SEGUNDA PARTE DEL RELATO CORTO: «¿QUIÉN LO HIZO?» (POR JAVIER MARTÍ) - Onda Guanche

SEGUNDA PARTE DEL RELATO CORTO: «¿QUIÉN LO HIZO?» (POR JAVIER MARTÍ)

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Poco a poco y sin detenerse en el corto ascenso llegaron hasta una           pequeña explanada donde estaba el refugio que Isidro había comentado.

          Era un lugar privilegiado para quien tenía la suerte de poder estar allí:   desde lo alto de la montaña se divisaban las luces de los pueblos que, a          sus pies, se preparaban para recibir la noche con ese cielo estrellado    que custodiaba una hermosa luna llena, que durante unas horas           alumbraría todo el valle.

          Tras ellos, en el cielo, se dibujaban unas siluetas que daban formas a        unas negras nubes portadoras de algo inesperado y deseado por todos ellos: la nieve. La primera nevada del año.

– Este lugar es muy hermoso -dijo Cosme mirando de un lado a otro todo el valle.

– Ciertamente lo es -comentó Iriome. Me recuerda a mi bendita tierra canaria.

– Dejemos los buenos recuerdos para luego y pasemos al refugio -dijo Anselmo señalando la puerta que Isidro iba a abrir. Hay que encender un buen fuego para entrar en calor cuanto antes.

          Sacándose Isidro la llave del bolsillo de la camisa abrió el candado,           corrió la puerta a un lado y encendió unas velas que había junto a la       puerta.

          Una gran sala circular era toda la estancia: se podía ver una gran           mesa de madera y varias sillas afiladas en un lateral. Un gran hallar.           Una escalera que, desde un lateral, ascendía a un altillo que cubría casi    todo el refugio y que servía de almacén y dormitorio comunitario. Un     aseo con lo imprescindible y necesario, y una cocina con dos fogones           de leña.

          Su techo era de madera con la inclinación necesaria para que en época          de nevadas no quedaran estancadas.

          En el tejado había seis ventanas con sus cobertizos, todas ellas           bien   acristaladas y aisladas para que el frio no entrara.

          El altillo era de noble madera: vigas robustas soportaban el peso del     tejado y las tablas que formaban el piso estaban   parejas y sin grietas.

          La escalera era de piedra maciza desde el rellano hasta el altillo, dando          una sensación de solidez y elegancia al mismo tiempo. Unos candiles con          velas la alumbraban.

          No había luz eléctrica… sólo velas para alumbrarse en las frías           noches de invierno y las cálidas del verano.

          Un aseo con lo justo y necesario todo tallado en piedra que le           daba aún     más si cabe, un aspecto primitivo y rural, lo que en definitiva era el     lugar.

          Trece tablas de madera formaban la puerta de la cocina.

          En su interior había un hogar de leña, tallado en la piedra viva de una    gran roca que atravesaba, de parte a parte, la montaña.

          Una alacena de madera con cajones para platos y cubiertos.

          Los calderos y sartenes colgaban de la pared, junto a una gran           ventana que daba al campo.

          Junto a la cocina había un pasadizo que llegaba hasta un cobertizo donde          se guardaba la leña y otros víveres de secano.

          El piso del refugio era de adobe.

          El hallar tenía casi cuatro metros de largo por dos de alto y sin           chimenea, sólo una trampilla de hierro en la pared por donde           entraba        el aire para avivar el fuego.

– En el cobertizo hay leños para encender el fuego -dijo Isidro. Coged tres o cuatro cada uno, así tendremos leña para unas horas.

– Preparemos un buen fuego para calentar el refugio -dijo Juan. Esto parece una nevera…

– Yo me encargo de llenar las cantimploras en esa fuentecilla que hay junto a la roca antes de que se congele por el frío -dijo Nacho.

– ¡Te ayudo! -exclamó Cosme. Cuatro manos siempre serán mejor que dos y así terminaremos antes.

– Llevaos las garrafas que hay en la cocina, que no hay agua para luego cocinar y fregar -dijo Isidro. Esto no es el Hotel Palace!

– ¿Dónde ponemos los sacos para dormir? -preguntó Acaymo mirando el interior del refugio.

– Traed paja del cobertizo para ponerla en el suelo, junto al hallar, para que nos sirva de cama y estemos resguardados del frío -dijo Isidro.

– ¡En el suelo vamos a dormir… menudo frío vamos a pasar! -dijo Ayoze. uuff!!

– No lo creas -dijo Isidro. En cuanto el fuego crezca verás como no tendrás frío y hasta podrás estar descalzo y tener caliente los pies.

– ¿Preparamos la cena? -preguntó Cosme. Ya es hora…

– Sí, buena idea -dijo Iriome. Siento gusanillos en mi estómago…

– ¡Ñoss! el suelo empieza a estar caliente -dijo Acaymo. Lo noto…

– Sí, el calor del hallar pasa por unas canalizaciones por todo el subsuelo del refugio y sale por varias chimeneas exteriores -dijo Isidro.

– ¿De quién fue la brillante idea? -preguntó Raimundito.

– De mi abuelo -dijo Isidro. Él fue quien ideó este refugio hace muchos años, a su regreso del Amazonas. Lo copió de unas tribus indígenas que lo utilizaban para no pasar frio en  invierno y en las épocas de lluvia.

– Excelente idea y muy original -comentó Anselmo. Tu abuelo sí que sabía lo que hacía.

– Por eso has dicho antes que pusiéramos paja en el suelo -comentó Ayoze. Ya sabías el truquillo…

– Ahora entiendo que no tenga chimenea, y que tenga ese respiradero que hay en la pared del hallar -comentó Anselmo. Entra aire frío, aviva el fuego y ayuda a que el calor suba y salga por los respiraderos…

– Así es -dijo Isidro. Si os fijáis, el aire entra por el respiradero avivando el fuego. Éste sube ligeramente por una pequeña chimenea que se divide en cuatro tuberías que se extienden por debajo del suelo del refugio, por unas canalizaciones que recorren todo el piso, incluso en el baño y la cocina y salen al exterior por las chimeneas que hay entre cada ventana. Así siempre está caliente el refugio y no es necesario poner más estufas de leña, con una sobra para toda la casa.

– ¿Y en verano? -preguntó Cosme…

– En verano, al estar el hallar apagado y limpio de cenizas hace el efecto refrigerante: no da calor, y deja pasar el aire por las canalizaciones y lo mantiene fresquito. -comentó Nacho. Si no hay más que verlo.

– ¿Dónde dejamos los leños? -dijeron todos.

– En ese leñero que está junto al hallar -dijo Isidro. Ponedlos bien ordenados para que no caigan todos a la vez y tengamos que salir de aquí corriendo por el fuerte calor… o porque se incendie el refugio.

          Mientras terminaban de colocar los troncos en el leñero, Acaymo e           Iriome salieron a contemplar el nocturno paisaje, muy distinto al suyo.

          La noche hacía acto de presencia y el frío se hacía notar.

– ¡Chacho, que pelete cae! -exclamó Acaymo. Tengo los ñoños helados…

– Y más que va a caer -dijo Iriome viendo como el mercurio del termómetro que estaba colgado en la puerta del refugio bajaba rápidamente…

– ¡Chacho! esto baja más rápido que un avión de Binter llegando a Gando -dijo Ayoze que, en ese momento, salía del refugio. ¡Qué frio, tío!

– No os extrañe si vemos nevar… -dijo Cosme mirando al cielo. Esas nubes…

– ¡Nevar! -exclamaron todos.

– Sí, nevar -dijo Cosme. El parte meteorológico dice que a partir de seiscientos metros puede nevar y estamos a casi ochocientos…

– ¡Ñoooos! – exclamó Acaymo. En Gran Canaria para ver la nieve hay que subir a la cumbre o ir a Tenerife, al Teide… ¡chacho… chacho!

– Pues aquí puede que la veas sin tener que subir a la cumbre -Comentó Raimundito. Ya empieza a caer esa ligera agüilla que pronto se convertirá en nieve si el frío se mantiene.

– ¡Qué lindo es ver nevar! -exclamó Ayoze. Podremos hacer un muñeco de nieve y tirarnos bolas.

– Pero sin poner piedras dentro -dijo Acaymo. ¡Que te  veo venir…!

– Caballeros, dejen de soñar y entren a cenar, que la sopa fría no está buena y no la voy a calentar dos veces -dijo Juan, el experto cocinero.

          Mientras cenaban, entre vasos de vino y cucharadas de sopa,           comentaban el ascenso, desde la llanura, donde dejaron los coches, hasta el refugio.

          Poco a poco los cristales de las ventanas comenzaron a llenarse de           pequeños copos de nieve que los cubrían casi por completo.

          Con el calor del hallar, el piso estaba caliente y el vino que tomaron           en      la cena, no notaban el frío del exterior hasta que un inesperado golpe de        viento hizo que la puerta se abriera sola que hizo a los presentes saltar      de sus asientos al contemplar, con cierto recelo, una extraña presencia     que, frente a la puerta, se movía al son de viento.

          Quedaron perplejos, atónitos, asombrados sin saber qué hacer…

          Nadie quitaba la mirada a lo que veían, o creían ver. La puerta se abría y cerraba dejando entrever aquella extraña presencia que, desde el           exterior, les había perturbado su cena.

          Escasos segundos pasaron cuando una carcajada de Isidro rompió la       tensión de los presentes…

– ¡Qué coño es eso! -exclamaron todos a la vez…

– ¡No temáis! -exclamó Isidro. No es más que un toldo que se desprende del techo del refugio cuando la nieve se desliza hacia la puerta arrastrándola y dejándola caer de forma que protege la entrada para que la nieve no la bloquee.

– ¡Ja ja ja! -reía Anselmo. Si vierais vuestras caras al ver el toldo asomarse por la puerta…

– Muy gracioso -dijeron todos.

– Muy graciosillo el niñito… -exclamó Acaymo. Tiene la gracia por donde cargan los camiones.

CONTINUARÁ…    

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Florentino López Castro

Florentino López Castro

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