Tres bautizos trascendentales

La historia de la humanidad -incluso en su magnitud-, en muchas ocasiones ha sido la consecuencia de un instante. Unos minutos simbólicos que han señalado el rumbo para millones de personas durante miles de años. Carlyle dedujo que la historia era -en su síntesis verdadera- la biografía de los grandes hombres. Tolstoi, más místico, razonó que la historia la han hecho los pueblos, no los encumbrados personajes. Refutan a Tolstoi los siguientes tres trascendentes bautizos, unos minutos en unos elevados personajes, casi unos segundos, que en su fugacidad se hendieron en el porvenir de muchos pueblos, y que contribuyeron, decisivamente, en la construcción de toda una civilización.
Uno: Jesucristo. Marcos 1, 7-11: “Y sucedió que por aquellos días vino Jesús de Nazaret, y fue bautizado por Juan el Bautista en el Jordán”. Después de esto, ¿cuántos millones de bautismos se han seguido en el transcurso de estos 2000 años? Debería tener Jesucristo unos 30 años. Por eso, aunque los cuáqueros -a quienes tanto admiro- no aceptan los sacramentos, algunos de ellos se apartan y dicen que solo es correcto bautizarse, y eso en el espíritu, más o menos a esa edad de Jesús, en el que el sacramento se oficia después de aceptarlo libremente, y no por decisión de los padres sobre un infante recién nacido. La Biblia los apoya, a estos últimos cuáqueros, en esa pretensión.
Porque el bautismo es la primera oración hecha con símbolos de humildad y aceptación de esos más grandes poderes que están por sobre los hombres. Si Pitágoras, tantos años antes, dijo que “el hombre es mortal por sus temores e inmortal por sus deseos”, el bautismo es una iniciación para ese deseo, el de inmortalidad, al presentarse un ser humano ante unas nuevas puertas, en este mundo, puertas bautismales que se abren hacia Dios. A esa edad, el bautismo iniciará una razonada y aceptada señal de identidad, asumida para toda la vida, y que así reflexionada comprometerá más en profundo al bautizado con su religión.
Dos: Constantino llamado el Grande. Emperador romano, nacido en el 282, su antecesor, Dioclesiano, gran perseguidor de los cristianos, entre ellos “San Vito”, inmergido en gran paila de aceite hirviente, y que allí comenzó a dar saltitos; de ahí el mal de “sanvito” (Parkinson). Pero Constantino, con el “Edicto de Milán” les garantizó su libre culto. Los ortodoxos lo llaman “San Constantino”, el fundador del cristianismo. Aunque hizo ejecutar a su esposa y a otro pariente, aparte lo anterior, favoreció al cristianismo. Y aunque sólo accedió al bautismo unos pocos días antes de morir, esa circunstancia lo acredita, en su postrera decisión, como un gran poderoso de un proceder absoluto y sincero. En ese momento supremo no hay fingimientos ni cálculos. Allí, su bautismo fue un acto de humildad, la mayor en el hombre de más poderío del mundo. En ese sacramento lo siguió el imperio. Fue otro bautizo para la historia.
Tres: Clodoveo. Rey de los francos y su unificador (n. en 466, de Gaulle dijo que Francia nació con él), profesaba el arrianismo, esa secta hereje muy sobreviviente, y que avanzaba, y la que, contra Roma y para sintetizar, sostenía que Jesús y el Espíritu Santo eran posteriores y menores que Dios, por haber sido creados. Clodoveo, arriano, se bautizó a instancias de su esposa Clotilde y con él también los vencidos alamanes y bárbaros de la Galia. Cuando algunos de estos últimos siguieron hacia España, llevaron allá su catolicismo. Sin ese bautismo, Francia, Alemania, España y nosotros, podríamos hoy estar entre los seguidores de Arrio. Nuevo bautismo para la historia. Cuentan que al entrar en la iglesia de Reims, para la ceremonia, Clodoveo le comentó al prelado: “¿Y esto tan triste es el cielo de ustedes?”. Y cuando el oficiante le notificó que se dirigía a ingresar a la iglesia de Jesús, muerto en la cruz para salvarnos y salvarlo a él, le respondió: “Si yo hubiera estado allí con mi ejército no hubiera permitido eso”.
Así y todo, fue muy cruel. Se dijo “un gangster regio”. Mató, por su propia mano, a parientes hasta el sexto grado y también a varios reyes circunvecinos. San Gregorio de Tours lo excusa y escribe: “Dios quitaba sus enemigos para su cristiana empresa”. Su figura, aún hoy, se discute. Cuando en 1966 el papa Juan Pablo II fue a Reims para celebrar los 1500 años de ese bautismo, en la iglesia se desactivó una bomba con un mensaje que decía: “Va esto en nombre de Clodoveo al Papa: ¡pum!”. Son momentos aureolados de trascendencia. Y que no son fugitivos, sino prolongados relámpagos de larguísima iluminación. Semillas. Un misterio esas floraciones de algunos pocos grandes personajes, que con esos sus momentos signaron a tantos seres humanos. Y que obligaron, además, los rumbos definitivos para su futuro.