Las connotaciones sexuales detrás de la guerra en Ucrania, según Zizek (y Freud)
Las connotaciones sexuales detrás de la guerra en Ucrania, según Zizek (y Freud)
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Las connotaciones sexuales detrás de la guerra en Ucrania, según Zizek (y Freud)

Ofrecemos un adelanto de 'Demasiado tarde para despertar', ensayo donde Žižek reflexiona, entre otros, sobre la guerra de Ucrania, el leninismo o los sueños de la Rusia imperial

Foto: Graffiti de una mujer destruido en Borodyanka, Ucrania. (Getty Images/Ed Ram)
Graffiti de una mujer destruido en Borodyanka, Ucrania. (Getty Images/Ed Ram)

Parafraseando el conocido título de uno de los ensayos de Freud, hoy podemos observar la tendencia universal a la degradación en la esfera de la vida pública. En una rueda de prensa celebrada quince días antes de la invasión rusa de Ucrania, Vladimir Putin señaló que al gobierno ucraniano no le gustaban los acuerdos de Minsk, que, al tratar de poner fin a la guerra del Dombás, concedían a la región un autogobierno temporal. Y añadió: «Te guste o no, es tu deber, bella». El dicho tiene conocidas connotaciones sexuales. Putin parecía estar citando «La bella durmiente en un ataúd», una canción del grupo de punk rock soviético Red Mold: «La bella durmiente en un ataúd. Me acerqué sigilosamente y me la follé. Te guste o no, duerme, bella». Aunque el representante de prensa del Kremlin afirmó que Putin estaba utilizando una antiguo refrán, su caracterización burda de Ucrania como objeto de necrofilia y violación era evidente.

Putin tiene antecedentes; veinte años antes, respondió a una pregunta de un periodista occidental con una vulgar amenaza de castración: «Si quiere convertirse en un completo radical islámico y está dispuesto a someterse a la circuncisión, le invito a Moscú. Somos un país multiconfesional. Tenemos especialistas en esta cuestión [la circuncisión]. Les recomendaré que lleven a cabo la operación de tal manera que después no le crezca nada más». No es de extrañar, pues, que Putin y Trump fueran compinches en la vulgaridad. El contraargumento que se oye a menudo es que al menos políticos como Putin y Trump dicen abiertamente lo que quieren decir y evitan la hipocresía. Aquí, sin embargo, estoy de todo corazón del lado de la hipocresía: la forma (de la hipocresía) nunca es solo una forma, nos obliga a hacer que el contenido sea menos brutal.

El obsceno comentario de Putin debe leerse en el trasfondo de la crisis ucraniana, que se presenta en nuestros medios de comunicación como la amenaza de la «violación de un país hermoso». Esta crisis no está exenta de aspectos cómicos, prueba, en el mundo al revés actual, de que la crisis es grave. Un analista político esloveno, Boris Čibej, señaló el carácter cómico de las tensiones en torno a Ucrania a principios de 2022: «Los que se espera que ataquen [es decir, Rusia] afirman que no tienen intención de hacerlo, y los que actúan como si quisieran calmar la situación insisten en que el conflicto es inevitable». Podemos añadir: Estados Unidos, protector de Ucrania, advirtió de que la guerra podía estallar en cualquier momento, mientras que el presidente ucraniano advirtió contra la histeria bélica e hizo un llamamiento a la calma. Es fácil traducir esta situación en términos de violencia sexual: Rusia, que estaba dispuesta a violar a Ucrania, afirmaba que no quería hacerlo, pero entre líneas dejaba claro que, si no obtenía el consentimiento de Ucrania para mantener relaciones sexuales, estaba dispuesta a conseguir lo que quería por la fuerza (recuérdese la vulgar respuesta de Putin); además, acusaba a Ucrania de provocarla.

Es fácil traducir esta situación en términos de violencia sexual: Rusia, que estaba dispuesta a violar a Ucrania, afirmaba que no quería hacerlo

Estados Unidos hizo sonar la alarma de la inminente amenaza de violación para poder reafirmarse como protector de los estados postsoviéticos, un proteccionismo que no puede sino recordarnos a un mafioso local que ofrece a las tiendas y restaurantes de su dominio protección contra los robos, con la velada amenaza de que, si la rechazan, puede ocurrirles algo... Ucrania, el blanco de la amenaza, trató de mantener la calma, desconcertada por las señales de alarma de Estados Unidos, consciente también de que hablar mucho de la violación podría empujar a Rusia a cometerla realmente. Ahora, tras dieciocho meses de brutal conflicto, ¿cómo podemos encontrarle sentido, con todos sus peligros impredecibles? ¿Y si este conflicto es tan peligroso no porque refleje la creciente fuerza de las dos exsuperpotencias, sino, por el contrario, porque demuestra que no son capaces de aceptar que ya no son verdaderas potencias globales? Cuando en plena Guerra Fría Mao Zedong dijo que Estados Unidos era, a pesar de todas sus armas, un tigre de papel, olvidó añadir que los tigres de papel podían ser más peligrosos que los reales. El fiasco de su retirada de Afganistán fue solo el último de una serie de golpes a lasupremacía geopolítica estadounidense, mientras que los esfuerzos de Rusia por reconstruir el imperio soviético no representan más que un intento desesperado de encubrir el hecho de que ahora es un Estado débil y en decadencia. Como ocurre también con los violadores reales, la violación señala en última instancia la impotencia del agresor.

Esta impotencia se hizo palpable con la primera penetración directa de los militares rusos en territorio extranjero, es decir, la primera si descontamos el obsceno papel del Grupo Wagner, una empresa militar privada cuyos mercenarios participaron en varios conflictos anteriores, incluidas las operaciones en Siria, Crimea, la República Centroafricana y la República Srpska, en Bosnia. Este grupo de mercenarios anónimos, una unidad remota del Ministerio de Defensa ruso utilizada por el gobierno ruso en conflictos cuya existencia hay que negar, ha operado durante años en el Dombás, organizando la resistencia «espontánea» al dominio ucraniano (como ya hicieron en Crimea). Cuando estas tensiones acabaron estallando en una guerra, la Duma rusa aprobó un llamamiento directo a Putin para que reconociera los Estados separatistas de Donetsk y Lugansk, controlados por Rusia.

Al principio, Putin dijo que no reconocería las así llamadas repúblicas de inmediato, de modo que cuando lo hizo pareció que simplemente reaccionaba a la presión popular. Esta táctica seguía las reglas descritas y practicadas hace un siglo por Stalin. A mediados de la década de 1920, Stalin propuso proclamar sin más rodeos que el gobierno de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia era también el gobierno de cinco repúblicas circundantes (Ucrania, Bielorrusia, Azerbaiyán, Armenia y Georgia). Según él, esta decisión ejecutiva debía presentarse como la voluntad del pueblo: Si la presente decisión es confirmada por el Comité Central del Partido Comunista Ruso, no se hará pública, sino que se comunicará a los Comités Centrales de las Repúblicas para su difusión entre los órganos soviéticos, los Comités Ejecutivos Centrales o los Congresos de los Soviets de dichas Repúblicas antes de la convocatoria del Congreso Panruso de los Soviets, donde se declarará que es el deseo de estas Repúblicas.

La interacción de la autoridad superior (el Comité Central) con sus bases no solo se suprime para que la autoridad superior pueda imponer su voluntad, sino que, por si fuera poco, se escenifica como su contrario. El Comité Central decide lo que las bases pedirán a la autoridad superior que promulgue, como si fuera su propio deseo. Recordemos el caso más conspicuo de tal escenificación, ocurrido en 1939, cuando, tras ocupar los tres Estados bálticos, la Unión Soviética organizó un «referéndum» en el que esos países pedían libremente unirse a la Unión Soviética, que naturalmente les concedió su deseo. Lo que Stalin hizo a principios de la década de 1930 fue simplemente retomar la política exterior y nacional zarista prerrevolucionaria (por ejemplo, la colonización rusa de Siberia y el Asia musulmana dejó de condenarse como una expansión imperialista y se celebró como la introducción de una modernización progresista).

De forma similar, Putin reunió a su consejo de seguridad en febrero de 2022 y preguntó a cada uno de sus miembros si apoyaba la decisión de reconocer la independencia de las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk. Según El País, cuando llega el turno a Serguéi Naryshkin, jefe de la inteligencia exterior, sugiere, en primer lugar, que se dé a Occidente una última oportunidad para volver a los acuerdos de Minsk, lo que podría hacerse lanzando un ultimátum a corto plazo a Occidente. Putin le interrumpe secamente: «¿Qué significa eso? ¿Está sugiriendo que iniciemos negociaciones o que reconozcamos la soberanía?». Naryshkin empieza a tartamudear, no sabe qué decir, murmura: «Sí» y luego «No», y la cara se le queda blanca durante unos segundos que parecen durar una eternidad. «Hable claro», interrumpe Putin. Sintiéndose presionado, el jefe de los espías da un giro de ciento ochenta grados y va un paso más allá: dice que apoya la anexión de Donetsk y Lugansk a la Federación Rusa. Pero Putin le vuelve a llamar la atención: «No estamos hablando de eso. Estamos hablando de reconocer su independencia o no». Así que el nervioso Naryshkin se retracta una vez más: sí, sí, lo apoya. «Gracias, puede sentarse».

Es crucial tener en cuenta que la invasión en curso de Ucrania es el acto final de una larga lucha por eliminar la tradición leninista en Rusia

Naryshkin confundió el guión: primero, propuso una versión demasiado suave (solo ofrecer otro ultimátum a Occidente), y luego, en un evidente ataque de pánico, fue demasiado lejos y dijo que apoyaba su integración en Rusia. Como dijo el comentarista de El País: «La escena destacaría por su intensidad dramática en cualquier película o serie de ficción, pero es real». Naryshkin, el jefe de la inteligencia exterior, el tipo al que todo el mundo debería temer por los datos que obran en su poder, tartamudea con la cara desencajada y luego se le dice que tome asiento como un colegial caído en desgracia que por fin ha farfullado la respuesta correcta. Así es como se «escucha la voz del pueblo» en la Rusia actual. Pocas veces, en la era actual de la manipulación perfeccionada, tenemos la oportunidad de ver tan abiertamente cómo funciona este mecanismo; en Occidente, aprendimos a utilizarlo con más sutileza.

Es crucial tener en cuenta que la invasión en curso de Ucrania es el acto final de una larga lucha por eliminar la tradición leninista en Rusia. La última vez que Lenin fue noticia en Occidente fue durante la revuelta ucraniana de 2014, que derrocó al presidente prorruso Yanukóvich: en los reportajes de televisión sobre las protestas masivas en Kiev, vimos una y otra vez escenas de manifestantes enfurecidos derribando estatuas de Lenin. Estos violentos ataques eran comprensibles en la medida en que las estatuas de Lenin funcionaban como símbolo de la opresión soviética, y la Rusia de Putin se percibía como una continuación de la política soviética de someter a las naciones no rusas. No obstante, había una profunda ironía en el hecho de que los ucranianos derribaran las estatuas de Lenin como signo de su deseo de afirmar la soberanía nacional: la época dorada de la identidad nacional ucraniana no fue la época preleninista de la Rusia zarista (cuando se frustró la autoafirmación nacional ucraniana), sino la primera década de la Unión Soviética, en que establecieron una identidad nacional de pleno derecho.

placeholder  El nuevo ensayo del filósofo eslovaco, edita Anagrama.
El nuevo ensayo del filósofo eslovaco, edita Anagrama.

A lo largo de la década de 1920, la política soviética de korenización (literalmente, «indigenización») fomentó el renacimiento de la cultura y la lengua ucranianas; todo ello, combinado con medidas progresistas –sanidad universal, mejora de los derechos laborales, de vivienda y de la mujer, etcétera–, contribuyó al florecimiento del estado ucraniano. Estos logros políticos se invirtieron una vez que Stalin se consolidó en el poder a principios de la década de 1930, castigando a Ucrania de una forma especialmente brutal: baste recordar el infame Holodomor, la hambruna y el terror de 1932 a 1933 que mató a millones de ucranianos, y también el hecho de que, en solo dos años de Yezhovshchina (el Gran Terror), de 1936 a 1937, solo tres de los doscientos miembros del Comité Central de la República de Ucrania sobrevivieron. La «indigenización» de Ucrania, cruelmente desmantelada por Stalin, había seguido principios formulados por Lenin en términos bastante inequívocos: El proletariado no puede dejar de luchar contra el mantenimiento por la fuerza de las naciones oprimidas dentro de las fronteras de un Estado determinado, y eso equivale justamente a luchar por el derecho de autodeterminación. Debe exigir el derecho de secesión política para las colonias y para las naciones que «su propia» nación oprime. Si no lo hace, el internacionalismo proletario seguirá siendo una frase sin sentido; la confianza mutua y la solidaridad de clase entre los trabajadores de las naciones opresoras y oprimidas serán imposibles.

Lenin se mantuvo fiel a esta posición hasta el final: en su última lucha contra el proyecto de Stalin de una Unión Soviética centralizada, volvió a defender el derecho incondicional de las pequeñas naciones a separarse (en este caso, estaba en juego Georgia), insistiendo en la plena soberanía de las entidades nacionales que componían el Estado soviético: no es de extrañar que, el 27 de septiembre de 1922, en una carta a los miembros del Politburó, Stalin acusara abiertamente a Lenin de «liberalismo nacional». Hoy, la política exterior de Putin es una clara continuación de esta línea zarista-estalinista: después de la Revolución de 1917, según Putin, era el momento de que los bolcheviques ultrajaran a Rusia: Gobernar con tus ideas como guía es correcto, pero solo en caso de que esa idea conduzca a los resultados correctos, no como ocurrió con Vladimir Ilich. Al final esa idea llevó a la ruina a la Unión Soviética. Muchas de esas ideas, como dotar a las regiones de autonomía, etcétera, colocaron una bomba atómica bajo el edificio que se llama Rusia, que luego explotaría. En resumen, Lenin es culpable de tomarse en serio la autonomía de las diferentes naciones que componían el imperio ruso, de cuestionar la hegemonía rusa. Trotski siguió fielmente el camino de Lenin; los dos subtítulos de su artículo del abril de 1939 «El problema de Ucrania» lo dicen todo: «¡Por una Ucrania soviética libre e independiente!», y «La Constitución soviética reconoce el derecho a la autodeterminación». Él lo lleva a su conclusión lógica: «Pero la independencia de una Ucrania unida significaría la separación de la Ucrania soviética de la URSS, exclamarán a coro los “amigos” del Kremlin. ¿Qué tiene eso de terrible? responderemos nosotros». ¡Esto es el verdadero internacionalismo proletario!

A Stalin no se le celebra como comunista, sino como el restaurador de la grandeza de Rusia tras la «desviación» antipatriótica de Lenin

En su último discurso, en 1952, Stalin elogió a Palmiro Togliatti y Maurice Thorez –líderes de los partidos comunistas italiano y francés respectivamente– por su «internacionalismo», porque habían declarado que si el ejército soviético entraba en sus países no lucharían contra él. Este es el «internacionalismo» que la Rusia de hoy espera de Ucrania. No es de extrañar que volvamos a ver los retratos de Stalin en los desfiles militares rusos y en las celebraciones públicas, mientras que Lenin queda borrado: en una gran encuesta de opinión de hace un par de años, Stalin fue votado como el tercer ruso más grande de todos los tiempos, mientras que Lenin no aparecía por ninguna parte. A Stalin no se le celebra como comunista, sino como el restaurador de la grandeza de Rusia tras la «desviación» antipatriótica de Lenin.

No es de extrañar que, el 21 de febrero de 2022, al anunciar su «intervención» militar en la región del Dombás, Putin repitiera su vieja afirmación de que Lenin, que subió al poder tras la caída de la familia real Románov, fue el «autor y creador» de Ucrania. ¿Se pueden decir las cosas más claras? Todos aquellos izquierdistas que todavía ven con buenos ojos a Rusia (después de todo, Rusia es la sucesora de la Unión Soviética, las democracias occidentales son una farsa y Putin se opone al imperialismo estadounidense...) deberían aceptar por completo el hecho brutal de que Putin es un nacionalista conservador. Estados Unidos y Rusia son superpotencias en declive, y su nacionalismo conservador es aún más peligroso por su fragilidad. Lo que necesitamos más que nunca es un verdadero internacionalismo proletario, y hemos visto rastros de él en Ucrania en los meses transcurridos desde la invasión rusa.

** Slavoj Žižek es filósofo, sociólogo, psicoanalista lacaniano, teórico cultural y activista político. También es director internacional del Instituto Birkbeck para las Humanidades de la Universidad de Londres, investigador en el Instituto de Sociología de la Universidad de Liubliana y profesor en la European Graduate School. Además de lo anterior, es uno de los ensayistas más prestigiosos y leídos de la actualidad, autor de más de cuarenta libros de filosofía, cine, psicoanálisis, materialismo dialéctico y crítica de la ideología.

Parafraseando el conocido título de uno de los ensayos de Freud, hoy podemos observar la tendencia universal a la degradación en la esfera de la vida pública. En una rueda de prensa celebrada quince días antes de la invasión rusa de Ucrania, Vladimir Putin señaló que al gobierno ucraniano no le gustaban los acuerdos de Minsk, que, al tratar de poner fin a la guerra del Dombás, concedían a la región un autogobierno temporal. Y añadió: «Te guste o no, es tu deber, bella». El dicho tiene conocidas connotaciones sexuales. Putin parecía estar citando «La bella durmiente en un ataúd», una canción del grupo de punk rock soviético Red Mold: «La bella durmiente en un ataúd. Me acerqué sigilosamente y me la follé. Te guste o no, duerme, bella». Aunque el representante de prensa del Kremlin afirmó que Putin estaba utilizando una antiguo refrán, su caracterización burda de Ucrania como objeto de necrofilia y violación era evidente.

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