The road runner trip: 14. Feeling the Tokyo Blues

miércoles, 15 de mayo de 2024

14. Feeling the Tokyo Blues

Buen día de San Isidro, queridos, disfruten de las rosquiillas listas, tontas y de Santa Clara y no crean que por estar en el otro lado del planeta me olvido de ustedes. Aquí me tienen, casi cerrando mi fase japonesa del viaje, mañana salgo del país, en dirección a un lugar que les revelaré al final de este post. Y quiero contarles algo más sobre este curioso pueblo que es la segunda vez que visito y cuya idiosincrasia conozco muy bien. En el post anterior les hice un resumen en cuatro trazos de su historia y, como ejemplo de sus peculiaridades, les expliqué cómo son sus wáteres. Por cierto, en todo Japón no hay un solo baño de pago, como los que se suelen encontrar en Europa. Aquí todos son gratis y están súper limpios. Se encarga de su mantenimiento un equipo de operarios como el personaje que protagoniza la película Perfect Days, que anda todavía por los cines, y que les recomiendo encarecidamente que vean, si es que no lo han hecho ya.

El origen de esa película es que hace unos años el Ayuntamiento de Tokyo encargó a una serie de prestigiosos arquitectos que diseñaran seis o siete baños públicos en la ciudad, que a su función práctica añadieran un componente de hitos monumentales. Estos baños, más bonitos y lujosos que los demás, son mantenidos por una empresa mixta que se creó para ello. Y esta empresa contrató al director alemán Wim Wenders para que rodara un anuncio publicitario de estos singulares elementos urbanos. Y Wenders se entusiasmó tanto con la idea que la convirtió en una película centrada en la vida cotidiana de un limpiador de baños públicos de Tokyo. Le costó convencer a los jefes de la empresa, pero al final, el éxito internacional del film les ha compensado de todas sus dudas iniciales.

La forma de ser de los japoneses incluye de serie eso que ahora se llama resiliencia, una capacidad de aguantar las calamidades y volverse siempre a levantar, que les permitió rehacerse después de recibir dos bombas atómicas y que les permite también superar los numerosos terremotos que sufren, al estar todo su territorio en zona sísmica del grado más alto. Los japoneses se rigen por una filosofía colectiva que tienen muy interiorizada y que se apoya en una religión muy peculiar y antigua, una religión sincrética del sintoísmo y el budismo. No son dos religiones, sino una sola que resulta de la incorporación de los principios de la filosofía budista al tradicional sintoísmo que practicaban desde siempre. 

El sintoísmo es una forma de animismo, con multitud de dioses provenientes de la naturaleza, a los que se hacen ofrendas para conseguir objetivos prosaicos: que me aprueben el examen, que me asciendan en la empresa, que fulanita se fije en mí y acepte ser mi pareja. No se pide nunca por cosas como la paz mundial o los refugiados en el mundo. Y si la cosa no te funciona, puedes abandonar a ese dios concreto y recurrir a otro de los que pululan por los campos adelante. Tú eliges un dios, no sé, un árbol o una piedra o un pájaro y le haces tus ofrendas pidiendo deseos. Pero si no te resulta, lo puedes mandar a la mierda y buscarte otro. La religión tiene por tanto una esencia práctica y transaccional.

Además, el sintoismo incluía una serie de normas de conducta aplicables a la vida cotidiana, que constituyen el llamado bushido, el código de conducta que en su versión más estricta cumplían a rajatabla los samuráis (soldados de élite al servicio del emperador), pero que en una versión más light rige las vidas de todos los japoneses. Pero al sintoísmo le faltaba una explicación de temas más trascendentes: de dónde venimos, a dónde vamos, cuál es el propósito de nuestra existencia, qué hay después de la muerte. Y el budismo, oriundo de la India y llegado a través de China, vino a completar ese vacío.

Ahora componen una sola religión, si bien sobre el terreno se siguen diferenciando los templos (budistas), de los santuarios (sintoístas), aunque a veces están juntos, como en la isla de Chikubushima. Los templos son más solemnes y monumentales, mientras que los santuarios son lugares un poco verbeneros (donde la gente acude a pedir sus deseos por métodos bastante folclóricos), que se distinguen por la presencia de un torii, ese pórtico característico de piedra o de color rojo que hemos visto en fotos anteriores, Por cierto, en el Fushimi Inari de Kyoto, los corredores formados por innumerables toriis de color rojo, que se han convertido en un atractivo turístico de primer nivel, crecen cada año por las donaciones de nuevos elementos, a cargo de las grandes empresas japonesas, que inscriben su nombre en un lateral.

Además del sintoísmo y el budismo, el bushido se nutre de otras dos fuentes: las enseñanzas de Confucio y los principios del zen. Ese universo se plasma en una serie de principios que impregnan todas las costumbres cotidianas de los japoneses, como son la necesidad casi compulsiva de hacer lo correcto, el coraje frente a cualquier situación o circunstancia negativa, la benevolencia, la cortesía, la hospitalidad, la sinceridad y el andar por la vida de forma confiada, seguros de que todos los demás hacen lo mismo. El problema es que, cuando uno se desvía de ese camino de rectitud, se le censura, se le margina socialmente y se murmura a sus espaldas. El que incurra en tamaño error, ha de disculparse veinte veces y aun así no tiene garantía de que se le readmita en la sociedad.

La forma de relacionarse con el trabajo está directamente determinada por estos códigos de conducta. El japonés ve el trabajo como una forma de realización personal y una contribución a la prosperidad del país. Jamás se siente cansado, nunca regatea esfuerzos, de forma natural hace las horas extra que se requieran, independientemente de que se las paguen o no y se toma muy pocas vacaciones. De hecho, hace unos diez o quince años el Gobierno hubo de sacar una Ley que obligaba a los trabajadores a disfrutar íntegramente de sus vacaciones reglamentarias, porque mucha gente renunciaba a parte de ellas. El japonés trabaja por objetivos y subordina toda su vida al trabajo. Está muy valorado socialmente el hecho de trabajar toda tu vida en la misma empresa (al contrario que en los USA, donde puntúa precisamente lo contrario: la capacidad de movilidad laboral en tu carrera). Sin embargo, eso de la llamada huelga a la japonesa, a base de trabajar más, es una leyenda occidental. El japonés sencillamente no hace huelgas. Y no puede esforzarse más de lo que ya lo hace.

El trabajo en las empresas está fuertemente jerarquizado. El jefe es alguien que toma decisiones que no se discuten. A veces el jefe decide que todos juntos salgan a cenar o a beber hasta altas horas, para celebrar algún éxito personal o de la empresa, o simplemente porque está contento, y todos han de seguirle. Si alguno no sigue la pauta, porque no le apetezca salir esa noche o prefiera estar con su familia, se le tacha de raro y se le critica a sus espaldas. En esas ocasiones, el jefe paga las copas de todos. Y, cuando deja caer los palillos en el plato, está muy mal visto seguir comiendo. Si lo haces sin darte cuenta, estás perdido. Para cualquier tipo de oficio se requiere una cualificación específica, en cuyas pruebas se valora no sólo la capacidad, sino también la vocación del sujeto para ese trabajo concreto. Hasta los últimos oficios resultan así vocacionales. Por ejemplo, los conductores de rickshaws, en los que se montan dos turistas o dos recién casados, han de pasar pruebas duras. Son todos guapos y hercúleos, generalmente estudiantes que se ayudan a pagar sus estudios.

El paro puede decirse que está en nivel cero. Y la inmigración está severamente limitada, yo creo que por el miedo a que se les llene el país de chinos a los que temen más que a un nublado. Sólo se permite la entrada a inmigrantes de alta cualificación, como ingenieros, informáticos, empresarios, financieros. Entrar al país para trabajar de camarero o lavaplatos es prácticamente imposible: eso ya lo hacemos nosotros, dicen. Es al revés que en Europa, donde los locales no quieren asumir ciertos trabajos, que se nutren de la inmigración. En Japón, te da la impesión de que todo el mundo está ocupado en tareas dirigidas a que todo funcione correctamente. En el Metro hay empleados en los andenes, que a veces te empujan para entrar y son los encargados de hacerle una seña al conductor para que cierre las puertas y arranque.

Sin embargo, esto está empezando a cambiar, debido a la fuerte contracción demográfica que sufre el país. Como no abran la mano a la inmigración, Japón irá a la ruina. De momento empieza a faltar personal de cuidados, en una sociedad muy envejecida y longeva. Y ya han empezado a autorizar la entrada de vietnamitas para ocuparse de este sector, si bien, por ahora, han de venir solos, sin familia. Es un primer paso. En fin, todo esto que les estoy contando, no sé si es un poco rollo, pero ayuda a entender a los japoneses, por si algún día quieren venir ustedes de visita, algo que les recomiendo sin dudarlo. Lo de vivir aquí ya no es tan recomendable. Además, no les extrañará saber que esta es una sociedad muy machista, donde se espera que la mujer se dedique a tener hijos y a cuidar la casa. La famosa mujer-florero sobre la que ironizaban las chicas del grupo Ella Baila Sola. No me digan que no conocen la canción. Pues aquí la tienen.

Ustedes se preguntarán: ¿cómo sabe Emilio todas estas cosas? Pues porque el pueblo japonés siempre me ha interesado, he recibido muchas delegaciones de Japón, he visto mucho cine japonés, he leído también bastante al respecto y soy un seguidor rendido del escritor Haruki Murakami, cuyos libros he leído en su mayor parte. Pero el otro día les dejé pendientes de contarles mi encuentro con Rumi Satoh. Que, en un contexto como el que les he descrito, con un machismo estructural fuertemente arraigado en las mentes de todos, sobresalga y triunfe una mujer como Rumi, es ciertamente un portento. Ya les dije cómo la conocí, pero no les he contado quién es. Rumi Satoh es la fundadora y actual directora ejecutiva de la organización sin ánimo de lucro Birth, que se dedica a asesorar a las administraciones locales y sectoriales en todo lo relativo al diseño, gestión y mantenimiento de los parques urbanos de Tokyo.

Rumi tiene 80 personas a su cargo, distribuidas en tres grupos temáticos. Uno de los grupos se dedica a la coordinación de actuaciones de las empresas de mantenimiento, administraciones y demás agentes urbanos. Una segunda se centra en la educación ciudadana, organizando toda clase de cursos para que los vecinos se empapen de los criterios de sostenibilidad, fomento de la biodiversidad, renaturalización del medio urbano y cuidado de los parques como elemento vital de las ciudades. Y la tercera se dedica a fomentar la participación ciudadana en torno a los parques, con actividades culturales, sociales o lúdicas. Rumi fundó la empresa en 1997. Le pregunté cuántas personas formaban la organización en ese momento. Su respuesta: una; yo. 

Que esta mujer me considere su amigo es un verdadero honor. Quiero que le echen un vistazo a una reciente entrevista que le han hecho a Rumi, en una revista digital japonesa especializada en temas medioambientales. Para ello, han de pinchar AQUÍ. Además, las prácticas de urbanismo participativo que ella promueve, ahora son modernas y punteras, pero en 1997, cuando ella fundó su empresa, eran algo apenas esbozado, realmente esta mujer es una pionera de una forma de entender la planificación urbana, centrada en la población y en el diálogo para conciliar los diferentes intereses que se suscitan en una ciudad. Ahora mismo, las tareas de Birth se desarrollan en más de 70 parques urbanos de la megalópolis de Tokyo.

Así que el sábado madrugué para coger a tiempo la Chuo Line de la compañía ferroviaria JR y estar en la estación de Kokubunji a la hora convenida. Mi amiga apareció puntual y nos dimos un abrazo, aunque no es esto algo muy común entre japoneses y menos de distinto sexo. El sábado era un día de fiesta ciudadana en el barrio de Kokubunji, situado en el centro de la municipalidad de Tokyo. El término municipal es alargado y tiene, digamos tres zonas. La Este, junto al mar, donde está el Ayuntamiento, Shinjuku, Shibuya, los rascacielos, el turismo a lo bestia y el mogollón que han visto en mis imágenes. En el centro, Kokubunji es una zona tranquila, de edificios más bajos y dinámica urbana más parecida a la de Kyoto. Y al Oeste completa el tema la zona de Okutama. Vean la foto que nos hicimos nada más encontrarnos.

Echamos a andar haciendo una especie de gira por el distrito de Kokubunji, punteada por paradas en tiendas o cafés en donde todo el mundo la conocía y la saludaba cariñosamente. De paso que me enseñaba el barrio, compraba verduras y otras cosas de comer para ella. Paramos a tomar un café con un dulce en uno de esos cafés y le contó a la chica del bar todo lo relativo a mi viaje, del que hablaba con admiración, como si fuera algo fabuloso. Desde allí seguimos nuestro camino, me fue enseñando los diferentes equipamientos del barrio, como la biblioteca pública que es muy grande y estaba muy concurrida. Rumi, además del trabajo que desarrolla, ha criado ella sola a una hija que tiene 20 años y está en la universidad. Ambas forman una familia monoparental, algo también bastante insólito en Japón.

Tal vez piensen que exagero, pero el año pasado, el Foro Económico Mundial, que elabora cada año un informe sobre el Índice Global de la Brecha de Género, situó a Japón en el puesto 125, el último del G7, y sólo un poquito por encima de la India y Arabia Saudí, dos países notoriamente rezagados en materia de igualdad de género. En un contexto como el japonés, una mujer ha de trabajar mucho más que un hombre para llegar a donde ha llegado Rumi. Nuestro paseo nos llevó al parque principal de Kokubunji, donde estaban empezando a preparar las actividades festivas del día. Había dos stands de Birth puestos en ángulo y Rumi llegó mandando: no le gustaban así, mejor ponerlos uno al lado del otro. Los chicos que atendían los stands, se apresuraron a moverlos sin rechistar, y eso que pesaban lo suyo. Autoridad total. Allí nos hicimos unas fotos de grupo con los stands ya alineados. 


Mientras Rumi organizaba cosas aquí y allí, me centré en algunas de las actividades que se desarrollaban a la sombra de grandes árboles, porque el sol pegaba duro. Por ejemplo, había un grupo de yoga al que le hice una foto y otro de aprendizaje del ukelele, con un profesor que le echaba mucha paciencia. A estos les saqué un vídeo.


Después de un rato por allí, nos fuimos a comer. Rumi me propuso ir a un restaurante de udón, ese fideo más grueso japonés, diferente del soba, que es el fino. Nos sentamos y seguimos hablando. Me contó que ella es nacida en Sendai, una ciudad de tamaño medio, pero vino a Tokyo a estudiar Ingeniería Forestal y se enamoró de la gran urbe donde ya se quedó para siempre. O sea un caso similar al mío. Por cierto, su universidad está aqui, en Kokubunji. También me dijo que tiene una hermana que vive en Suiza y está casada con un suizo-italiano; que les ha ido a ver muchas veces y ha visitado con ellos el norte de Italia. Yo le dije que en Madrid sería bienvenida cuando quiera venir. No sé cómo, la conversación recayó en Haruki Murakami, de quien soy gran seguidor. Me dijo: ¿sabes que antes de escribir tenía un bar? Claro que lo sabía.

Murakami, es hijo de dos profesores universitarios de literatura japonesa y estudió también literatura. En la universidad conoció a su mujer Yoko, con la que vive desde entonces. En cuanto acabaron la carrera, montaron ambos un jazz-bar, que regentaron unos años (de eso hace unos 50 años). Y allí, en la recámara del bar, es donde Haruki empezó a escribir, a mandar textos a concursos y a ganar premios, hasta que pudo dedicarse en exclusiva a la literatura. Todo eso ya lo sabía yo. Lo que no sabía es que ese jazz-bar estaba precisamente en Kokubunji. Y que Haruki y Rumi tienen un amigo en común, un colega del escritor que a la vez que él montó un pequeño restaurante al lado del negocio de su amigo. Realmente, el mundo es un pañuelo.

Nos sacaron los platos soperos con el udón y resulta que eran unos fideos todavía mucho más gruesos que los que yo conozco y de sección rectangular. Rumi me dijo que el udón es una cosa muy casera y que cada uno le da una forma diferente. Lo que pasa es que con los palillos era algo prácticamente ingobernable. Rumi me preguntó si quería un tenedor, y le dije que no, que empezara ella a comer para que yo viera cómo lo hacía. Y lo hacía a la japonesa: agachando la cabeza, llevándose un par de fideos gigantes a la boca y sorbiendo ruidosamente. Esta es una costumbre de los japoneses que nunca me ha casado con lo finos y exquisitos que son. Así que me puse yo también a sorber y hacíamos ambos un ruido horrible. Pero el udón estaba buenísimo. Le hice a Rumi un par de fotos en el restaurante.


Al final, resultó que ella se había manchado la blusa mucho más que yo. Me había dicho que de dos a tres tenía que dejarme porque tenía una reunión, y le pregunté si los lamparones que llevaba en la pechera serían adecuados para dicha reunión, pero me aclaró que era un encuentro on line. Al acabar de comer, fuimos a un santuario, en donde hicimos la ceremonia de pedir un deseo: echar unas monedas en un recipiente de madera, tirar de un badajo para hacer sonar el cencerro, dar dos palmadas y tres reverencias concentradas. En el exterior había también actividades festivas del día y Rumi me dejó por allí una hora para su mitin on line. Como no sabía que hacer, grabé otro par de vídeos, uno a los músicos que repetían una y otra vez la misma murga y otro a una actividad para niños. 


Regresó Rumi de su reunión on line, se disculpó brevemente por haberme dejado solo y me comunicó su decisión: como había visto que soy un experto en Murakami, íbamos a ir a ver a su amigo para que yo lo conociera y además me iba a decir exactamente dónde estuvo situado su jazz-bar. Caminamos y llegamos al pequeño local donde este señor tenía hace cincuenta años un restaurante, que luego cambió por una librería. No me quedé con el nombre del tipo, un japonés pequeñito y entrañable que hablaba de Haruki con mucho cariño. Cuando tenían el bar –me contó– en cuanto cerraban por la noche venían él y Yoko a mi restaurante muertos de hambre, a que les diera algo de cenar. Y con aire nostálgico añadió –Aquellos sí que fueron buenos tiempos. Nos hicimos unas fotos y me dijo que le dirá a su amigo que, la próxima vez que vaya a España, me busque para encontrarnos. Palabras que se lleva el viento, pero nunca se sabe, este viaje está lleno de encuentros prodigiosos. Vean las fotos.


A continuación, fuimos al lugar donde estuvo el jazz-bar de Murakami y desde allí nos fuimos a tomar un helado. Rumi me regaló un pañito de esos para los turistas en donde se ve el plano de Tokyo. Son las últimas fotos que hizo mi buena amiga Rumi Satoh de mi encuentro con ella.



El helado nos lo tomamos en el centro comercial asociado a la estación de tren de Kokubunji y al salir, pregunté cuál era el plan. Yo me tengo que ir al parque a poner orden en mi equipo para la continuación nocturna de la fiesta –me dijo. ¿Voy contigo? –pregunté. Pues tú verás, pero yo voy a estar trabajando y no te voy a poder hacer mucho caso. Me quedé un poco cortado, pero la entendí. Eran las seis de la tarde, llevaba conmigo desde las diez de la mañana, ocho horas. Si yo me iba al parque, seguramente la incomodaría, luego tendría que venir a guiarme hasta la estación. Y yo estaba un poco cansado también, así que le dije que me iba, que muchas gracias por su tiempo y su compañía y nos despedimos con un último abrazo.

Cogí el tren de vuelta y me fui al hotel a procesar todo lo que había vivido en ese día fantástico al lado de esta mujer admirable. Antes de subir, entré en un 7Eleven y me compré fresas, dos plátanos y un yogur gigante. La mitad de eso me lo cené en la habitación, el resto se quedó en la neverita que tengo en el cuarto. Y el domingo decidí quedarme en el hotel. Tenía que hacer un montón de gestiones para las siguientes etapas del viaje, porque voy sacando billetes de avión y reservando hoteles sobre la marcha. Además, los domingos no son los días en que más me gustan las ciudades. Eso sí, me levanté pronto e hice mi rutina de yoga de hora y media, antes de ducharme y bajar a desayunar. El desayuno del hotel incluye cosas como curry de pollo, huevos revueltos, bacon y arroz blanco. Después subí a hacer mis gestiones y a escribir mi post anterior.

De nuevo se me hizo tarde, eran ya las tres y media y a esa hora la mayoría de los restaurantes están cerrados. Pero tuve una buena idea: regresé al Omoide Yokocho, que en japonés significa el Callejón de los Recuerdos, donde la noche del viernes no había encontrado sitio. La mayoría de los minúsculos chiringuitos estaban cerrados, pero quedaba alguno abierto y no había casi público. Me senté en una barra, me pusieron una cerveza grande y empezaron a sacarme esa especie de pinchos morunos típicos de este lugar, aunque no son de cordero sino de cerdo. Son en realidad brochetas combinadas con vegetales, que te van poniendo a la brasa y te sacan uno a uno hasta que dices basta. Los palillos hay que echarlos en un cubilete metálico para que luego te hagan la cuenta. Comí unos cuantos y me fui al hotel a seguir trabajando. Por la noche me tomé la segunda parte de mis frutas y del yogur y me acosté.

Pero dormí muy mal, porque a las dos de la mañana, mi equipo del alma, el Deportivo de La Coruña, se jugaba el ascender ya a Segunda División o tener que esperar a las siguientes jornadas. Lo que es el reloj del cuerpo: a las dos me desvelé y me puse a seguir el partido hasta el descanso, en el que el resultado seguía sin goles. En el descanso, me quedé dormido y, cuando me desperté, el equipo ya ganaba 1-0, resultado que se mantuvo hasta el final y que por fin dio por finiquitado este paso por el infierno de cuatro años. Pero al día siguiente estaba agotado de no dormir y además amaneció diluviando, como habían anunciado. Así que volví a quedarme en el hotel, del que sólo salí para ir a comerme una tempura en el restaurante al lado del Ayuntamiento que ya conocía. Pero me calé al ir y también al volver.

Ayer y hoy si que he salído y he hecho algunas de las visitas turísticas de rigor, pero me temo que esto ya se va a quedar para un tercer post sobre Tokyo, que este ya está fuera de tamaño. Les voy a dejar con un vídeo de cómo estaba La Coruña antes del partido decisivo, para que vean lo que es la afición de mi equipo. Un auténtico portento. Mañana he de madrugar mucho para poder coger el bus al aeropuerto de Narita, que está a 80 kilómetros de Tokyo y coger el vuelo de las 10.20. ¿A dónde? Pues nada menos que a Kuala Lumpur (Malasia) siguiente etapa de este viaje prodigioso. Por si no lo saben, en Kuala Lumpur hay ahora 34 grados de máxima, 25 de mínima y 100% de humedad. Y anuncian lluvia continua. Un horno al vapor. Veremos qué tal soporto este lapsus térmico tan extremo. Les dejo con el vídeo prometido.

9 comentarios:

  1. Querido Emilio, este comentario correspondería a tu anterior escrito y lo pensaba hacer cuando lo leí, pero se me pasó, así que lo hago ahora. Es sobre el edificio del ayuntamiento de Tokyo. No podía dejar pasar la ocasión de hacer patria como gallego del sur y dejar constancia de que la fachada del edificio es de granito rosa de Porriño.
    También, a la vez que te felicito por el ascenso del Depor, me felicito por la remontada del Celta ante el Athletic que aunque no le garantiza matemáticamente la permanencia en primera, lo acerca mucho.
    Un abrazo y buen viaje.

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  2. Joder, Paco, que un rascacielos espectacular en el centro de Tokyo, este recubierto de granito de Porriño es impresionante. Gracias por el dato.
    Respecto al Celta, mi enhorabuena. Lo que tenéis que hacer es esperarnos en Primera, para reeditar los viejos derbys. Un abrazo desde Kuala Lumpur. Estoy haciendo tiempo para subir a las Petronas.

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  3. Emilio! mi hijo me acaba de decir " leer cuento Emilio" es que se los leo cuando ya está tranquilo para poder echar un rato de lectura y ya ves. Los cuentos viajeros de Emilio!

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  4. Ya hemos acabado el cuento de Tokyo con Murakami y su jazz.bar incluido. Tiene un tono nostálgico, no se si porque está siendo el descanso del guerrero. Esperamos próximo cuento. Vaya viaje!

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  5. Querida Claudia, me encanta esta nueva utilidad que le has encontrado a mis textos: servir de ayuda para que el bueno de Jonás se duerma a su hora.
    Lo del tono nostálgico es cierto. Los 70 fueron unos años fabulosos para los actuales setentañeros como yo, y como Murakami. Teníamos toda una vida por delante. Besos, cuida de tu hijo.

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  6. Pues no Emilio, yo creo que no es un rollo cuando cuentas cómo es la sociedad japonesa. Y sí, ¡yo si quiero ir a Japón de visita! y probar esa comida tan rica (es verdad que aquí también podemos disfrutarla, pero no de la misma forma). Y ya de paso probar esos baños de los que tanta propaganda haces. Besos.

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    1. Pues nada, es cuestión de conseguir un vuelo barato con tiempo, porque luego allí la vida es relativamente asequible. Y te aseguro que merece la pena. Besos.

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  7. Hola Emilio, como verás ando un poco retrasado en tus lecturas dado la actividad musical que tengo estos días pero me sigue emocionando leerte y ver tus videos tan simpáticos. Enhorabuena por lo del Depor...a seguir. Un abarzo

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    1. Tranqui, ya te pondrás al día. Es que yo escribo mucho, porque el día tiene muchas horas.

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