El ruido de la máquina | Opinión | Alejandro E. Orús

El ruido de la máquina

El ruido de la máquina
El ruido de la máquina
Pixabay

A primera vista, entre Rafa Nadal y Pedro Sánchez hay escasas semejanzas. El tenista es uno de los personajes más queridos de España mientras el presidente del Gobierno genera animadversión en gran parte de la opinión pública, lo cual nada tiene de extraño en cualquier líder político que se precie. 

Si no fuera porque pertenecen a ámbitos muy distintos, Nadal y Sánchez podrían definirse como antagónicos. Pero el antagonismo requiere de una rivalidad que aquí se antoja disparatada. Eso no significa que entre la alta competición deportiva y la primera línea política no existan coincidencias. Las hay, ambas buscan la victoria y exigen resiliencia y tenacidad. Acostumbrados a desarrollar esos valores y objetivos, bien entrenada la fortaleza mental, el momento de la retirada suele hacerse difícil.

En el deporte, es la condición física, más allá de las derrotas, la que marca el instante. Las técnicas biomédicas consiguen retrasarlo cada vez más, pero en política el tiempo transcurre de forma diferente y muchas veces sinuosa. El amago de retirada de Sánchez, que por algo resulta inédito, ha tenido un efecto indeseado: exhibir la precariedad de su determinación y en definitiva la evidencia de su declive.

Habría que preguntarse hasta qué grado de devastación ha de llegar un líder político para continuar mientras los números de la mayoría, eso que han costado tanto, le sostengan en el poder. Eso justifica su legitimidad –solo faltaba– pero no lo justifica todo. Sánchez resiste como puede al fondo de la pista, pero su tiempo parece agotarse con rapidez.

La última garantía debería ser la conciencia propia –hay quien lo llama dignidad–, algo que parece admitir diferencias notables de rigor entre políticos, entornos y países. La reflexión, la pausa e incluso el silencio en medio de tanto ruido, son ciertamente aconsejables para que aflore esa conciencia. Sánchez no ha debido tener éxito y señala a una máquina del fango que él mismo pone en marcha a conveniencia. Es en el estrépito de sus engranajes en lo que se ampara. Como dice Nadal de sí mismo, tal vez ha aprendido a disfrutar sufriendo. 

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Alejandro E. Orús en HERALDO)

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión