Sergio Alzate: ‘Ninguna revolución ha surgido de la felicidad, sino de la rabia’

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Sergio Alzate: ‘Ninguna revolución ha surgido de la felicidad, sino de la rabia’

: Sergio Álzate estudió Periodismo  en la Universidad de Antioquia y la maestría en Escritura Creativa en el Instituto Caro y Cuervo

 Sergio Alzate estudió periodismo en la Universidad de Antioquia y la maestría en Escritura Creativa en el Instituto Caro y Cuervo

Foto:Laly Malagón

El escritor lanzó su primera novela 'Nueve dedos', de la mano de  la editorial Lectores secretos.

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El periodista y escritor Sergio Alzate confiesa que comenzó a escribir Nueve dedos en 2018. Ese año, le dio la vida a un narrador sin nombre, un monstruo lleno de recuerdos y de odio. En mayo de 2021 Alzate recibió el diagnóstico de una enfermedad a la que no concibe como su amiga pero tampoco le teme o le acobarda. Un día se atrevió a mirarla a los ojos, pronunciando su nombre sin miedo, hablando con ella una y mil veces con la promesa de descubrirla a través del espejo, y luego con el tiempo, atreverse a preguntarle frente a frente, cuál fue el propósito al tocar su puerta. Aunque recurre al silencio por unos minutos, asevera que aún no ha hecho el duelo, que aún no se ha atrevido a llorar como es debido.

Confiesa que le dio muchas vueltas al momento de escribir la novela hasta que una noche, después de terminar con su pareja de ese entonces, se sentó frente al computador y empezó a tocar las teclas con rabia, ira, resentimiento; trazaba frases, las borraba y las volvía escribir una y otra vez. De cinco páginas que escribía quitaba tres, fue tanto su dolor y su impotencia ante aquella 'tusa' como él mismo refiere que, sin darse cuenta, logró llegar a ese punto final que tanto había anhelado.
"Tomo su rostro, mamá. Lo aprieto con fuerza para que no aleje su mirada vacía de lo que tengo que contar. Míreme por primera vez como una existencia propia y no como una cosa pegada a sus huesos y a su delirio. Escuche y cállese, así sea difícil, así le cueste comprender que al parirme también parió el relato. Sembró en mí estas palabras de carne, que es suya, que es nuestra. Me regaló estás imágenes que se amontonan en mi boca y me brindó la medida exacta del histrionismo de sus silencios. Escúcheme mientras me adueño de esa manera tan suya de contar algo, subordinando espacios, espesando los significados y los significantes más transparentes, hasta trastocarlo todo, hasta destruirlo todo. Incluso, el verbo de Dios".
Dentro de estas páginas Alzate le da vida a un hombre minúsculo, frágil que esta lleno de ira y al mismo tiempo se está muriendo poco a poco desde que fue diagnosticado de VIH, un hombre que decidió morirse porque quiso y no porque le tocaba, que se negó rotundamente a intentar algún tratamiento, un hombre que sufre de fatiga tanto crónica como emocional, fatiga por recordar; a esa mujer que describe como fría, mezquina e inconsciente, él se engaña creyendo que la dejó en el pasado detrás de esos callejones y altas montañas. Un hombre que odia a su mamá porque ella no deja de verlo como un monstruo, un niño indefenso al que  amó como pudo, entre la inocencia y la angustia, entre la ansiedad de un futuro que nunca le prometió nada. Él, en cambio, continúa recordando todos los días entre el silencio y la furia.
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'Nueve dedos'

Foto:Laly Malagón

¿Por qué eligió el título ‘Nueve dedos’, para su primera novela?

Inicialmente, la novela se llamaba ‘Prado ajeno’, un título que todos odiaban. Pero que yo me había encaprichado con él, porque yo creía que esta era una novela sobre la envidia (la envidia de tener otra madre). Sin embargo, mi editor al leer la novela me pidió otro título. Soy terrible titulando. Es la cosa que más detesto de escribir, pero, buscando títulos caí en cuenta de algo que era obvio para todos, menos para mí, tan encaprichado como estaba por el nombre anterior: esta es una novela sobre la monstruosidad. El mismo narrador lo dice al inicio, cuando cuenta la manera en que su madre lo creía un monstruo que había nacido solo con nueve dedos. Una deformidad imaginada que lo acompaña desde la primera hasta la última página. Así que cuando le propuse ‘Nueve dedos’ a mi editor, algo hizo clic. Ese era el título que contenía lo que la novela es: una novela sobre distintos tipos de monstruosidades para la sociedad.

Y es tan emoción humana la ira como la ternura. Es tan humano el odio como el amor.

¿Por qué hablar del odio y la enfermedad en su novela?

La literatura, al menos la que recibe más atención, se ha vuelto complaciente. Sobre todo si eres un cuerpo LGBTIQ+: la industria, los críticos, hasta los mismos escritores buscan historias reconfortantes, en las que una fuerza tan poderosa como la dulzura se ha banalizado. Los gays de la literatura parecen sacados de series de Ryan Murphy: no importan la miseria, las injusticias, las violencias, las exclusiones, las inequidades, si le echas ganas, serás feliz con poquito. Y no, lo gay, lo queer, lo maricón ha sido históricamente combativo. Ha sido siempre un campo de tensiones. Y es tan emoción humana la ira como la ternura. Es tan humano el odio como el amor. No podemos entronizar unas emociones en detrimento de otras. Eso es mutilar la experiencia humana, amputarla maniqueamente y perder de vista la complejidad de nuestros propios sentimientos.

En cuanto a la enfermedad, al mundo parece habérsele olvidado que la pandemia del vih/sida sigue existiendo. Que todavía hay cientos de miles de personas que mueren a causa de las enfermedades oportunistas. Pero, sobre todo, porque Susan Sontag ya lo dijo: la enfermedad no es una enfermedad únicamente, es una metáfora. Y escribir es explorar las metáforas hasta las últimas consecuencias. Quería escribir sobre eso.
¿Por qué cree que a las personas les cuesta admitir que también pueden ser villanos o sentir odio? ¿Por qué intentamos esconder estas emociones?

Creo que tiene que ver con una cuestión de control social. Domesticar la ira, graduarnos a todos de héroes y enseñarnos que hay emociones buenas y otras malas es evitar que el mundo sea incómodo. Un mundo feliz en muchos sentidos habla de eso: sonríe, sé amable, asiente y no te salgas del redil, o sufre las consecuencias. En mi caso, las consecuencias fue el rechazo editorial y que mi novela, por un gran grupo editorial, fuera tildada de “peligrosa”. Y visto en retrospectiva, es el mejor piropo que me pudieron dar en medio de un no. Porque para gays enclenques, amilanados, con miedo de incomodar ahí tienen las malas películas de Netflix o la publicidad de los bancos cuando se las dan de inclusivos. Ninguna revolución ha surgido, realmente, de la felicidad. Sino de la rabia y de la ira. Incluso las que se ven como pacíficas (la india encabezada por Ghandi, por ejemplo) tiene pliegues más complejos (la india por el hastío de una nación por las matanzas, empobrecimiento sistemático y precarización de la vida por parte de la potencia británica. Para que los movimientos pacifistas existan deben existir, a su vez, ideólogos de la ira.

Mi arquetipo favorito es el trickster: el embaucador, el bromista, el caos. Y es una fuerza que ha sido históricamente relegada a sus dobleces supuestamente negativos. Y no: el trickster es una fuerza renovadora, es una mirada astuta, es la posibilidad de imaginar otros mundos al incendiar este. Necesitamos más tricksters en la literatura y muchos menos héroes.

“El amor de los hermanos es como los peces que salen del agua para respirar”. 

En entrevistas anteriores ha mencionado que admira mucho a su yo de ocho años. ¿Qué enfrentó Sergio a esa edad?

Probablemente ese niño que yo fui sea la persona que yo más admiro en el mundo. Me parece que era demasiado valiente. A pesar de las carencias económicas, de crecer en una familia disfuncional, de las realidades sociales de mi barrio, de que era demasiado excéntrico, raro, ñoño y extraño para los adultos y niños que me rodeaban, ese niño vivía su vida con tanta dulzura, con tanta pasión y con tanta determinación. No se dejaba amilanar por nadie. A pesar del matoneo en la escuela, de los golpes y los insultos, de los escupitajos y de las veces que me dijeron que me matara, ese niño es lo más parecido a saber quién soy en esta vida. Luego, vinieron la pubertad, la adolescencia, la adultez y ese niño se deshizo en muchas máscaras. Sin embargo, ahora, más que nunca, intento reencontrarlo y tomar su mano para que me guíe. Si soy escritor es porque ese niño de ocho años, que no tenía ni idea de qué era escribir o ser periodista o qué era un escritor, un día leyó a Oscar Wilde y escribió unos versos que no se me olvidan: “El amor de los hermanos es como los peces que salen del agua para respirar”. No entiendo qué quería decir ese niño, pero esa primera analogía cambió mi vida para siempre.
Durante el lanzamiento de ´Nueve dedos ‘mencionó su interés en construir a una madre frívola y despiadada como villana en su novela. ¿Qué escritoras o referentes literarios le inspiraron para dar vida a este personaje femenino?

No llamaría "villana" a la madre de la novela como tal, sino que es un ser complejo. Capaz de dar tanto amor como de ser un agente de violencia. Si algo, el propio narrador es el propio villano (en caso de haber uno): ante la posibilidad de vivir, prefiere la muerte. Es un privilegiado que prefiere rechazar el tratamiento que muchos querrían para sí.

Sin embargo, sí quería explorar los márgenes oscuros de la maternidad. A las mujeres se les imponen narrativas peligrosas y asfixiantes. Y una de ellas es que ser madre es lo mejor que les puede pasar, y si no lo ven así, son monstruos (ahí sí villanas). Y creo firmemente en el derecho a desear no ser madre.

En ese sentido, para mí fueron fundamentales libros como Amado monstruo de Javier Tomeo, quien de forma literal llama monstruo a la madre; Apegos feroces de Vivian Gornick, en el que habla de su desagradable pero admirable madre; las mujeres de las historias de Clarice Lispector fueron otra gran guía; el descenso a la locura de la mujer de La campana de cristal de Sylvia Plath me mostró que valía la pena ir hasta las últimas consecuencias; así hable del padre, Carta al padre de Kafka me parece que habla del temor universal que se puede sentir tanto a mamá como a papá; En la tierra somos fugazmente grandiosos de Ocean Vuong es una novela con la que me siento profundamente hermanado, ya que toca temas similares; y Jamás el fuego nunca de Diamela Eltit, en esa esencia fantasmal, monstruosa, afiebrada de la narración materna (y del relato heredado).
VERÓNICA CHAFYRTTH
​CULTURA EL TIEMPO
@chafyrtths​
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