Anciana, desplazada de guerra, aprendió el Padre Nuestro y empezó a ir a misa: «Dios me esperaba»
11/05/2024

Anciana, desplazada de guerra, aprendió el Padre Nuestro y empezó a ir a misa: «Dios me esperaba»

La señora Larisa Okhotenko vivía en Popasna (o Popásnaya), entonces una población de unos 20.000 habitantes en Lugansk, Ucrania oriental. Cuando empezó la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022, apenas llevaba 7 meses jubilada. «No me sentía pensionista», decía. Había disfrutado una larga vida laboral: 58 años como médica. Ahora quería disfrutar de su nuevo ritmo y de los nietos e incluso bisnietos.

Veía que alguna gente mayor iba a la iglesia, pero ella no se consideraba «tan mayor» como para eso. Creía algo en Dios, a su manera, sabía que había católicos y ortodoxos, pero la religión, en realidad, no le interesaba. Las regiones de Donetsk y Lugansk, repobladas por los soviéticos con obreros ateos, son las menos religiosas de Ucrania.

Tampoco los combates y bombardeos que se escuchaban desde 2014 en la cercana Pervomaisk asustaban a la señora Larisa. Era un frente estancado y ya se había acostumbrado. En febrero, sabía que las tropas rusas se acumulaban cerca de la frontera, pero no pensó que pasara nada importante. Hasta que empezó la guerra.

La batalla de Popasna y el recuerdo de la Guerra Mundial

«El 3 de marzo del mismo año comenzó el bombardeo masivo de Popasna. Empezamos a escondernos en el sótano. Cuando salimos al patio, vimos un proyectil clavado en la pared de la entrada de enfrente«, recuerda. Ahora sí estaban asustados.

Dos días después, salió de casa, con un bolso con documentos y nada más, pensando en ubicarse en la casa de sus hijos, cercana, con buen sótano, esperando volver en unos días. Ya no volvió.

Estando en la calle, empezó otro bombardeo. Y esta vez le invadió el miedo, y también los recuerdos de su infancia. Recordó la Segunda Guerra Mundial, cuando era una niña pequeña. «En 1942, la metralla entró en nuestra casa e hirió a mi madre en la cabeza, dejándome huérfana. Y ahora tengo que pasar por la segunda guerra».

Finalmente, el 14 de mayo ella y su familia pudieron huir en un convoy de una docena de autobuses. Hubo una terrible batalla en Popasna, que tiene incluso entrada propia en Wikipedia. Hoy la población está bajo control ruso, y se dice que está arrasada, quizá con unos 500 habitantes donde había 20.000.

El viaje al oeste era un viaje a lo desconocido, de ella y su familia («seis y tres gatos y un perro»). Eran rusohablantes y no tenían parientes en el oeste de Ucrania ni conocían la región.

Sólo conocían a algunas jóvenes de Ternópil, ciudad del oeste de Ucrania, que habían hecho un voluntariado en Popasna. Así llegaron a Ternópil. Esas jóvenes enseguida las colocaron en la catedral grecocatólica, reconvertida en un centro de ayuda y logística desde el primer momento de la guerra. (En el siglo XIX había sido una iglesia latina dedicada al santo valenciano San Vicente Ferrer).

«Yo, como miles de otros desplazados internos, agradezco inmensamente a todos los sacerdotes, voluntarios y feligreses por crear una red grande y fuerte de bondad y confianza desde los primeros días», recuerda.

Vida de desplazados en un santuario mariano

A partir de cierto momento, muchos desplazados en Ternópil pasaron al santuario mariano de Zarvanytsia. «Después de lo que habíamos vivido en los primeros días de la guerra, escondiéndonos en el sótano y en la carretera, el ambiente y la amabilidad de los sacerdotes nos devolvieron la vida. Nos crearon condiciones de vida adecuadas, nos alimentaron, nos proporcionaron ropa, medicinas y productos de higiene».

Desplazados por la guerra (casi todo mujeres) en el santuario mariano de Zarvanytsia, que ha acogido a muchos.

Durante seis meses vivieron en el santuario, junto a 160 desplazados más. Una vez recuperados del shock, casi todos se pusieron a ayudar en la cocina, el jardín, en tareas útiles.

«Lo diré francamente: desde entonces me he sentido atraída por este lugar sagrado todo el tiempo», afirma. «En Zarvanytsia, obviamente, el Señor, que me había esperado durante mucho tiempo, tocó mi corazón. Aquí sentí Su gracia y misericordia», explica.

Ella nunca había estado en esa parte del país ni había tratado con sacerdotes. Ahora los trataba con cercanía, amabilidad, «somos ya familia».

Aunque casi un 10% de los ucranianos son grecocatólicos, la señora Larisa no sabía ni que existieran. Ahora los conocía y vivía con ellos: católicos unidos a Roma y a la Iglesia Católica universal, pero con la liturgia y costumbres del rito bizantino, incluyendo clero casado. «Me ayudó mucho el catecismo dirigido por el padre Mitra Dmytro Kvych. Intentó explicar todo de forma clara y accesible. Gracias a esto, por primera vez en mi vida me confesé y recibí los Santos Misterios«, explica la anciana, refiriéndose a la comunión.

Aprendiendo el Padrenuestro: escucharlo era solemne

«Antes ni siquiera conocía la oración del Padrenuestro, ni en ruso ni mucho menos en ucraniano, que en mi ambiente nadie hablaba. Ahora es mi oración diaria. En el refectorio en Zarvanytsia rezábamos el Padrenuestro tres veces al día, antes de las comidas. Para nosotros, los habitantes del este, de lengua rusa, era un momento inusual y al mismo tiempo solemne», explica.

La nueva Larisa siente desde entonces que necesita estar conectada con Dios. «Para fortalecer esta conexión, comencé a ir a la catedral de Ternópil todos los domingos«, explica. En Popasna solo veía algunas ancianas o ancianos ir al templo. Por eso le asombra que se llene la catedral con gente de todas las edades.

«Me sorprende mucho que haya tanta gente en la iglesia, que vengan familias y niños. Vimos la misma imagen en Zarvanytsia. Todos vienen a la iglesia con vestidos bordados, festivos. En Popasna no teníamos eso. Esta cultura no nos fue inculcada».

Fotos y bendiciones con el arzobispo

El archieparca (arzobispo) de Ternópil, Vasyl Semeniuk, visitaba a menudo a los desplazados. «Después de la Divina Liturgia, el obispo bendijo a los presentes y me tocó la frente. El sentimiento de esa experiencia no se puede expresar con palabras. Y desde entonces, cada vez que venía a nosotros, esperaba su bendición». En posteriores ocasiones ¡hasta se hizo una foto con el arzobispo! Y le bendijo poco antes de una operación quirúrgica.

«No sé qué pasará después, pero ahora vivo con Dios», explicaba a la web de la diócesis de Ternópil en agosto de 2023. «Visité Zarvanytsia y sentí un gran placer, una belleza divina. Tenía muchas ganas de pasar sola por todas las Estaciones de la Cruz, y acudir a la Divina Liturgia y la Eucaristía».

La señora Larisa, en su vejez, ha encontrado a Dios y a la Iglesia. «La Iglesia ha cumplido su tarea para con nosotros, los desplazados. Sus sacerdotes sanaron nuestras almas. Nos infundieron esperanza en el futuro, porque todo lo que pasó antes de la guerra ya es pasado y tenemos que seguir viviendo», reflexiona.

Desde España es posible ayudar a las víctimas y desplazados a través de Cáritas Española, que colabora con las dos Cáritas ucranianas (la latina y la grecocatólica). La cuenta es:  Caixabank ES31 2100 5731 7502 0026 6218. Hay una web para donativos AQUÍ

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»