Libros/ "EL ALQUIMISTA IMPACIENTE"

 


(Nota: Este artículo es continuación directa del que publiqué el pasado 21 de Abril de 2024 en relación al libro “El lejano país de los estanques”)

 

En el ya lejano 2002 (veintidós años, los dos patitos, nos separan) se estrenaba la película española “El alquimista impaciente” dirigida por Patricia Ferreira, tristemente fallecida en diciembre de 2023 y que por aquel entonces estaba de actualidad tras haber triunfado con “Sé quién eres”.  Me encantó el título de aquella película que parecía llena de alquimia e impaciencia, y, aunque no pude verla en su momento, quise conocer un poco más de su argumento, lo cual me llevó a descubrir al autor de la novela en que se basaba, Lorenzo Silva, que contaba 34 años cuando la publicó en 2000, obteniendo el prestigioso premio Nadal.

 

El alquimista impaciente” es la segunda aventura literaria de los guardias civiles Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro, él un sargento con formación de psícólogo y ella su guardia subordinada.  Al igual que en su primera historia, “El lejano país de los estanques”, el relato se va desgranando ante el lector con Bevilacqua como narrador, un narrador poco objetivo que va impregnando la descripción de los hechos con todo tipo de aportaciones de su particular cosecha, que incluyen frecuencias alusiones al cine (compara a los personajes femeninos con actrices como Veronica Lake o Lauren Bacall), la música (canciones como “But Not For Me” de Chet Baker o “Rasputin” de Boney M), la literatura (Thomas De Quincey) o, por supuesto, la psicología (Jung o Freud).

 

La historia de “El alquimista impaciente” se inicia cuando, en un motel de carretera de la provincia de Guadalajara, se descubre el cadáver de un hombre de unos cuarenta años, desnudo y que parece haber fallecido en mitad de una práctica sexual que, para ser piadosos, sería mejor no describirle a la viuda del difunto, el cual resulta llamarse Trinidad Soler y ser un ingeniero de una central nuclear cercana.  Desde Madrid son enviados los guardias Bevilacqua y Chamorro para ocuparse de la investigación, que, en primera instancia, se ven obligados a dar por concluída, al no encontrar otras pruebas incriminatorias que demuestren que la muerte de Trinidad pudo haber sido otra cosa que un accidente, si bien, tres meses después, el descubrimiento de un segundo cadáver obliga a reabrir el caso, esta vez considerado una parte de una trama muchísimo más compleja que involucra a prostitutas rusas, constructores sin escrúpulos o magnates de la prensa…

 

No diré que esta segunda lectura de “El alquimista impaciente”, que ya leí por primera vez hace 22 años, no haya sido gratificante, pero, al contrario que me pasó con “El lejano país de los estanques”, me ha quitado las ganas de continuar con más peripecias de los personajes creados por Lorenzo Silva, al menos por el momento.  No sólo se trata de que, lógicamente, la narración sigue unos procedimientos similares hilvanados desde la misma perspectiva (la de Bevilacqua) con idéntica idiosincrasia, sino que el lenguaje utilizado por Silva vuelve a resultarme un poco cargante, tanto en las largas parrafadas atribuídas al narrador como, sobre todo, en la construcción de los diálogos, que de nuevo vuelven a parecerme inverosímiles.  Vamos, que no me los creo, que la gente normal no habla así, que no todo el mundo se expresa con esa terminología propia de eruditos y licenciados en literatura.  Y luego, la resolución del caso…  Puede que yo sea un tipo excesivamente holgazán y perezoso al que le gusta que le dén todas las claves, como sucedía en las novelas de Agatha Christie, pero es que aquí el autor se limita a darte pistas genéricas de lo que pudo haber sucedido (o no), con los culpables apelando a su inocencia y Bevilacqua instando al lector a que saque sus propias conclusiones.  Pos no, señor Silva, lo siento pero yo prefiero saber y no sólo sospechar, estar seguro de algo y no simplemente intuirlo, que me expliquen los hechos con detalle y no que todo quede al amparo de mi propia imaginación.  De momento, queda aparcada la revisitación del tercer volumen de la saga, “La niebla y la doncella”, que en principio pensaba acometer a continuación.

 


Por cierto, tras leer por segunda vez el libro, he visto por fin “El alquimista impaciente”, la película, que asimismo me ha gustado regular.  Es una pena que una película que apenas tiene 22 años se conserve en tan precarias condiciones de imagen y sonido, en una copia mal digitalizada y peor repicada que la hace parecer muchísimo más antigua.  La parte positiva es que Roberto Enríquez me parece simplemente perfecto en su encarnación de Bevilacqua, en tanto que Ingrid Rubio (¿por qué la ponen la primera en los títulos de crédito? ¿sólo porque, cuando se rodó la película, era mínimamente popular?) está, como mucho, correcta.  Otros actores que intervienen son el gran Chete Lera (estirado en exceso su personaje, sólo para dar lugar a que Bevilacqua se explaye y se autodescriba a sí mismo), Adriana Ozores (papelón como Blanca Díez, la viuda de Trinidad Soler), Josep Linuesa (un jovencísimo Rodrigo Egea), Mariana Santángelo (poco convincente como Patricia Zaldívar) o un Miguel Angel Solá al que le falta un puntito para alcanzar el grado de magnificencia y fascinación que ejerce el León Zaldívar literario.  ¡Y qué sorpresa descubrir que al carismático Vassily de la novela (rebautizado simplemente como “Vasili” en el film) lo interpreta nada menos que un “actor” provisto de un gran “talento” como el mismísimo Nacho Vidal!


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