Definitivamente, lo de los hermanitos Brian y Michael D’Addario es un fenómeno paranormal, una rareza inimaginable y esperanzadora para estos tiempos que corren. Por muchos motivos, comenzando por su fertilidad: los pipiolos veinteañeros andan ya por su quinto disco, y para este han invertido menos de un año desde aquel Everything harmony que en la primavera pasada nos los mostraba en su faceta más reposada e introspectiva. Pero lo más admirable es esa obcecación por la anacronía generacional, por reivindicar, recuperar y engrandecer géneros y sonidos provenientes de la juventud de sus abuelos. Y en ese sentido A dream is all we know supone una vuelta de tuerca a sus postulados fundacionales, una reafirmación orgullosa: hay grandísimos discos de los años sesenta que no resultan mucho más adorables que este.

 

El tándem de Long Island sigue empecinado en navegar por el cerebro de Brian Wilson en torno a 1966, y tanto My golden years como How can I love her more?, entre otros ejemplos, son dos frutos prodigiosos de esa indagación. Bordean sin rubor el pastiche, con el peligro asociado a una determinación así (¿por qué hacerles caso a los homenajeadores si siempre podremos recurrir a los homenajeados?), pero el resultado es tan encantador que solo merece la pena dejarse llevar. Más aún si seguimos rastreando en la huella genética y acabamos descubriendo trazas de The Left Banke, John Sebastian, Alex Chilton y Big Star, las guitarras de 12 cuerdas de The Byrds y, por supuesto, The Beatles. Con predilección, en caso de duda, por McCartney.

 

Y así, en tiempos de dispersión estilística e idearios erráticos, sucede que los D’Addario tiran de orgullo, sacan pecho y se reivindican como viejóvenes de libro. No les pueden acusar de nostálgicos, puesto que rememoran una época que no llegaron a conocer ni por asomo. Tomémosles, en todo caso, por sabios precoces: han sido conscientes de apreciar, admirar y aprehender un cancionero que sigue superando con creces casi todo lo que fue llegando a lo largo del medio siglo posterior. Michael y Brian invitan a la chavalería a recurrir a las fuentes originales, pero mientras tanto entregan oro puro. Lo más beatle es Peppermint roses, que parece una perla extraviada en las sesiones de Rubber soul. Pero, por si hubiera alguna duda sobre la conexión con Liverpool, en In the eyes of a girl asoma como coproductor el mismísimo ¡Sean Ono Lennon! Aunque la inspiración vuelva a girarse más al universo baladístico de los Chicos de la Playa (In my room queda muy, muy cerca).

 

A nadie de los grandes les importaría compartir créditos en este festival de la-buenísima-música-de-antes. ¿Ray Davies, Todd Rundgren, Beau Brummels? Sean todos bienvenidos, por favor. Y a modo de epílogo, una última travesura: la duodécima y última píldora reconcentrada, Rock on (Over and over) adelanta ligeramente el calendario y nos sitúa frente a Marc Bolan y el glam rock de 1972. ¿Qué podríamos objetar? No aspiramos a que los D’Addario cambien el mundo ni las pavorosas listas de tendencias en Spotify, pero sí a que sigan exprimiendo a fondo el limón.

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