Qué delicioso librito es Lector cómplice (Athenaica, 2021), de Javier Lostalé, excelente poeta madrileño, y por otra parte periodista, cocreador, en RNE, de un programa de poesía y literatura tan importante y longevo como La estación azul.

Lector cómplice, el pensamiento poético de Javier Lostalé

Portada del libro "Lector cómplice" y retrato de su autor
Portada del libro Lector cómplice y retrato de su autor. / RR SS.
Lo que Lostalé nos ofrece aquí es “un breviario en el que reflexionaremos juntos autores y lectores, inseparables para que se consume cualquier creación…”.
Lector cómplice, el pensamiento poético de Javier Lostalé

Qué delicioso librito es Lector cómplice (Athenaica, 2021), de Javier Lostalé, excelente poeta madrileño, y por otra parte periodista, cocreador, en RNE, de un programa de poesía y literatura tan importante y longevo como La estación azul.

Lo que Lostalé nos ofrece aquí es “un breviario en el que reflexionaremos juntos autores y lectores, inseparables para que se consume cualquier creación…”. Sin embargo, no es una reflexión fría, sino escrita con la pasión de quien ama la literatura y la vive intensamente, pero sobre todo la poesía, la auténtica, que es para él un medio de búsqueda del “amanecer interior”, y “la fuente de conocimiento que entraña”. Lostalé toma una cita de Antonio Colinas: “Escribir poesía [y leerla, me atrevo decir] es una forma de ser y estar en el mundo”. Y es que está de acuerdo con lo que decía Shelley: “La poesía transgrede su condición de género para ser forma de vida”.

Y, ¿cómo es ese momento de la creación?: “Al escribir un poema nunca estamos solos; hay un silencio de voces, hay respiraciones, hay cohabitaciones…”. Es misterioso y mágico el acto del que deviene la aparición de un buen poema, y aún más el momento previo en que “una vaga sensación de algo todavía sin nombre va a nacer dentro de nosotros”. Un poema que está hecho de palabras, pero también de la música del texto que “es esencial para que este adquiera su pleno sentido”. Y es que la afinidad mayor de la poesía con otro arte la ve muy clara: “La poesía, como la música, nos eleva con el beso de una presencia tan pura que no tiene rostro”. “Al fin, poesía y música son oración, pues en ambas nos deshabitamos para nacer”.

Este libro sugiere la forma de una larga carta destinada a los lectores y a los jóvenes poetas, pero quien la redacta también se siente receptor de esas palabras que acumula desde el sentimiento de gratitud y de veneración a un arte tan capaz de dar sentido a su vida. Y es que Lostalé, tan amigo de los jóvenes, tan dispuesto a aprender de ellos, como lo fuera en su día su amigo Vicente Aleixandre, nos dice: “Pienso de nuevo en los jóvenes creadores, entre los que me gusta incluirme”. No hay edad en la poesía, aunque haya trayectoria.

Pero también piensa en los lectores que, en poesía, ya se sabe, son casi los mismos que los que al menos intentan ser creadores. Nos habla de la lectura como contemplación, como nexo con el autor, en esa mirada “avecinada”. Leer poesía no es un pasatiempo, sino una forma de tomar contacto con lo sublime, un riesgo si se hace desde la pureza más desnudamente expectante: “Quien lee sabe que a la intemperie, dispuestos a ser anegados por todo, es como se vive más”. Cuando leemos un buen poema este se nos erige ante nuestra mirada como una vivible catedral forjada con el material de lo invisible: “¡Cuánta música suena sin necesidad de instrumentos! ¡Cuánto besamos lo invisible que se hace carnal!” La poesía se potencia en lo frágil, en lo inmediato: “No necesitamos que un libro nos cuente una historia, basta con que en sus páginas, de pronto, haya una ascensión muy secreta que nos encienda la dicha de vivir. O que la música del texto sea una contraseña para habitar lo más oscuro hasta hacerlo brillar”.

Javier Lostalé realiza un profuso recorrido por una serie de poetas que han reflexionado sobre su arte, y de los que nos traslada las poéticas con las que se siente más afín, configurando así un estupendo y nutrido muestrario de citas diversas. Entre los poetas que selecciona están algunos de sus máximos favoritos, pero también otros que, aunque aprecia por sus valiosos versos, si nos los trae aquí es por su pensamiento poético. Así le dedica capítulos a Rilke, a Valéry, a Juan Ramón Jiménez. Pero también nos habla de otros poetas cuyo poderío poético le impresiona, incluso fuera de los versos, como Antonio Gamoneda, de quien comenta, con gran admiración, su libro autobiográfico Un armario lleno de sombra.

Durante tantos años de actividad radiofónica, con esa mirada penetrante que lo caracteriza, ha cultivado el comentario de libros de poesía, y aquí no podían faltar algunas muestras de esa capacidad que cultiva con afecto. Así nos habla de Clara Janés, Pureza Canelo, Pere Gimferrer, o de José Cereijo. Y cómo no, le dedica un apartado a Vicente Aleixandre.

Termina el libro con un capítulo que denomina “Confesión” y que está formado por un texto en prosa, “Mi poética”, que irrumpe con una expresión contundente: “Escribo porque me salva…” Y termina, con una, sí, confesión: “Escribo para ser joven y alimentar una esperanza radical, para tener lo que no tengo y escuchar lo que nunca me dijeron. Escribo porque nunca fue más bello el engaño”. Finaliza así este libro que es homenaje y agradecimiento a la poesía, a esos momentos mágicos de la creación y a los no menos emocionantes de la lectura: “Por eso hay un instante en que sin dejar el libro abrimos la ventana: por el cielo navegan nubes que nos trasladan siempre más allá”. Una vez dije que “un buen libro es el que nos hace mirar, tras cada párrafo, el camino del horizonte” y, sin duda, Lector cómplice lo es. @mundiario

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