Mohammad Rasoulof: flagelar la cultura, por Emma Riverola
Limón & Vinagre
Emma Riverola

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Escritora

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Mohammad Rasoulof: flagelar la cultura

El cineasta iraní sigue empecinado en convertir su obra en una ventana abierta. Las autoridades, en cerrarla. Y su cuerpo convertido en el terreno a conquistar

El cineasta iraní Mohammad Rasoulof, condenado a prisión, anuncia que ha abandonado su país

Irán condena a cinco años de cárcel al cineasta Rasoulof, ganador de la Berlinale

Mohammad Rasoulof, en el festival de Cannes

Mohammad Rasoulof, en el festival de Cannes / AFP / VALERY HACHE

Ocho años de prisión y flagelación… y un viento árido y ácido nos escupe a la cara. Un viento que parece salir de las tumbas de la historia. Aunque, en realidad, nunca se enterró del todo. De un modo u otro, la violencia de los estados sobre los ciudadanos sigue presente. Otra cosa es que haga ostentación de ella. Que sea anunciada y retransmitida. Utilizada como escarmiento público. Como advertencia para el resto de la población. Como postigo cerrado a cualquier ensoñación de libertad.

Ocho años de prisión, flagelación, multa y confiscación de bienes: esta ha sido la condena para el director de cine iraní Mohammad Rasoulof (1972, Shiraz, Irán), uno de los más prestigiosos cineastas del país. Su última película, ‘La semilla de una higuera sagrada’, compite por la Palma de Oro en la 77ª edición del Festival de Cannes, que se está celebrando del 14 al 25 de mayo. La película fue rodada en secreto, y está ambientada en las recientes protestas políticas en Teherán. Desde que se anunció su inclusión en la competición, la presión de las autoridades iranís para que fuera retirada se redobló. El glamur de la alfombra roja, el lujo de Cannes, la magia del cine… y los azotes sobre una espalda desnuda.

Esta condena no es la primera que recibe Rasoulof. En 2010, fue penado a seis años que fueron reducidos a uno. La acusación: filmar sin el permiso correspondiente. En 2017 se le prohibió salir del país. Ese mismo año, su película ‘Un hombre íntegro’ ganó el premio de la sección ‘Una cierta mirada’ en Cannes. El reconocimiento le supuso una condena de un año de prisión y dos años de prohibición de salir del país y de participar en actividades sociales o políticas. En 2020, un año más de encarcelamiento y dos de prohibición de filmar películas por realizar “propaganda contra el sistema”. No pudo asistir al festival de cine de Berlín, donde su película ‘La vida de los demás’ ganó el Oso de Oro. En 2022, otro encarcelamiento por el llamamiento que hizo el cineasta instando a las fuerzas de seguridad a no utilizar las armas durante las protestas provocadas por el derrumbe de un edificio en Abadan.

En el cine de Rasoulof aparecen mujeres sin hijab, se reflexiona sobre la pena de muerte en Irán, sobre su corrupción endémica o sobre las protestas que sacuden el país. Él sigue empecinado en convertir su obra en una ventana abierta. Las autoridades, en cerrarla. Y su cuerpo convertido en el terreno a conquistar. A falta de poder doblegar su pensamiento, se somete al cuerpo a base de latigazos.

Flagelaciones o amputaciones de dedos sin anestesia por orden judicial son practicadas por el régimen iraní. Imaginarlo produce escalofríos. Una justicia arcaica, un crimen de derecho internacional, una tortura inhumana que transmite a la perfección el mensaje del Estado: tu cuerpo me pertenece, nada de ti es tuyo, todo es mío, hasta el último milímetro de tu piel. Puedo dañarla cuándo y cómo quiera.

Rasoulof no es el único cineasta que ha sufrido la represión del Estado. Otros, como él, saben que la libertad solo se conquista enfrentándose el poder. Sea realizando una película o liberando al cabello del velo. Cada gesto de lucha puede significar un castigo. Hasta la muerte. Y, a veces, solo queda un camino: la huida.

“Con el corazón encogido, he elegido el exilio. La República Islámica confiscó mi pasaporte en septiembre de 2017. Por lo tanto, tuve que abandonar Irán en secreto”, este es parte del comunicado que el cineasta acaba de difundir desde algún lugar de Europa. “Si el Irán geográfico sufre bajo las botas de su tiranía religiosa, el Irán cultural está vivo en las mentes comunes de millones de iranís que se vieron obligados a abandonar Irán debido a su brutalidad y crueldad y ningún poder puede imponerle su voluntad”, añade.

Si en algún momento nos preguntamos para qué sirve la cultura, basta con mirar el rostro de Rasoulof para encontrar una respuesta. La cultura es arma y refugio, denuncia y esperanza. El lugar intangible donde interrogarnos e imaginarnos mejores. El poder del que nada tiene, el temor del poderoso. Como recuerda el cineasta en su declaración, “el joven rapero Toomaj Salehi está en prisión y ha sido sentenciado a muerte”. Y su condena es la condena de tantos que, a lo largo de la historia, el poder ha querido acallar. Pero la palabra es demasiado fuerte. Ni siquiera asesinando a quien la pronuncia, muere.

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