Imagen de Kant, en la portada de la biografía de Manfred Kuehn

Imagen de Kant, en la portada de la biografía de Manfred Kuehn

Filosofía

Kant cumple 300 años con su gran pregunta: ¿qué podemos conocer?

El filósofo de la Ilustración sigue vigente, con su idea revolucionaria: el hombre es un ser libre y, precisamente por ello, la moral debe de ser autónoma

11 mayo, 2024 16:33

Immanuel Kant (22/4/1724-12/2/1804) tuvo una vida metódica, ordenada hasta casi el paroxismo. Eso dice, al menos, la tradición, inspirada en sus primeras biografías, aparecidas tras su muerte y escritas por amigos y alumnos. En buena medida, es cierto. Cuentan que salía cada día a pasear, tan puntualmente, que las comadres de su ciudad, Königsberg (hoy Kaliningrado, Rusia) ajustaban la hora de sus relojes al ver al anciano profesor. Sin embargo alteró esos horarios al menos en dos ocasiones. Una, cuando recibió el Emilio, de Jean-Jacques Rousseau. Se enfrascó en la lectura hasta el punto de olvidar su paseo. Un retrato del ginebrino, por cierto, era el único cuadro en el despacho de su casa. La otra, al estallar la revolución francesa. Kant adelantaba la salida de su casa para disponer antes de las publicaciones que le llegaban con noticias de París, convencido de que era exactamente la puesta en práctica de su filosofía.

Y es que Kant es “el” filósofo de la Ilustración. Este movimiento tiene su epicentro en las figuras de Diderot y D’Alembert y la publicación de la Enciclopedia, pero quien mejor formula las tesis universalistas ilustradas es Kant, en sus obras principales (Crítica de la razón pura, Crítica de la razón práctica y Crítica del juicio) y en las muchas otras que escribió, tratando de responder a tres preguntas: ¿Qué puedo conocer?, ¿qué debo hacer?, ¿qué puedo esperar?

La esencial, aún sin respuesta, es la segunda y a ella dedicó la Crítica de la razón práctica. Se trataba de averiguar si es posible establecer las bases de una moral objetiva partiendo del criterio subjetivo de cada individuo.

El filósofo Immanuel Kant en 1768 pintado por Johann Gottlieb Becker

El filósofo Immanuel Kant en 1768 pintado por Johann Gottlieb Becker

La posibilidad de la objetividad en la moral sigue siendo un problema. No lo era antes porque había un criterio claro: la verdad revelada. Hasta la época moderna, el bien y el mal quedaban definidos por las Escrituras, supuesta palabra de Dios entregada a los hombres a través de profetas y evangelistas. La libre interpretación defendida por el luteranismo, facilitada por la imprenta, fue una de las mayores divergencias con Roma. Kant asumió que el problema seguía vivo, no sólo en la interpretación bíblica, también en el plano del conocimiento.

Él se había formado en un racionalismo que podía acabar en dogmatismo, pero la lectura de Hume agitó su pensamiento, mostrándole la necesidad de combinar razón y experiencia. La introducción a la segunda edición de la Crítica de la razón pura se abre con la siguiente afirmación: “Que todo nuestro conocimiento tiene su origen en la experiencia y más concretamente en la experiencia sensible, eso no ofrece la menor duda”. Había pues que establecer qué se puede saber para responder luego a la cuestión moral, ¿qué debo hacer?, superando una antinomia (contradicción flagrante) derivada de la física newtoniana. Ésta describe una naturaleza mecanicista en la que los cuerpos se mueven con arreglo a leyes. En un mundo así, ¿queda espacio para la libertad humana?

Quien quiera comprobar la actualidad del problema puede acudir al libro de Robert Sapolsky, neurobiólogo y profesor en Stanford, Decidido. Una ciencia de la vida sin libre albedrío. Su negación no es una novedad contemporánea. Aparece ya en los filósofos atomistas griegos y reaparece en los pensadores cristianos bajo la fórmula de la predestinación.

Kant evitó el plano de la fe. Él no se ocupaba del destino de las almas sino de la libertad de los cuerpos. Una libertad que veía vinculada al proceso de la ilustración. No era ingenuo. Sabía que su época no era ilustrada, pero confiaba en que el proceso de Ilustración siguiera adelante. Eso sí, de modo progresivo: “Mediante una revolución acaso se logre derrocar un despotismo personal (...) pero nunca se logrará establecer una auténtica reforma del modo de pensar”. La frase pertenece a Contestación a la pregunta ¿qué es la Ilustración?, donde también puede leerse: “Ilustración significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo responsable es él mismo”. Y añadía: “Es tan cómodo ser menor de edad. Basta con tener un libro que supla mi entendimiento, alguien que vele por mi alma y haga las veces de mi conciencia moral”. Y “para esta ilustración tan sólo se requiere libertad y, a decir verdad, la más inofensiva de cuantas pueden llamarse así: hacer uso público de la propia razón en todos los terrenos”.

Kant con amigos, incluidos Christian Jakob Kraus, Johann Georg Hamann, Theodor Gottlieb von Hippel y Karl Gottfried Hagen / WSIMAG

Kant con amigos, incluidos Christian Jakob Kraus, Johann Georg Hamann, Theodor Gottlieb von Hippel y Karl Gottfried Hagen / WSIMAG

Para Kant el hombre es un ser libre y, precisamente por ello, la moral debe de ser autónoma. Los criterios de comportamiento los establece el propio individuo. Y la fórmula es el imperativo categórico. “Obra de modo tal que tu forma de comportamiento pueda convertirse en norma universal”. Se pasa del “yo” subjetivo al “todos” objetivo. La norma ha de ser imperativa y no condicional, porque el comportamiento tiene que responder al criterio del deber, no ser un medio para un fin. Quien obra bien para ganar un hipotético cielo no actúa moralmente porque no lo hace con sentido del deber.

Está creencia está en la base de las democracias modernas que suponen que cada individuo es libre y consciente. Las morales heterónomas (el criterio de actuación es exterior al sujeto) son ajenas a los sistemas democráticos.

Junto a la libertad del individuo, Kant afirmaba otra de las convicciones esenciales de la Ilustración, hoy en cuestión: la idea de progreso. Era consciente de que no es inevitable y de que, incluso cuando se produce, está amenazado de retrocesos. El progreso es deseable, pero no lineal. Eso sí, debería ser global: para toda la humanidad, en consonancia con la formulación ilustrada de los derechos humanos.

Los retrocesos del progreso los vivió en carne propia. La Crítica de la razón pura apareció en una época en la que el despotismo ilustrado era de ascendencia liberal. Fue bien acogida, aunque algunas universidades del sur de Alemania y de Austria decidieron vetar el libro por considerarlo irreligioso.

Estatua de Kant frente a la Universidad de Kaliningrado

Estatua de Kant frente a la Universidad de Kaliningrado

Pocos años después, bajo Federico Guillermo II, el liberalismo cedió paso al autoritarismo y se prohibió a Kant tratar asuntos religiosos, tras la publicación de La religión dentro de los límites de la mera razón. Kant acató la prohibición, aunque no dejó de escribir. A la muerte del rey publicó El conflicto de las facultades, donde somete a crítica la pretensión de la Teología de estar por encima del resto de conocimientos.

Kant procedía de una familia sin posibilidades económicas y tuvo dificultades para estudiar. Al morir su padre él tenía 22 años y varios hermanos menores a los que cuidar. Sobrevivió dando clases privadas mientras optaba a una plaza en la Universidad, que le fue negada hasta en cuatro ocasiones. En una de ellas, el rector, Albert Schultz, le preguntó: “¿Puede usted decir solemnemente que teme a Dios con todo su corazón?” No consta la respuesta, pero no consiguió el puesto. Cabe intuirla a partir de los escritos de Herder, quien asistió a las clases de Kant y tomó apuntes minuciosos. Recoge que Kant se preguntó en clase: “¿Podemos establecer la ley moral prescindiendo de Dios?”. Y la respuesta: “Desde luego”.

En sus dificultades económicas es Kant también un pensador moderno. Consiguió fama y fortuna debido exclusivamente a sus méritos y perseverancia. Antes que él, la mayoría de los pensadores procedían de familias nobles o estaban a su servicio, o bien desempeñaban cargos eclesiales. Kant, en cambio, fue siempre un asalariado.

Cuando era estudiante aumentaba sus ingresos jugando al billar o a las cartas. Durante el tiempo en que Königsberg estuvo bajo el dominio de Rusia, enseñó geometría a los oficiales de artillería para que pudieran calcular mejor las trayectorias de los obuses. Esto no le impidió defender la necesidad de acabar con las guerras a través de un gobierno cosmopolita y, mientras llegaba, prohibiendo que los gobernantes se endeudaran para actividades bélicas.

Los últimos días de Immanuel Kant FIRMAMENTO EDITORES

Los últimos días de Immanuel Kant FIRMAMENTO EDITORES

Las relaciones de Kant con los militares fueron siempre fluidas, al margen del color de los uniformes. Era frecuentemente invitado a comer en los cuarteles y no hacía ascos a la bebida. En alguna ocasión el metódico profesor tuvo dificultades para volver a casa. Manfred Kühn, que ha escrito una de las mejores biografías del filósofo (acaba de ser reeditada por Akal) sostiene que ni siquiera acertaba la calle.

En Kant, las principales influencias son Leibnitz, Newton y Hume. Pero hay otro nombre muy importante: Joseph Green, un inglés afincado en Königsberg y dedicado al comercio que florecía en torno al Báltico. Algunos de sus contemporáneos sostienen que Kant no daba por bueno un solo párrafo sin haberlo sometido al criterio de su amigo. Green fue, precisamente, quien le indujo a leer a Hume y, cuando Kant dispuso de pequeñas sumas, le aconsejó las inversiones pertinentes de forma que en el futuro no volviera a sufrir penurias económicas.

La aportación de Kant ha sido llamada “giro copernicano”. Si Copérnico transformó la visión del universo al establecer que su centro no era la Tierra sino el sol, Kant revolucionó la teoría del conocimiento al afirmar que no es el sujeto el que depende de la realidad percibida sino que es la razón quien ordena el mundo de las percepciones. Es posible que nunca sepamos cómo es la realidad, pero somos capaces de ordenar lo percibido gracias a la razón, de ahí la necesidad de definir sus límites porque “la razón humana tiene el destino singular de hallarse acosada por cuestiones que no puede rechazar por ser planteadas por la misma naturaleza de la razón, pero a las que tampoco puede responder por sobrepasar sus facultades”, escribió en referencia a la metafísica.

Portada de la biografía de Kant

Portada de la biografía de Kant

Una parte del pensamiento contemporáneo ha deducido de esta afirmación kantiana, pasada por Heidegger, que hay que prescindir incluso del sujeto y que la realidad es incognoscible. El conocimiento, sostienen los pensadores posmodernos, es imposible y, por lo tanto, es imposible también cualquier proyecto de objetividad, en las ciencias o en la ética. Todo son “constructos”, los más de ellos hechos al amparo del poder.

Kant hubiera respondido a estas sugerencias, probablemente, de forma irónica. Tras su prosa tranquila (algunas veces densa) había una vocación humorística que utilizaba en el aula pero escasas veces se permitía por escrito. Lo hizo, para sorpresa de sus propios seguidores, en un texto titulado Sueños de un visionario explicados por los sueños de la metafísica, obra dedicada a comentar Arcanos celestes, del teósofo sueco Emmanuel Swedenborg, quien sostenía la existencia de los espíritus y la posibilidad de comunicarse con ellos. Kant, que publicó la obra sin firmar, proponía “purgar” a quienes tenían este tipo de visiones ya que “sus desvaríos” solo podían responder a desajustes fisiológicos: “Cuando un viento hipocondríaco se desencadena en los intestinos, depende de la dirección que tome, si va hacia abajo, resulta un pedo; si va hacia arriba es una aparición o una inspiración celestial”.

Pero la prosa kantiana era, por lo normal, más comedida. De ahí que se recuerde la frase que figura en la Crítica de la razón práctica: “Dos cosas llenan mi ánimo de creciente admiración y respeto a medida que pienso y profundizo en ellas; el cielo estrellado sobre mi cabeza y la ley moral dentro de mí”.

Esa misma ley moral que hoy, cuando se cumplen 300 años de su nacimiento, una parte importante del pensamiento contemporáneo sigue intentando descubrir y describir.