Peter Eötvös, quien tenía que haber dirigido este concierto, dejaba claro en una entrevista de hace unos años, que ahora Scherzo repropone, qué significa componer música en dos frases: “El término vanguardia está completamente desactualizado” y “el arte por el arte, desde luego posible. Pero no es mi forma de pensar”. El lenguaje de Eötvös es accesible en la medida en que es intuitivo orientarse en su tejido sonoro, pero esto no significa que sea música fácil. Es una música que viene de la vanguardia, como contexto histórico, pero que al mismo tiempo se proyecta más allá, aunando la complejidad de ambos enfoques sin estar exenta de desafío para el oyente.

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Isabelle Faust
© José Luis Pindado | OCNE

Abría el programa de la Orquesta Nacional de España Sirens’ Song, de 2020, una obra en un único cuadro, que buscaba el arcaico canto de las sirenas, las mitológicas criaturas mitad ave, mitad mujer, con una escritura áspera pero con sonoridades muy trabajadas y refinadas detrás de ese aparente brutalismo. Pierre Bleuse, quien tomó el relevo del propio Eötvos, lidera actualmente Ensemble Intercontemporain, estableciendo una conexión especial con el compositor húngaro, director de esa misma formación en los años noventa. Bleuse se mostró atento y claro en el gesto y sobre todo se vio cómodo desde el principio en el repertorio de la velada. Con la presencia de Isabelle Faust la calidad se enriqueció ulteriormente: la violinista alemana es una de solistas más interesantes actualmente por sus medios técnicos, su distinguida musicalidad y un repertorio que puede abarcar desde el Barroco hasta compositores contemporáneos. En esta ocasión no fue para menos con el concierto de Eötvös, que la propia Faust estrenó y del que es dedicataria. Es una escritura que alcanza el justo equilibrio entre audacia y lirismo con un empleo contundente de la orquesta pero capaz de dejar espacio para momentos más íntimos. Y en ese entramado, Faust se supo desenvolver con mucha pericia, equilibrio y expresividad, sin desaprovechar ninguna de las facetas para dar una coherencia y una unidad encomiables. Además, Faust y Bleuse se entendieron a la perfección dando vida a una interpretación brillante bajo todo prisma: a las soberbias cualidades de la violinista alemana, el director francés supo añadir una constelación de detalles que estructuraron una versión muy lograda.

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Pierre Bleuse al frente de la Orquesta Nacional de España
© José Luis Pindado | OCNE

En la segunda parte, aguardaban dos páginas de Debussy: el celebérrimo Preludio a la siesta de un fauno y la menos frecuente Iberia. Bleuse alcanzó un resultado realmente notable. El Preludio sonó distendido pero sin perder vigor, aun con un orgánico bastante reducido, evocador hasta la sinestesia, como si pudiéramos percibir los aromas del ambiente bucólico donde descansa el fauno. Tal vez la clave sea no pensar que sea música descriptiva en el sentido de una narración, sino música que se convierte en imágenes, fragancias, sabores, sin la mediación de lo conceptual. Y con esa intención, Bleuse imprimió su marca en sendas obras del compositor. En Iberia, además, Bleuse fue preciso en las entradas, esmerado en los cambios de dinámicas pero sobre todo un pintor con un oído excelente para ofrecer una paleta de colores muy amplia, con un declarado goce por el desenfreno tímbrico que en esta obra Debussy ofrece, sin perder de vista la coherencia sonora en la articulación de planos y motivos.

Sin duda un concierto excelente al que no se le puede reprochar nada: fue la demostración de cómo proponer obras recientes sin renunciar a la expresividad y a la conexión emocional con el público, en el caso de Eötvös, y plasmar un Debussy alejado de los clichés de languidez y confusa indefinición que a veces le afectan. Un estupendo homenaje no solo para el compositor húngaro recientemente fallecido, sino también para el público.  

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