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A raíz del golpe de Estado huertista y del asesinato del presidente Francisco I. Madero y el vicepresidente José María Pino Suárez, el gobierno estadounidense desconoció en 1913 al gobierno usurpador y mandó militarizar la frontera con nuestro país, además de enviar algunos barcos de guerra al Golfo de México, en especial a las proximidades de poblaciones costeras como Veracruz y Tampico, y al océano Pacífico, en las cercanías de Guaymas.

La invasión a Veracruz en pocas palabras:

  • Un incidente sin importancia inició una escalada entre el gobierno espurio de México y el de los Estados Unidos
  • El desembarco de un grupo de marinos estadounidenses  en el puerto de Tampico provocó un grave malentendido
  • Las desbordadas exigencias de un almirante norteamericano derivaron en un conflicto entre las dos naciones
  • El presidente Woodrow Wilson cayó en el juego de los sectores políticos más intervencionistas de su país
  • El problema de Tampico terminó con el ataque y la ocupación del puerto de Veracruz

Un incidente sin importancia

El 9 de abril de 1914, del barco “US Dolphin”, estacionado frente a Tampico, partió hacia los muelles del puerto una lancha sin bandera. A bordo iban un oficial de apellido Copp, siete marinos y el pagador del buque, con la misión de adquirir gasolina en el expendio de un comerciante alemán. Los militares compraron ocho latas de combustible, pero como no todas cupieron en la lancha, llevaron una parte al barco y más tarde regresaron por el resto. Al desembarcar por segunda ocasión, tuvieron la mala fortuna de encontrarse con una patrulla de vigilancia del ejército federal mexicano, al mando del coronel Ramón Hinojosa, quien al verlos ordenó a sus hombres que detuvieran a aquellos marinos extranjeros que habían entrado a territorio nacional sin autorización. Fusil en mano, los soldados mexicanos condujeron a los estadounidenses hacia el cuartel federal. Sin embargo, al llegar ahí para informar de los hechos al jefe huertista de la plaza, general Ignacio Morelos Zaragoza, este dio la orden inmediata de que los detenidos fueran liberados y regresados a su lancha y ofreció disculpas al oficial Copp por el malentendido.

Las cosas no habrían pasado a mayores de no ser porque el comerciante alemán, apenas supo de la detención, fue al “US Dolphin” para informar del incidente al almirante Henry Thomas Mayo, capitán del barco. Molesto y sin estar aún enterado de que sus hombres ya habían sido dejados en libertad, Mayo envió a otro oficial a tierra para exigir una explicación.

Morelos Zaragoza respondió que el coronel Hinojosa había actuado por un afán de cumplir con la orden que existía de no permitir que desembarcasen barcos y lanchas en aquel lugar, pero aún así volvió a disculparse por lo acontecido.

Los marinos retornaron al barco con la gasolina comprada y el oficial informó de todo al almirante Mayo. Sin embargo, este adoptó una actitud intransigente y provocadora. Hizo que otro oficial, el capitán Moffett, regresara al muelle para decir al general Zaragoza que aunque había recibido su mensaje de disculpa, exigía que antes de 24 horas dicha disculpa se hiciera de manera oficial y por escrito. También demandaba que el coronel Hinojosa fuese castigado severamente y que además la bandera de Estados Unidos fuera izada en un lugar público y elevado del puerto tamaulipeco y saludada con 21 cañonazos.

Zaragoza se comunicó de inmediato con la Secretaría de Relaciones Exteriores del gobierno de Victoriano Huerta para informar sobre el incidente y las exigencias del almirante estadounidense.

Una reacción inesperada

Enterado de los hechos, en la Ciudad de México el canciller mexicano José López Portillo y Rojas llamó al encargado de negocios de la embajada de Estados Unidos, Nelson O’Shaughnessy, para explicarle con detalle lo que estaba pasando en Tampico y pedirle que enviara un telegrama urgente al almirante Mayo, a fin de que retirara su desproporcionada exigencia.

Sin embargo, la reacción de O’Shaughnessy no fue la esperada. En lugar de responder a la petición de la cancillería mexicana y tratar de apaciguar un conflicto que en realidad carecía de importancia, se comunicó de inmediato con Washington, en específico con el secretario de Estado William Bryan y con el propio Presidente Woodrow Wilson, quienes inopinadamente consideraron justificadas las demandas de Mayo.

En Estados Unidos, en un principio la prensa no dio mayor importancia al incidente. Una noticia en páginas interiores del diario The New York Times sólo decía:

“Una situación desagradable se ha presentado en Tampico por lo que el almirante Mayo considera como un insulto a la bandera norteamericana; pero la cuestión no se tiene aquí por seria, ya que el Presidente Huerta dio desde luego disculpas y se mostró dispuesto a hacer todo lo posible para evitar que el asunto tenga complicaciones… Esto a menos que los Estados Unidos estén buscando un pretexto para crear dificultades”

La última frase de la nota del Times resultaría profética. El 10 de abril, O’Shaughnessy manifestó al gobierno de Huerta que una disculpa no era suficiente y que su gobierno insistía en los saludos a la bandera de las barras y las estrellas, a lo que el secretario de Relaciones Exteriores de México respondió:

“Por acuerdo expreso del señor Presidente, tengo la honra de manifestar a Vuestra Señoría que el gobierno de Mexico, con arreglo al derecho internacional, no se considera obligado a acceder a las pretensiones de que se trata y que llevar hasta ese punto la cortesía, equivaldría a aceptar la soberanía de un Estado extranjero, con menoscabo de la dignidad  y del decoro nacionales que el señor Presidente está dispuesto a hacer respetar”

El conflicto empieza a escalar

La tensión entre ambos gobiernos comenzó a hacerse mayor. Alarmados, el encargado de negocios de la embajada mexicana en Washington, Angel Algara y Romero de Terreros, y el primer secretario, José Castellot, telegrafiaron directamente a Huerta para pedirle que hiciera “un sacrificio” y accediera a las demandas del gobierno estadounidense, a fin de evitar “la inmediata catástrofe” e “inmensos males a ambos países”. Pero el gobierno mexicano se negó a hacerlo.

El almirante Mayo representaba las ideas de un sector de altos jefes de la armada y el ejército de la vecina nación del norte que estaba predispuesto contra nuestro país. Todos ellos querían, como bien apunta Isidro Fabela en su libro Historia diplomática de la Revolución Mexicana (Fondo de Cultura Económica, 1958), “aprovechar cualquier ocasión propicia que se presentara para provocar la guerra con fines ulteriores de conquista o por lo menos de dominio económico y político de su país en México”.

El ridículo sainete (o comedia trágica, como la nombrara Fabela) acerca de los saludos a la bandera prosiguió con una intensidad que fue creciendo.

El secretario Bryan comunicó a O’Shaughnessy que Huerta al parecer no se había dado cuenta de la seriedad del asunto y que el saludo en desagravio de la bandera estadounidense debía darse sí o sí. Ante la presión, el usurpador dijo que solamente daría los saludos si los Estados Unidos los contestaban, saludando a la bandera mexicana, ya que si no lo hacían así sería un insulto para México. La oferta de Huerta para zanjar el conflicto era entonces que se produjera un saludo mutuo y amenazó conque si el gobierno del presidente Wilson se negaba a aceptar, él estaba dispuesto a llevar el caso ante la Corte Internacional de la Haya. La respuesta de Washington fue fulminante: Wilson dio la orden para que el Secretario de Marina, Josephus Daniels, enviara al Golfo de México a todos los barcos disponibles de la flota del Atlántico y bloqueara no sólo el puerto de Tampico sino también el de Veracruz, donde días antes de había producido otro incidente que en condiciones normales hubiese carecido de importancia y que Isidro Fabela cita en su libro: “El 11 de abril, un marinero norteamericano encargado del correo del barco ‘Minnesota’ y un soldado mexicano del décimoctavo batallón tuvieron una disputa en el correo de Veracruz. Como no podían ponerse de acuerdo, un policía sugirió que los dos fuesen a la jefatura, en donde, al oír los hechos, el juez resolvió que el norteamericano no tenía la culpa y no lo detuvieron, mientras que al mexicano sí”. Eso era todo… y el gobierno de Estados Unidos lo consideró también como “un agravio”.

“¡Guerra!”

Esta vez, el New York Times y en general toda la prensa estadounidense dieron gran importancia al asunto y como señala el historiador Gastón García Cantú en su obra Las invasiones norteamericanas en México (Ediciones Era, 1971), encabezaron sus primera planas con una sola palabra: “¡Guerra!”.

Al mismo tiempo, el 15 de abril, Woodrow Wilson declaró, ante un comité del Congreso, que posiblemente  iba a ser necesario hacer uso de la fuerza “para establecer un bloqueo pacífico en México”. En realidad, el plan secreto de la War College Division del Departamento de Guerra incluía no sólo la ocupación de Tampico y Veracruz sino también el demencial avance sobre la Ciudad de México.

Los halcones hegemonistas del gobierno de Estados Unidos creían haber encontrado el pretexto perfecto para echar a andar sus proyectos intervencionistas. Hubo declaraciones que rayaban en la locura, como la del senador Chilton, de Virginia Occidental, quien dijo: “Yo los obligaría a saludar la bandera aunque tuviese que volar toda la ciudad”, mientras que el senador William Borah declaraba: “Esto se asemeja mucho a una intervención armada. En tal caso puedo decir solamente que si la bandera de los Estados Unidos llega a ser izada en México, nunca será arriada. Éste es el principio de la marcha de los Estados Unidos hasta el Canal de Panamá”.

Palabras de paz, actos de conflagración

Al ver que las cosas empezaban a írsele de las manos, el presidente Wilson declaró ante la prensa de su país que “en ninguna circunstancia concebible pelearemos contra el pueblo de México. Se trata exclusivamente de un asunto contra ese gobierno y una persona (Victoriano Huerta) que se llama a sí misma Presidente Provisional de México y cuyo derecho a llamarse así nunca hemos reconocido nosotros en forma alguna. Resulta posible tratar con un dictador empleando la flota, sin precipitar una guerra”.

Así entonces, el 20 de abril Wilson solicitó autorización al Congreso para usar a las fuerzas armadas “de tal manera y hasta el punto que sea necesario para obtener del general Huerta el más pleno reconocimiento de los derechos y la dignidad de los Estados Unidos de América”.

También dijo a los congresistas que “No queremos la guerra, pero si desgraciadamente un conflicto armado sobreviniera como resultado de la actitud de resentimiento personal contra nuestro gobierno, sólo pelearíamos contra el general Huerta y los que lo apoyan. Nuestro propósito es que el pueblo mexicano tenga de nuevo la oportunidad de establecer sus propias leyes y su propio gobierno”.

Por 323 votos a favor y sólo 29 en contra, el Congreso aprobó los planes del presidente estadounidense. El blanco principal sin embargo no sería Tampico sino Veracruz. El 21 de abril, 29 barcos de guerra, dos de aprovisionamiento y tres buques hospitales fueron anclados frente a este puerto. Ese mismo día, dieron comienzo el cañoneo y el desembarco en el territorio mexicano.