.

Foto: Cartel de la convocatoria por Palestina en Madrid.

No querían, claro, acampar, que es una cutrez; no querían protestar por algo (da igual por qué); querían, muy exactamente, que la policía los desalojara. Para ello, por desgracia, primero había que acampar. Están ahora mismo mirando el reloj a ver si llega la policía de una vez, no me jodas. Pero la policía no va. Sería genial que no fuera nunca y la acampada durara hasta el verano. Ahí habría un conflicto grande en el corazón del joven revolucionario: o Benicàssim o el parterre. Un conflicto de cuidado, sí. En verano, como sabemos, la playa siempre vence a la revolución.

Como protesta imitativa, puramente ridícula, la cosa de la Complu nos permite hacernos preguntas y regalar advertencias. Una pregunta sería por qué no acampa esta gente en MercaMadrid; en una plaza cualquiera; en un campo de golf o en el césped del Bernabéu.

Acampar junto a la universidad es lo único que acredita a los campistas como universitarios. Si acamparan en Madrid Río serían simples flipados

No se debe a que, si los americanos acamparon en Columbia, por pura aplicación del método, haya que acampar en una universidad. Es que acampar junto a la universidad es lo único que acredita a los campistas como universitarios. Si acamparan en Madrid Río (donde hay mucho sitio y fuentes varias), no serían jóvenes estudiantes, sino simples flipados de un aduar excéntrico y sin lecturas. Es la necesidad de ser calificados como universitarios, y de copar esa categoría social (“los universitarios hacen, dicen, protestan”, etc.), la que justifica el emplazamiento de las Quechua de oferta del Decathlon en el verde de la Complu.

Esto precipita otra pregunta: ¿qué tiene que ver ser universitario con cualquier tipo de protesta social o política? Nada. Hasta 1968, los universitarios eran jóvenes de alguna capacidad intelectual que continuaban los estudios a fin de titularse en profesiones cuyo desempeño precisa de documentación oficial. Yo qué sé, levantar puentes, abrir corazones o defender a la gente en los juicios. Cuando la universidad era una cosa seria, el estudiante iba de traje y corbata, y las estudiantas iban con zapato de bautizo, y se estudiaba o no, pero sobre todo se vivían esos años anteriores al mundo laboral con entusiasmo recreativo, que probablemente es lo más revolucionario que hay. Desde Espronceda, los universitarios tenían la obligación de estudiar y de emborracharse, incluso al mismo tiempo, y de ligar y de coleccionar amores, y luego llegar a tiempo para hacer algunos exámenes. No era una vida que estuviera tan mal.

Sin embargo, por lo que sea, desde 1968 queremos creer que ser universitario guarda relación alguna con la acción política, más que ser camarero o peón de albañil, o de Pontevedra. Las señoras de la limpieza no acampan a las puertas del Grupo Eulen exigiendo al gobierno determinados cambios en su política internacional. No llego a comprender por qué “los universitarios” tienen más derecho a decirle al gobierno lo que tiene que hacer mundialmente que las señoras de la limpieza.

Desde 1968 queremos creer que ser universitario guarda relación alguna con la acción política, más que ser peón de albañil o de Pontevedra

Del mismo modo, desde hace décadas se cree que los estudiantes pueden hacer huelga. No han empezado a trabajar y ya hacen huelgas. A mí, cuando estudiaba en la Complu, me jodía bastante que hiciéramos huelga, dado que yo había venido del salvaje Oeste castellano a estudiar. Por aquel entonces, las protestas tenían que ver con Chiapas, que era una cosa, un conflicto, un trozo de México que dio mucho juego en Madrid y que ahora nadie recuerda por qué.

El caso es que el universitario raso debe tener claras dos cosas. La primera es que la acampada en marcha en la Complu le necesita. Las protestas, así llamadas, “universitarias” necesitan de un montón de pringados e ingenuos para hacer bulto y parecer, en efecto, colectivas. La realidad del camping revolucionario es que está hecho única y exclusivamente para que un puñado de estudiantes (cuatro o seis, como mucho diez) acabe con acta en el Congreso de los Diputados, dentro de cinco o diez años. Eso es todo. Para saber quién protesta curricularmente (se hacen méritos protesta a protesta; se engrosa una hoja de vida que canjear en cargo público) basta ver quién sale en la tele hablando de la acampada. Ése, ésa, es el listo. Los demás sois idiotas.

Foto: Acampada en CIU. (A.F.)

Un día estás haciendo la revolución o el 15M o Chiapas o Gaza o lo que sea, y al día siguiente empiezas a poner copas para el resto de tu vida. ¿Para beneficio de la incipiente carrera política de quién estoy haciendo esto?, es lo que debes preguntarte.

La segunda cosa que hay que tener clara, muy clara, amigos míos, es ésta: la universidad no son los que están fuera, la universidad son los que están dentro.

Como saben, una forma moderna de hacer la revolución es acampar. Lo que empezó a las puertas de la Bastilla ha acabado a las puertas del Decathlon, donde venden todo lo necesario para subir montañas y derrocar al sistema, según te pida el cuerpo el fin de semana. Un sábado, a un puñado de universitarios madrileños les ha pedido el cuerpo revolución, y entonces han acampado en un parterre de la Universidad Complutense de Madrid. El sistema ha reaccionado sacándolos en los periódicos y mandándoles cantautores. La lucha es feroz.

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