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Cartel de 'Seguridad', Tamara Segura dir., 2024

Tamara Segura es una de las estudiantes cubanas de la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) de San Antonio de los Baños a las que perdí la pista durante años. Tantos como catorce. Después que se graduó de la cátedra de guion del centro docente, una beca en Concordia University, en Montreal, la llevó a Canadá, donde vive desde entonces.

Hace pocas semanas, me enteré por las noticias de que su largometraje documental Seguridad estaba por estrenarse en HotDocs, el principal certamen de cine de no ficción de Norteamérica, y en el Festival Internacional de Cine de Miami. Así que la busqué para ponernos al día y conversar sobre esta producción canadiense de tema cubano. Y aunque me costó encontrar algún perfil suyo en las redes sociales, hicimos contacto.

Seguridad es una película autobiográfica que explora un trauma familiar. Su estructura une la pregunta por el origen del emigrante con un ritual colectivo de curación que tiene por centro a la familia de la realizadora. Todo ello, cruzado por la indagación en el pasado personal de Tamara Segura en Holguín, Cuba, donde aún viven su madre, abuela, hermana y primo, y con la figura del padre, fallecido hace una década, como eje.

Tamara Segura construyó su proyecto en torno a esos principios básicos y se ubicó al centro de la representación, como narradora y protagonista de un recorrido que descubre un secreto familiar (un archivo de fotos personales hechas por su padre y una serie de acontecimientos sobre los que nunca se habló en presencia de los hijos) que responde muchas preguntas sobre ella misma. En concreto, cómo un hecho del pasado que dejó una marca en su padre derramó hacia sus allegados y definió marcas del carácter de los descendientes, incluyendo a la propia cineasta.

Sobre ese proceso conversé con Tamara.

¿Cómo surgió la idea de Seguridad? ¿Planeaste tu regreso a Cuba con la idea de documentar el viaje o los acontecimientos te llevaron de un punto al siguiente?

En realidad, nunca tuve la intención de hacer una película sobre mi regreso a Cuba, ni mucho menos un documental. Tomar esa decisión fue un proceso largo y complejo, que he cuestionado millones de veces a lo largo de toda una década.

La primera vez que me pasó la idea por la cabeza fue justo después de la muerte de mi padre, cuando descubrí las fotos y documentos de los que hablo en la película. A pesar de que en esas imágenes había claramente una historia no contada, al principio me negué rotundamente a abordar una historia tan personal. Paradójicamente, soy una persona muy reservada, que ni siquiera tiene una cuenta de Facebook, así que exponerme de esa manera era impensable en ese momento.

Con el tiempo, a medida que procesaba mi duelo, comencé a abrirme poco a poco a la idea de documentar mi experiencia, porque vi en ella algo que merecía ser compartido. Como cineasta, siempre he sabido que las imágenes son catalizadores muy potentes, y el hecho de que mi única herencia fueran precisamente fotos se me hizo muy difícil de ignorar. Me tomó años presentarle la idea a la productora Annette Clarke, con quien comencé a desarrollar el proyecto en 2018.

La forma de Seguridad se inspira mucho en mi experiencia en la Universidad de York, donde completé mi maestría en producción de cine. Estaba estudiando allí cuando llegó la pandemia, y al no poder salir a filmar, me vi obligada a usar imágenes de archivo para completar mis tareas. Lo más inmediato que tenía a mano eran fotos de mi familia, así que fue inevitable que comenzara a jugar con ellas y a hilvanar una historia detrás de cada foto.

Mi película de tesis, Father Figures, es un ensayo autobiográfico de veintidós minutos sobre la importancia de los “padres sustitutos” en mi crianza: mi abuelo, mi padrastro y mi tío. Father Figures es, en cierta forma, el hermano menor de Seguridad. Muchas de las imágenes utilizadas en Seguridad proceden de esta película, que allanó el camino para la experimentación visual, la voz en off y el ensayo autorreferencial.

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Tamara Segura

Todo lo anterior, que fundamenta por qué Tamara decidió hacer una película que es al unísono un repaso de la biografía y un ejercicio de poner en contexto los silencios familiares, las zonas oscuras que prefieren olvidarse, supuso encontrar un modo para decirlo que fuera lo más directo posible, pero donde la necesidad de juzgar al otro apenas hace acto de presencia. De ahí los recursos puestos en juego, típicos de la aproximación de la no ficción autobiográfica y de la confesión.

La decisión de convertirme no solo en la narradora, sino además en el personaje principal, estuvo motivada por no poner el peso de la historia únicamente en los hombros de mi familia. Siempre quise asumir la responsabilidad absoluta por lo dicho en la película y crear para ellos un entorno de seguridad emocional. En general, no soy de los documentalistas que preguntan e indagan hasta escuchar lo que necesitan para contar una historia. Si durante una entrevista siento que la persona no quiere hablar de un tema específico, respeto mucho esos límites y simplemente redirijo el diálogo hacia otra parte. En este caso, al ser los entrevistados personas a quienes conozco desde que nací, fui infinitamente más cuidadosa y perceptiva de sus reacciones.

Las entrevistas fueron en realidad conversaciones filmadas al poco tiempo de llegar a Cuba, sin mucho tiempo para preparar ni negociar. Tuve pocas preguntas directas. Simplemente comenzábamos a conversar y yo dejaba que ellos me fueran contando lo que quisieran y hasta donde quisieran. Como ya habían pasado casi diez años de su muerte, nada de lo que hablamos sobre mi padre fue una sorpresa para mí. El valor de las entrevistas se basaba más en capturar intimidad y emociones que en obtener datos y hechos concretos. El hecho de que toda mi familia estuviera dispuesta a tener esas conversaciones frente a una cámara es una muestra tangible de su confianza y amor incondicional.

La cámara es, incluso para mí, que he pasado toda mi vida cerca de ellas, un elemento muy invasivo y ajeno al entorno familiar. Por eso decidí filmar muchas escenas sola con mi teléfono, en vez de con un equipo técnico. Esto permitió mucha calidez y honestidad en nuestras interacciones. Además de tener que manejar aspectos técnicos de la filmación, era importante para mí estar emocionalmente presente como nieta, hermana y como hija.

El mayor reto de convertirlos en personajes fue, y sigue siendo, la responsabilidad ética y afectiva de mostrar a tus seres queridos en su momento más vulnerable. Es algo que los inmortaliza, pero al mismo tiempo los expone a ser juzgados por el mundo. Hay que vivirlo en carne propia para saber lo duro que es desnudarse frente a una cámara, y lo exigente que es pedir a otros que hagan lo mismo por ti. No es algo que quiera repetir y, de hecho, me ha hecho cuestionarme mi futuro con el cine documental.

Seguridad es una de esas películas que nacen en la sala de edición, así que era importante para mí no solo dirigirla y escribirla, sino también editarla. Trabajé sola en una primera versión, hasta que encontré a la editora Andrea Henríquez, quien se convirtió en mi mayor colaboradora y gracias a quien pude tomar cierta objetividad sobre la historia. La voz en off surgió al mismo tiempo que las imágenes, en una relación muy simbiótica y espontánea. Al terminar de montar una secuencia, la mirábamos, y yo simplemente grababa en el teléfono lo que me venía a la cabeza, para luego reescribir el texto con más calma. Basado en esa voz en off, montábamos una nueva secuencia, y así sucesivamente. Tal vez el hecho de que mi padre hubiese muerto hace tanto tiempo me permitió encontrar palabras para contar nuestra historia con relativa naturalidad.

La figura del padre es en Seguridad una suerte de enigma y antagonista. Hasta que a mitad de metraje Tamara hace un descubrimiento sobre su pasado y el de su familia que revela facetas desconocidas para ella, y que suponen un conflicto para el tejido dramático del filme. Porque el peso que tiene la revelación hace que, de un relato sobre una familia concreta, se transforme en una alegoría de Cuba y las zonas oscuras de su historia reciente. ¿Sintió la directora la tentación de convertir su pieza en una película de denuncia?

Creo que esa hubiese sido una película totalmente diferente. Por supuesto que, como hija, me sumergí más en los hechos y examiné los documentos en busca de pistas y detalles, pero como cineasta, no era algo en lo que estuviera interesada en profundizar. Es común encontrar historias cubanas con énfasis en hechos políticos, económicos y culturales, pero no tantas sobre las complejidades psicológicas de los cubanos en sí, personas que han crecido en un sistema tan lacerante y único dentro del contexto mundial.

A mí me interesaba contar una historia familiar sobre las consecuencias a largo plazo de un hecho traumático. Sobre todo, las consecuencias afectivas. Muchas veces se habla de las víctimas inmediatas de una tragedia, pero poco sobre cómo estas tienen un efecto dominó en las generaciones siguientes. Parte de la decisión de enfocarme en la historia de familia es porque revivir esos hechos hubiese sido retraumatizante para todos nosotros, especialmente para mi abuela, que es la única testigo directa que aún sigue viva. La película se trata de la seguridad como concepto dentro y fuera de la pantalla.

La producción de Seguridad, a cargo de la prestigiosa National Film Board (NFB), entidad pública canadiense entre cuyos objetivos está promover la imagen de la nación norteamericana por el mundo, llama la atención. ¿Cómo una película de tema cubano, con un argumento basado en la experiencia privada de su realizadora, despertó el interés de esa organización?

Mi trabajo con la National Film Board de Canadá se ha extendido por más de una década. Ha sido precisamente su modelo de producción, donde no hay presiones comerciales y se le da al director infinita libertad creativa, lo que más me ha moldeado como cineasta. Como todas las instituciones culturales, la NFB tiene sus luces y sus sombras, pero a la larga trabajar con ellos me ha permitido experimentar con el lenguaje del cine, dudar, empezar de nuevo, colaborar con un equipo de primera calidad y tomarme todo el tiempo del mundo para madurar procesos emocionales y creativos.

Cuando les presenté Seguridad, ya los lazos profesionales con la institución estaban establecidos y solo me quedaba desarrollar una propuesta con valor universal. A pesar de que mi historia sería fundamentalmente filmada en español, y muy específica al contexto cubano, la temática familiar les pareció muy atractiva. En ese sentido, creo que la NFB tiene un concepto muy rico y diverso de lo que constituye una “canadian story”.

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Fotograma de ‘Seguridad’, Tamara Segura dir., 2024

Las poquísimas presentaciones públicas que por el momento tiene Seguridad ya dejan a Tamara una percepción de cómo será leída su historia personal por los cubanos y los extranjeros.

La proyección en Miami fue muy catártica. Fue un público pequeño, pero inmensamente expresivo. Fue hermoso sentarme en la sala y verlos reír, llorar y conectar con la película de una forma tan visceral. Al final, hubo una ovación que aún me estremece hasta lo más hondo. Creo que el hecho de que fuera un público eminentemente cubano les hizo entender muchas capas narrativas y sutilezas que pueden pasar desapercibidas para otros espectadores.

En HotDocs la experiencia fue similar. Aunque el público no fue tan expresivo durante la proyección, en el Q&A hicieron preguntas muy inteligentes y compartieron sus propias experiencias de trauma intergeneracional. Realmente fue una sorpresa encantadora interactuar con una audiencia culturalmente tan diversa y verlos conectar con algo que al principio creí que interesaría fundamentalmente a los cubanos.

Indago además sobre el recorrido profesional de Tamara Segura.

A tan solo tres meses de graduarme de la EICTV, me fui a Concordia University a realizar una investigación sobre la representación de la maternidad en el cine bajo la supervisión de la profesora Rosanna Maule. Al terminar, viví en Montreal por casi dos años, hasta que me di cuenta de que sería muy difícil hacer cine en una ciudad fundamentalmente bilingüe, y comencé a buscar oportunidades fuera de Quebec. Cuando me ofrecieron trabajo como guionista en Newfoundland, lo acepté sin investigar mucho dónde quedaba exactamente. Era una oportunidad remunerada de hacer cine fuera de Cuba y eso fue más que suficiente para empacar dos maletas y dejarlo todo atrás. Esencialmente fue una segunda migración, porque implicó aprender otro idioma y familiarizarme con el sistema político cultural de una provincia muy singular dentro del territorio canadiense.

Es aquí donde he vivido la mayor parte de los últimos 14 años. En 2013 gané el Michelle Jackson Award a la Mejor Directora Emergente con mi corto de ficción Before the War. Al año siguiente, realicé mi cortometraje documental Song for Cuba, producido por la National Film Board of Canada, con quienes he trabajado regularmente desde entonces. Fueron justamente ellos quienes produjeron el largo documental Becoming Labrador, donde fui codirectora junto a Justin Simms y Rohan Fernando. También dirigí el cortometraje de ficción C Sharp y D Suspended, financiado por el Picture Start Program, del Newfoundland Independent Filmmakers Cooperative (NIFCO). Además de mi obra como realizadora, a lo largo de los años he trabajado en sets de televisión y películas independientes en un sinfín de roles, desde decoradora de sets hasta utilera. Newfoundland ha sido, de muchas maneras, mi verdadera escuela de cine y de la vida”.

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