Iris (Laure Calamy) es una odontóloga exitosa de los cuarenta tardíos, bien casada, con 2 hijas y una vida aparentemente feliz. Y digo aparentemente feliz porque Iris tiene un vacío en el alma que la empieza a molestar: su vida sexual es prácticamente nula, por alguna razón, a pesar de tener un marido que parece bueno, en ese sentido, se ha olvidado de ella.

Un día, alguien le recomienda a Iris que utilice las ahora ya populares aplicaciones —apps dicen los gringos— para conseguir pareja o experiencias sexuales casuales, “hay una para personas casadas…” le complementa la información la persona que le ha hecho dicha oportuna sugerencia.

Iris entra en un dilema existencial: el dilema de seguirse comportando como la ley, la familia, la sociedad y la Iglesia, espera que se comporte o romper con los límites hasta entonces para ella sagrados, los límites de la fidelidad, de la vergüenza, del juzgamiento, y a lo mejor hasta del miedo al rechazo social, los límites del aparente deber ser y la moral impuestas desde las altas esferas de Dios y de las masas.

Dilema existencial al que nos enfrentamos todos antes de rellenar el formulario para abrir una cuenta en Tinder, es increíble que casi todos queremos abrir una cuenta de esas, pero pocos vencen la barrera del miedo y la vergüenza al qué dirán. Claro que las personas casadas, o seriamente comprometidas, llevan una carga más grande en este dilema común.

Iris rompe la angustia que le crea aquel dilema existencial del deber ser y se lanza al vacío de lo desconocido: Iris ha abierto una cuenta en Tinder o Bumble o alguna otra de esas redes sociales o aplicaciones para encontrar pareja o tener encuentros sexuales casuales. Plataformas digitales que al encontrar éxito comercial han roto la barrera de la moral dictada por la Iglesia, pero regulada por el mercado y acuérdense que donde el mercado no ve pecado la iglesia tampoco. Iris ha roto, con miedo, la moral impuesta y las reglas establecidas por la sociedad para el buen ciudadano, para explorar qué hay más allá del mito de la promiscuidad digital.

Y así es como Iris empieza, quizás, la etapa más divertida y satisfactoria de su vida. Empieza poco a poco, con miedo, hasta volverse una experta. Siempre bajo ciertas normas que ella se ha impuesto e impone a sus parejas esporádicas para salvaguardar una nueva ética de la sexualidad de la mujer madura y casada; y protegerse del escándalo y la consciencia.

Sin el ánimo de hacer muchas revelaciones —spoilers dicen los gringos—, hay una escena trascendental que les quiero comentar en donde Iris y su familia completa, platica, en una sobremesa, con otra familia amiga convencional, es decir, mamá, papá e hija. Por alguna razón, que no recuerdo —de hecho, la escena está descrita conforme el vago recuerdo que tengo de ella— de la plática surge el comentario de esa convicción o deber que se les inculca a las mujeres de decir que no a una, o más bien, a cualquier insinuación sexual, aunque sea, aparentemente, sana física y psicológicamente la propuesta. No sólo por seguridad de las mujeres jóvenes, muy jóvenes, que tal vez todavía no saben decidir esas cosas, sino también por el qué dirán. Aunque actualmente una mujer ya no tiene que llegar virgen al matrimonio, o al menos nadie lo espera, si es ideal que llegue lo más virgen que sea posible.

El punto es que Iris cuestiona esa regla no escrita, grabada en la mente de cualquier mujer, de decir que no ante cualquier ofrecimiento sexual, aunque a lo mejor lo que quiere es decir que sí. Iris hace el ridículo más grande de su vida, nadie la entiende, ni su hija a la que trata de decirle que, a lo mejor, en algún momento o en varios momentos, la mejor respuesta para ella será decir que sí, siempre y cuando su pareja, en su caso, se comprometa a tomar todas las medidas necesarias para que dicho acto no termine en un embarazo no deseado. (Esta última parte ya no la dice ni Iris ni nadie, pero es una recomendación que me permito darle a las personas muy jóvenes que alcancen a leer el presente texto, a efecto de evitar que una extraña interpretación nos llevé a tener una bendición no deseada).

Iris fue la primera película del Mosaico Panorama Internacional que se proyectó en el 27 Festival de Málaga de cine español, y que abrió una serie de propuestas internacionales o no hispanoamericanas que resultó verdaderamente gratificante.

Iris es la nueva comedia de Caroline Vignal, protagonizada por una extraordinaria Laure Calamy, quienes ya habían trabajado juntas en la anterior comedia de Vignal: Vacaciones contigo… y tu mujer, otra buena comedia que tuvo bastante éxito. Aunque a mí la verdad me gustó más Iris.

Caroline Vignal da lecciones de cómo hacer una comedia moderna, divertida, entretenida e ingeniosa, con aspiraciones a recaudar euros en taquilla, sin necesidad de ser racista, ni recurrir a hacer burla del próximo, de las minorías, de movimientos sociales o de otras sexualidades diferentes a las hegemónicas.

Iris, de una manera muy esperanzadora, no es la típica comedia hollywoodense, de la nueva escuela gringa de comedia moderna, llena de superficialidades, lugares comunes y agresiones a terceros por el bien del capitalismo. Ha triunfado en los cines franceses y se estrenará el próximo 31 de mayo en cines españoles.

Iris es un ejemplo de cómo hacer una comedia “entretenida” y respetuosa, sin perder la gracia, sin llegar a la “corrección política”, ni renunciar al éxito en taquilla. Es una opción para la audiencia que quieren distraerse y abstraerse de la realidad y sus problemas cotidianos, sin necesidad de reírse de una broma nada creativa que denigra a los migrantes o al movimiento feminista, por citar algún ejemplo. También constituye un modelo para aquellos nuevos creadores cinematográficas que sueñan con aparecer en los primeros lugares de ventas y ganar un Oscar sin tomar el camino fácil de la superficialidad ni perder la dignidad en el camino.

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