Ser o no ser berberechos - Diario Córdoba

Opinión | Con permiso de mi padre

Ser o no ser berberechos

Personas que se levantan cada mañana y cumplen porque saben que es su deber, que comparten, que ayudan, que creen que cada pequeña acción tiene su resultado

Los grandes actos están muy bien, sobre todo cuando se destinan a cosas positivas, a dar visibilidad o exponer problemas que nos afectan a todos. Los grandes actos suelen precisar de personas inteligentes, de muchos medios y apoyos, y por eso son grandes, porque acaban llegando a un público muy amplio y logrando resultados considerables.

Pero existen otros actos, pequeños, íntimos, casi inapreciables, que también marcan la diferencia, aunque sean más una pequeña ola que un tsunami.

En este mundo de exhibicionismo, redes sociales, likes y búsqueda de aplausos, cada vez son más admirables los que hacen su poquito. En silencio, como si nada, sin esperar palmadas en el hombro, sin pretender nada más que hacer lo que se tiene que hacer. Simplemente porque entienden que es su deber.

Ojo, que cuando una causa lo merece toda ayuda es buena para que cumpla su objetivo cuanto antes; de lo que les hablo es de una manera de ser constante, un día a día de pequeños momentos incorporados a las rutinas vitales, que diferencian a los que tienen conciencia y valores de quienes no (aunque aparenten que sí).

Personas que se levantan cada mañana y cumplen porque saben que es su deber, que comparten, que ayudan, que creen que cada pequeña acción tiene su resultado, aunque no se aprecie de inmediato. Como plantar unas semillas en una zona deforestada, esperando que otros puedan sentarse bajo la sombra de unos árboles que ellos nunca disfrutarán, como salir con una bolsa y volver con los plásticos o basuras que otros dejan tirados por ahí.

Porque no todo tiene que ser inmediato, ni grandioso, ni universal; a menudo muchos poquitos hacen un mucho que se expande y cala. Lo que hace progresar a la Humanidad (y mantenerla humana) no son tanto los grandes descubrimientos o hitos históricos, sino la cotidianeidad de personas normales que, eligiendo hacer las pequeñas cosas bien en vez de mal, crean el escenario que permite a esos genios de la ciencia inventar la wifi, los cohetes a la Luna o el WhatsApp. Porque los inventores también comen y van a la peluquería (la mayoría), y los genios necesitan que los semáforos funcionen para llegar a tiempo al laboratorio.

Y porque la sensación de hacer bien las cosas que podrías hacer peor o mal, te aporta una satisfacción inigualable a poco que tengas una sensibilidad algo mayor que un berberecho. Así, que, aunque sólo sea por amor propio, háganlo bien y, si pueden, háganlo también bonito. Que para lo cutre y lo feo ya está el mundo lleno de absurdos aspirantes.

*Periodista

Suscríbete para seguir leyendo