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Cadillac Records o el blues de Leonard Chess

Hace algunas semanas, en nuestras acostumbradas listas quincenales, “Acordes y desacordes” públicó una relación de diez películas cuya temática gira alrededor del rock y otros géneros afines, entre ellos el blues. Pero un filme se quedó en el tintero, una obra cinematográfica estupenda que trata, precisamente, de blues y de uno de los momentos cruciales (¿una encrucijada?) en la historia del mismo: el nacimiento del primer sello disquero consagrado íntegramente a esta música desde su vertiente urbana.

Me estoy refiriendo a Cadillac Records, la cinta dirigida por Darnell Martin en 2008, en la que se relata de una manera cálida y cautivadora la fascinante manera como surgió en la ciudad de Chicago la legendaria discográfica Chess Records.

La trama se desarrolla durante la década de los años cincuenta y hasta principios de los sesenta, cuando el blues vivía un momento de auge y el rhythm n’ blues (r&b) se iba consolidando como un género con características propias. En medio de aquel caldo de cultivo tan propicio, Leonard Chess, un inmigrante polaco de raíces judías y con una gran visión empresarial, dueño de un bar de blues en un barrio mayoritariamente afroamericano que administra junto con su hermano Phil, en 1950 decide venderlo y arriesgarse a poner un modesto estudio en el número 2120 de la South Michigan Avenue, para grabar la que en aquel entonces, de manera por demás discriminatoria, era llamada race music, música racial, es decir, la música que producía la gente de raza negra.

Con una soberbia interpretación de Adrien Brody como Leonard Chess, la película nos muestra la temprana relación entre éste y un bluesero rural de casi 40 años de edad, recién llegado del delta del río Mississippi, un tal McKinley Morganfield, quien se hace llamar Muddy Waters (Aguas pantanosas) y al que Chess contrata como su primer artista para la flamante disquera.

El filme está narrado desde el punto de vista de una de las más grandes glorias del blues, el contrabajista, compositor y productor Willie Dixon (cuyo papel desarrolla con gran sobriedad el actor Cedric the Entertainer), y se centra en la relación (laboral pero también amistosa y hasta íntima) entre Chess y los principales artistas (hoy todos ellos míticos) que va firmando para su sello, con las múltiples vicisitudes que esto conlleva. Figuras como el propio Muddy Waters (interpretado por un excelente Jeffrey Wright), Chuck Berry (Mos Def), Etta James (Beyoncé Knowles), Little Walter (Columbus Short) y Howlin’ Wolf (un asombroso Eamonn Walker) van apareciendo en la cinta con actuaciones magníficas y extraordinariamente verosímiles. En la producción, el casting y la dirección hay un cuidado minucioso por los detalles y con ello se consigue capturar la esencia y el espíritu de cada uno de aquellos mitos musicales y su entorno, con lo cual el espectador se ve transportado a esa época dorada del blues y del nacimiento del rock n’ roll (r&r).

Con un guión impecable, Cadillac Records logra mostrar de un modo profundo los desafíos y sacrificios que debieron enfrentar aquellos personajes en su búsqueda de fama, éxito y dinero. Porque sí, dado que todos provenían de sectores sociales muy pobres, algunos incluso de lo que quedaba de esclavitud solapada en el sur profundo estadunidense, para ellos (y para ella, en el caso de Etta James), el dinero era muy importante, aunque de pronto no supieran aprovecharlo de la mejor manera y cayeran en los excesos y el vicio, ya fuera el alcohol o las drogas duras. En ese sentido, la cinta es muy honesta y muestra en forma realista y sin idealizaciones la situación de esos muchas veces sórdidos ambientes.

Mención aparte merece la banda sonora de la película, con una selección impresionante de clásicos del blues, el r&b y el r&r. Grandes temas de Muddy Waters (“Forty Days and Forty Nights”, “I’m Your Hoochie Coochie Man”, “I Cant’t Be Satisfied”), Little Walter (“Juke”, “My Babe”), Howlin’ Wolf (“Smokestack Lightnin”), Chuck Berry (“Maybellene”, “Come On”) y Etta James (“At Last”, “I’d Rather Go Blind”) y otros que sirven como un perfecto fondo musical para el desarrollo del filme y nos sitúan en aquel mítico Chicago a cuya escena tanto le deben los amantes del blues.

Un breve y curioso momento de Cadillac Records es aquel en el que llega a la disquera un quinteto de rocanroleros ingleses de cabello largo que desea grabar algunas canciones en el lugar de sus ídolos. Nadie conoce a aquellos greñudos, los cuales se identifican como los Rolling Stones (“nos pusimos ese nombre en homenaje a su canción ‘Rolling Stone’”, le dice Mick Jagger a Muddy Waters), quienes en ese entonces realizaban su primera gira por los Estados Unidos (el hecho, por cierto, es verídico y tuvo lugar el 10 de junio de 1964; los Stones grabaron ahí quince temas, algunos de los cuales formarían parte de su segundo álbum: 12 X 5).

Con su triste y melancólico final –que no contaré para no echar a perder la experiencia a los posibles espectadores de esta más que recomendable cinta (la cual puede verse en la plataforma Max)–, Cadillac Records es una oda a aquellos músicos de blues, pioneros quizás involuntarios del rock, que sentaron las bases para lo que habría de ser la música en Estados Unidos –y por ende en buena parte del mundo occidental– en los años siguientes… y hasta la fecha.

Nota al calce: Si acaso el lector se pregunta por qué la película se llama Cadillac Records, la respuesta es sencilla: Leonard Chess tenia como costumbre regalar un Cadillac del año a los artistas que generaban una cantidad considerable de ganancias para la disquera. Varios de ellos lo recibieron.