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¿De qué lado estás? Es ésta una pregunta que se utiliza, con frecuencia, como respuesta a una opinión crítica, realizada por parte de algún simpatizante del criticado. La forma actual de la política viene deformándose a pasos agigantados, en dirección de una construcción atávica en la que solo son admisibles dos bandos antagónicos. Quienes fomentan esta construcción no dejan espacio para la abstención; no es posible no elegir. Peor aún, una vez que se ha elegido un bando, ya no es admisible el disenso al interior de ese bando. Sólo se puede disentir con todas, y solo con todas, las ideas y formas del bando antagonista.

Esta forma de la política no es exclusiva de Argentina, sino que la polarización está siendo alimentada en muchas democracias, y es clave para entender cómo la propia democracia ha perdido legitimidad durante las últimas décadas. Pero la polarización permite, sobre todo, construir poder a partir de mensajes contundentes y, a la vez, sencillos de comprender.

El presidente Milei llegó al poder con el 30% de los votos en la elección general, con ninguna gobernación y con una minoría pequeña en el Congreso. Construir poder y gobernabilidad sólo le es posible con un masivo apoyo popular. Hacia el sostenimiento de ese apoyo estuvo abocado desde el día uno de su mandato.

¿Es espontáneo el apoyo? Sí y no. Es posible que lo sea para el 30% original, aunque es más dudoso que lo sea para el 56% que sacó Milei en el balotaje. A los timoratos es necesario acicalarlos con un discurso incendiario de manera cotidiana. Deben odiar a todo lo que se le enfrente al Presidente. La estrategia, cabe reconocer, es exitosa: no son pocos nuestros interlocutores que no aceptan crítica alguna a la gestión.

Esta estrategia política no es tan diferente de la que implementó en su momento el kirchnerismo, originalmente para sacarse la sombra de Eduardo Duhalde de encima, y más tarde mediante La Cámpora, para reafirmar su cohesión. Tampoco difiere mucho de la polarización que impulsó el macrismo sobre la base de la estrategia política de Marcos Peña. La gran diferencia radica en que Milei hoy no enfrenta una oposición ni tan fuerte, ni tan fácilmente distinguible, ni capaz de aunar el rechazo de las masas mileístas sólo por su afiliación política. El mecanismo, muy creativo, consistió en aunar aquello que se debe detestar en un único grupo antagonista: la casta.

Esta forma de hacer las cosas no deja lugar para la crítica constructiva, o siquiera para dudar respecto de aspecto alguno de la gestión. En redes sociales y en la vida real, todo intento de alzar la voz es acallado con urgencia, por troles y hasta por simpatizantes enfervorecidos. Sugerir que el déficit fiscal se consigue en parte a fuerza de no pagar las cuentas, o que las reservas se compran por el cepo, los mayores impuestos, o el pago en cuotas de las importaciones, o que la caída de la inflación se relaciona con un salto inicial exagerado por la devaluación, y porque el Gobierno ahora pisa el tipo de cambio y deja de cumplir con reglas que él mismo impuso, sería merecedor de la excomunión inmediata. ¿De qué lado estás?

No hay que confundirse. Milei recibió una situación económica al borde del abismo, y en la materia hace lo mejor que puede para devolver a la economía a un sendero de equilibrio en el menor tiempo posible, que al parecer no será breve. A la vez, debió lidiar con una situación política de debilidad, que lo fuerza a construir gobernabilidad, como les tocó hacer a varios de sus predecesores. La diferencia está en el método: en lugar de negociar dentro de las reglas de la política, recurrió al escrache de la casta, que mareó a la política, provocó una gran dispersión en la oposición, y lo impulsó como único líder político reconocible, apoyado por 50% de la población. Con su discurso anti casta, empezó a crear una nueva casta; con otras formas, pero casta al fin.

Hasta este domingo, el mérito político de Milei de erigirse como amo y señor de la imagen política argentina no le había resultado suficiente para granjearse éxitos palpables en la práctica. Veremos si la Ley Bases o la Ley Fiscal consiguen en los próximos días atravesar la barrera del Congreso. Aunque cabe preguntarse si la aprobación de estas leyes es realmente deseada por Milei. Estamos en un ambiente político tan novedoso, que podría incluso ocurrir que sus asesores le sugirieran que un acuerdo podría ser interpretado como un arreglo con la casta, y que sería preferible no tener ley y tener enemigos, a tener ley y perderlos. No vaya a ser que a la gente se le ocurra dejar de preguntarse de qué lado está.
Fuente: El Entre Ríos.

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