¡Oh, esos viejos acordes de 5 cuerdas! Voces melódicas y descarnadas, riffs mastodónticos como truenos sónicos, algunos melódicos, otros caóticos. El retumbar de las percusiones y el grueso golpeo de un bajo obediente al estribillo, son la clave de una canción bien hecha y escrita con la intención de ser coreada por una multitud, ya sea en un bar, un auditorio o un estadio de ochenta mil almas. Desde Elvis y Chuck hasta Greta Van Fleet, el patrón ha sido el mismo en más de 70 años que tiene este género: el de sacudir almas y corazones de miles de oyentes.

Un género que inició como una bandera alzada de rebeldía contra las estiradas –y muy hipócritas– políticas marcartistas de los 50, y le plantó cara a las dictaduras latinoamericanas en los 70 y 80. Porque sí, este ritmo frenético y divertido llamado rock n’ roll también fue importado y abrazado en Latinoamérica, donde surgieron himnos generacionales por la paz y libertad. En aquellos (¿viejos?) tiempos de encendedores alzados en una noche estrellada y voces entregadas.

Este género musical alcanzó su cumbre entre la década del 80 con la llegada de MTV (con Queen llenando Wembley en el 86 como punto álgido) hasta la primera mitad de los 90, rompiendo récords que en otros tiempos eran inimaginables. Con algún que otro sorprendente “revival” como en la década del 2000, siendo un punto cúspide aquel megaconcierto de los Rolling Stones que aglomeró a más de 1,5 millones de personas en Copacabana, Río de Janeiro, en un memorable febrero de 2006.

Si el rock en todas sus vertientes y subgéneros se juntaran y formaran una sola entidad, este bien podría ser un león gigante y poderoso cuyo rugido llegara a multitudes alrededor del mundo entero. Hoy en día, ese rugido parece sonar mucho más discreto, más bajito, casi silencioso en la era del TikTok, las redes sociales y el postureo. Ya muy atrás quedaron los cotilleos sobre la última bronca de Axl Rose, las locuras tóxicas de Ozzy o las extravagancias de Elton John y Freddie Mercury. Esas ya son historias de “abuelos”.

Incluso uno de esos “abuelos” como Gene Simmons (KISS), sintiéndose autorizado, declaró en algún momento la muerte del rock: “Napster y todo el resto de esas plataformas le mostraron a la gente cómo hacerse con música gratis y le quitaron el valor. Por lo tanto, los músicos no se pueden ganar la vida. No me refiero a los viejos, que son grandes, gordos y ricos. Lo entiendo. Pero las bandas jóvenes, eso me rompe el corazón. No van a tener una oportunidad. El rock está muerto”.

Polémica o no, parte de razón tiene el viejo “demonio”. Las plataformas de streaming han llegado para quedarse, la monetización es ridícula por cada reproducción (son 0,04 dólares que paga Spotify al artista por cada 10 reproducciones) y el viejo sistema de vender discos y lograr récords en ventas ha quedado ya en el pasado, al igual que las largas colas para comprar entradas para ver a Van Halen o AC/DC, o grandes latinos como Soda Stereo.

Gustos aparte, Taylor Swift, Bad Bunny, Karol G, Harry Styles, son los nuevos “rockstars”. Tal vez no vendan tantos titulares por escándalos pero ahí están, dándole a su bisoño público lo que piden. Sin embargo, la culpa de esta larga agonía del rock como género popular y multiventas es debido en gran parte a los mismos dinosaurios que lo representan. Me explico.

Actos nostálgicos como Rolling Stones, U2 o Metallica, siguen vendiendo entradas, siguen siendo sold-out, pero esto no significa que el rock está “vivo”. Más bien todo lo contrario, ellos nos dicen con total arrogancia que el género aún “seguirá vivo mientras sigamos respirando”, lo cual no deja de ser una divertida falacia. ¿Acaso de verdad se ha acabado el talento en los últimos 20 años y no existe banda alguna que pueda coger el testigo y heredarlo con dignidad?

¿Desde cuándo se volvió tan poco interesante el rock, cuando otro género igual de añejo como el hip hop sigue ganando adeptos en USA? Hay muchas teorías locas por internet que dicen que los mismos “dinosaurios” como Metallica, Stones o U2, sabotean de forma indirecta a jóvenes y talentosas bandas para que no puedan emerger y así evitar quitarle su público. Es una teoría interesante; sin embargo, el problema podría ser aún más grande, cuando el éxito o fracaso de un artista emergente depende si hay o no disquera que le respalde.

Es por ello que lo de Greta Van Fleet, joven banda de Michigan, no deja de ser una sorpresa. Cantan bien, tocan bien. Producen canciones hechas con mucho esmero, el único problema es que… no se despegan de sus raíces, lo cual los convierte en blanco fácil de críticas. Sin embargo, ¿es válido despreciar a un grupo o artista porque suena muy influenciado por clásicos como Led Zeppelin a pesar de que su material tiene suficiente calidad? Es un debate interesante ya que, en el caso de Greta, tanto en estética como en sonido le debe mucho a los 70. ¿Pero es una propuesta suficiente para salvar al viejo y querido rock n’ roll? No lo sabemos, sin embargo, estos muchachos fueron lo suficientemente hábiles para meterse en la conversación. Lo mismo ocurre con Maneskin, grupo italiano que al igual que “Greta”, hereda la vistosa estética del glam de los 70 con un sonido pop-rock refrescante.

Lo que sí es verdad, es que hay que ser demasiado arrogante para afirmar con contundencia que el “rock está muerto”. Porque de ser así, entonces sería un rey muerto que sale y regresa de su tumba una y mil veces. Tal vez ya no sea tan popular en USA y UK (sus feudos de origen) y... sólo hizo las maletas para mudarse a lugares donde sí le rinden pleitesía: en Europa y aquí en Latinoamérica (con Argentina, como “hot spot” ineludible), donde hay un público muy entregado y muy hambriento de más rugidos del “león”. Porque el género ya no mueve masas en USA. Para muestra, la muy apática recepción del público a Blur en la más reciente edición de Coachella.

El rock no está muerto, porque es como un joven que se resiste a envejecer y en vez de morir, empieza a mutar y transformarse, a veces a entremezclando con otros géneros –como sucedió en los 90 con el nu metal– y obtener una nueva vida. Para muestra, aquellos niños que exhiben virtuosismo con guitarras, bajo y batería inspirados por viejos “rockers” en redes sociales.

Porque un género musical puede tener vida incluso fuera de lo “mainstream”, fuera de la popularidad, por lo tanto, el rock es un monstruo demasiado grande como para declararlo “muerto”. Si en los 2000 hubo un sorprendente “revival” con The Strokes, The Hives, The Killers y demás, que nadie se sorprenda entonces si el viejo león reaparece mutado una vez más, con otro melódico y poderoso rugido, en plena era de la “juventud TikTok”.