Por Carlos Ruiz. Arthur (Josh O’Connor) es un arqueólogo, aunque mucha gente diría que es un asaltatumbas. Bueno, él y su grupo de amigos italianos son asaltatumbas clandestinos trabajando para una figura llamada Espartaco. El protagonista de esta historia encuentra un propósito de ser, una paz interior, la sensación de que vale la pena seguir con vida, durante estas escapadas, momentos donde se refugia de su solitaria y dolente cotidianidad.

Alice Rohrwacher retrata en La quimera la cotidianidad en la vida de Arthur, los espacios vacíos, los objetos abandonados, las conexiones sociales frágiles, pero sobre todo el duelo después del repentino final de una relación romántica de ensueño. Para representar esto, Rohrwacher solo muestra escenas con Beniamina (Yile Vianello) en los sueños del protagonista a través de una cámara que retrata su perspectiva mientras un hilo rojo une a ambos enamorados. Tras esta repentina separación y una estancia breve en prisión, el personaje de O’Connor vuelve a su hogar, un pueblo semirural, semiabandonado; a su cabaña clandestina alejada del resto del mundo.

Josh O’Connor (Challengers) captura en Arthur esta internalización de la soledad, del dolor, a la par que externaliza todo lo malo. Con este personaje vemos a alguien que, para no mostrar su vulnerabilidad se la toma en contra del mundo: acciones agresivas, un desapego con varios aspectos de la sociedad, esa mirada de “trágame tierra y conviérteme en uno de mis tesoros enterrados” que tiene la mayor parte del tiempo. Su incomodidad en la sociedad es tan notable como su gusto al momento de convivir en ciertos círculos sociales: al robar tumbas con sus compañeros; al visitar a Flora (Isabella Rossellini) una vieja cantante y madre de Beniamina en su mansión semiderruida; al interactuar con Italia (Carol Duarte), la nueva aprendiz/criada de Flora; o al observar los artefactos que ha robado y conservado a lo largo del tiempo.

Rohrwacher lleva a su audiencia a través de Arthur y su mundo. Ella presenta los paisajes italianos que rodean a los personajes de la mano de la directora de fotografía Hélène Louvart (Murina), quien les dota un atisbo de belleza y permite la presencia del vacío en el campo visual, la cual hace énfasis en cómo el paso del tiempo corroe todo: arquitectura, naturaleza, personas, relaciones y objetos. A pesar de lo animado y vivaz que las excursiones alrededor de esta tierra puedan parecer, los lugares abandonados se esconden en todos lados, bajo tierra o a plena vista. Su poder sobre el protagonista, así como su propia “habilidad” para encontrar estas tumbas ruinosas, ponen la superficie de cabeza y convierte lo malo en bueno y lo criminal en pasional.

Estos artefactos robados igual forman parte de la fábula que la directora italiana le relata a su audiencia. Objetos que a través del tiempo transportan el amor que los muertos tuvieron en vida; memorias ultrajadas y tratadas como un bien más, sin valor sentimental, solo una cuestión económica para Arthur y su pandilla. Hasta que por cuestiones artísticas hay una epifanía y el arqueólogo logra ver la belleza detrás del arte.

Es aquí cuando La Quimera, después de construir meticulosamente el mundo de los personajes y las relaciones entre ellos, apela a ese anhelo poético y artístico dentro de su audiencia. Cuando en una pieza de arte vemos algo más allá de lo material, cercano al plano místico, una alucinación que se apodera de nuestra cordura y nos obliga a rendir cuentas con los espíritus que hemos perturbado, con las consecuencias de nuestras acciones, con la presencia de ese ser querido que creíamos que jamás íbamos a volver a ver.

El viaje de Arthur durante la película, el reconocer y apropiar el amor que sentía por Beniamina en el arte que roba, convierte esta aventura italiana en una mini Odisea. El arqueólogo parte de un estado mental alejado de quién es él en realidad, el yo que era con su pareja, y poco a poco va recorriendo ese camino que le llevará de vuelta a su amada. 

La manera en que la unión de Josh O’Connor y Alice Rohrwacher, dos creativos maravillosos, compone este viaje convierte a La quimera en una experiencia cinematográfica como pocas. Es un viaje catártico de inicio a fin donde la belleza reside no en lo que se toma sino en lo que se admira.

“La Quimera” ya está disponible en cines.